BUCÓLICA I

Coridón y Órnito, su hermano, deciden resguardarse del calor a la sombra de un haya, en cuya corteza ven grabado un largo vaticinio de Fauno que anuncia la vuelta de la edad de oro, presagiada ya por el brillo continuado de un cometa. Órnito, que ha leído la profecía, invita a su hermano a cantarla con acompañamiento de flauta en la esperanza de que llegue a oídos del emperador.

CORIDÓN, ÓRNITO[1]

C. — Todavía el verano, que va de caída, no aplaca a los caballos del Sol[2], aunque las prensas caigan sobre los zumosos racimos y los mostos, al fermentar, espumeen en sordo susurro[3]. ¿Ves, Órnito, cómo allí las vacas que padre nos ha confiado han recostado sus muelles 5 ijares bajo la hirsuta hiniesta? ¿Por qué no nos metemos también nosotros bajo la sombra vecina? ¿Por qué protegemos con sólo un gorro[4] nuestros rostros quemados?

Ó. — Vayamos, más bien, Coridón, hermano mío, a este bosque, a ese refugio del padre Fauno[5], donde el 10 pinar espesa su grácil cabellera y alza la cabeza enfrentándose al ímpetu del sol, donde el haya protege las aguas, a su mismo pie bullentes, y con ramas oscilantes trenza sombras.

C. — Adondequiera que me invites te acompaño, Órnito; pues mi Leuce[6], al negarme abrazos y nocturnos goces, me ha hecho accesible el santuario del cornígero 15 Fauno[7]. Saca entonces la siringe, y tus cantos, si alguno guardas en secreto. No te faltará mi flauta, que, poco ha, me ha construido de caña seca el mañoso Ladón[8].

Ó. — Ya nos hemos metido los dos en la sombra que buscábamos. Pero ¿qué son esas líneas escritas en la 20 sagrada haya que alguien ha marcado, poco ha, con nerviosa podadera? ¿Ves cómo todavía las letras conservan los trazos verdes sin abrirse aún en seca hendidura?

C. — Órnito, acerca tus ojos: tú puedes examinar más 25 deprisa los versos grabados en lo alto del tronco, pues padre te dio generosamente unas buenas zancas y madre, sin mezquindad, un esbelto cuerpo.

Ó. — No son éstos versos de pastor o caminante a modo vulgar, sino que un dios en persona los canta, no suenan a vacada ni gritos montañeses interrumpen los 30 versos sagrados.

C. — Extraño es lo que dices, pero venga ya y léeme con ojo atento, cuanto antes, todo el divino poema[9].

Ó. — «Yo, Fauno, nacido del éter[10], protector de montes y bosques, este porvenir profetizo a los pueblos. Es grato grabar en un árbol sagrado versos de júbilo 35 para revelar los hados. Vosotros, sobre todo, habitantes de los bosques, alegraos, alegraos vosotros, pueblo mío. Aunque el ganado todo ande errante sin que se preocupe el guarda y no quiera el pastor cerrar de noche los establos con la cancilla de fresno, no acechará, sin embargo, 40 el ladrón al redil ni desatará los ronzales de los bueyes para llevárselos. Renace la edad de oro en medio de serena paz, vuelve a la tierra el alma Temis, dejando al fin su duelo y abandono[11], y acompañan tiempos 45 de felicidad al joven que ha ganado la causa en defensa de los descendientes de Julo, parientes de su madre[12].

»Mientras este dios en persona gobierne a los pueblos, la impía Belona[13] entregará, rendidas a la espalda, sus manos y, despojada de armas, lanzará locas dentelladas contra sus propias entrañas, y la que, poco ha, 50 sembró el orbe todo de guerra intestina se la hará a sí misma. No plañirá ya Roma por un Filipos[14] ni encabezará, cautiva, su mismo cortejo triunfal. Todas las guerras serán reducidas en la cárcel del Tártaro y hundirán su cabeza en las tinieblas, temerosas de la luz[15]. Resplandeciente se presentará la Paz[16], resplandeciente no sólo en el rostro como tantas veces lo fue, cuando, 55 sin guerra declarada, cuando, dominado el lejano enemigo a pesar de la indisciplina militar[17], sembró la discordia ciudadana con silencioso hierro. La Clemencia ha proscrito todas las lacras de una paz fingida y mellado la locura de las espadas. Ni el cortejo fúnebre del 60 senado en cadenas fatigará en su tarea a los verdugos ni, mientras la cárcel está colmada, la desgraciada curia contará con unos cuantos senadores[18]. Habrá una tranquilidad completa que, ignorando el desenvainar de las espadas, volverá a traer al Lacio otro reinado de Saturno[19], otro reinado de Numa, el primero que a los 65 ejércitos, exultantes por las matanzas y enardecidos aún con las campañas de Rómulo, les enseñó las tareas de la paz, ordenando que, acalladas las armas, en los sacrificios, no en la guerra, sonaran las trompetas[20]. No recibirá ya el cónsul la apariencia de la sombra de un 70 cargo que ha comprado o, sumido en silencio, unos haces sin valor[21] y una tribuna inútil, sino que, restaurada la ley, presente estará el derecho en su plenitud, haciendo volver el prístino y acostumbrado rostro del foro, y un dios mejor se llevará la época de opresión.

»Alégrense los pueblos todos que viven en las bajas 75 tierras del hundido Noto o en las altas del Bóreas[22], los que se extienden a oriente u occidente y los que hierven de calor bajo el centro del éter. ¿Veis cómo ya, por vigésima vez, resplandece de noche el cielo sereno, desplegando un cometa que irradia plácida luz[23]? ¿Con 80 qué pureza brilla sin mengua el astro[24]?. ¿Acaso esparce, como suele, de cruento fuego ambos cielos y centellea su antorcha de ardiente sangre? Mas no fue así en tiempos cuando, desaparecido bruscamente César, a los desdichados ciudadanos anunció fatal guerra[25]. No hay duda de que un auténtico dios con sus fuertes brazos 85 recogerá la pesada carga de Roma tan sin sacudidas, que ni en el cambio retumbará el orbe con fragoso estruendo ni Roma considerará al difunto merecidamente entre sus Penates antes de que la aurora vuelva su mirada al ocaso[26]».

C. — Órnito, hace ya rato que, como lleno de la propia divinidad, una mezcla de terror y gozo me inquieta 90 penetrando en mí. Veneremos, pues, el bondadoso numen del profético Fauno.

Ó. — Recitemos los versos que el propio dios nos ha invitado a cantar, acompañándolos con el sonido de redondeada caña. Tal vez los lleve Melibeo[27] a los oídos augústeos.