18

El que primero se decidió a bajar fue Nicolás, seguido de Carolina y por último lo hizo Francisco, que se encargó de poner otra vez el adoquín gigante en su sitio.

Carolina se asustó un poco pues no le gustaban mucho los lugares encerrados y ahora se encontraba de camino al subsuelo con todo cerrado.

Cuando llegaron al suelo, Nicolás y Carolina comprobaron que el pasadizo estaba sumido en la más completa oscuridad, ni siquiera podían verse ellos mismos y ni muchos menos por donde pisaban. Francisco metió la mano en su bolsillo y con un mechero encendió una antorcha colocada al lado de la escalerilla, según fueron andando por el angosto y antiguo pasillo, fue encendiendo más antorchas, se notaba que se conocía el lugar a la perfección.

Carolina no podía creer que esto fuera real, todo parecía una mezcla entre el sueño más bello y a la vez, la peor de las pesadillas. En sólo un par de días su vida había cambiado radicalmente, primero asesinan a su padre de la manera más horrorosa posible y ahora, se encuentra metida en pleno papel de aventurera buscando un tesoro perdido de hace siglos, si esto era un sueño, desde luego nunca creyó tener tal imaginación.

Nicolás repasaba visualmente todo lo que sus ojos podían ver, no quería perderse ningún detalle. Aunque le gustaba mantener una imagen fría, distante y seria delante de la gente debido a su alto cargo, se sentía igual que un niño que acababa de descubrir un nuevo juego y quería jugar enseguida, todo parecía tan irreal… Pero sin duda se encontraba allí, bajo el suelo de Tomar, buscando dios sabe qué en compañía de dos personas que, hace tan solo cuatro días, ni siquiera conocía.

Siguieron andando por el estrecho pasadizo hasta que llegaron a un punto en el cual había una puerta que parecía de cemento macizo, por la que aparentemente se podía acceder a una sala.

—Siento decirles que la puerta la van a tener que abrir ustedes mismos, una vez más, me tengo que mantener al margen —dijo Francisco con semblante serio.

—Magnífico, otro jueguecito más —dijo Nicolás con voz apesadumbrada—, pues manos a la obra, a ver cómo se puede abrir la dichosa puerta.

Carolina y Nicolás se acercaron a la misma para observarla de cerca, cuando el inspector acercó la antorcha que le había dejado Francisco a la pared que había en el lado de la derecha, pudieron ver una larga frase escrita en latín y lo que parecía un amplio panel cuadrado, dividido en cuadraditos más pequeños en los cuales cada uno contenía una letra del abecedario.

—Dios mío —dijo Carolina nada más verlo—, ¿qué es esto?

Nicolás no supo responderle.

—Creo que mi próxima meta va a ser aprender latín —dijo Carolina sin apartar la vista de la frase—, esta situación de no entender qué significan los textos que vamos viendo me está poniendo de los nervios.

—Observo por sus rostros, que no tienen ni idea del significado de la frase, no se preocupen, ahí sí puedo ayudarles, así como el funcionamiento del panel que tienen enfrente de ustedes —comentó Francisco desde la distancia a medio oscuras.

—Pues si nos puede ayudar, sería todo un gesto por su parte —le dijo Nicolás con la cabeza vuelta hacia el hombre.

—El panel, como han podido observar, está dividido con las letras del abecedario, se pueden pulsar, por lo que no es muy difícil de adivinar que necesitan introducir una palabra en el panel para que la puerta se abra. Tienen todos los intentos que necesiten, cada vez que sientan que se han equivocado o su palabra no sea la correcta, tienen uno de los cuadritos, que como pueden observar se encuentra en la esquina inferior derecha, que representa un símbolo de volver hacia atrás o reiniciar, eso pondrá el contador a cero y podrán empezar de nuevo, es muy sencillo —hizo una pausa para coger aire—. En cuanto al texto que ven escrito en la pared, significa literalmente «tu búsqueda, querido amigo, no es otra que lo que hemos intentado defender durante los años de nuestra existencia, así como una barca siempre intenta mantenerse a flote, intentemos que jamás se hunda este sentimiento».

Tanto Nicolás como Carolina se quedaron durante más de medio minuto sin decir nada, intentando digerir la traducción que les acababa de hacer Francisco acerca del texto que ambos tenían en frente.

—Vaya, esperaba algo… digamos… un poco más esclarecedor —Carolina fue la primera en hablar—, creo que esta traducción tan solo ha conseguido confundirme un poco más de lo que estaba.

Nicolás no habló, seguía pensativo.

—Así que tan solo necesitamos una palabra que al introducirla nos dará acceso a la sala… ¿Pero qué palabra?, deben de haber millones de combinaciones con esas letras y a mí ese texto no me dice nada.

Nicolás seguía todavía sin decir nada, ni siquiera pestañeaba.

—Nicolás, ¿me estás escuchando? —le dijo Carolina algo molesta al comprobar que el inspector no parecía hacerle caso.

—Perdona Carolina —dijo cuando éste se dio cuenta de las palabras de la joven—, es que el texto me ha hecho pensar.

—¿A qué te refieres?

—¿Recuerdas el cuadro en el cual encontramos la nota que dejó tu padre?

—Evidentemente, ¿cómo no lo voy a recordar? Es un cuadro que pintó mi padre hace muchos años, ha pintado muchos, pero ese sin duda es mi cuadro favorito.

Carolina recordaba todos los detalles del mismo como si tuviera una fotografía nítida en su mente, el acantilado, el mar, el verde paisaje, la mujer, la barca…

Entonces lo comprendió.

—¿Te estás refiriendo a la barca del cuadro verdad? Estás pensando en eso —dijo Carolina bastante asombrada por la capacidad de Nicolás para relacionar dos cosas sin aparente relación.

—Efectivamente, y en la barca si no me equivoco estaba escrita la palabra «justicia», ¿no es así?

Carolina se limitó a asentir con la cabeza al inspector sin poder salir de su asombro. Su padre había pintado en el aquél cuadro la clave para poder entrar en la sala del tesoro templario de Tomar.

—Pues ya está, ya tenemos la palabra que estábamos buscando, introduzcámosla en el panel para ver qué hay dentro de esa sala.

Nicolás, con gesto firme comenzó a pulsar las letras que formaban la palabra «justicia», cuando terminó con la última letra, esperó expectante para ver qué pasaba.

Pero no ocurrió nada.

Nicolás miró confundido a Carolina.

—¿La he escrito bien no? —preguntó extrañado el inspector.

—Sí, pero me parece que no es exactamente la palabra que debemos de introducir.

Nicolás la miró esperando una explicación a lo que acababa de decir.

—Pienso que hemos cometido un error de auténticos novatos, dudo mucho que la palabra que debamos de introducir sea en castellano, quizá sea en inglés, o… incluso en latín.

—Umm, latín… sí, creo que debe de ser en latín, las frases que nos hemos encontrado hasta ahora estaban escritas en ese idioma, me parece que tiene bastante sentido lo que dices. Preguntaremos a Francisco cómo es «justicia» en latín.

—Un segundo Nicolás, ésta creo que sí me la sé, la he visto en demasiadas inscripciones durante mis estudios de historia. Si no me equivoco es «iustitia».

—En ti confío —dijo Nicolás dirigiéndose de nuevo hacia el panel para introducir la palabra.

En primer lugar pulsó el cuadrado del «reset”, que previamente les había explicado Francisco para, seguidamente, introducir una a una las letras de la palabra “iustitia», justo cuando pulsó la última, se oyó el chasquido que tanto estaban esperando escuchar.

De manera seguida, la puerta comenzó a temblar y a salir bastante polvo de ella mientras se iba levantando lentamente, cuando llegó arriba del todo se escuchó otro chasquido.

Ya disponían de acceso a la ansiada sala.

Su acompañante se acercó a ellos con un gesto de satisfacción más que evidente en su rostro.

—Son dignos merecedores de este tesoro, me han dejado boquiabierto con la facilidad que han resuelto el enigma.

Seguidamente, Francisco hizo un gesto con la cabeza para que lo siguieran. Se adentraron en la oscura estancia.

—Al fin hemos llegado —dijo Francisco con una amplia sonrisa en la boca—, ésta es la sala del tesoro.

Encendió las cuatro antorchas que había en la pared y pudieron ver la sala.

Era una habitación más bien pequeña y fría, sería por la humedad que contenía, no era para nada lo que venían imaginándose Nicolás y Carolina, pues la sala era más bien muy humilde. No había ningún tipo de decoración ni nada ostentoso para ser una sala del tesoro.

En el fondo, pegado a la pared, había un pequeño altar con un cofre de madera dentro.

—He ahí el tesoro —les indicó Francisco.

Carolina y Nicolás dieron unos cuantos pasos al frente con cierta incertidumbre por lo que pudiera haber dentro del arca, Francisco se interpuso en sus caminos frente al cofre.

—Antes de revelar su contenido —dijo éste—, déjeme decirle Señorita Blanco, que lamento profundamente la muerte de su padre, a mi todo este asunto me tiene también bastante consternado, se lo aseguro.

Carolina ya sabía que ese hombre sabía más de lo que había dicho, pero no supo reaccionar en ese momento.

—¿Cómo sabe usted?… usted sabía desde un principio a qué habíamos venido, pero… ¿Cómo?

—Déjeme explicarle, soy Francisco López como les he dicho en la puerta de mi bar, pero además de hostelero, soy guardián del tesoro de Tomar. El anterior guardián me confesó éste secreto por mi pasión por los Templarios, decía que yo sólo andaba buscando la verdad de una forma pura, sin búsquedas de tesoros, ni griales ni ningún tipo de codicia, y eso me hacía merecedor de éste secreto. Soy… era… íntimo amigo de su padre, aparte del guardián, sólo algunas personas en el mundo son merecedoras de conocer este paradero, su padre, por su pasión y su buen corazón era una de ellas. Estas personas pueden transmitir el secreto a alguien querido si no quieren que se pierda en el olvido y si cree que esa persona puede ser merecedora de semejante honor. Su padre me comentó en muchas ocasiones que algún día le revelaría a usted esto, cuando ayer me enteré de su muerte supe que usted vendría tarde o temprano a Tomar en busca de la verdad. Lo que no me esperaba era verla tan pronto.

Carolina escuchaba atónita sin perderse ni una sola palabra de Francisco. Fue Nicolás el primero en decir algo.

—¿Usted tiene idea de quién le ha podido hacer eso a Don Salvador?

—Ojalá pudiese ayudarles en ese asunto, no lo dudaría un instante, Salvador me comentó en varias ocasiones que sentía peligro por su vida, sentía que lo seguían, pero era un hombre muy inteligente, como nunca he logrado ver en mi vida, y estoy seguro que el cien por cien de las veces consiguió dar esquinazo a quien quiera que fuera. Estoy seguro que nunca descubrieron este lugar, si no, esto no estaría aquí —dijo mirando al cofre—. Lo único que sé es que saben de qué puede tratarse este secreto y sabían que tu padre estaba al tanto de él, por esa razón creo que lo han asesinado.

Carolina bajó la mirada, recordó triste que su padre ya no estaba con ella.

—Volviendo al tema del tesoro —dijo Nicolás intentando cortar el momento de angustia de Carolina—, ¿tan importante es lo que contiene que mueren personas por su secreto? ¿Acaso algo en este mundo es merecedor de que alguien deje su vida por él? —comenzó a hablar en tono molesto.

—Señor Valdés, creo que está de más decir que nadie debería morir a manos de ningún loco, pero desgraciadamente es algo que pasa, y pasa a diario en el mundo, con muchísima frecuencia, pero déjeme decirle una cosa, es una injusticia mayor de la que usted cree que Don Salvador haya muerto en estas condiciones, pero aunque me duela y me pese, sí, es un secreto de una magnitud inimaginable.

Según pasaban los segundos la curiosidad de Carolina y Nicolás crecía.

—Bien, dejémonos de palabrerías y procedan a contemplar qué contiene el cofre del tesoro de Tomar.

Los dos se miraron como si tuvieran miedo a conocer el contenido del pequeño cofre, al fin y al cabo, Don Salvador Blanco había muerto por su contenido.

Nicolás miró a Carolina y con un gesto de asentimiento le indicó que debía de ser ella quién lo abriera, su padre seguramente así lo hubiese querido, al fin y al cabo, Nicolás sólo era un simple escolta de su hija en esos momentos.

Carolina se acercó dubitativa al pequeño arcón y quitó el cierre con dos dedos, lo abrió despacio y se quedó asombrada con su contenido.

—Aquí tan solo hay una llave —dijo como si esperase algo más.

Nicolás se acercó a ella con gesto de extrañeza.

Los dos se giraron enseguida hacia Francisco.

—¿Qué es lo que abre esta llave? —Preguntó muy extrañada Carolina.

—Me temo que debo aburrirles con otra historia, pero esta vez seré lo más breve posible para no provocar ese efecto.

Los dos se dispusieron a escuchar.

—Supongo que conocerán algo de la orden del temple, para qué se fundó y todo lo demás, Hollywood y los best-sellers se han encargado de contar más o menos cuál fue el verdadero motivo de la fundación de la orden, pero por si no lo saben, en apariencia la fundaron nueve caballeros a las órdenes de Hugo de Payens en 1118 para proteger a los peregrinos que iban a tierra santa de saqueos y demás barbaridades. Nadie a ciencia cierta sabe si esos fueron sus verdaderos motivos pues tenían muy claro dónde querían colocar su cuartel general que no era en otro sitio que en la Mezquita de Al-aqsa, donde se decía que antaño estuvo el templo del Rey Salomón.

Carolina y Nicolás asintieron, conocían esa parte de la historia ya que ahora en la literatura era el tema estrella.

—Como saben —prosiguió—, la orden del Temple fue acumulando riquezas y poder y, según se contaba algún que otro secreto que no hacía sino que fueran más poderosos ante el ojo de la iglesia que era el órgano de mayor poder en esa época. Según se dice encontraron algo debajo de ese templo que les otorgó poder ilimitado.

Durante casi doscientos años fueron la orden más importante del mundo y su labor pasó a ser de protectores de peregrinos a una orden militar con miles de caballeros que se dedicaban a combatir el Islam, aunque también se dice que inventaron el concepto de banca moderna y fueron extraordinarios banqueros, pero eso es otro tema.

También supongo que saben cómo fue su final, cuando el 13 de Octubre de 1307, el papa Clemente V y el rey de Francia Felipe el hermoso, hicieron detener en una macro conspiración a todos los caballeros y a sus líderes, incluido su gran maestre por aquella época, Jacques de Molay. Los acusaron de adoradores del demonio y de prácticas paganas y los condenaron a la hoguera si no se arrepentían de sus actos y pensamientos. Pues bien, como han podido observar, algunos caballeros escaparon ante tal barbarie y consiguieron llevarse los más preciados tesoros de la orden, los que creen que se llevaron oro o joyas o algo por el estilo, no pueden ser más ilusos. Escaparon hacia Portugal, España y hacia países como Holanda, Dinamarca, Alemania, Inglaterra o incluso Italia. Para garantizar el buen recaudo del tesoro, se guardó en un sitio seguro y se cerró con tres llaves, una de ellas es la que tienen en la mano.

Carolina miró la llave una vez más, parecía muy antigua y era de color oro, en el centro de la llave había esculpida una cruz Templaria.

—Las otras dos llaves —siguió contándoles Francisco—, están escondidas estratégicamente en dos lugares de Europa, con las tres podrán acceder al secreto que también está oculto a los ojos del mundo y serán conocedores de una verdad aterradora, según se mire, siempre y cuando ustedes decidan proseguir con la búsqueda, si no es el caso, les rogaría que volvieran a depositar la llave en el cofre y por el recuerdo y el respeto a su padre, nunca le hable a nadie de este lugar y de lo que acabo de contarles.

Carolina y Nicolás se miraron sin saber muy bien qué decir.

—Creo que le debo a mi padre el llegar hasta el final, pero… no sé cómo seguir, para llegar aquí teníamos una pista, pero ahora nos encontramos con una llave y nada más y, si usted dice que están escondidas en dos puntos de Europa, eso no nos ayuda en absoluto, no sabemos cómo continuar.

—Señorita Blanco, creo que se ha dejado llevar por la impresión de haber encontrado la llave y no ha mirado bien en el interior del cofre.

Carolina arqueó las cejas y se dio la vuelta para volver a examinar el cofre, lo miró bien pero no encontró nada, miró debajo de la tapa, nada, lo levantó y lo miró por debajo, nada, pero al dejarlo de nuevo oyó como si se hubiera movido algo en su interior, pero ¿dónde? Entonces lo comprendió.

—Creo que hay algo debajo del fondo del cofre, creo que se puede levantar, Nicolás, déjame una tarjeta, tu DNI o algo con lo que pueda levantar el falso fondo.

Nicolás obedeció y sacó de su cartera una tarjeta de crédito que no solía usar mucho.

Carolina introdujo la tarjeta de Nicolás por la obertura de los laterales del fondo y haciendo palanca lo levantó. Cogió lo que había.

—¡Es otra nota criptográfica de mi padre!

—No puedo creerlo —dijo Nicolás—, debemos descifrarla ya sin perder tiempo y que Francisco nos ayude a interpretarla una vez la tengamos.

—Siento decirles que mi trabajo como guía y guardián termina aquí, me debo al juramento de no revelar ningún paradero de las llaves a nadie. El que las encuentra debe de ser merecedor de ello y demostrar inteligencia, sería lo más fácil decirles dónde se encuentran o por dónde deben empezar, pero deben de comprender que soy un hombre de honor y me debo a éste secreto.

Carolina y Nicolás asintieron decepcionados.

—Lo más sensato en estos momentos es que vuelvan a su hotel, se duchen, coman algo y se relajen.

Una vez estén más tranquilos y con la mente despejada pasen a descifrar la nota y sobre todo a interpretarla, espero que lo vivido aquí en Tomar les haya servido para facilitarle su búsqueda en sus próximos viajes.

Así decidieron hacerlo, salieron de la iglesia contemplando que la noche había caído sobre ellos, ¿cuánto tiempo llevaban dentro de la misma?, se despidieron de Francisco en su café y le agradecieron enormemente todo, Carolina sentía que estaba en deuda con aquel hombre de por vida.

Regresaron al hotel.