40. Atardecer[98]
El quinto día del quinto mes se celebra en el Yangtsekiang la fiesta del barco del dragón. Se construye un dragón de madera, se le dibujan las escamas del cuerpo y se pinta con oro y con colores llamativos. El barco se rodea de un tejido rojo y las velas y drizas son de seda y de brocado. La popa del barco recibe el nombre de cola de dragón y se extiende a más de diez pies. Unida a ella por un tejido hay una balsa posada en el agua. En ella hay muchachos que hacen volatines, se ponen con la cabeza hacia abajo y realizan todo tipo de equilibrios. A esa distancia del agua, el riesgo de ahogarse es grande; por eso existe la costumbre de que, si se utiliza a uno de esos muchachos, se Ies dé con anterioridad dinero a los padres antes de que el joven sufra un accidente. Así, si cae al agua, no hay luego ningún reproche. Más lejos, en el sur, la costumbre cambia un poco y en lugar de muchachos hay bellas cortesanas.
En Dscheng-Giang vivió una viuda llamada Dsiang, cuyo hijo se llamaba Aduan. Al cumplir los siete años era de una habilidad tan rara que ningún joven podía igualarle. Con la fama aumentó el precio, así que cuando tenía dieciséis años seguía haciendo contorsiones, pero un día se cayó de la balsa dorada al agua y se ahogó. Era hijo único. Su madre le lloró y eso fue todo.
Pero Aduan no sabía que se había ahogado. Se presentaron a él dos hombres que le guiaron. En el centro de las corrientes de agua vio un nuevo mundo. Miró a su alrededor y vio que rodeando las circunvalaciones de la corriente había una especie de paredes escarpadas. A la vista había un palacio y dentro de él un hombre sentado vestido con armadura y yelmo.
Sus dos acompañantes le dijeron: «Éste es el príncipe de la guarida del dragón», y le hicieron arrodillarse.
El príncipe de la guarida del dragón parecía amable y de buen carácter y le dijo: «Podemos necesitar a un joven tan hábil como tú. Puedes ser el que cierre la danza de los brotes del prado».
Le llevaron a un lugar que estaba rodeado de edificios espaciosos. Entró: una legión de muchachos, todos ellos de unos catorce años, le saludó.
Una anciana se acercó a él y todos gritaron: «¡Ésta es madre Hiá!». Ella se sentó y le hizo mostrar una prueba de sus habilidades. Después le enseñó la danza del trueno volante del río de Tsian-Tang y la música del reposo del viento del mar de Dung-Ting. Cuando los tambores y los gongs impedían oír otra cosa, volvieron a resonar en todos los patios y después volvió a hacerse el silencio en todos ellos. La madre pensó que Aduan no podría aprenderlo todo de una sola vez, así que le instruyó con mucha paciencia, pero Aduan se lo había aprendido todo rápidamente con una sola vez. La anciana se alegró. «Este chico no tiene nada que envidiar a nuestro Amanecer», dijo.
Al día siguiente, el príncipe de la cueva del dragón ofreció una representación de sus danzas. Cuando todos los grupos de bailarines estuvieron reunidos, el grupo de los ogros empezó el baile. Todos ellos tenían caretas de demonios e iban vestidos con trajes de escamas. Hacían sonar monstruosos gongs y sus timbales medían tanto que hacían falta cuatro hombres para medir su circunferencia. Sonaban como un ejército de truenos poderosos y su ruido no dejaba oír nada más. Cuando empezó la danza, se alzaron poderosas olas hacia arriba, que llegaron casi hasta el cielo, y luego volvieron a caer como estrellas fugaces surcando el aire.
El príncipe de la cueva del dragón Ies pidió que se dieran prisa en terminar e hizo llamar al grupo de los ruiseñores. Todos los bailarines eran muchachitas muy bellas de dieciséis años. Tocaban delicadamente la flauta, que al momento hizo que se levantara un suave viento que cubría el ruido de las olas. El agua se fue poniendo tranquila como si se tratara de un mundo de cristal, transparente hasta sus fundaciones. Cuando hubieron terminado, se replegaron y se pusieron en el patio occidental.
Luego vino la danza de las golondrinas. Todas ellas eran niñitas. Detrás de ellas había una muchacha de unos quince años que bailaba con mangas flotantes y ondeantes giros la danza del ofertorio de las flores. De los recodos de la tela del vestido caían por todas partes flores de todos los colores que eran arrastradas por el viento y distribuidas por todo el patio. Cuando la danza hubo terminado, el grupo se dirigió también al patio occidental. Aduan la miró de reojo y en ese momento se enamoró de ella. Preguntó a las bailarinas de su grupo por ella. Ella era Amanecer.
Pero en ese momento llamaron a los de la danza de los brotes del prado. El príncipe de la cueva del dragón quería sobre todo ver cómo era Aduan. Aduan bailó. Siguió la melodía con alegría y aplicación. Encontró el equilibrio entre los momentos bajos y los altos. El príncipe de los dragones estaba encantado con su maestría. Le regaló un traje de cinco colores y un carbunclo engastado en barbillas de oro como adorno de la cabeza. Aduan hizo una reverencia dando las gracias por el regalo y se dio prisa en ir al patio occidental. Allí se encontraban todos los bailarines en grupos formando filas. Aduan sólo pudo lanzar una mirada desde lejos a Amanecer; pero también Amanecer le estaba mirando.
Poco a poco, Aduan se fue colocando al final de su fila y Amanecer también se había acercado, de modo que sólo estaban distanciados por unos pasos. La severidad de las reglas no permitía que se salieran de la fila. Sólo podían mirarse el uno al otro y echar a volar su imaginación.
Acto seguido vino la danza de las mariposas. Los muchachos y las muchachas bailaron juntos. Las parejas estaban formadas por la igualdad de talla, de edad y de vestido. Cuando todos los grupos hubieron bailado, todos entraron en la marisma de los gansos. Las filas del grupo de los brotes del prado seguía al de las golondrinas. Aduan se adelantó a su fila. Amanecer se quedó rezagada de la suya. Ella volvió la cabeza y, al ver a Aduan, dejó caer uno de sus alfileres de coral para el pelo. Aduan lo escondió rápidamente en su manga.
Cuando regresó, enfermó de melancolía. No podía comer ni beber. Madre Hiá traía todo tipo de exquisiteces y venía a verle tres o cuatro veces al día, acariciándole con preocupación amorosa. A pesar de todo, él no mejoraba nada en su enfermedad. La madre se preocupó mucho y no sabía qué hacer.
Dijo: «La fiesta del río Wu está al caer, ¿qué vamos a hacer?».
Al anochecer vino un muchacho, que se sentó en el borde de su cama y se puso a hablar con él. Le dijo que era del grupo de danza de las mariposas y le preguntó con despreocupación: «¿Estás tan enfermo a causa de Amanecer?». Aduan le preguntó asustado por qué sabía él eso. El otro le respondió con una sonrisa: «Pues porque a Amanecer le pasa lo mismo».
Aduan se levantó conmocionado y le pidió ayuda. «¿Puedes andar todavía?», le preguntó el muchacho. «Si lo intento, debería poder», le respondió Aduan.
El muchacho le guió entonces en dirección al sur. Abrió una puerta y después del recodo anduvieron hacia el oeste. Volvieron a traspasar una puerta y él vio un campo de lotos, de una anchura de veinte yugadas. Las flores de loto crecían sobre la tierra. Las hojas eran tan grandes como felpudos y las flores como sombrillas. Las flores cubrían el suelo bajo el que asomaban los peciolos de un pie de altura. El muchacho le guió allí y le dijo: «¡Ahora esperaré un poco aquí sentado!», y se fue.
Un poco más tarde, una muchacha apartó las flores de loto y entró. Era Amanecer. Se miraron el uno al otro llenos de miedo y de alegría, y se contaron cuánto se echaban de menos. También hablaron de cómo eran antes sus vidas.
Llenaron de piedras las corolas de las flores para que pesaran más y se inclinaran hacia el suelo y formaran un muro protector. Prepararon un suelo con hojas de loto en donde pudieran gozar en secreto de las alegrías del amor. Se prometieron encontrarse cada noche allí después de la puesta del sol y luego se despidieron.
Aduan volvió a su casa y su enfermedad empezó a mejorar. A partir de entonces se encontraron ambos en el campo de los lotos. Unos días más tarde tuvieron que acompañar al príncipe de los dragones a la fiesta del nacimiento del rey del río Wu. Cuando terminó la fiesta, todas las filas volvieron a casa, salvo Amanecer y una muchacha del grupo de los ruiseñores, que se habían quedado con el rey, para enseñar a bailar a las muchachas de su palacio.
Y así fueron pasando los meses y no se sabía nada de Amanecer. Aduan estaba preocupado por las dudas y sentía añoranza. Madre Hiá era la única que iba cada día al palacio del dios del río Wu. Él le dijo que Amanecer era su prima y le rogó encarecidamente que le llevara con ella para poder verla. Él lo llevó consigo y le dejó vivir unos días en el palacio del dios del Río. Pero las reglas eran tan estrictas en el palacio, que Amanecer no pudo verlo ni una sola vez. Él se volvió a casa disgustado.
Volvió a pasar un mes y él, que tenía la cabeza llena de dudas, sólo ansiaba la muerte.
Un día, madre Hiá entró y le dijo con pena que le acompañaba en el sentimiento: «¡Qué pena, le dijo, que Amanecer se haya tirado al río!».
Aduan se asustó muchísimo. Empezaron a llorar sin consuelo. Se rasgó las vestiduras, se guardó el oro y las perlas y se marchó con la única idea en la cabeza de unirse en la muerte a su amada. Vio la corriente del agua que se alzaba como muros ante él y aunque se lanzaba de cabeza a ellos, le rechazaban.
No podía volver porque tenía miedo de que le preguntaran por sus vestiduras de fiesta y que le castigaran duramente por haberlas perdido. Así que se quedó allí de pie sin saber qué hacer, con el sudor cayéndole hasta los talones.
Vio repentinamente un árbol muy alto al pie del muro. Trepó como un mono hasta la copa y luego se lanzó con todas sus fuerzas a las olas.
Y sin haberse mojado, se encontró nadando en el río. Sin esperárselo volvió a ver el mundo de los hombres que surgía ante sus ojos cegados. Nadó hasta la orilla y cuando ganó la orilla del río, pensó en su madre. Cogió un barco y se dirigió a su casa.
Una vez que hubo llegado a su pueblo, las casas que veía a su alrededor le parecía que eran de otro mundo. Al día siguiente entró en la casa de su madre. Oyó a una muchacha que decía bajo la ventana: «Tu hijo ha vuelto». El timbre de la voz se parecía al de Amanecer y, al ponerse al lado de su madre, vio que era realmente ella.
En ese momento, la alegría de las dos personas venció a la pena, pero en el rostro de su madre había dolor y dudas, el miedo y la alegría mezclados de mil maneras.
Cuando Amanecer estaba en el palacio del río, sintió que su cuerpo se despertaba, pero como había reglas muy estrictas, tuvo miedo de que la castigaran duramente por sus sentimientos. Y como además no había podido ver una vez más a su Aduan, se arrojó a las aguas del río buscando la muerte, pero fue empujada hacia la superficie y se quedó flotando sobre las olas en un balanceo. Un barco que pasaba por allí la recogió. Le preguntaron que de dónde era. Amanecer había sido en tiempos una cantante famosa de Wu que se había caído al agua y de la que no se había encontrado el cadáver, así que ella pensó que no podía volver a su antigua vida y por eso respondió: «La señora Dsiang de Dscheng-Giang es mi suegra». Le alquilaron un barco que la condujera allí. La viuda Dsiang pensó que ella se había equivocado, pero la muchacha insistió en que no era ningún error y le contó a la anciana toda la historia. La viuda la encontró agradable por su encanto, pero se preocupaba de que era muy joven para pasar toda su vida como una viuda. La muchacha era respetuosa y trabajadora y cuando vio que en la casa había pobreza, cogió sus adornos de perlas y los vendió caros. La anciana estaba encantada al ver que la muchacha era tan sincera, pero como ella ya no tenía hijos, se temía que cuando la muchacha diera a luz los vecinos y amigos no quisieran aceptar la historia. Y se lo expuso a la muchacha. Ella le contestó: «Si verdaderamente tenéis un nieto, ¡por qué vais a preocuparos por lo que piensen los demás!». La vieja se calmó con esto.
Pero cuando resultó que Aduan volvió, la muchacha no sabía qué hacer de lo alegre que estaba y también la anciana creyó esperanzadamente que era verdad que su hijo no había muerto. En secreto fue a cavar la tumba de su hijo y allí estaban todos los huesos, así que le preguntó a Aduan. Entonces él tomó conciencia de que era un espíritu separado del cuerpo. Tuvo miedo de que Amanecer, al ver que era un espíritu, pudiera tener miedo y por eso le ordenó a su madre que no se lo dijera a nadie más, cosa que ella prometió. Entonces dijo en el pueblo que el cadáver que habían encontrado antaño no era el de su hijo, pero no le abandonaba de todo el miedo, porque los espíritus no pueden concebir hijos.
No mucho tiempo más tarde tuvo a su nieto en brazos. Le miró y no era diferente de otros niños, por eso su alegría fue por primera vez completa.
Con el paso del tiempo, Amanecer fue descubriendo que Aduan no era un hombre. «¿Por qué no me lo dijiste inmediatamente? —le preguntó—. Los espíritus sin cuerpo que se visten con los trajes del palacio del dragón se rodean de una envoltura tan estable que no pueden distinguirse de los hombres vivos. Si uno recibe el limo del cuerno del dragón se pueden pegar los huesos, y la carne y la piel vuelven a crecer. ¡Qué pena no habérnoslo podido procurar cuando estábamos allí!».
Aduan vendió sus perlas. Un comerciante extranjero le pagó un enorme precio por ellas y así la casa se volvió muy rica. En una ocasión en que se celebraba el cumpleaños de su madre, él bailó y cantó con su mujer para alegrarla. Se supo, y la noticia Negó al palacio del rey. El rey quería llevarse a Amanecer a la fuerza. Aduan, preocupado, se presentó al rey y le contó que él y su mujer eran espíritus sin cuerpo. Le hicieron la prueba, y al ver que no tenía sombra le creyeron, y así Amanecer no fue secuestrada.