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Violando sin cesar la moralidad, Zi Man pierde la vida.

Y ávido del amor de su mujer, Yushu expira.

Cuando el duque Mu vio llegar a Kong Ning, bajó precipitadamente de su trono para recibirlo en la sala principal del palacio. Kong Ning se aproximó a él sin tardanza y le saludó con una gran reverencia. Después, uno tras otro, el anfitrión y el invitado tomaron asiento. El duque Mu se dirigió a Kong Ning en estos términos:

—Mi esposa y yo aceptamos conceder la mano de Su E a Xia Yushu. Pero nuestra hija es todavía muy joven; ¿os sería posible pedir al dignatario Xia que esperara dos o tres primaveras antes de venir a buscarla?

—No veo en ello ningún inconveniente —respondió Kong Ning.

Y, tras intercambiar algunas frases más, Kong Ning dijo adiós al duque. Al día siguiente, después de despedirse del duque y de sus ministros, los embajadores se pusieron en camino hacia Chen, adonde llegaron a los pocos días. Debían informar de su misión al duque Ling, quien se hallaba en su residencia privada. Nada más saber que habían regresado, Xia Yushu fue a ver a Kong Ning, con quien estuvo hablando de esto y de lo otro antes de abordar el asunto del matrimonio.

—Querido hermano mayor —dijo Kong Ning—, podéis felicitaros y felicitarme también a mí por haber solucionado vuestro asunto tan rápidamente. ¡Ah, deberíais estarme eternamente agradecido!

—¿Cómo es eso? ¡Hablad presto!

—La primera vez que le hablé de la boda al duque Mu, le pareció una idea excelente. Pero antes debía comunicárselo a su esposa, y prometió darme una respuesta definitiva al día siguiente. En efecto, al día siguiente me dijo que él estaba de acuerdo, pero que como su hija era demasiado joven aún, consideraba preferible esperar dos años antes de dárosla como esposa.

Yushu, que no cabía en sí de gozo al ver que su petición había sido aceptada, preguntó a Kong Ning de nuevo:

—¿Y qué le respondisteis?

—Como estaba seguro de vuestros sentimientos, le he dicho que no tendríais ningún inconveniente en retrasar la boda algunas primaveras.

—¿Qué edad tiene la princesa?

—Tiene quince años —respondió Kong Ning—, y he oído decir a las personas de su casa que su encanto y su belleza son incomparables y que su figura es capaz de «destruir reinos y ciudades». ¡No hay duda de que os hará totalmente feliz!

Los dos hombres siguieron platicando un rato y luego Yushu se despidió. Al volver a su casa, envió diez rollos de brocado de seda y un par de jades blancos a Zheng como prueba de su confianza en la buena marcha de su próximo compromiso. E igualmente expresó al duque Mu un sinfín de agradecimientos que por ahora no es necesario referir.

Volvamos a Su E. Sus relaciones amorosas con el inmortal la habían embellecido aún más si cabe. El día en que sus padres le hablaron de su próximo matrimonio, no pudo ocultar su alegría. Pero cuando a continuación le comunicaron que aún tendría que esperar unos años antes de que su esposo acudiera a buscarla, sufrió cierta decepción.

Un día en que descansaba a la sombra de un bosquecillo de bambúes situado junto a uno de los pabellones del jardín, envió a sus dos doncellas a recogerle unas flores. Zi Man, el hijo de su tío paterno, había ido a hacerle una visita. Cuando Zi Man distinguió a su prima en el bosquecillo, le preguntó si el lugar era lo bastante fresco. Su E asintió y le invitó a acercarse:

—¡Venid vos también, primo mío, a disfrutar de este frescor!

—No es conveniente que nos sentemos el uno junto al otro —respondió el joven.

—¿Qué inconveniente hay en sentarse así, siendo, como eres, mi primo? —replicó Su E.

Zi Man tenía por entonces dieciocho años recién cumplidos. Era muy elegante, se entregaba a los encantos del «viento y de la luna» y era muy aficionado al vino y a las mujeres. Cuando vio que su prima, tan bella como una inmortal del cielo, le invitaba a sentarse a su lado, perdió la cabeza y olvidó las normas del decoro que rigen las relaciones entre primos. Al sentir que su miembro se empalmaba repentinamente, pensó que en ese momento no había nadie por los alrededores y que podría ganarse fácilmente a su prima con dulces palabras. Se sentó, pues, junto a ella y le preguntó riendo:

—Prima, ¿habéis visto los presentes que ha enviado vuestra futura familia política?

Después de haber tenido relaciones con el inmortal, Su E había perdido un poco su timidez, por lo cual replicó:

—¡Pues no, todavía no he visto nada!

—Han llegado diez rollos de sedas preciosas y un par de jades blancos. Pensaba que mi tío ya os los habría enseñado.

—¿Realmente merece la pena verlos? —preguntó ella.

Y sintió a su vez una «excitación primaveral» de la que cualquier imbécil hubiera podido darse cuenta, y con más motivo Zi Man, dada su naturaleza de conquistador. Los pensamientos de este último eran muy turbulentos, pues Su E sólo iba vestida con una camisa de gasa perfumada que dejaba transparentar sus pechos.

—¡Hum! —exclamó—. ¡Qué buen par de pechitos tenéis, prima mía!

Su E, cuyo rostro se iba encendiendo poco a poco, le respondió riendo:

—¡Pues pruébalos!

Al acercarse Zi Man, le dio una bofetada en la cara.

—Granujilla, ¿acaso quieres comértelos de veras?

—Pues claro —respondió él quitándole la camisa.

Bajo la camisa aparecieron dos pechos tan blancos y suaves como una cabeza de gallina recién cocida al vapor, y cuyas areolas, como la cresta, eran de un rojo delicado; ¡unos pechos que hubieran enloquecido de amor a cualquiera! Zi Man se deleitó con ellos chupándoselos y lamiéndoselos sin interrupción. Y de pronto su miembro viril se irguió como una lanza de oro; estaba tan tieso y puntiagudo que se restregaba contra la parte hendida del pantalón de Su E. Entonces ésta le preguntó maliciosamente:

—¿Pero qué es este chisme?

—¡Ah!, es un chisme magnífico —respondió Zi Man—. Pero como eres todavía una chiquilla, seguramente nunca has visto nada parecido.

Como Su E se riera cada vez más, Zi Man aprovechó la ocasión para quitarle el pantalón y tumbarla. Y al alzarle los «lotos dorados» para colocarlos sobre sus hombros, vio de pronto esa cosa ligeramente convexa, suave y de olorosa blancura semejante a un panecillo cocido al vapor y recubierta de una pelusilla muy fina. Al verlo, se lanzó al asalto y dirigió su miembro viril hacia la encarnada raja. Y, aunque ésta estaba mojada debido a las secreciones, no pudo penetrar en ella. Entonces, enderezando su miembro con vigor, introdujo tan sólo «la cabeza de tortuga». Tras otro esfuerzo, sólo consiguió introducirlo hasta la mitad. Concentrando toda su energía, efectuó algunas idas y venidas, y al final consiguió hacerlo entrar hasta la raíz. Lo sacaba suavemente y lo metía hasta el fondo. Más allá de la «cresta de gallo», sentía el «corazón de la flor», y lo frotaba una y otra vez. ¡Ah! ¡Imposible describir con palabras tanta belleza! Por su parte, Su E practicaba «el arte de recoger los frutos de la batalla»: absorbía la esencia viril y controlaba su respiración. Se entregaba al placer con tal precisión, se contraía y relajaba con tanto empeño, que muy pronto Zi Man llegó a un estado muy próximo al desmayo. Pero, temiendo que pudiera llegar alguien, se retiró para emitir su semen; después se arregló rápidamente la ropa. Su E se peinó los cabellos y se puso de nuevo la camisa y el pantalón. Entonces se sentaron de nuevo el uno junto al otro, como antes.

—Prima mía, ¿cuándo podré volver a gozar de tus encantos?

—Ven lo más a menudo que puedas y, en cuanto tengamos ocasión, nos…

Cuando estaban en lo más sabroso de su conversación, regresaron las dos doncellas trayendo en sus brazos unas ramas de «granados en flor» que ofrecieron con respeto a su señora. Su E tomó algunas, y tras prendérselas en los cabellos, a la altura de las sienes, preguntó a Flor de Crisantemo:

—¿Qué tal me quedan?

—Princesa, vos sois bella de por sí, ¡pero estas flores resaltan aún más vuestra belleza!

Las dejaremos hablando así, y diremos simplemente que Zi Man, tras haber obtenido los favores de Su E, no dejaba de pensar en ella ni un solo momento. Era la única que reinaba en su corazón. En cuanto tenía ocasión, se dirigía al pabellón del jardín con el pretexto de admirar las flores; y, cuando no había nadie, consumaban su fechoría. Un día en que se hallaban juntos en el pabellón y habían llegado al momento en que «el faisán se da la vuelta y el fénix cae», fueron sorprendidos inopinadamente por Flor de Loto. La doncella, que era muy despabilada, se dio cuenta enseguida de lo que sucedía y se fue. Pero Su E, que la había visto, dijo a Zi Man:

—¡Vaya! ¡Nos han descubierto!

—¿Quién? —preguntó él.

—Flor de Loto; acaba de irse en este momento.

—¿Qué será de nosotros si se le ocurre hablar de lo nuestro?

—No te preocupes —dijo ella—, no dirá nada, porque voy a hacerla participar en el juego.

—Perfecto, perfecto —respondió Zi Man, y acto seguido se echó una prenda sobre los hombros y se fue.

Esa misma noche, con la excusa de que tenía hambre, Su E ordenó a Flor de Crisantemo que fuera a buscarle algunas golosinas a los aposentos de la zona delantera de la casa. Cuando se quedó a solas con Flor de Loto, le preguntó:

—Sé que estás al tanto de mi relación. ¿Se lo has contado a alguien?

—Vos sois mi única señora, ¿no sería una osadía por mi parte hablarle a alguien de vuestros asuntos?

—¡Muy bien, morrito sagaz! —respondió Su E—. ¿Y no desearías, también tú, conocer este asunto?

—¿Cómo no voy a desearlo, si tengo ya dieciséis años? ¡Pero, por desgracia, a las sirvientas nunca nos sucede nada tan bello!

—Pues bien, si lo deseas, esperaremos el momento oportuno y gozaremos los tres juntos.

Flor de Loto asintió con voz emocionada. En ese preciso momento, Flor de Crisantemo llegó con los aperitivos. Su E tomó uno o dos y después se quitó la ropa para descansar. Y, a partir de ese momento, nuestros tres personajes durmieron juntos alba tras alba, después de haber gozado noche tras noche. Ahora bien, dado que Zi Man era de constitución mediocre, y tenía que satisfacer a dos personas a la vez, y como, por otra parte, Su E practicaba el arte de recoger los frutos de la batalla tomando el yang para completar el yin, sucedió que, mientras que las muchachas estaban cada vez más bellas, el infortunado muchacho se iba debilitando de día en día. Algo más de dos años después, contrajo una funesta tuberculosis pulmonar de la que nada pudo curarle. Añadamos también que se hallaba dominado por el fuego de la pasión, que le consumía sin cesar. Pronto ya no pudo tragar alimento alguno, y no hacía otra cosa que escupir sangre. Al cabo de siete u ocho meses, el galán murió. Aunque algunas personas conocían la naturaleza de las relaciones del joven con Su E, no se atrevieron a proferir ni una sola palabra contra ella. ¿No era preferible permanecer mudo? Sin embargo, en el fondo, debemos saber que:

Desde la antigüedad las caritas sonrosadas tienen

lamentable vocación,

y suele acabar mal quien con ellas tiene relación.

Pero no perdamos más tiempo con la muerte de Zi Man y volvamos con el dignatario Xia Yushu, del principado de Chen. Habían transcurrido ya tres primaveras desde que obtuviera la promesa de que se casaría con Su E, y su afecto hacia ella seguía inalterable. Calculaba que Su E tendría ya dieciocho años y que podría tomarla como esposa. Así pues, rogó encarecidamente a su amigo Kong Ning que fuera de nuevo a Zheng. Kong Ning así lo hizo, y se entrevistó con el duque Mu. Después de dirigirle algunas palabras afables, se expresó así:

—La princesa ya es adulta, y el dignatario Xia no tiene a nadie que le ayude en los trabajos domésticos. De modo que me ha enviado a pediros su mano. ¿Podría conocer vuestra opinión, duque Mu?

—La princesa tiene la edad adecuada. Conviene, pues, llevar a cabo esta boda. Que el dignatario Xia elija un día fasto para venir aquí y casarse con ella.

Kong Ning le presentó entonces una caja roja y dorada en cuyo interior había una tablilla de bambú. Y añadió que Xia Yushu había ya determinado un día fasto para la ceremonia: el día 3 del tercer mes. El duque Mu tomó la tablilla para echarle un vistazo. En ella decía: «Ajustándonos respetuosamente a las prescripciones del almanaque, hemos elegido el día 3 del tercer mes. En ese día se pueden llevar a cabo todos los negocios, ya que éstos serán tan favorables como provechosos». El duque Mu ordenó a un servidor que llevara la tablilla a sus aposentos privados y después se dirigió a Kong Ning en estos términos:

—Hoy estamos a día 8 del segundo mes; una media luna nos separa del día de la boda, y me siento en la obligación de pediros que os toméis la molestia de regresar a vuestra casa.

Kong Ning se mostró de acuerdo y pronunció unas palabras más antes de despedirse para dirigirse a la residencia de los invitados. Al día siguiente, fecha de su partida, todos los oficiales de Zheng escoltaron a Kong Ning hasta las murallas de la ciudad y compartieron con él un último banquete. De vuelta a Chen, se reunió con Yushu para informarle del éxito de su misión.

—¡Cuánto trabajo os he dado! —exclamó Yushu—. ¿Cómo podría recompensároslo, querido hermano mayor?

Kong Ning, que en el fondo era un hombre al que no le desagradaban las aventuras galantes, le respondió con la mayor cordialidad del mundo:

—¡No es indispensable que los dos saquemos provecho de la mujer con la que vais a desposaros!

—Si así lo hiciéramos —replicó Yushu—, ¡sería a cambio de que yo me sirviera antes de vuestra señora esposa!

Los dos hombres se rieron durante un rato y luego se separaron.

Luces y tinieblas pasaron como una flecha. En un abrir y cerrar de ojos, llegó el día 1 del tercer mes. Yushu pidió a Kong Ning que le acompañara a ver a su soberano, el duque Ling. Y, después de que éste les recibiera, regresaron a sus residencias. El duque Ling ordenó a sus sirvientes y a sus cocheros que prepararan palanquines y caballos, y los puso a disposición de Yushu. Y este último se dirigió ese mismo día hacia el principado de Zheng en compañía de Kong Ning. Las banderas y los estandartes no tardaron en cubrir el cielo, mientras el clamor de los caballos y de los carros iba en aumento. Llegaron a las fronteras de Zheng en apenas una jornada. Las autoridades civiles y militares de Zheng les esperaban en una residencia de invitados situada a cierta distancia de la ciudad. Yushu y Kong Ning se apearon. Bebieron el vino reservado para recibir a los invitados venidos de lejos y, acompañados por las autoridades, entraron en la ciudad. Reposaron un poco antes de que el duque Mu llegara para hacerles una visita ceremonial. Y de ese modo, los futuros yerno y suegro se dieron la mano, se dijeron amables palabras al tiempo que se ofrecían copas de vino y se invitaban mutuamente a beber hasta la primera víspera de la noche, momento en que se separaron. Una vez de vuelta en su palacio, el duque Mu comentó a su esposa:

—Nuestro yerno es un hombre sin igual. Nadie podría hacerle crítica alguna.

Ni que decir tiene que, al oír estas frases, su esposa se llenó de alegría.

Al tercer día, Yushu se puso unas flores en su tocado y se atavió con prendas de color rojo, reservadas para la boda. Kong Ning, vestido de etiqueta, le acompañó hasta la puerta meridiana, donde el duque acudió a recibirlos; luego les invitó a entrar en la sala de audiencias del palacio. Y tal vez no esté de más señalar que el anfitrión y sus invitados cambiaron un cumplido tras otro. Cuando el banquete llegó a su fin, la princesa fue invitada a subir a un palanquín. En el camino que les conducía a la residencia de invitados, el intenso redoble de los tambores ensordecía el cielo. Una vez llegada a su destino, la princesa se bajó del palanquín. Tras ofrecer un sacrificio al cielo y a la tierra, los dos recién casados entraron en el aposento nupcial, donde, siguiendo la costumbre, se intercambiaron unas copas hechas con una calabaza partida por la mitad. Yushu alzó el velo que cubría la cabeza de la joven desposada y la miró. Sus ropas de cortesana y sus aderezos de jade la hacían semejarse a la diosa Chan’E, que reside en la luna. Yushu se preguntaba para sus adentros qué habría hecho él para merecer estar unido en este mundo con tal belleza. Llegada la noche, cuando todos los invitados se hubieron despedido, los dos esposos se desvistieron y se acostaron. A escondidas, Su E se tomó una píldora para «estrechar el valle». Yushu, muy cerca de ella, sentía sus huesos de jade y su cuerpo puro como el hielo, muy suave y ligero. El fuego del deseo le inflamó violentamente y, con una embestida, dirigió su miembro de jade hacia el «corazón de la flor». Y como no pudo entrar en él ni un ápice, creyó que se debía a que Su E era virgen. Queriendo iniciarla en el asunto de los hombres sin violencia para que ella no sufriera, la penetró suave, muy suavemente, hasta introducirle la mitad del miembro. Como sabemos, el interior de este valle es muy estrecho; sin embargo, estaba tan ardiente como un fuego avivado por cuatro fuelles. Centuplicada su energía, Yushu efectuó un vaivén hasta, finalmente, hundir su miembro hasta la raíz. Y, con el corazón rebosante de alegría, emitió y volvió a emitir su semen, y así varias veces a lo largo de esa misma noche.

Por la mañana, nada más acabar de lavarse, Yushu fue a agradecer calurosamente a Kong Ning el éxito de la unión. A continuación se despidió del duque Mu para volver a Chen con su esposa. Esta última subió a un palanquín, y su esposo cabalgó en compañía de Kong Ning. Y de las cosas que sucedieron por el camino, no os contaremos nada.

Una vez en su patria, Xia Yushu fue a visitar al duque Ling antes de regresar a su residencia privada. Su E se cambió las ropas de ceremonia por una vestimenta más sencilla y se presentó ante su esposo aún más hermosa y deseable si cabe. Este estaba tan enamorado de ella que, al llegar la noche, se entregó al placer sin ningún comedimiento. Pero no diremos nada más. Debéis saber que las dos doncellas, Flor de Loto y Flor de Crisantemo, habían acompañado a su señora hasta Chen. Ahora bien, una noche Flor de Crisantemo dio un gran grito. Flor de Loto, enloquecida, tomó una lámpara para alumbrarla y exclamó:

—¡Qué desgracia!

Pues bien, si aún no sabéis lo que ocurrió, prestad atención a las explicaciones del próximo capítulo.