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—Despierta dormilona —dijo una voz muy cálida.
Carolina abrió los ojos despacio, aunque todavía no se había hecho de día comenzaba a entrar claridad por la ventana de la sala. Lo primero que vio fue la cara de un Nicolás mirándola con ojos protectores, casi paternales, eso la encantó. Lo negaba en su mente una y otra vez, pero sabía que se estaba enamorando de aquel completo desconocido, pero según iban pasando los segundos esa idea la disgustaba menos.
Nunca se había sentido tan compenetrada con nadie de esa manera, excepto con su padre y con alguna amiga de la infancia cuya amistad ya se perdió en el olvido. Con Nicolás al lado, todo le parecía más fácil, comprendía sus sentimientos sin que ella tuviese que abrir la boca y no sabía si era el hecho de que fuera inspector jefe de la policía o no, pero se sentía muy segura a su lado, como si nadie en el mundo pudiera hacerla daño.
Además, un síntoma inequívoco de los sentimientos que iban despertando poco a poco en su interior, era que en esos momentos, al ver la cara del inspector, su corazón latía a un ritmo desenfrenado.
No sabía cómo se sentiría en esos momentos si las circunstancias fueran las mismas pero Nicolás no hubiera estado a su lado.
Casi de seguro aún estaría encerrada en su casa, llorando sin consuelo y con la mente tan solo puesta en la horrible imagen de su padre asesinado.
—Buenos días —dijo ella con voz de dormida.
—Buenos días, como te dije te avisaría un tiempo antes de partir hacia Pamplona, pues nada, aquí estoy.
—Gracias.
—Pues nada, ya sabes, haz lo que tengas que hacer ahora, desayuna bien y todo eso que cuando tú me digas nos montamos en mi coche y ponemos rumbo a Santa María de Eunate.
—De acuerdo.
—Por cierto, esta vez si quieres sí que puedes llevarte la ropa que necesites ya que no tenemos que facturar maletas en el aeropuerto, aunque si lo prefieres puedes comprarla allí.
—Esto…
—Vale… que has visto la oportunidad de llenar tu armario gratis y no quieres desaprovecharla…
—No quería que pensaras eso… —Carolina se ruborizó hasta límites insospechados.
—¡Es una broma! —dijo riéndose a carcajada limpia Nicolás—, no te preocupes, a mí también me apetece comprarme algo por allí.
Carolina respiró aliviada.
—¿No desayunas conmigo Nicolás?
—No, lo siento, tengo que hacer un par más de gestiones antes de que nos vayamos, tu desayuna tranquila y sin prisas, a mi me da igual llegar una hora antes que después, lo importante es que volvamos con la llave en la mano.
Carolina asintió.
Nicolás se despidió de ella y salió de la sala. Carolina se levantó e inmediatamente se dio una ducha y vistió para el nuevo viaje. Salió fuera y desayunó un café con leche y un par de croissant con miel por encima que le parecieron deliciosos.
Cuando terminó de todo, esperó durante diez minutos hasta que apareció Nicolás.
—Ya lo tengo todo bien atado. Tengo el alojamiento reservado, el coche no porque me llevo el mío —hizo un gesto triunfal ante el cual Carolina rió—, y he sacado todo tipo de información de Internet sobre la iglesia, esta vez estamos bien preparados, sí señor.
—Contigo da gusto viajar.
Nicolás la regaló un gesto de complicidad.
—Bueno pues cuando estés lista partimos hacia Pamplona.
—Por mí, podemos irnos ya.
Así lo hicieron, montaron el coche de Nicolás, varios agentes incluido un subinspector se habían encargado de revisar el coche a fondo, en busca de posibles dispositivos GPS de seguimiento o algo similar, por lo que parecía el coche estaba libre de dispositivos sospechosos.
Nicolás se preguntó varias veces cómo era posible en ese caso de que los siguieran, estaba claro que el que los seguía no era un asesino de poca monta.
Durante el trayecto escucharon un poco la radio hasta que Nicolás se cansó y puso un CD recopilatorio con los temas que más le gustaban. A Carolina le sorprendió mucho los gustos musicales de su nuevo amigo, todo tipo de rock de los años ochenta sonaba en su equipo musical, desde canciones súper cañeras hasta baladas de lo más dulce. Desde luego Nicolás era una caja de sorpresas sin fondo.
Al cabo de unas horas y tras varias paradas en áreas de servicio para descansar y estirar las piernas un poco, llegaron a su primer destino que no era otro que el pueblo de Obanos.
Obanos era un pueblo de no más de 1000 habitantes, a una distancia de Pamplona de 21 kilómetros aproximadamente. Obanos, a pesar de estar casi en la zona norte de la península, dispone de un clima mediterráneo muy agradable y algo menos cálido en verano.
Entraron al pueblo y Nicolás fue directamente hacia el lugar donde tenía contratado el alojamiento, como si se supiera ya el pueblo de memoria se dirigió sin vacilación hacia la calle San Lorenzo, donde Carolina se llevó la primera sorpresa del día.
—¿Qué es esto Nicolás? ¡Es precioso!
—Te presento el Hostal Rural Mamerto, no me preguntes por qué, pero frente a toda clase de lujos, prefiero este tipo de lugares, acogedores, cálidos, tranquilos… Para mí es una gozada el poder disfrutar de este pequeño santuario de relajación mientras nos ocupamos de buscar la llave.
El Hostal Rural era un edificio de piedra y ladrillo, que era un tipo de construcción habitual en la zona, aunque a primera vista pudiese parecer pequeño, por dentro era todo lo contrario.
Nicolás se dirigió directamente en busca del encargado del hostal mientras Carolina miraba de un lado para otro agradeciendo la tranquilidad que les brindaría ese hostal y ese pueblo para concentrarse en lo que realmente les importaba, descifrar el misterio Templario.
—Nuestra habitación está en la segunda planta —dijo Nicolás al volver.
—Pero, si eso es prácticamente imposible ¿no?, se supone que estamos, aunque sea un hostal, en una casa rural y esto se alquila completo.
—Digamos que es la ventaja que tiene trabajar para la policía, tenemos la casa entera para nosotros solos, aunque nos alojaremos en la parte de arriba, eso evitará en parte que nadie ponga un micrófono en nuestra habitación.
—¿En parte?
—Sí, no creo que nada pueda impedir que nuestro «amigo» nos vigile, te recuerdo que no estamos siendo vigilados por cualquiera, ya nos ha demostrado en más de una ocasión de que es un profesional.
Carolina sabía que el inspector tenía razón, eso la aterraba.
Subieron por la escalera que había cerca de la puerta de entrada y llegaron a la habitación que se les había asignado, al entrar notaron la tranquilidad y la sencillez de la habitación, no se oía un solo ruido, tan solo tranquilidad. Dejaron el casi inexistente equipaje que habían traído y viendo que se acercaba el mediodía, decidieron salir fuera en busca de algún sitio donde comer tranquilamente.
Mientras caminaban por el pueblo vieron un cartel que decía lo siguiente:
«Obanos, casa de los Infanzones».
—¿Infanzones? —preguntó Nicolás extrañado.
—Es verdad, ya decía yo que el nombre de esta localidad me sonaba de algo. Los Infanzones eran una asociación que agrupaban a los miembros de la baja nobleza y algunos hidalgos. Se fundó en los inicios del siglo XIII y se ocupaban básicamente de perseguir a malhechores, algo así como la policía de aquella época. Es decir, te podría llamar perfectamente «Nicolás el Infanzón».
Nicolás sonrió.
—Aunque no según tengo entendido no son exclusivos de Obanos —prosiguió Carolina—, habían en otras localidades pero quizá por la situación geográfica de Obanos se reunían aquí. Su lucha no era solo contra criminales, sino también se encargaban de pelear en contra de las injusticias que solían cometer los reyes de aquellas épocas, sobre todo cuando la casa de Champaña intentó un «afrancesamiento» del reino. Pero fue, si no me equivoco la dinastía de los Capetos con la que mayor fuerza lucharon y la que acabó por destruir prácticamente los Infanzones, matando a muchos de ellos.
—¿Prácticamente?
—Sí, siguieron en la clandestinidad durante un tiempo luchando por su causa, hasta que a principios del siglo XIV se disolvieron las juntas ya que según creían los Infanzones, ya había llegado al poder unos reyes dignos del reino. Se trataba de Juana II y Felipe III de la casa de Evreux.
—Vaya, me has dejado fascinado, serías una buena profesora de historia, te lo digo de verdad.
Carolina se sonrojó.
De repente Nicolás se paró en seco.
—Mira, aquí podríamos comer, éste parece un buen sitio.
Entraron en el restaurante Ibarberoa y tomaron asiento. Pidieron un menú típico de la zona y comieron muy a gusto mientras charlaban animosamente. A las 15:00, salieron del restaurante.
—Ahora se nos presentan varias opciones, una es ir directamente a Eunate, que se encuentra aquí al lado, a tan sólo dos kilómetros de este pueblo. Otra es que nos relajemos un poco más y vayamos a comprar lo necesario para nuestra estancia, algo creo que primordial antes de ponernos a buscar nada, aunque si resolviéramos el misterio esta misma tarde podríamos volver a Madrid por la noche sin problemas.
—No sé por qué pero dudo que nos sea nada fácil, ya has visto como se las gastaban las dos localizaciones anteriores, preferiría ir con más calma para poder interpretar lo que veamos mejor, sobre todo por si nos quedamos encerrados en algún sitio, prefiero disponer de todo el día para la búsqueda, no solo la tarde.
—Como quieras, pues entonces… ¿vamos a gastar un poco de dinero?
—Vayamos.