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El asesino no paraba de dar vueltas en su habitación con las manos en la cruzadas en su espalda, inquieto, nervioso, totalmente desesperado. Por supuesto no era la misión que tenía encomendada lo que le producía esa sensación, era una máquina perfectamente programada para cometer sus actos sin ningún tipo de sentimiento, sino el tener que estar esperando, sin poder hacer nada, aguardando a no sabía aún qué.

Él era un hombre de acción, se suponía que era el arma más mortífera que tenía Máximo en su poder y le irritaba estar jugando a los espías. En casi todos los trabajos que se le asignaban, antes de eliminar a su objetivo, tenía que hacer una pequeña labor de espionaje, pero ya llevaba varios días detrás de la hija del viejo y del policía y seguía sin recibir órdenes de pasar a lo que más le gustaba, observar la expresión de pánico reflejada en la cara de sus víctimas mientras él se regocijaba quitándoles lo más valioso que tenían, sus vidas.

Había pensado bajar varias veces a la calle en busca de alguna emoción fuerte, en busca de algún vagabundo o prostituta en alguna callejuela abandonada y haber disfrutado un rato viéndolos sufrir antes de morir, pero aunque nunca dejaba rastro de sus fechorías y desconcertaba totalmente a las autoridades del lugar, su jefe siempre se acababa enterando que había hecho una de las suyas y le pagaba mucho menos de lo pactado.

Aunque eso no debería importarle pues tenía una gran suma de dinero en un banco suizo, lo había ido ahorrando durante el tiempo que llevaba trabajando con el coordinador y casi no gastaba nada, sólo lo justo para sobrevivir. Pero la codicia era más fuerte que él y quería seguir recolectando más y más efectivo, de esa manera juntaba sus dos pasiones, la muerte y el dinero.

Seguía dando vueltas de un lado para otro en la habitación cuando de repente oyó algo por su sistema de escucha profesional, era la voz de la chica, por fin habían llegado.

Cuando entraron en la habitación, Carolina miró la cama con ansia y lo primero que hizo fue tirarse a ella como si fuera la primera vez que veía una.

—Pufff, creí que nunca me volvería a acostar en una —dijo Carolina bromeando.

—La verdad es que ha sido una dura prueba, sobre todo mental y psicológicamente hablando, yo estoy agotado, mucho más que en Tomar, que al menos no nos jugamos la vida.

—Espero estar totalmente equivocada, pero me da la impresión de que esta última llave, la que nos falta, va a ser otra trampa mortal, bastante más peligrosa que ésta que acabamos de superar. —Dijo Carolina mirando hacia el techo y resoplando.

—¿Por qué dices eso?

—Si te das cuenta, con la primera llave, la de Portugal, nos fue difícil dar con la localización, y una vez dentro, nos costó un poco encontrar la clave para abrir la trampilla pero nada más, en ésta nos hemos jugado nuestras vidas mientras nos exprimíamos el cerebro para dar con la solución del enigma planteado, podríamos haber quedado encerrados para siempre en el subsuelo de la iglesia. Sería de lógica, que ésta llave, al ser la última nos cueste todavía más que las dos anteriores.

—O no, si algo he aprendido en mis años como policía es que la lógica a veces no juega un papel tan crucial como creemos, la mayoría de veces mis investigaciones dan un vuelco que ni te podrías imaginar, no creo en la lógica, sino más bien en lo que tengo enfrente en cada momento, te puedo asegurar que la lógica muchas veces tan solo nos induce a caer en errores tontos.

—No lo había pensado así, de todas maneras deberíamos descifrar ya esta nota, me gustaría saber cuál va a ser nuestra siguiente parada.

—A mí también, haz el favor Carolina, escribe el abecedario y salgamos de esta duda de una vez.

Así lo hizo Carolina, cogió papel y un lápiz y escribió un abecedario rápidamente, colocó la nota que le había dejado su padre y una a una fue descifrando las letras hasta que el mensaje quedó totalmente claro.

«MUY BIEN HIJA MÍA, ESTOY MUY ORGULLOSO DE QUE HAYAS LLEGADO HASTA ESTE PUNTO. PARA LA SIGUIENTE LLAVE, RECUERDA QUE NO TODO ES LO QUE PARECE. DEBES BUSCAR EN EL ESPEJO. PALABRAS CLAVE: CASA, CAMINO, CIEN. LA CLAVE ES EL 5».

Nicolás leía la nota mientras se rascaba la cabeza una y otra vez en silencio.

El silencio duró casi cuatro minutos. Al final Carolina habló.

—¿No todo es lo que parece?, ¿qué quiere decir mi padre con esto?, ¿querrá decir que nada de esto que estamos viviendo es verdad?

—No creo, dudo enormemente que quiera decir eso, supongo que se referirá a que el sitio donde debemos dirigirnos tiene algo que nos puede engañar, pero debemos estar atentos o algo así.

—Espero sea eso, no me gustaría estar perdiendo el tiempo.

—¿Todavía crees que esto no es real? Pienso que debajo de la iglesia todo ha sido muy real y, o es un circo demasiado bien montado, o estamos viviendo algo absolutamente maravilloso —dijo Nicolás mirando fijamente a los ojos de la joven.

—No es eso, pero tienes que entender que aún me asalte alguna duda sobre lo que estamos haciendo, sobre qué perseguimos exactamente y sobre todo, si realmente me gustaría saber de qué trata todo esta locura, mi mente parece que funciona a impulsos durante estos días y eso no me gusta nada, en un momento quiero saber toda la verdad, en otro momento no quiero nada.

—Pues sí que estamos bien… —dijo Nicolás mirando hacia el suelo.

—No por favor, no pienses ni un momento que quiero abandonar esta búsqueda, no pienso rendirme justo ahora, solo entiéndeme, esto está siendo muy duro para mí, parece que no, pero nos estamos convirtiendo en algo que realmente no somos de la noche a la mañana, ahora, de repente, somos buscadores de tesoros y aunque intento mantener la cabeza bastante fría, como veo que tú la tienes siempre, pero hay momentos en los que me doy cuenta de que soy humana y que esto es más grande de lo que pude imaginar nunca.

Casi sin darse cuenta Carolina soltó una lágrima por sus ojos. Al ver esta reacción por parte de la joven, Nicolás, casi enviado por un impulso eléctrico, la abrazó fuerte. Al cabo de un minuto Carolina se soltó despacio de los brazos del inspector y comenzó a secarse los ojos, los tenía muy rojos, demostrando que se había desahogado a gusto en el hombro de Nicolás.

—Perdona —dijo Carolina con lágrimas aún en los ojos—, no sé que me ha pasado, me siento algo susceptible y noto que las cosas me afectan más de lo que en un principio deberían.

—No tienes por qué disculparte, como bien has dicho eres un ser humano y tienes mucho dolor dentro de ti, lo de tu padre todavía está muy reciente y no has tenido apenas tiempo en soledad para reflexionar sobre ese asunto, quizá todavía te queda mucho por llorar. Además, aunque no lo creas me alegra ser tu apoyo en estos momentos, me alegra ver que tienes mi hombro para llorar todas las veces que necesites, me alegra ver que no solo me ves como el inspector Valdés.

—A mí también me alegra Nicolás.

Dichas estas palabras, comenzó otra vez a llorar sin poder evitarlo, las lágrimas caían por su cara casi de forma continuada.

—Si no te importa —dijo Carolina entre sollozos—, voy al aseo a lavarme la cara un poco que debo de estar horrible con estas ojeras, hazme un favor, llama al servicio de habitaciones y pide algo para cenar, esto de llorar me ha dejado hambrienta.

—De acuerdo, ¿qué te apetece?

—Lo que te apetezca pedir a ti, tienes buen gusto —dijo Carolina mientras le guiñaba uno de sus llorosos ojos al inspector.

Carolina se metió al baño y Nicolás se dirigió hacia el teléfono para pedir algo de cena.

Descolgó y marcó el número.

—¿Servicio de habitaciones? —dijo una voz femenina en inglés.

—Sí, hola, llamo desde la habitación 423 —contestó Nicolás en castellano—, quería que me recomendara algo para que mi acompañante y yo cenemos esta noche, que es algo especial —dijo mientras dirigía su vista hacia la mesita de noche al lado de la cama.

De repente lo vio.

Diminuto, tanto que más bien parecía una simple mancha pequeñita dentro de la lámpara, pero él sabía que no lo era, había visto ya demasiados durante sus años como policía.

Era un micrófono inalámbrico microscópico de alta precisión. Alguien los estaba escuchando.

—¿Señor?, ¿sigue ahí? —dijo la voz al otro lado del teléfono.

—Eh… sí… disculpe… es que estaba leyendo una cosa y me he distraído, por favor, repítame lo que me ha dicho.

—Sí, le he dicho que nuestra especialidad hoy es la carne de ciervo cocida en su propia salsa.

—Ah, sí, parece que puede estar bastante bueno —dijo intentando disimular el nerviosismo que le había entrado al encontrar el pequeño artefacto de escucha—, pues súbanos para dos personas, un vino a su gusto y algún postre con chocolate, gracias.

—De nada caballero, enseguida se lo subimos. Cuando colgó el teléfono se apresuró a coger el papel y el lápiz que habían utilizado anteriormente para escribir el abecedario y garabateó un mensaje.

Cuando Carolina salió del aseo lo primero que hizo fue mostrárselo.

La joven leyó mentalmente al observar que el inspector le hacía una señal de silencio con su boca y su dedo índice.

«No lo leas en voz alta, nos están espiando, hay un micrófono en la lámpara de la mesita de noche, por favor, actúa como si no lo hubiera, intenta ser natural, ahora vamos a cenar tranquilamente y a charlar como si nada. No nos harán daño porque sea quien sea necesita la tercera llave, de todas maneras yo cuidaré de ti. Intenta no hablar de nada más relacionado con nuestra investigación».

Carolina sintió que le daba un vuelco el corazón al leer eso a lo que Nicolás la respondió con una mirada de tranquilidad y de «haz lo que te digo y todo saldrá bien».

No sabía por qué, pero ante una situación tan rara como aquella, esa mirada del inspector la tranquilizó por completo.

—¿Qué has pedido para cenar? —dijo Carolina intentando actuar con toda la naturalidad que le permitía la situación.

Nicolás le hizo un gesto de aprobación con la cabeza, para intentar decirle que lo estaba haciendo muy bien, que siguiese así.

—Pues en el servicio de habitaciones, por teléfono, me han comentado que la especialidad del día es carne de ciervo o algo así, la verdad con el acento que tenía no he distinguido muy bien lo que me decía, a ver si ahora vamos a acabar con una indigestión los dos.

Comenzó a reír.

—Pues la probaremos a ver qué tal, estoy descubriendo muchos sabores nuevos gracias a ti y de momento no he acabado mal parada —contestó riendo disimuladamente Carolina—, ¿te han dicho si tardarían mucho en subirla?, me apetecería darme un baño relajante, lo necesito mucho.

—Me han dicho que nos lo subían enseguida, pero quizá su concepto de enseguida no sea el mismo que el nuestro, para asegurarnos de que ese baño va a ser lo más relajante posible, dátelo después de cenar, verás que bien duermes esta noche.

—Así lo haré.

Carolina le guiñó nuevamente un ojo al inspector Valdés.

En su habitación el asesino escuchaba pacientemente toda la conversación del policía y la chica, así que habían encontrado la segunda llave, aunque era cierto que no le gustaba esperar, también era verdad que los dos le estaban haciendo el trabajo sin saberlo, lo fácil que sería arrebatarle las tres llaves y matarlos era lo que ellos no sabían.

Máximo estaría muy orgulloso de su trabajo cuando lo hubiese completado del todo.

En la otra habitación Nicolás y Carolina comieron hasta hartarse y sin ninguna prisa. Carolina cumplió con lo que había anunciado y se dio un baño con espuma de casi una hora mientras Nicolás pensaba acostado en la cama cuáles serían sus siguientes movimientos, aunque serían los mismos que la otra vez.

Al poco de salir Carolina se acostaron a dormir, aunque sólo durmió Carolina, Nicolás aguardaba cualquier contratiempo con la pistola cerca de sus dedos.