3. Yang Oerlang[3]
La segunda hija del Señor de los Cielos descendió en una ocasión a la tierra y tuvo comercio carnal con un mortal, cuyo nombre era Yang; cuando volvió a los cielos dio a luz un hijo. El Señor de los Cielos estaba enfadadísimo por la profanación cometida en el cielo. La desterró a la tierra y la cubrió con la montaña Wu-I. Por otra parte, su hijo, que respondía al nombre de Oerlang, el nieto del Señor de los Cielos, era de un natural extremadamente inteligente. Cuando hubo crecido, aprendió a dominar las ciencias ocultas, podía dominar las 71 transformaciones. Podía volverse invisible o transformarse a voluntad tomando el aspecto de pájaros o de otros animales, plantas, árboles, serpientes o peces. Podía asimismo vaciar los mares y trasladar montañas. Por eso se dirigió a la montaña Wu-I y liberó a su madre. Se la llevó cargada a sus espaldas. Al llegar a una plataforma rocosa hicieron un alto.
Su madre le dijo: «Tengo mucha sed».
Oerlang bajó al valle para coger agua y tardó mucho tiempo en volver. Cuando llegó no encontró ya a su madre. La buscó cuidadosamente, y encontró entre las piedras su piel, sus huesos y algunas huellas de sangre. En aquel tiempo había diez soles en el cielo, que brillaban y ardían como el fuego. La hija del cielo también era de la estirpe de los dioses; pero como había caído y pecado con el nacimiento de su hijo, había perdido sus poderes mágicos. Además había permanecido tanto tiempo en la oscuridad de la montaña, que cuando salió repentinamente a la luz solar, la hirió su brillo cegador.
A Oerlang se le partía el corazón pensando en el triste fin que había tenido su madre. Se cargó dos montañas a la espalda y persiguió a los soles, a los que destruía comprimiéndolos entre las montañas. En cuanto había comprimido la esfera de un sol con una montaña, cogía otra nueva, de forma que ya había dado muerte a nueve de los diez soles. Sólo quedaba uno. Como Oerlang le perseguía incansablemente, se escondió, obligado por la desgracia, bajo las hojas de una verdolaga. Oerlang le buscó en vano. Había una lombriz en las cercanías, que descubrió su escondrijo y que decía sin parar: «¡Está ahí!, ¡está ahí!».
Oerlang quería cogerlo, pero entonces se le apareció un mensajero, que le traía una orden del Señor del Cielo: «El cielo, el aire y la tierra tienen necesidad de la luz solar. Tienes que dejar libre a un sol, para que puedan seguir viviendo todas las criaturas. Y como has salvado a tu madre y has dado pruebas de ser un buen hijo, te convertirás en un dios y serás mi guardaespaldas en el cielo. Velarás sobre el bien y el mal en el mundo de los humanos y tendrás poder sobre demonios y diablos». Después de haber cumplido lo que le ordenaban, subió al cielo.
La esfera del sol salió entonces de debajo de las plantas de la verdolaga y en prueba de agradecimiento por haberse salvado, le concedió el don de un crecimiento exuberante y el que no tuviera que temer a los rayos del sol. Hoy todavía se pueden ver bajo sus hojas unas perillas blancas minúsculas, que son el brillo de los rayos del sol que se le quedaron prendidos mientras el sol estuvo escondido debajo de ella. A la lombriz, por el contrario, el sol la perseguía cuando salía de debajo de la tierra y se desecaba como castigo a su traición.
Oerlang es adorado como dios desde entonces. Tiene cejas arqueadas y picudas y lleva en la mano una espada de tres puntas con dos filos. Junto a él hay dos servidores con un halcón y un perro; porque Oerlang es un gran cazador. El halcón es el halcón de los dioses y el perro es el perro de los dioses. Cuando los animales adquieren poderes mágicos o los demonios tiranizan a los hombres, él los refrena gracias al perro y al halcón.