33. La muchacha fiel[91]

Entre los salvajes del sur hay muchas familias. Están los Hui, los Li, los Yau, los Babesifu y muchos otros. En Kuangsi hay ochenta y tres ramas. Los más fuertes de todos son los LI. Entre ellos existe la costumbre de que cuando una muchacha es apta para conocer varón, se le elige siempre un hombre de paso en la casa. Tras unos meses, el hombre coge la lepra o una urticaria peligrosa y se le echa. Sólo entonces se realiza un verdadero matrimonio con una familia importante de la misma familia. Esto se llama transferir la lepra. Si esto no se hiciera así, la muchacha enfermaría; por eso una muchacha que no ha contagiado la lepra de esta manera, no puede encontrar un verdadero esposo.

Hubo una vez un joven en Kuilin que era de familia rica. Como tenía un maestro que lo vigilaba demasiado estrechamente y un padre que al mismo tiempo lo castigaba, no aguantó más y se escapó de casa. Se perdió y llegó por descuido al país de los salvajes, a los que les pidió de comer. Hubo un anciano que tuvo piedad del joven, lo Nevó a su casa y le dio de comer y de beber como a un rey.

Le dijo; «Me parece que no estás acostumbrado a andar por los caminos. Tengo una hija que está deseando tener marido. Te la doy por esposa».

El joven pensó para sus adentros que ya tenía una prometida en casa. Pero como estaba sin comida y tenía frío, dijo a todo que sí. El anciano reunió a todos los de la casa. Se preparó una cámara nupcial y allí condujeron al hombre. La esposa ya estaba allí. Era de un físico hermoso y parecía una muchacha buena.

La noche era tranquila y todo estaba en calma. Ambos se encontraban sentados tímidamente uno junto a otro y no sabían qué decir. La muchacha se sentó alejada con la cabeza entre las manos y lloraba con un llanto inconsolable y fuerte. El joven estaba cansado del viaje y se durmió enseguida. Al primer canto del gallo se despertó y vio a la muchacha, que seguía sentada aparte.

«Es tarde, la noche es fría —le dijo él—, ¿no quieres echarte y descansar?».

La muchacha se puso colorada de vergüenza y dijo entre lágrimas: «Éste es un mal matrimonio. No debéis tener piedad de mí».

Entonces le contó todo lo que ocurría y añadió: «Cuando os vi tan joven y hermoso, no pude soportar llevaros a la muerte, prefiero morir yo».

Le preguntó también por su nombre y por el lugar en que vivía, todo ello con exactitud. Cuando el día empezaba a despuntar, le dio dinero y le hizo darse prisa en marcharse. Y así es como él volvió a casa.

Unos dos años más tarde, la muchacha cayó enferma de lepra. Los padres se enfadaron y la echaron de casa. La muchacha pensó: «Voy a ver al joven otra vez y después moriré».

Se puso en camino arrastrando su enfermedad. Durante el día mendigaba la comida en pueblos y caseríos, y por la noche buscaba reposo en cuevas y cavernas. Escaló montañas y cruzó ríos. Durante meses se arrastró con el cansancio en el alma. Al final llegó a Kuilin. Buscó la casa del joven, lo llamó por su nombre y pidió verlo. El guardián de la puerta le dijo enfadado que siguiera su camino y ella se desmoronó llorando delante de la puerta.

Cuando el joven había vuelto a casa, se había aplicado duramente a los estudios y ya había aprobado el primer examen. Por entonces los padres habían elegido una fecha favorable para la boda. Al día siguiente tendría lugar el matrimonio. Los parientes y los conocidos se habían reunido para ayudar con los preparativos de la fiesta. El padre había hecho preparar una comida de fiesta para los invitados.

Cuando el joven se estaba sentando a la mesa, oyó el ruido y las llamadas a la puerta, salió a mirar lo que ocurría y vio a la muchacha con el rostro cubierto de ampollas de pus, que se estaban abriendo, con las pupilas sin brillo, la nariz colgante, los labios distendidos y una voz ronca. La miró asustado sin reconocerla.

La muchacha le dijo: «¿No os acordáis de cuando hace dos años estuvisteis en nuestra casa? Ahora tengo la enfermedad y mis padres me han echado. Ahora que os he visto de nuevo, muero gustosamente».

Entonces los recuerdos del pasado aparecieron de repente y entre sollozos le dijo: «Erais tan bella como una flor y ¡en qué os habéis convertido! De todas formas habéis hecho una buena obra conmigo y os juro que no os abandonaré». Mientras hablaba, cogió a la muchacha de la mano y subió con ella al salón, para que saludara a sus padres y a todos sus conocidos.

Entonces se arrodilló, pidió la palabra y dijo: «Si no hubiera conocido a esta muchacha, hace tiempo que estaría enterrado. La suerte que tenemos hoy es un regalo de ella».

El padre habló generosamente: «¡Que ella también sea la esposa de mi hijo! Cuando mañana tenga lugar la boda, que sea doblemente celebrada. Ambas serán como hermanas y no habrá mujer primera ni mujer segunda».

Todos los amigos y conocidos estuvieron de acuerdo y escanciaron vino para desearle suerte, y todas las conversaciones alrededor de la mesa giraban en torno a la virtud de la muchacha. Ella, sin embargo, se inclinaba profundamente y decía llorando: «Estoy gravemente enferma y voy a morir hoy o mañana. ¿Cómo voy a poder ser la esposa de este señor y a celebrar un matrimonio con él? Sólo os pido que me preparen una habitación donde pueda morir».

El padre miró disimuladamente a la muchacha y se dio cuenta de que su enfermedad era tan mala que no podía mandarla a la boda, entonces hizo que le prepararan una habitación en el patio de atrás para que pudiera vivir allí. Una sirvienta barrió el suelo, la llevó allí y le extendió mantas y cojines en el suelo.

El cuarto se utilizaba de ordinario como cámara para guardar el vino. En las cuatro paredes y en las esquinas había jarras de vino. La muchacha le preguntó sobre ellas a la sirvienta.

La sirvienta le respondió: «Es un buen vino añejo, si tenéis sed, podéis serviros a voluntad».

Al día siguiente se iba a celebrar la boda, el ruido de los tambores llegaba hasta el cielo. Las flautas y los silbidos ensordecían. La muchacha oía la alegre algarabía y estaba desconsolada. Entonces se acordó del vino, abrió una tinaja para sacar un poco, apareció una serpiente venenosa con el cuerpo cubierto de dibujos en blanco, que se encontraba enrollada en la jarra. La muchacha se echó hacia atrás asustada. No habían cerrado bien la tina y la serpiente se había colado dentro buscando comida y se había emborrachado con el vino.

La muchacha se dijo: «He oído que el veneno de las serpientes mata a los hombres. Mejor es beber el veneno y morir a esperar hasta que la enfermedad termine conmigo».

Cogió vino con una copa y bebió todo lo que pudo. Cayó al suelo sin sentido, se enrolló en sus mantas y se durmió.

A media noche empezó a sudar de forma que las gotas de sudor le quemaban. Sintió un picor extraño en sus miembros y cuando se frotaba, casi no podía soportarlo. Las pústulas de la lepra empezaron a desaparecer, se formaron costras y cuando se cayeron, salió piel sana. Volvieron a salirle los cabellos y las cejas y antes de que hubiera pasado una semana, el esperpento había vuelto a ser una belleza, exactamente la misma muchacha hermosa que había sido antes de caer enferma.

Cuando se enteraron de la noticia, vinieron todos los de la casa a desearle suerte. El hijo no sabía qué hacer de la alegría, se organizó un nuevo matrimonio y él volvió a contraer matrimonio. Incluso la primera mujer apreciaba a la muchacha. Se amaron como hermanas y desde el principio hasta el fin no hubo ni riñas ni envidia entre ellas. La mujer extranjera dio a luz a tres hijos, todos los cuales desempeñaron altos cargos de honor, y gracias a sus hijos llegó a ser madre del emperador. En todos los alrededores conocían su fama y todos decían: «Es en premio a su virtud».

Cuentos chinos
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