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Cuando todavía ni siquiera habían podido soltar una palabra por sus bocas después de lo que acababan de leer, se escucharon nuevamente pasos provenientes del pasillo que conectaba con la sala.

Tanto Nicolás como Marta, agarraron sus pistolas, dispuestos a cualquier cosa, ¿de quién se trataba ahora? Ya no les apetecían más sorpresas. Ambos se colocaron estratégicamente apuntando con sus armas hacia la entrada de la habitación.

A través de la misma, entró un hombre, de unos 40 años de edad, vestido una triste sotana negra y portando un alzacuellos. Cuando observó los cadáveres del asesino y del comisario traidor, se echó la mano a la boca.

—¡Santo dios! —exclamó.

—¡Quieto!, ponga las manos en la cabeza y no haga ningún movimiento extraño —dijo Nicolás mientras apuntaba al nuevo asistente en la sala.

—No dispare… No tengo intención alguna de hacerles daño.

—¿Y cómo podemos saber que no nos miente? —dijo Nicolás desconfiado.

—Mi nombre es Flavio, Flavio Coluccelli, soy un cardenal nombrado recientemente por el Papa, he venido todo lo rápido que he podido para intentar ayudar a frenar toda esta locura.

—Llega un poco tarde.

—Ya veo, ¿es usted el inspector jefe Nicolás Valdés? —preguntó sin moverse de su sitio.

—Así es, a mi lado tiene a la psicóloga del cuerpo Marta Balaguer y a la señorita Carolina Blanco.

El cardenal respiró aliviado.

—Por favor, bajen sus armas, mi única intención al venir era asegurarme de que ustedes dos estaban bien y de acabar con toda esta locura, pero veo que al final todo ha salido bien —dijo mirando nuevamente a los fallecidos—, ¿ésos son los asesinos?

Nicolás hizo un gesto a Marta para que bajase el arma.

—En parte sí, uno de ellos es el asesino material del padre de la señorita Blanco, el otro es el autor intelectual del asesinato.

—¿Se refiere al famoso coordinador?

—Así es, y ahora dedíquese a explicarnos el por qué sabe todo lo que me está contando.

El Cardenal Coluccelli así lo hizo, les explicó a los tres, con todo lujo de detalles todo lo que había vivido él desde Roma con este caso, les explicó que el Cardenal Guarnacci había fallecido y que el Papa se llevó una tremenda sorpresa al enterarse de todos los pormenores de la operación llevada a cabo por el siniestro cardenal.

—¿Entonces el Papa fue engañado por el cardenal? —preguntó interesado Nicolás.

—En efecto, Guarnacci solo le comentó que había encontrado el tesoro templario y que lo iba a llevar al Vaticano para ocultarlo a los ojos del mundo, alegó que si lo encontraba un demente, podría chantajearlos y la iglesia, en el momento tan delicado que está pasando debido a los escándalos, no podía permitirse uno de semejante actitud, pero hizo entrever al Santo Padre, que ni sabía qué contenía el mismo, ni que repercusiones reales podía tener para la institución.

—Entonces, todo esto ha sido obra de una sola persona, no del Vaticano, ¿no? —quiso saber Marta.

—Correcto, pero debemos añadir al secretario de estado, que también estaba metido hasta el cuello, pero no se preocupen por él, el Papa ya ha tomado cartas en el asunto y lo ha puesto en conocimiento de las pertinentes autoridades para que ese hombre no salga impune, ahora mismo se encuentra detenido.

—Espero sinceramente que reciba lo que se merece —dijo Nicolás.

—Y ahora, les hago una pregunta a los tres, ¿qué han decidido hacer con todo lo que hay aquí dentro?

—Es algo que hemos dejado en manos de Carolina, su decisión será la nuestra.

—¿Y bien señorita Blanco? —se interesó el cardenal.

—Todavía no lo he decidido, al saber que ese cardenal ha muerto, y el otro está detenido, no sé muy bien cómo actuar. Todavía tengo la rabia dentro de mí que me impulsa a revelar al mundo entero todo lo que hay aquí dentro, mi padre fue brutalmente asesinado y…

—¿Me deja darle un consejo? —el tono de voz que utilizaba el cardenal era embaucador, Carolina se limitó tan solo a asentir con la cabeza—, mire, el tema de la fe es algo que, a mi modo de ver, trasciendo mucho más allá de un Jesús divino o un Jesús humano. Para mí la fe de una persona es esa madre que se encuentra en el hospital, con su hijo enfermo, cuya única salida es, aparte de confiar en la medicina actual, rezar para que su dios le de consuelo en esos momentos, la gente ya no busca un milagro, la gente busca que alguien les escuche y no les abandone nunca, y eso lo encuentran en la figura de dios. Piense que si destruye esa fe, esa mujer que le comento ya no tendrá a qué aferrarse cuando lo necesite, ni ella ni millones de personas en todo el mundo, además del caos que se creará cuando se lancen ataques indiscriminados contra la iglesia y las personas que la representamos.

—¿Y todo lo malo que ha defendido la iglesia durante todo este tiempo? —dijo Carolina.

—Jamás en la vida justificaré los actos que ha cometido la iglesia para defender que su fe es la única verdadera, y que debe de imponerse por encima de todo y con cualquier medio empleado, pero gracias a dios, todo eso pertenece al pasado, un pasado que, aunque sigue estando ahí y no se puede olvidar jamás, debemos intentar aprender del mismo y seguir caminando hacia adelante. Quizá la iglesia, como institución, no sea para nada importante en este caso, tan solo es una serie de edificios y unas personas que se encuentran tras ellos, pero es la fe lo que defiendo, la fe que tiene una persona cuando todo le va mal, pero aún confía en que todo cambiará, la fe que seguramente tiene usted al saber que ha perdido a su padre, pero que saldrá hacia adelante, sola, o con la ayuda de alguien más, toda esa fe puede desaparecer si el mundo conociese el interior de esta cámara.

Carolina se quedó pensativa tras las escuchar las palabras del joven cardenal, quizá era debido a su sin igual carisma, pero cada palabra que salía de la boca de Coluccelli se adentraba en el interior de la joven, convenciéndola del discurso que acababa de escuchar. Ese hombre tenía mucha razón, se trataba mucho más que la destrucción de una institución que nació hace 2000 años, era la fe y la esperanza ante tantas vicisitudes que depositaban millones de personas en aquella historia que había sido contada antaño, fuese verdadera o una auténtica patraña como se trataba realmente.

—Creo que puede tener razón —dijo Carolina al fin—, puede que todo lo que haya dicho sea verdad, pero sigo sin estar segura al cien por cien de que la iglesia como institución deba seguir existiendo como hasta el momento lo ha hecho.

—Mire, entiendo sus dudas, yo tengo muy clara mi fe y más de una vez me he planteado si seguir adelante con mi vocación o no, esas dudas me han surgido debido a cosas que he visto en mi día a día como sacerdote, y créame, he visto cosas que supongo jamás saldrán a la luz, pero son de los más repugnante que puedan imaginar. Con esto quiero decirles que si sigo hacia adelante, es por mis ganas de poner mi granito de arena para cambiar el mundo en el que vivo, que no es otro que dentro del seno de la iglesia. Estoy convencido que los días de una iglesia ultraconservadora quedarán atrás, ya que no me considero único en mi afán de querer hacer las cosas de manera correcta, los sacerdotes, obispos y cardenales más ancianos irán dejando paso a una nueva generación, en la cual tenemos tipo de ideales de cómo debe de ser el papel que desempeñe la iglesia dentro de la cristiandad, denos una oportunidad y si no, siempre tiene todo lo que hay aquí —dijo dando una vuelta sobre sí mismo—, para poder destruirnos en cuanto le apetezca.

—¿Y cómo sé yo que no intenta tan solo embaucarme con todo su palabrerío de sacerdote para, cuando tenga un pequeño descuido, destruir todo lo que hay aquí dentro de esta estancia?

—Supongo que es el peor momento para pedirle que me ofrezca un voto de confianza por su parte, y créame, le entiendo a la perfección, pero no tengo nada que ofrecerle para que me pueda creer, tan solo mi palabra, sé que quizá no valga nada para usted, pero para mí, es lo más importante que poseo. Se la ofrezco sin ninguna duda, jamás, por mi parte, nadie sabrá lo que hay aquí escondido, de todas maneras, si se siente más segura, estoy convencido de que podrá mover los hilos suficientes de sus nuevos amigos para cambiar el emplazamiento del tesoro.

Carolina se sorprendió ante la firmeza del cardenal mediante sus palabras.

—Perfecto, no haré nada por el momento, confío en que hayan muchos más como usted que consigan, dentro de unos cuantos años, que la iglesia se encamine hacia la verdadera esencia que supongo que esperaban que fuese cuando fue construida y, ahora que ya conoce la verdadera historia de Jesús humano, la aplique para conseguir que todo el sufrimiento sufrido por ese hombre, no sea algo que quede en mano de tiranos y opresores, como ha sido hasta ahora.

El cardenal dibujó una amplia sonrisa que Carolina recibió gustosamente, ambos encontraban sinceridad en los ojos del otro mientras hablaban.

—Perfecto, una vez arreglado todo este asunto, ¿podríamos salir de nuevo a la superficie? Tanta oscuridad está comenzando a agobiarme —dijo Nicolás.

Todos los allí presentes comenzaron a reír y aceptaron la propuesta del inspector.

Antes de salir del todo de la misma, Nicolás, cuando recuperó la cobertura en su teléfono móvil, llamó a la comisaría fingiendo estar bastante sobresaltado por todo lo ocurrido dentro de la cámara. Explicó los detalles que creyó oportunos a uno de los subinspectores para que se pusiera en contacto, de la manera más discreta posible, con las autoridades francesas para que llegaran a la catedral para atenderles después del ataque sorpresa del asesino y del comisario traidor.

Pasaron tan solo diez minutos hasta que comenzaron a llegar patrullas para asistir a los supervivientes del ataque, tomaron declaraciones a todos, que ofrecieron a los gendarmes franceses la explicación que previamente habían acordado que darían sobre lo acontecido. Carolina, como nueva guardiana de la llave, debería de quedarse unos cuantos días más en París para que, cuando la policía francesa, en colaboración con la española, hubiese terminado de aclarar todo lo ocurrido en el interior de la catedral, pudiese quedar el secreto de nuevo oculto a cal y canto, como había estado hasta ese momento.

Cuando ya no eran imprescindibles para que la policía presente pudiese acabar con sus investigaciones, decidieron marcharse a descansar, el día había sido demasiado largo y con muchos sobresaltos, estaban completamente agotados.

Se despidieron del cardenal, que prometió seguir en contacto con ambos para saber cómo iban las cosas y, para que éste les contara de vez en cuando los pequeños pasos que se fueran dando dentro del seno de la iglesia, hacia un posible y esperado cambio.

Marta, Nicolás y Carolina montaron en el automóvil del inspector con la promesa por parte de la policía francesa de que, los pocos agentes que trabajaban en el caso, respetarían íntegramente el contenido de la cámara secreta de la catedral, por si acaso, Nicolás ya se había asegurado de tomar varias instantáneas de todo el interior, así como del importantísimo documento hallado en ella.

Ninguno de los tres habló de camino al hotel, lo que habían leído daba vueltas en sus cabezas como peonzas. Al llegar al mismo, pasaron por recepción para ver si Marta podía coger una habitación para ella, algo que consiguió pues un matrimonio había abandonado súbitamente su estancia, debido presuntamente, a una discusión entre ambos. La psicóloga, antes de subir a la misa le preguntó a Carolina si quería dormir con ella aquella noche, por si acaso se sentía más cómoda en compañía femenina.

—Eh… no… es que ya me he acostumbrado a dormir con el inspector y no me molesta en absoluto, ya somos compañeros habituales de habitación —dijo ésta con una mirada cómplice hacia Nicolás.

Marta rió abiertamente al comprobar que el inspector se ruborizaba cada vez más justo al escuchar las palabras de la joven.

—Como queráis —dijo todavía sonriendo la psicóloga—, mi intención es partir mañana de nuevo hacia Madrid, tengo que arreglarlo todo minuciosamente para que no haya ningún tipo de contratiempo y la acusación al comisario salga según esperamos y no haya ningún problema de por medio, ¿nos vamos los tres juntos en el mismo vuelo? Estoy segura de que en Madrid nos lo arreglarían para que pudiésemos volver sin ningún problema.

—Creo que me voy a quedar una semana aquí en París con la señorita Blanco, para ayudarla cuando acabe toda la investigación a dejar de nuevo totalmente oculto y sin rastro el tesoro de los Caballeros Templarios. Además, me lo voy a tomar como unas vacaciones, creo que me la he ganado a pulso —sin darse cuenta agarró de la mano a Carolina y comenzó a latirle el corazón más deprisa— coméntaselo a quién sea que asuma el mando tras las muerte del comisario y dile que ya regresaré a prestar declaración cuando pasen unos días, pero que no me llamen al teléfono, esta semana no pienso contestar el móvil, voy a apagarlo ya mismo.

Comprendo… pues nada chicos, no hay nada más que explicar, que disfrutéis vosotros que podéis, desde luego que envidia me dais.

Carolina y Nicolás rieron como adolescentes sin soltarse de la mano.

Subieron arriba, en dirección a su habitación y se despidieron de Marta en el ascensor, estaban realmente agotados del todo, pero ahora pensaban disfrutar de una semana de relax, los dos juntos, sin investigaciones ni asesinos.

Se encontraban en la ciudad del amor, y el amor se destapó al fin en los ojos de los dos. Cuando abrieron la puerta de la habitación y entraron en su interior, cuando ni siquiera todavía la habían cerrado, Nicolás plantó un beso a Carolina, agarrándola fuertemente por su cintura, que en la vida conseguiría olvidar.

Allí, en París, en la misma ciudad en la que se encontraba el mayor secreto de la historia, acababa de nacer la historia de una pareja unida, en principio por la desgracia, pero más fuerte de lo que nadie hubiese podido imaginar.