Prefacio a la edición de 1764
Los sentimientos son aquellos movimientos del alma a través de los cuales ésta se manifiesta; así pues, el alma se encuentra por entero en el corazón. Pero un corazón impuro puede desviarse del camino recto y dejar de conocer sus obligaciones. Sus deseos inflamados se convierten entonces en pasión, lo que le lleva a abandonarse a toda clase de excesos. Esto sucede sobre todo en los sombríos aposentos de las mujeres, donde las pasiones se encienden demasiado a menudo.
Hemos conocido a mujeres jóvenes y sensibles que, por haber cedido a ciertas inclinaciones, han llegado a un estado en el que no pueden controlar sus pasiones. Su pensamiento sólo tiene un fin. No las detienen ni los más estrechos grados de parentesco, y no distinguen entre jóvenes y viejos, entre ricos y pobres, entre laicos y religiosos. Sólo les importa el torbellino de «nubes y lluvia», olvidando toda obligación moral y el más elemental pudor. ¡La pasión las ciega!
Pero llega un día en que ellas pierden sus encantos y los amores desaparecen. Entonces reflexionan y la lasciva conducta de sus años de juventud les produce horror. ¡Ay, cómo se desesperan! ¿No hubiera sido mejor que se lo hubiesen pensado antes, y no tener ahora tardíos remordimientos? ¿No hubiera sido mejor que, en lugar de empañar su reputación en la búsqueda desenfrenada de placeres, se hubieran contentado con la felicidad conyugal, sin dañar el buen nombre de toda su familia?
Porque es precisamente en la primera juventud cuando conviene controlar el corazón e impedir que los sentimientos se desvíen. Si una mujer posee un corazón puro, si no da rienda suelta a sus pasiones, nunca caerá en el oprobio sufrido por la protagonista de la Historia de una mujer viciosa.
(Escrito el tercer día del año jiashen de la era Qianlong, en la escuela Zizhi [del dominio de sí])