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Me doy cuenta de que realmente tengo un problema cuando las profundas ojeras parecen ya una prolongación de mis ojos. Cuando la comida que ingiero no permanece más de diez minutos en mi estómago y empiezo a perder peso a una velocidad vertiginosa. Cuando ya no hay colores vivos en mi vestimenta habitual y el negro se ha convertido en mi único color. Cuando las noches no acogen un sueño plácido desde semanas y mi sonrisa perpetua parece haber pasado a mejor vida.
Oficialmente mi vida es un caos. Se hunde y yo con ella.
Lo peor de esta situación es encontrarme con James por casualidad y ver que su aspecto es igual de lamentable que el mío. Se ha dejado una espesa barba rubia, a lo capitán Pescanova, para intentar camuflar los evidentes signos de agotamiento y fatiga.
Así que un día decido que hasta aquí. ¡Se acabó este padecimiento continuo! Pero es que ni me reconozco: Esto no es una enfermedad, mis amigos están bien, mis padres siguen discutiendo sobre si es mejor las sardanas o el flamenco... ¿pues de qué me quejo?
Ha llegado el momento de sentarme y urdir un plan que vuelva a llevarme a la superficie. De hecho, quién sabe, incluso podría encontrar una isla paradisiaca.
Así que solo por ese pensamiento positivo, el primero en varias semanas, hoy me pongo mi impresionante vestido rojo que me queda increíblemente bien, me recojo el pelo en un moño descuidado y me pinto con todo el cuidado del mundo. Bueno, mira tú por dónde esos quilitos de menos me favorecen todavía más.
-Buenos días Anna... -Pol se gira siguiendo el contoneo de mis caderas- uuuffff, acabas de convertirte en mi mito erótico.
Me echo a reír.
-¿Y eso nos conviene Pol?
-No sé a ti, pero a mí... ¡ya te digo mamaciata!
Me meto en el ascensor, asciendo y voy hacia mi mesa como cada día. Sí, sé que soy el centro de todas y cada una de las miradas de la oficina, pero es que hoy, necesito sentirme especial y mi ropa me ayuda.
Vanessa me pregunta, intenta sonsacarme pero me esfuerzo en no ceder a su curiosidad dándole largas. Hoy tengo muchas cosas importantes que hacer.
Sobre las doce descuelgo el teléfono y llamo a Claudia, necesito escuchar una voz amiga.
-¡Hola guapa! ¿Cómo te va?
-Hola Claudia, la verdad es que necesitaba hablar contigo, ¿cómo lo tienes?
-Bien. Estoy en el despacho ahora, todavía no ha venido nuestro cliente. ¿Qué pasa? ¿va bien la campaña? ¿ha obtenido los resultados esperados?
-¡Por supuesto! Todo va genial, las cifras se disparan mes a mes. Bueno, ya habrás visto que el dichoso anuncio no deja de salir por la tele.
-¡Sí! además hoy te he visto en el autobús. ¡Es genial, tu cara paseando por toda la ciudad!
-Madre mía... qué horror.
-¡Pero qué dices! es un gran honor Anna. ¿Qué tal lo llevas con los admiradores?
-Paso desapercibida, menos mal. A veces alguien se queda mirándome pero no se atreve a preguntar, aunque para tu información te diré que ya he firmado un autógrafo.
Se echa a reír.
-¡Qué crac! y bueno dime, ¿qué querías decirme?
-Pues verás... te he llamado porque necesito tu ayuda.
-¿Mi ayuda? ¡claro! ¿qué pasa?
-No puedo contarte ahora todos los detalles, estoy en la oficina, pero me gustaría preguntarte si podrías ayudarme a encontrar trabajo.
Silencio.
-Pero... ¿te ha pasado algo?
-No. Podría permanecer aquí, pero sinceramente, no me apetece. Necesito un cambio de aires, no sé si me entiendes...
-Lo cierto es que sí. Es por el señor Orwell ¿verdad?
Suspiro.
-No puedo explicarte ahora, pero sí, no vas muy desencaminada.
-Está bien. No te preocupes, a decir verdad sí puedo ayudarte.
-¿De verdad?
-Hace un par de semanas que andamos buscando una persona para recepción, nuestra última compañera... no aguantó la presión y se fue sin avisar. Andamos algo fatigados con las entrevistas y tal, pero en tu caso, no haría falta que pasaras por ese proceso, ¿qué mejor cara para recibir a nuestros clientes que la de la modelo del anuncio de más audiencia que hemos tenido durante meses?
Me echo a reír.
-¿Estás segura Claudia? ¿de verdad que no te supondrá un problema contratarme?
-¡Qué va! si quieres trabajo aquí lo tienes, aunque verás, es una vacante que urge cubrir, no sé como lo tienes...
-¡Fenomenal! ¿me das una semana?
-No hay problema. Pero no puede ser mucho más Anna, o tendremos que ocupar el puesto, lo entiendes ¿verdad?
-Sí. -Aguanto la risa tras la ilusión- Jolines, no sé cómo darte las gracias, has salvado mi vida.
-Pero como amiga mía que eres, hay algo que me veo en la obligación de decirte...
-¿Qué?
-El que será tu jefe, Manuel Soriano... digamos que no es muy amigable, se gasta una mala leche...
-Bueno, si solo es eso lo soportaré.
-No Anna, escucha, nunca encontramos a nadie que se quede el año entero, debo prevenirte.
-Mira, solo necesito salir de aquí, no me importa como sea mi jefe, lo soportaré, al menos el tiempo suficiente que tarde en encontrar otra cosa, si es que veo que es tan malo como tú dices.
-Entonces genial. Envíame tu currículum y empezamos a redactar tu contrato.
-Vale.
-¡No veas que ilusión tenerte por aquí! cuando se lo diga a Sofía se va a poner loca de contenta.
Me echo a reír.
-Te debo un gran favor.
-No me debes nada. Creo que yo misma estoy en deuda contigo.
Reímos un rato más, luego nos despedimos y colgamos.
Respiro hondo. Ahora ya está hecho lo más difícil. Tengo una semana para mudarme y lo más duro: avisar a mis padres de todo lo ocurrido. Quiero desaparecer, empezar de cero y no tener constantemente a James cerca, recordándome todo lo ocurrido. Sé que cuando me vaya intentará buscarme, acudirá a todos los sitios y todas las direcciones que conoce por encontrarme, pero para cuando lo haga, yo ya habré desaparecido de su vida. Es lo que ambos necesitamos, porque quedarme es continuar haciéndonos daño.
Por la tarde llego a mi apartamento. Tiro las llaves en el recibidor y entro en el comedor. Me sorprende al ver a Mónica y a Raúl en el sofá, hablando con mis amigos. Todos ríen y se lo están pasando en grande.
-¡Pero bueno! ¿qué está pasando aquí?
-Hola Anna. Ven, siéntate.
Me acerco sonriente al sofá.
-¿Tenemos nuevo compañero de piso? -Pregunto sonriente-.
Se echan a reír.
-¡Qué dices! solo me faltaba eso... -Espeta Mónica de forma cómica-.
-Pues ahora que lo dices no sería tan mala idea, así tendría a alguien que me llevara al colegio por las mañanas.
Las carcajadas se desatan. ¡Me encanta el sentido del humor de este chico! tiene lo que tiene que tener para devolverle a Mónica cada una de sus patadas y eso es precisamente lo que le hace falta.
-Bueno, vamos a ponernos serios. -Espeta Lore poniéndose en pie de un salto- últimamente están pasando muchas cosas en esta casa. Elena y Carlos están en esa etapa empalagosa de arrumacos y diminutivos que tanto repelús produce a todo aquél que está cerca.
-¡Tonto! -Ríe Elena dándole un codazo mientras nos reímos de ella-.
-No, enserio, -Continua Lore- como vuelva a oír una vez más eso de: "cucuchino", "puchiflus" o algo por el estilo juro por Dios que me pego un tiro.
Volvemos a reír, no podría estar más de acuerdo con él, cuando empiezan con los calificativos cariñosos no sabes hacia dónde mirar para ocultar la vergüenza ajena que te hacen sentir.
-Por otro lado, nuestra Mónica está reviviendo su adolescencia perdida, aún recuerdo como la última vez profanaron nuestra cocina. Fue una imagen que mi cerebro tardará en poder borrar, os lo aseguro.
Nos reímos a mandíbula batiente, no tenía ni idea de eso y la sorpresa hace que no pueda dejar de reír mientras me los imagino en plena faena sobre el mármol de granito.
-Y solo quedamos Anna y yo, solteros y sin compromiso. Esperando aún ese amor tan especial... -Sonrío, pero lo cierto es que en este momento me asalta la nostalgia- con esto quiero decir que las habitaciones de nuestro nuevo apartamento están ya asignadas.
-¿Cómo? -Preguntamos todos al unísono-
-He encontrado un piso perfecto, un dúplex en pleno centro de Sants, reformado. Dos baños. Tenemos hasta terraza para tomar el sol. La única pega es que solo tiene tres habitaciones, aunque eso sí, son enormes. Debido a las recientes circunstancias, es justo que tanto Elena, como Mónica disfruten de las que tienen más espacio y la cama más grande. Pero tú y yo, -Me mira poniendo cara de resignación- Creo que nos toca compartir la habitación de invitados, incluso dormir en la misma cama hasta que compremos otra.
Me echo a reír y le abrazo.
-¡Qué bien puchiflus! ¿y dime? ¿tendré el honor de ver esa enorme boa todas las noches?
Volvemos a reír y él me aparta fingiendo haberse escandalizado.
-Ya me lo temía yo ya... ¡no podría haberme tocado con la puritana de Elena!
-¡Oye guapo que yo he cambiado mucho, eh! te sorprenderías.
Volvemos a reír. Valoramos sus esfuerzos pero... no hay quien se lo trague.
-Bien. Pues dicho esto. Ahora viene lo mejor y el motivo por el que he dicho sí al propietario antes de consultároslo. ¡El precio! nos sale cien euros menos por cabeza y os aseguro que el piso es espectacular. Además, tiene portero automático y todo.
-¡No jodas! ¡mi sueño hecho realidad! -Vuelvo a abrazarle y siento como él me envuelve con sus fuertes brazos reconfortándome-.
-¿Cuándo empezamos con las mudanzas?
-Mañana mismo. Acabo de pagar el primer plazo.
Nos volvemos locas de contentas, un piso céntrico con terraza privada y soleado. Dos baños y portero automático, no podría ser mejor.
La fiesta en casa dura un poco más, los amigos y sus risas es la mejor medicina para recomponer un corazón herido.
Ahora solo falta por hacer lo más delicado: llamar a mis padres. He esperado todo lo posible pero ya no puedo demorarlo más. Hace dos días que nos hemos mudado al nuevo apartamento, es una pasada, la verdad es que Lore no podría haber encontrado algo mejor al mismo precio. Además, el miércoles empiezo a trabajar para Taos, he conseguido que Claudia me deje un par de días más para acabar de organizar mi desaparición y pese a que estoy apurando al máximo, preparar una buena huída en tan poco tiempo es de lo más estresante.
Finalmente me decido a descolgar el teléfono y marcar el número de casa de mis padres.
La conversación, como imaginaba, es algo así como la batalla de Otumba versión dialéctica. Mi madre empeñada en reconfortarme y animarme, pese a que he intentado no mostrar ni un solo signo de tristeza, a veces pienso que ella nació con un sentido de más. Mi padre, en cambio, fuera de sí, maldiciendo y dando golpes de fondo mientras se caga en todos y cada uno de los familiares de James, vivos o muertos.
Tras una larga hora en la que he intentado vagamente tranquilizarles, decir que estoy bien, que estos cambios los inicio con mucha ilusión y van a ser buenos para mí, al final, se tranquilizan. Me prometen que si él intenta buscarme de algún modo ellos harán de escudo y ninguna palabra saldrá de sus labios. Incluso voy un poco más allá y consigo que mi padre prometa mantenerse en su lugar y no alterarse en caso de volver a verle. No sé yo si llegado el momento... pero hoy me vale.
En cuanto cuelgo, siento esa sensación de vacío indescriptible de siempre. Suerte que no estoy sola ni un minuto, mis amigos están dando la lata por ahí y las noches no me permito el lujo de pensar en James, pues Lore está ahí para desviar mis pensamientos con sus bromas o leves achuchones durante la noche. La verdad es que ellos hacen que todo sea mucho más llevadero.
Y un día se enlaza con el siguiente hasta que llega el último. Vanessa y Marcos de personal son los únicos que saben mi secreto. Me costó lo mío hacer que Marcos no revelara nada a James acerca de mi marcha, porque todos y cada uno de los contratos y despidos de esta empresa deben pasar primero por sus manos a raíz de aquella lista que elaboré hace ya tanto tiempo. Pero Marcos es leal, se llevará una buena bronca por mi culpa, pero es una persona justa además de muy intuitiva, a él no se le pasa, como a los demás, que entre el señor Orwell y yo ha habido algo más de lo que estamos dispuestos a revelar. Quizás fue el primero en enterarse cuando por no despedirme a mí, James ordenó bloquear la lista de despidos entera. Pero su prudencia y profesionalidad le hizo guardarse únicamente para él sus certeras conclusiones.
Media hora antes de plegar para siempre de la empresa en la que he invertido gran parte de mi vida, me veo en la obligación de despedirme de él a mí manera. Lo necesito. Así que cojo los papeles que faltan por firmar de los últimos contratos como pretexto y llamo, prudente, a su despacho.
Entro dentro tras su fría y seca respuesta. Me quedo congelada cuando veo que mira por la ventana sin tan si quiera dignarse a dar la vuelta. Camino despacito hacia él, sin atreverme a pronunciarme. Antes de que logre verle el rostro, él se ha afanado por limpiar sus ojos con las manos, posiblemente intentando borrar el evidente signo de llanto.
-James...
Tras escuchar mi voz se gira sorprendido. Es la primera vez que estamos solos desde nuestro último encuentro en el hotel, Vanessa es la que se ha encargado de llevar los documentos a su despacho y atender sus últimas demandas, por lo tanto verme ahora frente a él, le descoloca.
-¿Estás bien? -me atrevo a preguntar con la voz rota-.
Me duele tanto verle así, casi más que sentir el sufrimiento que él me ocasiona. Y esta es una prueba más de por qué no podemos estar juntos. Solo hay que vernos, parecemos los únicos supervivientes de una hecatombe nuclear.
Me dedica una frágil sonrisa mientras busca mi mirada de esa forma tan suya... sí, definitivamente esto también lo voy a echar de menos.
-He venido a entregarte eso. -Señalo los papeles que he dejado sobre su mesa-.
-Gracias.
No sé qué más hacer, no se puede decir que él me dé mucho pie tampoco.
Suspiro y regreso a su rostro. Está tan diferente... lleva la ropa que compramos juntos en Madrid que tan bien le sienta, pero su cabello revuelto y esa barba tan descuidada... hace que parezca otra persona. No aguanto más, siento el fuerte impulso de tocar, no tanto para calmar su aflicción como para acariciar ese rostro peludo tan inusual. Asciendo la mano sin temblar y finalmente le acaricio. No se mueve, simplemente me mira mientras mi mano abarca la longitud de su mejilla y percibe todo ese calor adicional que emana el vello.
Su rostro sereno se recuesta sobre mi palma y ese gesto me produce una fuerte presión en el estómago. Me obligo a mirarle a los ojos, al menos una última vez más, después de todo, este hombre ha sido importante en mi vida, me ha hecho vivir buenos momentos y me ha demostrado mucho sin estar cien por cien por mí.
Entonces decido terminar esta historia de la misma forma en la que se ha iniciado, es justo que tenga un digno final por lo poco que nos ha unido, así que me pongo de puntillas para luego dejarme caer, vacilante, sobre sus labios. Y como en aquella discoteca la primera vez que le besé, él está rígido, se resiste. Pero yo insisto con un sutil ataque de besitos cortos, presiono su labio inferior fugazmente con mis dientes y vuelvo a envestirle sin amilanarme por su frialdad. Ahora ese viejo dicho que dice que donde hubo fuego quedan los rescoldos, cobra todo su sentido. Sus sentimientos resurgen, me corresponde y se pega más a mí buscando el consuelo que únicamente yo puedo proporcionarle.
Mis manos desesperadas se aferran a su duro cuello tirando de él hacia abajo para seguir besándole, nuestras lenguas se traban y siento que vuelvo a derretirme, de repente no me importa la situación, el sitio, su barba o todas las complicaciones que rodean su vida, de hecho, incluso mi mente ha encerrado al bicho palo en una jaula electrificada para que no nos moleste ahora.
Pero en todo momento soy consciente y no me permito el lujo de dejarme llevar completamente, la voz de mi subconsciente chilla demasiado alto para eso, así que poco a poco disminuyo la intensidad de nuestro encuentro y me separo.
Punto y final.
-Adiós James.
Me mira extrañado mientras se yergue y vuelve a colocarse frente a la ventana mirando hacia la nada.
-Hasta luego Anna.
Cierro la puerta con cuidado. Me pica la nariz mientras siento como la vista se torna borrosa. Entonces el teléfono de mi bolsillo comienza a vibrar, lo cojo y lo desbloqueo para mirar la pantalla.
»¿Vas a decirme que no?«
Junto al mensaje hay una foto de una mano sosteniendo un par de mosquetones con sus respectivas cuerdas y el primer plano de una enorme montaña rocosa, tras esta, un amanecer anaranjado donde las nubes se han unido formando un entramado de escamas.
Se me escapa una superficial sonrisa al tiempo que trago saliva y sin poder controlarlo, mis dedos, más rápidos que mis pensamientos, se apresuran a contestar ese mensaje. Franco no tarda en responder transmitiéndome toda su felicidad por mi por mi respuesta. Por primera vez empiezo a cuestionarme si tal vez no habré sido algo cruel con él, pero estoy dispuesta a poner remedio, de hecho puede que no haya mejor momento que este para eso.
Esa misma tarde, al salir de la oficina cargada con mis escasas pertenencias, me reúno con mis compañeros de piso, Vanessa, Marcos y Pol para ir a celebrar mi cambio de vida.
Brindamos, reímos y nadie deja que me derrumbe. Cuando a punto estoy de ceder, uno de ellos me sostiene recordándome que este no es el fin del mundo, sino más bien el comienzo, se podría decir que por fin la mariposa ha salido de la crisálida y ahora vuela sola sin rumbo fijo. Eso sí, después de todos sus padecimientos como oruga, ahora luce mejor aspecto que nunca. Seguro que desde hoy, todo le va mucho mejor, pues quizás ha aprendido la lección más importante de todas:
"Tal vez lo más importante sea buscar el amor y hay que huir de las tentaciones únicamente sexuales porque no acaban de aportar todo lo que un corazón femenino necesita realmente. Aunque mientras tanto, huiremos de las tentaciones despacio, para que puedan alcanzarnos."
Se me escapa la risa y doy un último trago a mi copa hasta dejarla vacía, por lo que se ve, no he aprendido tanto como creía...