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Presenta sus condolencias a la viuda y sondea sus deseos.

Frecuentando Zhulin, los dos oficiales tienen celos.

Así pues, Flor de Loto iluminaba con una lámpara a su compañera, que tenía los dientes apretados y el rostro del mismo color que la tierra.

—¡Esto me da mala espina! Hermanita, ¿qué tienes?

Flor de Loto la estuvo llamando así durante un largo rato. Después, Flor de Crisantemo, sintiéndose algo mejor, abrió los ojos y, al ver a Flor de Loto a su lado, le dijo llorando:

—Hermana mayor, me estoy muriendo.

—¿Qué sientes?

—Acabo de ver en este momento al demonio que lleva las cadenas —respondió ella entre sollozos—. Va a venir a buscarme y mi vida llegará a su fin —añadió, y siguió sollozando.

Flor de Loto fue a avisar a su señora, quien, a su vez, sintió una gran aflicción. En efecto, al día siguiente, el soplo vital de Flor de Crisantemo huyó y ésta murió. Su E ordenó que fueran a comprar un ataúd y procedieran a los funerales. Pero no hablaremos de eso.

Dos años después, Su E, convertida en la dama Xia, daría a luz un niño al que le pusieron el nombre de Zhengshu. Por su parte, Yushu, muy propenso a los deleites del amor, se entregaba una mañana tras otra a la concupiscencia, y una noche tras otra se abandonaba al placer. Debemos añadir también que su esposa poseía el arte de recoger los frutos de la batalla. Y así, la energía vital de Yushu decaía poco a poco y su tez se marchitaba de día en día. Pronto ya no pudo volver a levantarse. Un día en que la dama Xia estaba a su lado, le dijo con los ojos llenos de lágrimas:

—Querida, con un rostro como el vuestro, no permaneceréis sola durante mucho tiempo. Lamento que nuestro hijo sea aún tan joven y que no haya nadie que se ocupe de él. ¡Ay! ¿Quién hará de él un hombre? —Después reclinó la cabeza en la almohada y empezó a sollozar. Luego rogó a su esposa que mandara a buscar a su hijo, a quien dirigió sus últimas recomendaciones. Volviéndose de nuevo hacia su mujer, declaró—: Este niño tiene un aspecto fuera de lo común. Habrá que confiárselo más tarde a mi amigo Kong Ning para que haga de él un hombre. En cuanto a vos, queridísima mía, si os es posible manteneros fiel, hacedlo, y, si no, actuad cómo os plazca.

—Que vuestro corazón esté libre de toda preocupación, excelencia, vuestra humilde servidora ha decidido no volver a casarse para no dañar la reputación de la familia. ¿No se suele decir que «Ministro fiel no sirve a dos príncipes» y que «La mujer casta no tiene dos maridos»? ¿Cómo podría mostrarme ingrata con respecto a vos?

Al oír estas palabras, Yushu fue incapaz de expresar su alegría. La dama Xia mandó llamar a un médico célebre para que le atendiera. Pero un día, tras haber tomado el pulso a su paciente, el médico declaró:

—Su enfermedad es incurable.

Se despidió y se fue. Al oírlo, la dama Xia se lamentó largamente. Y, en efecto, al día siguiente, hacia el mediodía, el enfermo murió. Su esposa se vistió de luto y se ocupó de arreglar todos los detalles de la ceremonia fúnebre, informando tanto al duque Ling como a todos los oficiales. Cuando Kong Ning se enteró de la muerte de Yushu, se regocijó en su fuero interno: «La dama Xia me ha manifestado a menudo su interés y, si no se atrevía a declararse, era sólo porque su marido aún vivía. Pero, ahora que ya no está, ¡esta seductora dama será mía sin falta!». Cambió su atuendo por uno blanco de luto y fue a ver a la dama Xia para presentarle sus condolencias. Lloró desde la puerta principal de la residencia hasta los aposentos privados. La dama Xia también lloraba. Mientras se enjugaba las lágrimas, ésta le dijo:

—Cuando mi marido se acercaba a su última hora, se volvió hacia mí y me dijo que vos habíais sido su amigo más fiel a lo largo de toda su vida. Nuestro hijo Zhengshu es todavía un niño y mi difunto marido deseaba que vos os ocuparais de él. Y también expresó sus deseos de que vos organizarais sus funerales.

Cuando acabó de hablar, se prosternó ante él. Kong Ning le devolvió solícito el saludo y respondió:

—Tranquilizaos, queridísima cuñada, tomaré las riendas de sus asuntos.

Y, nada más decir esta frase, salió a ocuparse de la ceremonia fúnebre. En el momento en que el sol se ocultaba tras la montaña de poniente, él todavía se encontraba en la casa Xia, dispuesto a quedarse a dormir en ella. Cuando la dama Xia se enteró de eso, ordenó a Flor de Loto que le llevara un colchón, unas mantas, té y licores. Sentado en la biblioteca, Kong Ning sólo pensaba en la dama Xia, y reflexionaba en cómo podría conquistarla. De pronto, al ver llegar a Flor de Loto trayéndole algo de beber de una forma tan galante, su corazón se llenó de alegría. Fue a su encuentro y le preguntó de forma jovial:

—¿Y a ti quién te ha enviado?

La criada, que era tan seductora como aguda, y que además tenía muy asumido su papel de alcahueta, le respondió con una encantadora sonrisa:

—¡Mi señora!

Y acompañó sus palabras con una apasionada mirada que avivó aún más el fuego del deseo que había inflamado a Kong Ning. Como no había nadie por los alrededores, éste se acercó a Flor de Loto y, estrechándola contra sí, la besó en la boca. Flor de Loto temió de pronto que alguien les sorprendiera, así que se zafó de él y huyó. Kong Ning se quedó tan desconcertado como quien pierde lo que está a punto de poseer. Esa noche no durmió. Había buscado y acababa de descubrir una estratagema infalible. Se dijo riendo: «¡Ah, ya lo tengo! ¿No dicen que, desde la antigüedad, quien ambiciona un tesoro debe levantarse a la aurora? Mañana le regalaré a Flor de Loto algunos objetos preciosos y seguro que hará lo que le pido. Nada puede impedir ahora que su señora caiga entre mis manos». Firme en su idea, se levantó al alba, fue a su casa a buscar unas horquillas de pelo, unos brazaletes y unos aderezos, y regresó. Y, al igual que la víspera, se ocupó de los asuntos del duelo. Por la noche, cuando la casa estuvo de nuevo sosegada, Flor de Loto le llevó un té. Kong Ning, muy alegre, se rascó las orejas, se frotó las mejillas y luego la apostrofó riendo:

—¡Flor de Loto, hermana mayor!

—¿En qué más puedo seros útil? —preguntó ella.

—Me sirves con tanta diligencia que te lo mereces todo. He visto que tienes muy pocos aderezos para los cabellos, así que te he traído algunos. ¿Los aceptarías?

—Tengo el deber de serviros —respondió ella—. ¿No sería un atrevimiento por mi parte aceptar vuestros presentes?

Kong Ning tomó entonces una caja de laca dorada y se la dio a la doncella. Cuando ésta la abrió, vio que en su interior había muchos aderezos de oro y perlas, y los tomó diciendo:

—Gracias por todos estos regalos. ¡Gracias infinitas!

—No es necesario que me lo agradezcas —respondió Kong Ning—. Ven aquí.

Flor de Loto se acercó. Kong Ning la tomó en sus brazos y la estrechó contra él; quería entregarse, como se suele decir, a los placeres de «las nubes y la lluvia». Flor de Loto alegó que, para eso, había que esperar a que su señora estuviera dormida, y así ella podría volver discretamente. Kong Ning la dejó marchar y, cuando llegó la primera víspera, ella se reunió con él amparándose en la oscuridad. Kong Ning salió a recibirla, le dijo que entrara y cerró la puerta tras él. Se desnudaron los dos. Kong Ning la sentó en una silla y le abrió las piernas. A la luz de la lámpara contempló la puerta femenina, opulentamente blanca; la raja estaba humedecida por las secreciones. Aunque Flor de Loto conocía el asunto de los hombres, todavía no había tenido hijos, por lo que su valle no era ni demasiado estrecho ni demasiado ancho. Kong Ning sólo tuvo que hacer dos o tres movimientos de vaivén antes de hundir su miembro hasta la raíz. Después, poco a poco, empujó más profundamente, y efectuó varios cientos de vaivenes de un tirón. Sentía que la «cresta de gallo» de Flor de Loto encapuchaba su «cabeza de tortuga», engulléndola y expulsándola de una forma maravillosa. «El corazón de la flor» se agitaba a empellones; ella ciñó con fuerza la cintura de Kong Ning sin dejar de jadear suavemente. Al notarlo, este último no pudo sino arremeter bien fuerte, meneando su miembro hacia la izquierda y frotando hacia la derecha, lo que no tardó en provocar en su pareja gritos de goce infinito. De pies a cabeza, sus cuerpos se sintieron muy pronto doloridos de felicidad; y así varias veces. Ella entonces metió su blanda lengua en la boca de Kong Ning y éste se la chupeteó. La punta estaba ligeramente fresca. Kong Ning supo entonces que Flor de Loto había llegado al máximo del placer; él mismo, sumamente satisfecho, emitió su semen. Flor de Loto le secó y luego se secó a su vez con su pañuelo de seda; y vio que el suelo estaba totalmente cubierto de sus secreciones y del semen de él. Se levantaron y fueron a tumbarse sobre el cobertor de seda y, reposando sus cabezas en la misma almohada, se quedaron abrazados. Kong Ning confió finalmente a Flor de Loto sus deseos de cabalgar a su señora, y la doncella estuvo de acuerdo con él.

—Si la empresa tiene éxito —le dijo él—, sabré agradecértelo.

—Le hablaré de ello a mi señora —respondió Flor de Loto— y vendré a llamaros mañana al comienzo de la primera víspera.

Cuando acabaron de hablar, ya era la quinta víspera de la noche.

—No puedo quedarme más tiempo —dijo Flor de Loto echándose rápidamente una prenda sobre los hombros y abriendo la puerta.

Y sin que la viera un solo ser humano, o ni siquiera un espíritu, regresó a su habitación. Al día siguiente, transmitió con toda naturalidad a su señora el mensaje de Kong Ning. Cuando ésta le preguntó si había tenido relaciones con él, Flor de Loto le contó todo lo que había sucedido la noche anterior y le mostró los objetos preciosos que Kong Ning le había regalado. La dama Xia, que era por naturaleza una mujer galante, no tenía ningún motivo para rechazar el ofrecimiento de Kong Ning e inclinó la cabeza a modo de asentimiento. Esa misma noche, al ponerse el sol, Kong Ning se hallaba, como los días anteriores, en la biblioteca. Y después de empezar la primera víspera, Flor de Loto llegó, como habían convenido, para conducirle al aposento de los bordados. Por temor a que alguien la viera, la dama Xia no había encendido las lámparas. Flor de Loto condujo a Kong Ning hasta el borde de la cama, y él, después de palpar durante un momento, supo que la que estaba tumbada de espaldas era la dama Xia. El aguijón de la carne le espoleó con violencia; y, sin que tuviera que hacer el menor esfuerzo, su miembro de jade se irguió. Se quitó inmediatamente las ropas y subió a la cama mientras la dama Xia lo atraía hacia ella. Kong Ning apoyó su miembro de jade contra la entrada del valle, estrecho como la de una virgen y sumamente difícil de penetrar. Pasado un buen rato, sólo había conseguido hundirlo hasta la mitad. «Qué extraño», pensaba Kong Ning, «ya no es tan joven y además ha tenido un hijo. ¿Qué le ocurrirá?». Entonces se dirigió a la dama:

—Querida, ¿cómo conseguís mantener vuestro valle tan estrecho?

—Un inmortal me instruyó acerca de este procedimiento —respondió ella.

Kong Ning se quedó estupefacto. Cuando logró que su miembro penetrara por entero en el valle, la dama Xia supo acogerlo y moverse con precisión y exactitud. Y de ese modo se entregaron al placer durante toda la noche. Cuando estaban descansando un poco, la dama Xia dijo a Kong Ning:

—Mi hijo Zhengshu ya es mayor y no es conveniente que mantengamos esta relación estando él en la casa. ¿No sería mejor enviarlo lejos para que siguiera las enseñanzas de un maestro? Yo volvería a vivir en Zhulin, mi feudo en la provincia de Henan, y podríamos permanecer juntos indefinidamente.

Kong Ning estuvo completamente de acuerdo. Esa mañana le robó a la dama un pantalón bordado y se lo puso. Se quedó unos días más y, una vez finalizados los funerales, llevó a Zhengshu a casa de un maestro. La dama Xia volvió a vivir en Zhulin y guardaron tal secreto acerca de sus relaciones que nadie se enteró jamás. Pero un día en que Kong Ning estaba bebiendo con un tal Yi Hangfu, un funcionario amigo suyo, le reveló su relación con la dama Xia e incluso le contó lo del pantalón bordado. Yi Hangfu era, junto con Kong Ning, uno de los ministros preferidos del duque Ling, a quien ambos servían habitualmente. A los dos les gustaban el vino y las mujeres, y secundaban a su señor en sus diversiones. Yi Hangfu, el más virulento de estos juerguistas, era el que «golpeaba el gong y tocaba el tambor». Al oír hablar ese día de la dama Xia, no pudo impedir que su corazón se excitara y que sus pensamientos se volvieran ligeramente confusos. Una vez en su casa, desplegó toda clase de argucias a fin de entablar una relación amistosa con Flor de Loto; le dio una suma importante de dinero para que aceptara interceder por él ante su señora. Por su parte, a la dama Xia no le habían pasado desapercibidos la gran estatura y el imponente aspecto de Yi Hangfu, lo que estuvo muy lejos de dejarla indiferente. Envió, pues, a Flor de Loto a que acordara un encuentro íntimo con él. Con el fin de animar la batalla y de seducir a la dama, Yi Hangfu ingirió unas sustancias que tenían la facultad de despertar la «excitación primaveral». Y ésta fue la razón por la que la dama Xia le amó el doble que a Kong Ning. Yi Hangfu le dijo un día:

—El dignatario Kong recibió de vos como presente un pantalón bordado; yo también deseo algún objeto que me demuestre que me amáis tanto como a él.

—¿El pantalón bordado? ¡Pero si me lo robó! —contestó ella riéndose—. No es verdad que yo se lo diera. —Y le confió al oído—: Y aunque haya compartido el mismo lecho, ¡tenía en él mucho menos sitio!

Acto seguido, se quitó la prenda de color jade que ceñía su pecho y se la regaló a Hangfu, que no cabía en sí de alegría.

Y, a partir de ese momento, sus encuentros se volvieron tan íntimos y tan frecuentes que Kong Ning no pudo dejar de sentirse excluido. ¡Ay!, ¿pero no queda perfectamente ilustrada la situación reinante por este antiguo poema?:

Oh, ¡las costumbres en Zheng son en extremo

licenciosas!

Eliminadas de los virtuosos Huan y Wu las influencias

dichosas,

oficiales y damas rivalizan en emparejarse de un modo

excesivo;

en los barrios y callejas las uniones verdaderas

han desaparecido.

En palacio, Zhongzi quiere saltar la muralla,

Y Zithong es un astuto demasiado encopetado.

En la puerta del este se reunían los galantes de otrora,

y las parejas se entrelazan, anárquicas

cual plantas trepadoras.

¡Tela azul, cara a mi corazón!

Conducir su carro sin saber hacia qué lado,

a pesar del viento y de la lluvia, el gallo ha cantado

para reunirse en secreto, ¡qué taimado!

El agua agitada se lleva el rumor de las gavillas.

Poco nos importan las críticas de los cotillas.

La moralidad de los tiempos mucho os ha turbado.

¿De qué otro modo esos felices días hubiera yo pasado?

Después de recibir esta prenda de la dama Xia, Yi Hangfu se jactó de ello ante Kong Ning. Este preguntó entonces con discreción a Flor de Loto acerca de la naturaleza de sus relaciones y supo que se amaban muy íntimamente. Su corazón se llenó de celos, y la idea de que no tenía ningún plan para separarles le consumía. No obstante, un día en que caminaba por casualidad por el jardín de la dama Xia, se le ocurrió una maravillosa estratagema.

Pues bien, si todavía no sabéis lo que pensó, prestad atención a las explicaciones del próximo capítulo.