30
Carolina estuvo más de media hora, sin compañía alguna en el despacho de Nicolás, durante ese tiempo repasó mentalmente todo lo acontecido en la última semana, la semana más larga que pudo imaginar nunca.
Desde el principio no quería creer que todo esto fuera real, pero los acontecimientos le hacían ver que era tan real como el aire que respiraba. Pensaba que debido a su negativa a aceptar los hechos, la estaban haciendo disfrutar menos de toda la magia que envolvía este asunto y decidió dejarse llevar más el siguiente viaje y envolverse con el halo de misterio que desprendían esas investigaciones que estaba realizando junto en el inspector, estaba segura de que su padre así lo hubiese querido.
Toda la vida había soñado con viajar por todo el mundo en busca de historia y su escepticismo por este tema no la dejaba ver que realmente estaba cumpliendo su sueño casi sin darse cuenta, estaba viviendo la historia en primera persona.
¿Hacia dónde irían ahora?, ¿qué clase de lugar inimaginable descubrirían?, ¿qué tipo de personajes conocerían allí?
Eran preguntas retóricas que no podía evitar hacerse sin cesar.
Además de todo eso, estaba encontrando en Nicolás al amigo que nunca tuvo, por una cosa o por otra, pero en resumidas cuentas, siempre estuvo sola, sin amigos, un poco aislada del resto de la gente que no fuera de su familia, ahora no tenía a esa familia.
Nicolás era su apoyo, además la hacía sonreír, por su imponente aspecto podía parecer un chico bastante serio, pero era todo lo contrario, le encantaba su humor, era muy parecido al de ella y se entendían a la perfección, Nicolás, hace tan sólo una semana era un desconocido y, ahora, era lo mejor que le podría haber pasado.
Se asustó a si misma cuando se notó sonriente mientras pensaba en el inspector, ¿no sería que…? No, imposible, eso no le pasaba a ella, sentía que todavía no se sentía preparada en la vida para eso, Nicolás se había convertido desde luego en un buen amigo, pero nada más, aunque reconocía que la ponía bastante nerviosa y, según había observado, a él le había pasado lo mismo más de una vez durante los dos viajes que habían hecho.
Mientras intentaba retirar esos ridículos comentarios de su mente, el inspector entró por la puerta.
—Ya he terminado de hacerle un resumen al jefe, madre mía, sólo le ha faltado preguntarme la ropa interior que llevaba durante el día.
Carolina se rió abiertamente.
—¿Te hace gracia? —dijo Nicolás sonriendo—, realmente no sabes cómo se las gasta el comisario Pérez cuando se trata de interrogar a alguien, aunque ese alguien se encuentre en su mismo bando.
—Parece un buen policía.
—Lo es, sin duda, me ha enseñado mucho desde que estoy aquí, aunque a veces nuestros caracteres choquen, somos muy parecidos y eso es algo que no congenia muy bien.
—Bueno, pues ya es hora de que nos pongamos a trabajar un poco, ¿no?
—Pero Carolina, ¿has visto el reloj? No sé tú, pero yo no puedo pensar con el estómago vacío, son las cuatro ya y mis tripas se están devorando las unas a las otras, vas a pensar que soy una especie de oso polar, pues me paso el día entero hablando de comida, pero es algo que no puedo evitar, no puedo soportar el hambre, me entra mucha ansiedad.
Carolina comenzó a reír animadamente ante las palabras de Nicolás.
—No te preocupes, a mí me pasa absolutamente lo mismo.
Pidieron comida en el mismo tailandés de la primera noche que pasó Carolina en la comisaría, variaron el menú según recomendaciones de Nicolás, ya que conocía bien el sitio y la joven se fiaba de su gusto.
Carolina no pudo evitar pensar en que, aparte de lugares maravillosos, estaba descubriendo manjares hasta ahora desconocidos por ella.
Cuando terminaron de comer y ya habían recogido y emparejado de nuevo la pulcra mesa de Nicolás, miraron el reloj y se dieron cuenta de que tenían que ponerse manos a la obra. Ya eran las cinco de la tarde y no podían permitirse el lujo de perder más tiempo.
Arrancaron el ordenador de Nicolás y se conectaron a Internet. Ya sabían de memoria cuál era el procedimiento a seguir.
En Google introdujeron todas las palabras seguidas de la palabra «templario», como ya se imaginaban, ese resultado no les dio ninguna pista del siguiente punto en el mapa, una vez más, no iba a ser nada fácil dar con la clave oculta.
—Bueno, tu padre como las otras dos veces nos ha dejado unas palabras que supongo significarán algo más allá de lo que significan en un principio.
—Sí, eso ya lo suponía.
—Pues a ver, quizá deberíamos, con lo que hemos aprendido sobre los caballeros hasta el día de hoy, intentar encontrar el significado de cada palabra por separado, independientemente de las otras y luego relacionarlas entre sí para ver si cobran algún sentido.
—Creo que sería lo más sensato, en estos momentos —dijo la joven dando la razón al inspector.
—De acuerdo, empecemos por la palabra «casa», ¿crees que tu padre se refiere a ella haciendo alusión a su domicilio?
—La parte racional de mi cerebro me dice que no, la parte irracional ya no sabe qué creer. De todas maneras no creo que mi padre oculte nada en mi casa, pues supongo que el asesino lo hubiese encontrado.
—¿Y si lo tenía muy bien escondido?
—Conozco cada rincón de la casa de mi padre, por eso vi casi de inmediato lo de los cuadros, conozco cada libro que tiene, cada mota de polvo que contiene ese libro en cuestión, te aseguro que mi padre no se refería a su casa en el sentido literal de la palabra.
—Supongo que tienes razón, pero escucha, ¿y si es como cuando buscábamos el significado en la anterior nota de «nacer inglés»?
—¿Te refieres a la traducción de «casa» al idioma Inglés? —Nicolás la miró asintiendo—, supongo que si así fuera nos lo hubiera indicado de alguna manera, como lo hizo con lo que dices.
Nicolás asentía mirando al suelo pensativo.
—¿Y al museo?, en un museo de historia como el que regentaba tu padre, seguro que deben de haber varios objetos relacionados con los Caballeros Templarios, podría referirse al museo como su «casa».
—En un principio no me suena que haya nada, conozco bastante bien las piezas expuestas en el museo, recuerda que tenía al mejor guía que podría tener para conocerlas, pero creo que no hay nada relacionado con el mundo del temple, de todas maneras, si quieres lo podemos considerar como una posibilidad, aunque no me llega a convencer del todo.
—Entonces estoy perdido, una vez más —dijo el inspector desilusionado.
—Quizá no debamos atascarnos en esta palabra, pasemos a otra, intentemos buscar el significado de «camino».
—Lo que voy a decir es evidente, pero podría ser del verbo caminar, o bien referirse al significado de senda.
—Tengo el presentimiento que esta palabra es menos importante que las otras dos, quiero decir, que quizá «camino» sólo signifique «camino», que no tenga más misterio, lo que más me intriga es «casa» y «cien».
—¿Y lo de «la clave es el 5» no?
—Es verdad, ese 5 tiene que ver algo con esto, quizá si multiplicamos 100 por 5…
—Pero también podríamos sumarlo, restarlo, dividirlo… no creo que eso nos pueda ayudar mucho, tan sólo nos da otro número que podrían tener miles de significados.
—Pues entonces creo que deberíamos centrarnos únicamente en la palabra «casa», pero sigue sin decirme nada en concreto.
Pasaron un buen rato hablando sobre las distintas posibilidades que podría tener esa palabra, pero enseguida las desechaban, nada les parecía con la suficiente fuerza para tomarlo como una hipótesis.
Las horas iban pasando muy despacio y ambos empezaban a sentirse muy cansados.
Decidieron tomar un pequeño descanso para enfocar mejor los pensamientos de cada uno.
* * * *
El teléfono móvil sonó, ya sabía quién lo llamaba pues ese número tan solo lo poseía su jefe, para el resto del mundo, él no existía.
Quizá el jefe había decidido que por fin pasara a la acción, ya era hora pues sus músculos empezaban a entumecerse de no darles el uso que a él le gustaba.
Descolgó.
—Has fallado estrepitosamente —dijo la voz llena de ira— has fallado como nunca creí que lo hicieras.
—Pero eso es imposible, yo no fallo.
—Pues lo has hecho justo en el peor momento, el policía y la chica saben que les sigues.
—¿Pero cómo puede ser eso? Nunca me han visto.
—Es lo único de lo que me alegro, pues según me ha comentado un infiltrado que trabaja a mis órdenes en la policía, el inspector encontró el micrófono que les colocaste para espiarlos.
Al asesino no le gustó lo que oía, por primera vez en su vida, se sentía acobardado por algo.
—Pero jefe… yo creí que no lo encontrarían nunca, tomé todas las precauciones…
—¡Silencio!
El asesino calló.
—Creía que eras mi mejor hombre, creía que podía confiar en que no cometerías ningún error, me has demostrado que no lo eres, tan sólo eres uno más.
Al asesino le empezó a latir el corazón con más y más fuerza, siempre había demostrado por qué era el mejor, ahora había cometido un error de principiante, estaba claro que la lamparilla era el sitio más fácil de colocar para el micrófono, pero como profesional que es, debía haber pensado en un lugar mejor y por supuesto, imposible de encontrar.
—Jefe… reconozco que he fallado, pero déjeme compensarle, ahora no quiero ni un Euro de lo pactado por este trabajo, mi honor está en juego y desde luego no ha nacido mortal que pueda desbaratar un trabajo mío, llegaré hasta el final sin ser descubierto y cuando llegue el momento seré implacable con las vidas de ambos. Jamás encontrarán sus cadáveres.
El coordinador había llamado queriendo escuchar esas palabras, sabía que su asesino había tenido un error, pero un error sin apenas importancia pues todo seguía igual, pero necesitaba escuchar lo que el asesino acababa de decirle, sabía cómo manejarlo, después de todo, era su marioneta.
—Te daré una última oportunidad. Soy un hombre de palabra y te pagaré lo que acordamos en un principio, pero no faltes a la tuya y no cometas ningún error.
—No lo haré, gracias Máximo por esta nueva oportunidad —la mirada del asesino cambió radicalmente por una de rabia contenida, rabia que acabaría saliendo en el momento preciso.
—Eso espero, ahora sigue con la vigilancia, en breve te daré órdenes de hacia dónde tienes que dirigirte, demuéstrame por qué te considero mi arma más mortífera.
—Así será.
El coordinador colgó satisfecho, todo seguía según lo previsto.
El descanso duró una hora, durante esa hora siguieron hablando de historias acerca de sus vidas, Nicolás le contó alguna que otra anécdota de cuando era estudiante y Carolina hizo lo mismo, esa hora, al contrario que las anteriores, sí que pasó muy deprisa, aunque la verdad, les vino de perlas pues se encontraban muchísimo más relajados que cuando empezaron a buscar en el ordenador.
Decidieron seguir con la búsqueda.
—Aquí estamos otra vez —dijo Nicolás triste—, ¿seguimos discutiendo sobre qué puede significar la palabra «casa»?
—Qué remedio…
—¿Te viene la inspiración?
—Ojalá, estoy en el mismo punto que antes, me parece a mí que este descanso solo ha servido para relajarnos, porque desde luego yo, sigo sin encontrarle sentido alguno a esa palabra.
—¿Ni a las otras?
—Nada.
Nicolás empezó a sentir rabia al instante.
* Me daría mucha rabia que hubiésemos llegado a este punto para nada, que no podamos seguir hacia delante por no interpretar bien las palabras que nos ha dejado tu padre. Sería toda una decepción que el asunto concluyese aquí.
—Así es, pero ¿qué más podemos hacer? Cada posible significado sobre esas palabras me desconcierta más aún y mucho menos puedo relacionarlas con ningún asunto Templario.
—¿Sabes qué es lo que más rabia me da?
—¿El qué?
—Que seguro que la solución es tan simple que nos darán ganas de darnos cabezazos contra la pared. Creo que una vez más estamos intentando ir más allá de lo que pueden significar realmente, que estamos intentando encontrar un sin sentido pudiendo ser tan fácil la solución, pudiendo tenerla frente a nuestras narices.
—Sí, pero la mente humana tiende a eso, siempre lo más evidente es lo más difícil de ver.
—Me frustra mucho decirlo, pero quizá deberíamos dejarlo por hoy. El no dar con la clave solo hará que busquemos cada vez cosas más ilógicas.
—Creo que tienes razón, además, estoy cansada, aunque todavía no es muy tarde me gustaría darme una ducha y acostarme a dormir, estos viajes me están agotando por completo.
—Vale, yo me quedaré trabajando toda la noche, si acaso, dormiré un rato en mí despacho si me hiciese falta.
—De acuerdo, pues… me vuelvo a mi nueva estancia —dijo Carolina mientras se levantaba de la silla.
—Hasta mañana Carolina, que duermas bien y sobre todo, que descanses.
Ésta le sonrió y salió por la puerta del despacho del inspector.
Carolina durmió plácidamente hasta que a las dos de la madrugada se levantó sobresaltada.
Había dado con la clave.