5. El hada de la luna[5]
En tiempo del emperador Yau vivió un príncipe llamado Hou I, que era un fuerte héroe y un buen guerrero. En otro tiempo brillaban diez soles en el cielo, que tenían tanta luz y calentaban con tanta fuerza que los hombres no podían soportarlo. Entonces el emperador le ordenó a Hou I que los matara. Él hizo caer a nueve de los soles. Tenía un caballo que era tan rápido que podía alcanzar al viento. Montó en él y se fue de caza. El caballo corría por su cuenta y no se dejaba parar. Así llegó a la montaña Kunlun y vio a la Reina Madre del mar de Jade. Ella le dio la planta de la inmortalidad. Él la llevó a su casa y la escondió en su dormitorio. Su mujer se llamaba Tschang O. Era aficionada a probarlo todo y, en cuanto él desaparecía de la casa, volaba hacia las nubes. Cuando llegó a la luna, se fue al castillo de la luna, y vive allí desde entonces como el hada de la luna. En cierta ocasión, un emperador de la dinastía Tang estaba con dos magos bebiendo vino en una medianoche de otoño. Uno de ellos cogió una ramita de bambú y la arrojó al aire; se convirtió en el puente celeste y los tres subieron juntos a la luna. Allí vieron un gran palacio, sobre el que había una inscripción: «Los amplios pabellones del claro frío». Delante había una casia, que estaba en flor y tenía tal aroma que todo el aire estaba impregnado de su olor. Había un hombre sobre el árbol que iba cortando con un hacha todas las ramas secundarias. Uno de los magos dijo: «Ése es el hombre de la luna. La casia tiene tanta fuerza que llegaría con el tiempo a tapar el brillo de la luna. Por eso tienen que podarla una vez cada mil años». Luego entraron en el amplio recinto. Los pisos plateados se elevaban unos sobre otros. Las columnas y los muros eran de cristales de agua. Había jaulas con pájaros y lagos con peces, que se movían como si estuvieran vivos. Parecía que todo aquel mundo era de cristal. Mientras seguían mirando a todas partes, entró el hada de la luna vestida con un abrigo blanco y una túnica de los colores del arco iris. Sonriendo, se dirigió al emperador: «Tú eres un príncipe en el mundo del polvo de tierra. Tienes que tener suerte si se te ha permitido llegar aquí». Entonces llamó a sus sirvientas, que llegaron volando sobre blancos pájaros, para que bailaran y cantaran bajo la casia. Los sones puros y claros se elevaron en el aire. Junto al árbol había un mortero de mármol blanco. Una liebre de jade comía hierbas. Ésta era la cara oculta de la luna. Cuando se acabó el baile, el emperador regresó con el mago. Hizo que se escribieran las canciones que había oído en la luna para que se cantaran en los huertos de perales con acompañamiento de flauta de jade.