BUCÓLICA I
Ante la negativa del anciano Títiro a cantar, e invitado a su vez por éste, entona Timetas un epicedio en honor de Melibeo. Títiro le presagia la difusión de su incipiente fama poética.
TIMETAS, TÍTIRO[1]
TIM. — Mientras con junco del río te tejes, Títiro, una cestilla y los campos están libres de las roncas chicharras, comienza, si es que has compuesto algún canto al son de grácil caña[2]; pues te ha enseñado Pan[3] a soplar 5 en la siringe con tus delicados labios y te ha favorecido en la poesía la bondad de Apolo[4]. Comienza, mientras los cabritos ramonean en los sauces y las vacas en la hierba, y mientras el rocío y la clemencia del sol primero invitan a soltar los rebaños en la verde campiña.
10 TÍT. — ¿A estos años y a estas canas tú, vecino Timetas, joven y caro a los dioses, les fuerzas a cantar? He recitado y cantado versos con la siringe en otros tiempos, mientras mi edad despreocupada jugaba con risueños amores. Ahora mi cabeza está blanca y las pasiones se han entibiado con los años, ya mi flauta está colgada 15 en honor de Fauno, morador de los campos[5]. A ti suenan ahora los campos, pues ha poco, al vencer en el canto bajo mi arbitraje, te has reído de los desentonados resoplidos de la siringe de Mopso[6]. En mi compañía Melibeo[7], ya de edad, os oyó a ambos y te exaltaba con sus alabanzas. Ahora a él, tras haber recorrido 20 las etapas de una vida completa, lo posee una apartada región del orbe, el mundo de los justos[8]. Por eso, venga, si en ti vive agradecimiento alguno a Melibeo, que tu suavísima flauta[9] hable en honor de sus manes.
TIM. — Honroso es obedecer tus órdenes y agradable es el mandato. Pues este anciano mereció que Febo con cantos, Pan con la siringe. Lino u Orfeo, hijo de Eagro, 25 con la lira[10] lo celebraran juntos y cantasen las numerosas y gloriosas acciones de este hombre. Mas como a mi caña le exiges tú las alabanzas, oye lo que sobre esto encierra el cerezo que ves junto al río, que guarda mis cantos en su corteza grabada[11].
TÍT. — Ea, di. Mas para que el gárrulo pino no nos 30 atruene con el viento, vayámonos, más bien, hacia estos olmos y hayas[12].
TIM. — Me gusta cantar aquí, pues el campo despliega muellemente verde césped y la espesura calla en toda su extensión; mira cómo tranquilos, allá a lo lejos, muerden la grama los toros.
Éter, padre de todo, y líquidos elementos, causa de 35 las cosas, tierra, madre del cuerpo, y aire vital[13], acoged mis cantos y llevadlos a nuestro Melibeo, si a los que reposan, cumplido su destino, se les concede sentir[14]. Pues si las almas sublimes habitan las regiones celestiales y las mansiones sidéreas, y disfrutan de su 40 mundo, atiende tú a mis melodías que tú en persona fomentaste con corazón benigno, que tú, Melibeo, aprobaste. Tuviste una prolongada vejez largo tiempo estimada por todos, y años felices y el último círculo de 45 nuestra vida, cerraron las etapas de una existencia intachable[15]. Y, no por eso, hubo en nosotros menos gemidos y lágrimas que si la muerte envidiosa te hubiera arrebatado la flor de los años, ni lo común de tu fortuna ha impedido tales lamentos.
¡Ay, Melibeo! Por condición humana yaces inmóvil 50 por el frío de la muerte, merecedora tu canosa vejez del cielo y la asamblea de los dioses. Lleno estaba tu pecho del peso de la justicia; tú solías dirimir los pleitos de los campesinos, aplacando pacientemente[16] quejas diversas. Bajo ti el amor al campo, bajo ti floreció 55[17] el respeto al derecho, un mojón marcó las tierras en litigio. Seductora era la gravedad de tu semblante y apacible, bajo la frente serena, el arco de tus cejas, pero más apacible tu corazón que tu rostro. Tú, animándome a aplicar las cañas a los labios y a pegarlas con cera[18], me enseñaste a engañar a las duras preocupaciones 60 y, no permitiendo que se marchitara en la indolencia mi juventud, muchas veces a mi musa, por sus méritos, le diste premios no despreciables. Muchas veces, incluso, ya bastante anciano, para que no me diera pereza cantar, tocaste alegre una canción en la caña de Febo[19].
¡Oh feliz Melibeo, adiós! El rústico Apolo, arrancando laureles, te da el regalo de perfumada fronda; te dan 65 los faunos[20] lo que cada uno puede: de la vid racimos, de la mies espigas y de todo árbol frutos; te da la longeva Pales[21] cuencos espumeantes de leche, mieles te traen las ninfas, polícromas coronas te da Flora[22]; tal 70 es el último tributo a tus manes. Te ofrecen cantos las musas, cantos te ofrecen las musas y yo entono en mi caña. En el bosque tu nombre, Melibeo, susurra ahora el plátano, tu nombre el pino; tu nombre resuena en todos los cantos con que Eco responde al bosque[23]; de ti habla nuestro ganado[24]. Pues antes pastarán las focas 75 en tierra seca[25] y, contra su costumbre, el león vivirá en el mar, dulces mieles sudarán los tejos[26], alteradas las leyes del año el triste invierno producirá las mies y el verano la aceituna, antes dará flores el otoño, uvas dará la primavera, que mi flauta; Melibeo, cese de 80 alabarte.
TÍT. — Continúa, muchacho, no abandones el canto por ti iniciado; pues tu son es tan dulce que Apolo, ablandado, te impulsará adelante y te conducirá propicio hasta la ciudad reina[27]. Y ya la Fama, presente aquí en 85 los bosques, te ha hecho acogedor camino, rompiendo con sus alas las nubes de la envidia. Mas ya el sol hace bajar a sus caballos de la cima del mundo, invitando a ofrecer a los rebaños la corriente del río[28].