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Carolina subió las escaleras tan deprisa como la conmoción que todavía arrastraba y sobre todo sus piernas le permitía, pues observó que el ascensor tenía un cartel de averiado. «Muy típico», pensó. Notó que las dos plantas que la separaban de su padre, tenían más escalones de los que ella recordaba, quizá nunca se había parado a pensar tal cosa, pero nunca había tenido tanta prisa por llegar al piso de su progenitor. Al llegar al pasillo que distribuía las viviendas entre las cuales vivía su padre, notó un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo, no sabía si estaba realmente preparada o no para afrontar la situación, pero lo que sí era claro, era que una fuerza extraña la empujaba a no detenerse en esos momentos.

Su padre vivía junto a otras tres familias bastante simpáticas y tranquilas, todos se llevaban muy bien en general en aquella comunidad y salvo una rara excepción, la tranquilidad era la tónica dominante de ese edificio.

Hasta ese momento.

Pudo ver todo el bullicio que se había montado alrededor de la puerta del piso, policías que impedían el paso negaban a la única familia que no se había ido de vacaciones, los González, y a la prensa que cómo no, ya había llegado al lugar de la desgracia y accedido al interior del inmueble. «Malditos tiburones, siempre estáis con la oreja puesta esperando alimentaros de desgracias ajenas para conseguir ser líderes de audiencia», pensó algo asqueada.

En cuanto la vieron fueron corriendo tras ella para que diera sus primeras impresiones sobre lo ocurrido aquella tarde, nada más observar esto, Nicolás, como si fuera el guardaespaldas de la joven, se interpuso entre ellos y Carolina, impidiendo que pudiesen acceder a ella.

—Señorita Blanco, estamos en directo, contésteme por favor, ¿es cierto eso de que la policía ha encontrado asesinado a su padre en el interior de su apartamento? —preguntó una mujer muy blanca de piel y bajita con un micrófono en la mano.

—Señorita Blanco, ¿conocía si su padre tenía algún enemigo o alguien que quisiese hacerle daño? —preguntó un joven muy alto con gafas y peinado de los años setenta.

—Señorita Blanco…

—¡Ya basta! —intervino el inspector—, la señorita Blanco no hará por el momento ninguna declaración, hagan el favor, por una vez en sus tristes vidas, de respetar la intimidad y el dolor de una joven que acaba de perder a su padre. Y ahora, hagan el favor de apartarse de nuestro camino y dejarnos pasar.

Carolina agradeció con la mirada a Nicolás que saliera en su defensa, aunque estaba claro que ese era su trabajo.

En la puerta pudo observar mejor que había dos policías bastante corpulentos y con cara de pocos amigos impidiendo poder ver el interior del piso a los curiosos, todas las muertes eran importantes, pero ésta sin duda, no era una muerte cualquiera.

—Señorita Blanco, antes de pasar me veo en la obligación de hacerle una pregunta, bastante dura pero necesaria —Nicolás la paró en seco—, ¿está usted segura de que quiere entrar al interior y ver el cuerpo sin vida de su padre en las circunstancias que se encuentra?, el juez todavía no nos ha ordenado el levantamiento del cadáver y la imagen la puede marcar para toda su vida.

Ahora sí que no podía sentir más pánico por lo que se pudiera encontrar dentro.

—Si… estoy segura —titubeó—, o no… bueno… realmente no lo sé si lo estoy… pero creo que no podría perdonarme jamás el no ver lo que le han hecho a mi padre.

—Muy bien, si así lo desea, sígame, de todas maneras puede salir fuera en el momento en el que lo necesite, por favor si se encuentra mal no dude en comunicármelo. También le rogaría que no toque nada pues estamos en busca de pruebas que puedan incriminar a alguien con este suceso.

Carolina asintió sin dejar de mirar lo que se pudiera ver detrás de los dos guardias mastodónticos.

Con tan sólo una mirada del inspector, los dos policías se apartaron dejándoles el camino libre para entrar al interior del piso, o mejor dicho, del lugar del crimen.

Nada más entrar Carolina comenzó a observar de arriba abajo cada rincón de cada metro cuadrado, de cada paso que daba, dentro de la casa, sabía sin que se lo dijese nadie, ya que era algo no muy difícil de intuir, que una de las razones por las que estaba ahí era para comprobar si todo estaba en su sitio original por lo tanto, un poco también como distracción para prepararse para lo que tenía que ver, ya iba ojeando el terreno.

De momento todo se encontraba perfectamente en su sitio de costumbre.

Atravesaron el largo pasillo que repartía las habitaciones, unas habitaciones que ella misma se había encargado de decorar para su padre, «cuando se vino aquí, el pobre no tuvo tiempo para nada», pensó.

Miró los cuadros que estaban colgados en las paredes recordando el viaje que hicieron los dos a París expresamente para comprarlos, Carolina los había visto en un catálogo y supo desde el primer momento que tenían que estar en la casa de su padre.

La distancia que tantas veces había recorrido, esta vez se le hizo eterna, miles de pensamientos se pasaban por su cabeza, la inmensa mayoría no tenían sentido alguno. Pudo ver a personas con chalecos en los que se podía leer «Policía científica», echar polvos con una brocha redonda y pequeña a todos y cada uno de los marcos de puertas en busca de posibles huellas, además de ir mirando con luces ultravioletas buscando probablemente restos de sangre o algo similar. Otras personas, en cambio, estaban deambulando de un lado para otro hablando a gritos con sus carísimos teléfonos móviles de última generación, también pudo ver a unos cuantos policías vestidos de uniforme, simplemente vigilando que todo estuviera correcto y no hubiese sobresalto alguno.

Nicolás le explicó que el crimen había tenido lugar en el salón y, según iban llegando al mismo, Carolina comenzó a notar que el corazón le latía cada vez con más fuerza, parecía que de un momento a otro se le iba a escapar por la boca.

Unos incómodos sudores recorrían su nuca y espalda. «Tienes que ser fuerte», se dijo a sí misma en pensamientos, aunque sabía que sus emociones distarían mucho de lo que su cabeza quería que hiciera.

Una vez en la entrada del salón, vigilada cómo no por un policía gigantesco, Nicolás miró a Carolina para ver la expresión de su rostro, notó su nerviosismo y esperó con la mirada su aprobación para entrar en la escena del crimen. Notó un cierto desasosiego al imaginar la reacción de Carolina al ver a su padre asesinado y sobre todo en las circunstancias en las que lo iba a hallar, llevaba varios años trabajando en la unidad de homicidios de la Policía Nacional, en la cual debido a su inteligencia, perspicacia, intuición y a su capacidad de resolver casos, había ascendido a inspector jefe hacía tan sólo un año. Había visto, por desgracia, cientos de cadáveres en todas las circunstancias posibles, prostitutas tiradas en cunetas por proxenetas que las consideraban innecesarias ya, yonquis muertos por sobredosis o por disputas con otros yonquis por su dosis diaria de droga, ajustes de cuentas, jóvenes menores de edad asesinados en peleas entre bandas rivales… algunas de esas muertes eran realmente aterradoras como podía ser este caso, pero a lo que nunca podría acostumbrarse era a la reacción de los familiares una vez se enteraban de lo que había sucedido.

Carolina, miró a Nicolás y asintió con la cabeza, sabía que no estaba preparada y quizá no lo estuviera nunca a lo largo de su vida, pero quería entrar.

Nicolás a su vez asintió al vigilante que había en la puerta y éste se apartó revelando la entrada al salón. Éste estaba un poco más oscuro que lo habitual, pues a su padre le encantaba la luz que entraba por su gran ventanal, quizá la policía lo había dejado así por alguna razón en especial.

Entraron dentro y Carolina no pudo evitar andar mirando sus pasos, no quería levantar la vista todavía, necesitaba más fuerzas de las que disponía en aquel momento para mirar y ver la imagen que le esperaba.

A pesar de que no pudiese actuar con total naturalidad debido a la situación, Carolina se sorprendió a sí misma ante la entereza que estaba mostrando, era evidente que nunca se había imaginado en una situación parecida, pero si lo hubiese hecho, jamás hubiese pensado que todavía podría mantenerse en pie y, sobre todo, no haber derramado todavía ni una sola lágrima.

Poco a poco fue encontrando el valor que necesitaba y fue levantando la vista y mirando a su alrededor sin querer fijar su vista todavía al frente, que era donde suponía que estaba su padre pues era donde había mayor concentración de policías. Todo parecía estar extrañamente en orden, quizá esperaba encontrar la imagen de un salón destrozado con libros y sillas tirados por los suelos y con los productos electrónicos desaparecidos, pero nada más lejos de la realidad, estaba todo tan pulcro como siempre lo había estado.

Nicolás la observó a sabiendas de lo que a la joven le costaría mirar directamente a la escena que se encontraba frente a ellos, no era nada fácil lo que estaba haciendo la muchacha.

Desde luego era muy valiente, aparte de que no era el procedimiento habitual, ya que, directamente, a los familiares no se les dejaba pasar así como así al lugar del crimen hasta que el juez decretara que se podía ya que no quedaba prueba alguna en el lugar, cuando excepcionalmente, como en el caso de Carolina, se permitía que esto fuese así, la reacción de los mismos era totalmente distinta.

Carolina sintió que era el momento de mirar hacia el frente, ahora o nunca. Giró la cabeza poco a poco hasta que lo vio.

Desde que había salido del café, montado en el coche del inspector y éste le había dado la horripilante noticia, Carolina había pensado varias veces cómo podría ser su reacción en cuanto viera a su padre. Pensó en llorar, en desmayarse, en quedarse quieta, en gritar… pero ninguna se pareció ni lo más mínimo a lo que sintió cuando vio el horror que estaba en frente de ella.

Su padre había sido Crucificado.