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La doncella vuelve a encontrar a su antigua señora

y las dos comparten nobleza y riquezas desde ahora.

Así pues, los bandidos habían matado a Luo Yan y también a su esposa. Entonces corrieron hasta los aposentos de Ai Ji y abrieron la puerta de un sablazo. Al entrar, descubrieron a los dos jóvenes esposos dormidos. Uno de los bandidos agarró a Ai Ji y le dijo:

—Rápido, dinos dónde está el dinero y te perdonaremos.

Ai Ji se asustó tanto que no pudo abrir la boca, y el bandido, pensando que no quería decírselo, le asestó un cuchillazo fatal. Al ver a su marido sin vida, Flor de Loto se quedó aterrorizada. Sin embargo, se dominó y les dijo con audacia:

—Yo sé dónde está el dinero.

—¿Dónde?

—Junto a la escalera.

Los bandidos le pidieron que les condujera hasta él. Flor de Loto, que estaba completamente desnuda, se echó una colcha de seda en los hombros; con las prisas, dejó al descubierto la blanca puerta de su yin, pero le traía sin cuidado. Corrió hasta la escalera y les mostró la tinaja, que se hallaba escondida debajo. Los ladrones la abrieron y dentro de ella descubrieron unos lingotes de plata blancos y brillantes como la nieve. Se echaron la tinaja al hombro y se marcharon. Viendo que por fin se habían ido, Flor de Loto volvió a su habitación, se vistió y empezó a proferir grandes gritos. Todos los vecinos acudieron corriendo a la casa de los Luo y vieron que, de las cuatro personas que componían la familia, sólo quedaba una que no dejaba de llorar y gemir. Entonces le preguntaron con solicitud:

—Damita, decidnos cómo ha sido.

—Esta noche ha venido una banda de malhechores —respondió ella—. Se han llevado nuestro dinero y han matado a toda mi familia política.

A continuación les llevó a que vieran los cadáveres. Flor de Loto hablaba muy dulcemente, y todos la apreciaban por sus agradables palabras. La consolaron diciéndole:

—No temáis nada, os haremos justicia.

Los vecinos informaron a las autoridades locales acerca de lo que había sucedido esa noche. El funcionario del lugar encargado de la investigación acudió en persona a examinar la casa y ordenó a Flor de Loto que preparara los ataúdes y que ordenara meter en ellos a los tres Luo. Todos los vecinos la ayudaron. Y cuando todo estuvo terminado, las autoridades enviaron a un comisario para que buscara a los bandidos. Ni que decir tiene que éste se aplicó a su tarea con gran diligencia.

A partir de entonces, Flor de Loto vigilaba sola su casa y sentía que la soledad la iba invadiendo poco a poco. Por la noche oía que los fantasmas la llamaban, lo que la aterrorizaba cada vez más. Un día en que se disponía a salir, vio a un viajero sentado delante de su puerta.

—Tengo una sed terrible —le dijo el viajero levantándose—. ¿Podríais darme un poco de agua?

Flor de Loto ordenó que le prepararan un té y le preguntó adónde se dirigía.

—Pertenezco a la casa de Wuchen, duque Shen, del reino de Jin —le respondió el hombre—. Me ha enviado al estado de Wu con una carta para su hijo.

—Pero en otros tiempos en el reino de Chu había un tal Qu Wu que también era duque Shen —dijo ella—. ¿Cómo es posible que haya otro Qu Wu en el reino de Jin?

—Qu Wu y Wuchen son la misma persona.

—Pero si es él, ¿por qué se ha ido a Jin?

—Vos no lo sabéis, señora, pero se ha casado en el mayor de los secretos con la dama Xia, y por esa razón no ha vuelto jamás a Chu y se ha establecido en Jin.

Flor de Loto le acosó de nuevo con preguntas referentes a la dama Xia. Cuando él le respondió que era la madre del malogrado Zhengshu, Flor de Loto se sintió profundamente conmovida y le preguntó:

—¿Y cómo se encuentra la señora?

—Mi señora se encuentra perfectamente de salud —respondió él.

Mientras hablaban, una sirvienta trajo el té. El hombre se lo bebió y, tras deshacerse en agradecimientos, se levantó con la intención de irse.

—¿Estáis a punto de dirigiros a Wu o bien volvéis de allí? —le preguntó ella.

—Vuelvo de allí.

—Yo soy la antigua doncella de vuestra señora. Y la he estado buscando durante mucho tiempo sin poder encontrarla. ¿Me permitiríais partir con vos?

—Por supuesto —respondió él.

Flor de Loto recogió, pues, sus efectos de valor y mandó que los cargaran en un gran carro. Después se puso en camino en compañía del guardia de corps de Qu Wu y le preguntó cómo se llamaba.

—Me apellido Gao y me llamo Qiang —respondió él—. ¿Podéis decirme cuál es el motivo de que ahora estéis sola?

Ella le contó entonces con todo detalle sus desgracias pasadas y él no dejó de compadecerla profundamente. Habían partido al amanecer y no descansaron hasta que llegó la noche. Y al cabo de unos días llegaron a Jin. El carro de Flor de Loto entró en la residencia del duque Shen. Al volver a ver a su señora, Flor de Loto dio rienda suelta al llanto. Yunxiang le preguntó qué había sido de ella durante los años que habían estado separadas. Flor de Loto se lo contó todo sin omitir un solo detalle, y su señora no pudo impedir que las lágrimas le inundaran el rostro. Yunxiang ordenó a continuación que descargaran el carro y transportaran los efectos a la casa. Después de rogar a Flor de Loto que la sirviera como antaño, le pidió que fuera a saludar a su marido. Este le preguntó a su vez sobre las circunstancias de su vuelta y fue Yunxiang quien se las expuso. Y, al igual que todos los demás, Wuchen se compadeció de la suerte de Flor de Loto.

Llegada la noche, mientras Wuchen bebía con su esposa, observó a la doncella, que estaba de pie a su lado. Viendo que conservaba toda su lozanía y frescura, se le ocurrió la idea de acogerla. Entonces dijo a Yunxiang:

—El marido de Flor de Loto ha muerto y yo deseo darle uno nuevo, ¿qué os parece?

—Me parece perfecto —le respondió ella.

—¿Estaríais de acuerdo en que yo fuera ese nuevo esposo?

Yunxiang llamó entonces a Flor de Loto para que se prosternara ante Wuchen. La doncella, obediente, presentó sus respetos a su señor y luego saludó a su señora. Yunxiang la hizo levantarse y le dijo:

—En lo sucesivo, ya no deberemos considerarnos como una señora y su doncella, sino que nos llamaremos simplemente «hermanas».

Invitó a Flor de Loto a sentarse con ellos y los tres bebieron con el corazón lleno de contento. Bebieron hasta el momento en que Wuchen, algo excitado por la bebida, decidió meterse bajo las colgaduras del lecho en compañía de las dos damas.

—Esta noche —declaró— nos divertiremos bien iluminados.

Tras quitarse los tres la ropa, él tomó una vela de la mesa y se la tendió a Yunxiang. A la delicada luz de la vela, vio el valle de Flor de Loto: era muy blanco y estaba cubierto por una ligerísima pelusa. Tal vez no sea necesario decir hasta qué punto esta visión avivó enormemente su deseo. Tomó a Flor de Loto en sus brazos y la tumbó en el lecho. Colocó los pies de la joven en sus hombros y la penetró. Su lanza, bien recta, entró en ella sin violencia alguna. Yunxiang, con la vela en la mano, gozaba contemplando la escena. Flor de Loto tensaba su firme pecho, que se alzaba suavemente; sus hermosos ojos permanecían semicerrados, y sus brazos rosados reposaban sobre el lecho mientras su cintura se meneaba. Wuchen jugaba con ella como el viento con las ramas de un sauce, y utilizaba tan bien sus talentos naturales que Flor de Loto no cesaba de jadear, deseando que su felicidad no acabara. Después de haberles observado durante un buen rato, Yunxiang sintió despertar en ella los «pensamientos primaverales». Era como si un insecto le hubiera picado en su ser íntimo y la devorara. Apretaba y apretaba las piernas, pero nada lograba. Entonces extendió la mano hacia Wuchen y le pellizcó.

Viendo que Yunxiang estaba ya lo bastante excitada, Wuchen arremetió con violenta intensidad todavía durante unos instantes antes de soltar a Flor de Loto. Tomando entonces la vela de las manos de Yunxiang, se la dio a Flor de Loto. Tendió a Yunxiang en el lecho y le alzó los «lotos dorados» para alumbrar su raja, fina como una hoja de té. Irguió su miembro viril y lo empujó hacia el interior con un ruido seco. Apenas acababa de penetrarla cuando ya había alcanzado «el corazón de su flor»; frotaba con fuerza con su miembro, lo sacaba ligeramente y lo introducía de nuevo. Se dejaba caer repentinamente y se levantaba con un movimiento brusco. Era tan delicioso que a Yunxiang se le hizo la boca agua. Un intenso deseo iluminaba sus ojos; sus hombros de jade se extendían y se desplegaban. A la luz de la vela, su cuerpo era extremadamente delicado. Los deseos de Wuchen, que estaba muy excitado, aumentaron. Le oprimió entonces la punta de los pechos, que eran tan untuosos como el arroz glutinoso. Le alzó los «lotos dorados» y se complació en contemplárselos. Infinitamente pequeños, estaban cubiertos por unos minúsculos zapatos bordados. Le acarició con el dedo la puerta del yin, de nuevo tan estrecho que ni siquiera cabía en él un pelo. ¡Oh prodigio que no puede expresarse con palabras! Tomándola por la nuca, Wuchen continuó forzando la entrada varias veces. Después se inclinó sobre ella y, rostro contra rostro, le introdujo la punta de su lengua. Yunxiang se la chupó y se la chupó y le pagó con la misma moneda. Y así estuvieron besándose durante un rato. Wuchen pidió entonces a Flor de Loto que dejara la vela y se subiera a la cama. La atrajo hacia él y, ensartándole su miembro de jade en el valle, efectuó más de un centenar de vaivenes, entre ciento diez y ciento veinte, para ser más exactos.

Wuchen, que ponía en práctica el arte de refinar su esencia vital, no emitió su semen durante toda la noche. Yunxiang, en cambio, recogió los frutos de la batalla y no sintió cansancio alguno. Flor de Loto había combatido, ella también antaño, contra feroces enemigos; ahora bien, como hacía algo más de un mes que había muerto su marido, no dejó que la dominara el agotamiento para no desaprovechar la ocasión. Ello explica por qué al día siguiente, hacia el mediodía, los tres seguían todavía entregados al placer. Al final, una joven sirvienta les llamó. Se levantaron y se lavaron. Wuchen salió. Yunxiang pidió en las cocinas que prepararan un banquete para festejar el regreso de Flor de Loto. De pronto, sobre el dintel de la puerta, vio volar una pareja de golondrinas y le pareció que ellas también festejaban su feliz reencuentro.

—Pequeña hermana —dijo a Flor de Loto—, mira esas golondrinas y escucha sus gorjeos. Hemos descuidado la poesía durante mucho tiempo. ¿Y si escribiéramos ahora un poema?

—Sí, pero empezad vos, hermana mayor —le respondió Flor de Loto.

Yunxiang tomó un pincel y escribió:

¡Oh, cuánto tiempo la golondrina ha volado solitaria

en torno al dintel!

Pero por fin su nido de antaño ha vuelto a encontrar

bajo el dosel.

Dentro de su corazón, la antigua amistad ha conservado

su señora

y las dos comienzan a cantar las desgracias de otrora,

a revolotear por la alegría de volverse a encontrar,

a aguardar el final del otoño como el viajero

que ha debido marchar,

y a esperar que jamás nada las vuelva a separar.

Flor de Loto, tras dirigirle múltiples alabanzas a Yunxiang, tomó el pincel a su vez y escribió:

Oropéndola sobre las flores al atardecer,

sombra tardía del ave que regresa en primavera,

si renovar los lazos antiguos la señora desea,

dejadla, de su pobre destino, esta nueva hora conocer.

¡Ay, juventud de antaño, cuyos «aposentos perfumados»

volaron!

Cuando de entrar bajo el dosel llegó el instante,

¡noche de la tercera luna, momento regocijante!,

con palabras encubiertas todo lo que habían pasado

se contaron.

Cuando hubo terminado, Yunxiang tomó el poema para leerlo.

—¡Oh, hermanita, qué profundo y difícil de penetrar es tu pensamiento!

Mientras se alababan así los poemas, vieron que el criado de la biblioteca llegaba corriendo para anunciarles:

—La decimoctava princesa de Jin os invita mañana a un banquete y espera vuestra respuesta.

Pues bien, si deseáis conocer la respuesta de Yunxiang, prestad atención a las explicaciones del próximo capítulo.