BUCÓLICA II

Encerrada Dónace por sus padres ante la violenta pasión que por ella sentían los pastores Idas y Alcón, éstos cantan alternativamente sus cuitas amorosas.

IDAS, ALCÓN[29]

Por la hermosa Dónace[30] el joven Idas y el joven Alcón ardían y, con la inexperiencia de sus años enardecidos ambos, en su loca mente se lanzaban sobre la atractiva Dónace. Cuando ésta cogía flores en la hondonada de un predio cercano, llenando su regazo de tierno acanto, 5 la asaltaron juntos y, embebidos ambos de placer, por primera vez entonces gustaron sus alegrías con dulce hurto. Siguió el amor y, siendo unos muchachitos, deseos ya nada infantiles, y con sus quince años pensamientos y preocupaciones de jóvenes. Pero luego que 10 a Dónace la encerraron sus rigurosos padres, porque el sonido de su voz no era de contextura tan fina y les era motivo de preocupación la voz gruesa, el cuello deforme[31], los frecuentes sofocos que la invadían y la hinchazón de sus venas, es entonces cuando se disponen a aliviar las ardientes oleadas de sus pechos inflamados 15 con dulces cantos de queja. Eran ambos iguales en edad y en el canto y no desiguales en belleza, ambos barbilampiños, sin cortar el cabello ambos. Y así bajo un plátano se consuelan alternativamente de su triste desgracia, Idas a la siringe y con versos Alcón[32].

20 I. — Dríades, que habitáis en los bosques, y napeas, en las cañadas, y náyades, que con pie marmóreo hendís las húmedas playas y alimentáis purpúreas flores por el césped[33], decidme en qué prado, bajo qué sombra, tal vez, encontraré a Dónace arrancando lirios con 25 sus rosadas palmas. Pues ya se me han pasado tres días sucesivos desde que aguardo a Dónace en la gruta acostumbrada. Entretanto, como si esto fuera solaz de mi amor o pudiera sanar mis desvaríos, mis vacas no han tocado la hierba en tres alboradas[34] ni han probado 30 las aguas de río alguno, y en pie están los terneros lamiendo las ubres secas de sus madres paridas y con tiernos mugidos llenan el aire. Tampoco yo he terminado, con dúctil junco o flexible mimbre, las encellas usadas para cuajar la leche.

¿A qué contarte lo que ya conoces? Sabes que tengo 35 mil terneras, estás enterada de que jamás mis colodras están vacías. Yo soy, Dónace, aquél al que tantas veces diste dulces besos sin dudar en interrumpir sus cantos, buscando sus labios mientras se deslizaban por la siringe[35]. ¡Ay, ay! ¿No te alcanza preocupación alguna por 40 mi salud? Más pálido que el boj vago y parecidísimo al alhelí[36]. Hete aquí que siento horror por todos los manjares y las copas de nuestro Baco y no me acuerdo de ceder a la placidez del sueño. Sin ti, ¡ay, desgraciado de mí!, las azucenas me parecen negras, pálidas las rosas 45 y sin su dulce rojo el jacinto[37], y ni el mirto ni el laurel exhalan perfume alguno. Mas si tú vienes, blancas se harán las azucenas, purpúreas las rosas y de dulce rojo el jacinto; entonces mirto y laurel juntos exhalarán para mí perfumes. Pues mientras Palas ama las 50 bayas hinchadas de aceite, mientras Baco las vides, Deo los sembrados, las frutas Priapo, los pastos abundantes Pales[38], Idas sólo a ti quiere.

Así Idas con la siringe. Tú, Febo, qué respondió en verso Alcón, cuéntanos: la poesía es preocupación de Febo.

A. — Oh montañesa Pales, oh pastoral Apolo[39], Silvano, 55 señor de la espesura[40], y Dione nuestra, que posees las excelsas cimas del Érix y cuidas de anudar en matrimonio las uniones de los hombres generación tras generación[41], ¿qué es lo que he merecido? ¿Por qué 60 me ha abandonado la hermosa Dónace? Pues le he dado un buen regalo que no le ha dado nuestro Idas, un melodioso ruiseñor que arrastra prolongados trinos; y aunque a veces éste, encerrado en prisión tejida en mimbre, cuando se le abren las pequeñas puertas, sabe lanzarse como libre y revolotear entre los pájaros de los 65 campos, sabe regresar de nuevo a casa y penetrar bajo su techo, anteponiendo la jaula de mimbre a los bosques todos. Además, una tierna liebre y dos palomas, lo que he podido, regalos de los bosques, ha poco que se las he enviado. ¿Y después de esto, Dónace, desprecias mi profundo amor?

70 Tal vez juzgas inconveniente el que perezca por ti yo, el rústico Alcón, que guío de mañana los bueyes a los pastos. Dioses han apacentado rebaños de ganado: el hermoso Apolo[42], el docto Pan, los proféticos faunos[43] y el bello Adonis[44]. Más aún, en el espejo de una 75 fuente me he observado de mañana, cuando aún no salía Febo alzándose purpúreo ni se reflejaba luz trémula en las ondas cristalinas. Por lo que vi no me cubre los carrillos vello alguno, y me dejo crecer el cabello[45]; soy más hermoso que nuestro Idas, dicen, y esto mismo solías tú jurarme, alabando mis purpúreas mejillas, la 80 blancura de leche de mi cuello, mis ojos reidores y la hermosura de mi púber edad. Y no soy un inexperto en la siringe: canto con la caña con que cantaron antes dioses, con la que Títiro[46], el de dulces palabras, llegó de los bosques a la ciudad reina. También yo por 85 causa tuya, Dónace, seré cantado por la ciudad, si es que a los viburnos se les permite cubrirse de fronda entre los conos de los cipreses y al avellano entre los pinos.

Así cantaban los muchachos a Dónace mientras hubo sol, hasta que Héspero[47] con su frescor los invitó a bajar de los bosques y conducir a los establos a los 90 toros ahítos.