8. La cueva de los animales[65]

Érase una vez una familia con siete hijas. En una ocasión salió el padre a buscar leña y se encontró siete huevos de pato salvaje. Se los llevó a casa sin pensar en dárselos a sus hijas. Quería comérselos con su mujer. Por la noche se despertó la hija mayor y preguntó qué estaba cocinando su madre. La madre le respondió: «Estoy cocinando huevos de pato. Te voy a dar uno pero no debes decírselo a tus hermanas». Y se lo dio. Después se despertó la segunda hija y le preguntó a la madre qué era lo que estaba cocinando. Ella le respondió: «Huevos de pato. Si no se lo dices a tus hermanas, te daré uno». Y lo mismo sucedió con las otras hijas. Al final las hijas se habían comido todos los huevos y ya no quedaba ninguno.

A la mañana siguiente, el padre estaba muy enfadado con sus hijas y Ies dijo: «¿Quién viene conmigo a casa de la abuela?». En realidad quería llevar a sus hijas a las montañas y dejarlas allí para que se las comieran los lobos. Las hijas mayores se dieron cuenta de ello y le contestaron: «Nosotras no vamos contigo». Pero las dos más pequeñas le contestaron: «Nosotras vamos contigo», y se marcharon con su padre. Cuando llevaban andado un buen trecho dijeron: «Pero ¿cuándo vamos a llegar a casa de la abuela?». El padre Ies contestó: «Enseguida». Cuando hubieron llegado a las montañas Ies dijo el padre: «¡Esperadme aquí! Yo voy por delante a la aldea a decirle a la abuela que estáis de camino». Y se marchó en el carro tirado por el asno. Ellas se quedaron esperando tiempo y tiempo, y el padre no venía. Al final comprendieron que el padre no iba a ir a recogerlas y que las había dejado abandonadas en la montaña. Se fueron adentrando cada vez más en las profundidades del monte buscando un techo donde refugiarse por la noche. Encontraron una gran roca y buscaron algo que poder enrollar para usar como almohada y ponerlo en el lugar en que iban a echarse a dormir. Entonces se dieron cuenta de que la roca era la entrada que cubría una cueva. Vieron una luz en la caverna y se metieron dentro. El resplandor provenía de las numerosas piedras preciosas y joyas de todo tipo que había allí. La cueva era el hogar de un lobo y de un zorro que tenían numerosas vasijas llenas de piedras preciosas y perlas, que despedían luz por la noche. Ellas se dijeron: «Ésta sí que es una cueva bonita, vamos a irnos a la cama ahora mismo». Ya que allí había dos camas de oro con colchas bordadas con hilos de oro. Así que se tumbaron y se quedaron dormidas. Por la noche llegaron el lobo y el zorro a su casa. El lobo dijo: «Huelo carne humana». Y el zorro le contestó: «¿Qué dices, hombre? Aquí en nuestra cueva no hay hombre que pueda entrar, con lo bien cerrado que está». El lobo le dijo: «Bueno, pues vamos a meternos en la cama a dormir». El zorro le replicó: «Vamos a dormir en los calderos que están cerca de la chimenea, que ahí se está un poco más caliente por el fuego». Un caldero era de oro y el otro de plata. Y allí se acostaron.

Cuando las chicas se levantaron por la mañana temprano, vieron al zorro y al lobo allí echados y les entró un gran miedo. Cubrieron los calderos y pusieron muchas piedras de gran tamaño encima, de modo que el lobo y el zorro no pudieran salir. Después hicieron un fuego. El lobo y el zorro dijeron: «¡Qué calorcito hace por la mañana! ¿Cómo puede ser esto?». Al final tenían demasiado calor y empezaron a gritar: «¡Dejadnos salir! Os daremos muchas piedras preciosas y oro y no os haremos ningún daño». Pero las chicas no les escuchaban y hacían un fuego cada vez mayor, de forma que el lobo y el zorro se murieron dentro de los calderos.

Las chicas vivieron felices en la cueva durante muchos días. Pero el padre sintió nostalgia de sus hijas y se fue a la montaña a buscarlas. Se sentó justamente a descansar en la piedra que era la entrada de la cueva y golpeó su pipa para que cayera la ceniza. Las muchachas gritaron desde dentro: «¿Quién llama a nuestra puerta?». El padre dijo: «¿No es ésa la voz de mis hijas?». Y las hijas gritaron: «¿No es ésa la voz de nuestro padre?». Levantaron la piedra y vieron que era su padre, y el padre se alegró de volver a verlas y se maravillaba de cómo habían podido llegar a esa gruta llena de perlas y piedras preciosas. Ellas se lo contaron todo. El padre fue a buscar a algunas personas para que lo ayudaran a llevar las piedras preciosas a casa. Una vez que hubieron llegado a la casa, la mujer se sorprendió de saber el origen de todos aquellos tesoros. Las hijas y el padre se lo contaron todo y se convirtieron en una familia muy rica, y vivieron felices hasta el final de sus días.

Cuentos chinos
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