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He aquí cómo el pez muerde el anzuelo en un instante y,
contento, se dispone al intercambio galante.
Luan Shu se encontraba, pues, junto al estanque de los peces dorados cuando había sido apostrofado algo bruscamente por Yunxiang. Se quedó tan sorprendido que no supo qué responder. Entonces la princesa intervino y dijo a sus invitadas:
—Os presento a mi esposo.
—Estoy profundamente avergonzada —respondió, azorada, Yunxiang—. No pensé que se tratara de vuestro honorable marido y no me he mostrado en absoluto amable con él; os ruego que me excuséis por ello y aplaquéis vuestra ira.
Luan Shu se repuso entonces y preguntó a la princesa:
—¿Pero no es ésta la esposa de mi amigo Wuchen? Y la otra dama, ¿quién es?
—Sí, amigo mío, esta dama es Yunxiang, esposa de Wuchen, y esta otra es la segunda esposa del dignatario Wuchen.
—Ignoraba —prosiguió él— que mi amigo conociera las delicias de una segunda unión. ¿Se ha casado con ella recientemente?
—Ayer mismo —respondió Yunxiang con una gran carcajada.
—Si lo hubiera sabido antes, me habría apresurado a ir a compartir con él el vino de los nuevos esposos.
Y se dirigieron al pabellón para charlar un poco. Yunxiang quiso entonces despedirse. La princesa la retuvo con insistencia.
—En mi casa no hay nadie —replicó Yunxiang—. Debo volver cuanto antes.
Y, tras saludar a la princesa, se inclinó ante Luan Shu. Este último, devolviéndole el saludo con diligencia, la miró directamente a la cara, con los ojos encendidos y, a cambio, recibió una mirada tan cautivadora como el mar en otoño. Y si por ventura os estáis preguntando por qué, diremos que el galán no tenía más de veintitrés o veinticuatro años; tenía además las cejas perfectamente dibujadas y una dulce mirada, y, en conjunto, no era en absoluto vulgar. Así pues, ¿cómo no iba a despertar el deseo de Yunxiang? Y no sólo se despertó el de Yunxiang, sino también el de Flor de Loto, cosa que quizá no hubiera sido necesario especificar. Se miraron, así pues, atentamente y se manifestaron las intenciones más galantes del mundo. La princesa se dio cuenta de todo de inmediato, pero no dejó transparentar nada. Acompañó a sus dos invitadas fuera de la residencia; su esposo la seguía y miraba discretamente a las dos bellezas que se disponían a irse. Intercambiaron aún algunas miradas antes de que las dos damas se instalaran en el palanquín. Cuando se hubieron ido, Luan Shu pareció desorientado. Se habían alejado ya, y él seguía allí, en el umbral de su residencia, con la mirada perdida en lontananza. Entonces la princesa le dijo riéndose:
—¡Nuestras bellas invitadas están ya muy lejos!
Luan Shu ni siquiera la oyó. Y ella volvió a repetir más fuerte:
—¡Nuestras bellas invitadas están ya muy lejos!
Cuando Luan Shu volvió la cabeza hacia su esposa, parecía que acababa de despertar de un sueño.
—Entremos —le ordenó la princesa, y él la siguió, atontado.
Por algo dice el poema:
No es el vino lo que embriaga,
¡es el hombre quien se embriaga!
No es el deseo lo que extravía,
¡es el hombre quien se extravía!
Mirad cómo Luan Shu no quita ojo a esa beldad sin par.
Luan Shu no recuperó la calma hasta que entró en sus aposentos.
—Estaba conmocionado, señora. ¿Habéis visto alguna vez una mujer tan bella? Ahora comprendo por qué Wuchen utilizó todos sus recursos para seducirla. ¡Ah! Si yo, Luan Shu, pudiera pasar dos o tres noches con ella, sería el más feliz de los hombres y aceptaría morir de buen grado.
Al oír estas palabras, la princesa le dijo riéndose al oído:
—¿Y si yo supiera la forma de que volváis a verla?
—¿Cómo? ¡Decídmelo enseguida!
—Pues veréis… —respondió ella, y le contó lo que harían.
—¡Qué maravillosa estratagema! Pero ¿cómo la pondremos en práctica?
—Antes que nada, debéis permitirme pasar algunos días en su residencia para que nadie sospeche nada.
Luan Shu deseaba tanto a la bella Yunxiang que, en el fondo, el procedimiento no le preocupaba; en determinado momento, exclamó: «¡De acuerdo, “llevaré el sombrero verde”!». Mientras platicaban así, anocheció. Marido y mujer se retiraron a descansar. Luan Shu se quitó sus ropas y se acostó. La belleza de Yunxiang le perseguía, el fuego del deseo le inflamó. Su miembro de jade estaba tan firme que parecía de hierro. Una vez que su esposa se hubo acostado boca arriba, le clavó el miembro de jade en el valle y entró y salió al menos cien o doscientos veces antes de alcanzar el placer. A continuación le acarició la puerta del yin y mientras le decía:
—¡Qué vallecito tan bonito! ¡Qué lástima tener que prestárselo a otro que no sea yo!
La princesa, temiendo de pronto que ya no le permitiera ir a casa de Wuchen, le dijo:
—Decís eso porque no conocéis el valle de Yunxiang; es mucho más agradable que el mío. ¿Sabéis que tiene más de cincuenta años, pese a que parece una muchacha? Me ha dicho que vio a un inmortal en sueños y que tuvo trato carnal con él. Le enseñó «el método de la Hija de Candor para recoger los frutos de la batalla», y desde entonces sabe cómo apoderarse de la energía masculina para fortalecer su feminidad y hacer maravillas. Por eso su rostro está siempre terso y la flor de su tez no se ha marchitado. ¡Con deciros que, a los tres días de nacer su hijo, su valle volvió a ser como antes!
Oyéndola hablar así, Luan Su se sentía tan extraviado como una cometa a la que hubieran cortado la cuerda. Asió su «mango del matamoscas» y penetró a su esposa efectuando diversos vaivenes en medio de los extravagantes ruidos del amor, tan estrepitosos que el lecho se movía. Dolorido muy pronto de pies a cabeza, sintió picazones en todo el cuerpo y emitió su cosa blanca. Pero dejémosles ahí.
Cuando Yunxiang y Flor de Loto regresaron a su casa y vieron a Wuchen, hicieron muchos elogios de la princesa.
—Bueno, ¿no vais a hablarme de ella de un modo un poco más concreto? —dijo Wuchen.
—Voy a cantar —respondió Yunxiang—. ¡Escuchad atentamente y conoceréis sus talentos!
Esto venía a decir la canción: «Blancas son sus manos, arqueadas sus cejas, sus perfumados labios son de color bermellón, los cabellos muy negros, sus pies pequeños, terso su pecho, liso su vientre, y tan cerrada tiene la cosa que es verdaderamente agradable gozar con ella, sí, gozar con ella».
—¿Y qué es esa cosa con la que es tan agradable gozar? —preguntó Wuchen.
—¡No creo que haga falta deciros —precisó Flor de Loto— que se trata del «torrente encajonado entre las dos cimas»!
Wuchen estalló en una carcajada.
—¡He aquí una cosa agradable y una hermosísima persona!
—Si la invitara como amiga, con vos dormiría —añadió entonces su esposa.
—¿Pensáis que ella aceptaría?
—Si no me equivoco, creo que sueña con ello desde hace mucho tiempo.
—Entonces, hacedla venir.
—Qué prisa tenéis, bribonzuelo. Esperad a que los jazmines hayan florecido y la invitaré a pasar algunos días en nuestra compañía para que pueda admirarlos. Entonces podréis hacer un buen negocio.
Wuchen inclinó la cabeza a modo de asentimiento y dijo:
—Qué justas y razonables son vuestras palabras, esposa mía.
Una vez finalizada la conversación, los dos esposos y Flor de Loto se quitaron sus ropas y reposaron juntos. Y no creo que sea necesario aclarar que en la oscura noche se sintieron tan felices como peces en el agua.
Luz y tinieblas pasaron como la flecha, sol y luna se alternaron como la lanzadera, y unos días más tarde los jazmines estaban completamente abiertos y perfumaban el jardín. Y como canta el poeta:
Claras oleadas de los jazmines perfumados
de porte gracioso bajo el viento delicado,
bellos y blancos jades inmaculados,
a hacer de mensajeros están preparados.
Cuando Wuchen vio los jazmines abiertos, apremió a su esposa para que invitara a la princesa. Yunxiang escribió, pues, una carta y se la dio al criado de la biblioteca para que la llevara inmediatamente a la residencia de los Luan. Luan Shu se hallaba precisamente en su casa. Tomando la carta de las manos del criado, la leyó con su esposa. Esta, que sabía perfectamente la razón que había animado a Yunxiang a invitarla, preguntó al criado:
—¿Quién te envía?
—Vengo por orden de mi señora, que os invita, princesa, a pasar con ella varios días para gozar de las flores de los jazmines.
La princesa preguntó riendo a su esposo:
—¿Me dais vuestro permiso para que acepte esta invitación?
—Si partís —respondió él—, tendréis que seducir a cierta persona y no dejaros seducir por otra.
—¡Mucho me temo que no sea tan fácil como pensáis!
Dicho esto, le dejó, y poco después ya estaba sentada en su palanquín. No tardó en llegar ante la residencia de Wuchen. Al quedarse solo, su marido se preguntó: «¿Y si mi esposa no consiguiera convencer a Yunxiang?». Así pues, tomó la decisión de invitar a Wuchen y de hablar claramente con él de la posibilidad de intercambiarse las esposas durante unos días. Ordenó a Li el Bienaventurado que fuera a invitar a Wuchen. Cuando Wuchen, que en esos instantes acechaba la llegada de la princesa, recibió la invitación de Luan Shu, se vistió y decidió ir en el acto por temor a que le fallara su «negocio». El criado de la biblioteca le preparó el caballo y fue a casa de Luan Shu, quien salió a recibirlo y le invitó a tomar el té en sus aposentos privados. Wuchen le preguntó entonces:
—Os escucho, ¿de qué queréis hablarme?
—Oh, de nada en especial, querido hermano mayor —respondió Luan Shu—, simplemente deseaba invitaros a beber un poco de vino.
Y ordenó que les sirvieran en un pabellón retirado. Y, mientras bebían, los dos hombres se pusieron a hablar de asuntos galantes. Luan Shu le habló con precaución de su idea de intercambiarse las esposas. Wuchen, que tenía naturaleza de libertino, estalló en una gran carcajada sólo de pensarlo.
—Sí, la idea me parece muy interesante. En cuanto vuelva a mi casa, os enviaré a mi esposa. Y cada uno de nosotros procurará utilizar sus talentos y no mostrarse demasiado tímido.
—Vuestro hermano menor no es en absoluto tímido —replicó Luan Shu—, pero ¿no creéis que vuestra avanzada edad os predispone a vos, en cambio, a una gran timidez?
—No temáis por mí —respondió Wuchen.
Los dos hombres bebieron copiosamente durante un rato y después se despidieron. Wuchen regresó a su casa. Pues bien, si todavía no conocéis cómo se desarrolló este intercambio, prestad atención a las explicaciones del próximo capítulo.