17

 

 

              Es sábado por la tarde pero continuamos trabajando. Nos hemos recluido en su habitación, cada uno con un ordenador y estamos hablando mediante videoconferencia con la empresa en Londres. Yo me encargo de los detalles: elaborar el acuerdo entre ambas firma, recoger, sintetizar y transmitir toda la información útil a los jefazos de Londres y  preparar las reuniones a las que asistiremos el lunes. Nos toca ir a distintos laboratorios y hablar con otras firmas por si quieren unirse a nuestro proyecto.

              James está muy ocupado acabando de atar cabos, dar la cara e intentar meterse en el bolsillo a esos miembros duros de roer. Parece cansado cuando al fin cierra la pantalla de su portátil y se relaja en la butaca. Yo termino de redactar el último informe y hago lo mismo. ¡Menudo día llevamos hoy!

              -Anna, ¿sigues respirando?

              Muevo la cabeza para mirarle. Sonrío de oreja a oreja.

              -Eso creo...

              -Pues entonces cámbiate, te invito a cenar. Y esta vez pago yo. -Puntualiza por si me quedaba alguna duda-.

              Mi cuerpo se reactiva de nuevo. Me pongo en pie de un salto al tiempo que guardo mi ordenador en el maletín.

              -¿De cuánto tiempo dispongo?

              -Media hora.

              Corro hacia mi habitación escuchando su risa a lo lejos.

              Me doy una ducha rápida, me pongo un elegante vestido rosa claro que lleva la espalda al descubierto y para remarcar la sinuosidad de la línea de mi columna, me recojo el pelo hacia un lado, dejándolo caer cómodamente por mi hombro derecho hasta cubrir el pecho. El maquillaje es crucial, quiero realzar mis ojos y mis labios carnosos, pero elijo únicamente colores suaves. Me miro en el espejo, no es por nada pero estoy fabulosa.

              Camino despacio hacia la puerta, no llevo sujetador por lo que no puedo hacer movimientos bruscos. Como última maniobra miro la hora, plenamente consciente de que llego tarde. Llamo al ascensor, entro y desciendo hacia la planta baja.

              James, con su habitual traje oscuro que tan poco le favorece, está recostado en una de las columnas deslizando su pulgar por la pantalla de su i-phone. La otra mano la tiene dentro del bolsillo del pantalón. No me ve venir así que rodeo la columna escondiéndome de él y en cuanto lo tengo a tiro, ¡zas! me abalanzo sobre su espalda y lo abrazo. El susto le sobresalta, no esperaba mi contacto y su cara alarmada me hace reír.

              -Llegas tarde. -Me regaña- Las españolas no tenéis formalidad.

              Coloco las manos sobre la cintura de forma desafiante.

              -Bueno James, una mujer necesita su tiempo. ¿Pero a que estoy guapa? -Le digo dando una vueltecita como si fuera una niña pequeña estrenando un vestido de adulta.-

              -Eso no te lo discuto.

              Estira su brazo en forma de “L” y yo lo engancho con firmeza, como si mi mano fuese un mosquetón. Esta vez le dejo a él tomar la iniciativa.

              Siguiendo sus distinguidas costumbres, la cena transcurre en un reputado restaurante de Madrid, donde no solo las vistas son alucinantes, sino que además, los platos minimalistas de sabores agridulces visten las mesas. Parecen obras de arte en miniatura y dudo que todo eso se pueda comer. Realmente somos personas opuestas en todo.

              Su sonrisa no desvanece ni por un segundo mientras observa mi cara de espanto tras contemplar los platos que él ha pedido y acaban de depositar cuidadosamente sobre nuestra mesa. El primer plato son unas tacitas de caviar rojo. No creo que esto me guste demasiado.

              -Hacemos una cosa. Tú solo pruébalo, si no te gusta nos vamos.

              Sonrío mientras le miro con picardía, me gusta que recuerde todo lo que digo.

              Me armo de valor para complacerle, cojo la pequeña cucharilla que hay al lado de mi tacita y empalo una pequeña porción. Me lo llevo a la boca y lo saboreo.              

              -¿Qué tal?

              Antes de responder cojo mi copa de vino blanco, Chardonnay, ese tan caro que han descorchado exclusivamente para nosotros y que tiene un característico sabor a roble.  Por lo general no me gusta el vino, pero he de reconocer que este está me gusta.

              -Lo cierto es que no está mal del todo. Pero creo que el dürum me gusta más.

              Se tapa la boca con dos dedos, amortiguando el sonido de la carcajada.

              Luego nos sirven algo que parece un pincho de tortilla con un pedacito de papel de oro encima. Yo solo puedo pensar que voy a pasar un hambre espantoso...

              Parto un pedacito con mi tenedor. Lo miro desde todos los ángulos antes de resignarme con un encogimiento de hombros:  ¡Vamos allá con el atracón!

              El tacto de esa cosa en mi boca es extraño, un fuerte contraste de texturas que eclosionan simultáneamente invadiendo mi paladar de sabores inclasificables.

              No se parece a nada que haya probado antes, comprendo el por qué de tanto revuelo por este tipo de comidas, pero a la vez me pregunto: ¿es necesario todo esto con lo bueno que está un huevo frito con patatas?

              No obstante, me abstengo de verbalizar mis opiniones culinarias, no quiero desilusionar a James y mientras como, me limito a alabar esos platos extraños para que se sienta como el ganador de una batalla que, desde el minuto uno, ha perdido: Donde esté un buen dürum que se quite el “feisisuás du or” este, o como se llame.

              Nuestra charla sigue siendo formal, pese al asombroso acercamiento que hemos hecho en este par de días que llevamos juntos. Nos revelamos poco de nuestro pasado, nos mostramos entre bisos sin hacer hincapié en nada especial. Es como si solo nos centráramos en el presente, las risas son del ahora, los diálogos, las bromas...

              Después de la “ligera” cena y tras el correspondiente postre extravagante, regresamos al hotel. No lo admitimos en voz alta, pero ambos estamos cansados, aunque, por alguna razón, no quiero que este día acabe nunca.

              Una vez en el enorme vestíbulo del hotel, ya me siento como en casa. Camino detrás de James, me paro. Lo siento pero no lo aguanto más. Me quito los zapatos y recorro los metros que me faltan hasta el ascensor descalza.              

              Su cara reprime la sonrisa en cuanto me ve entrar con los zapatos en la mano.

              -Son bonitos, pero no hay quien los aguante. -Le digo para acallar su curiosidad-

              Se cierran las puertas. Y otra vez me invade ese calor familiar... Paso la mano por mi cuello, creo que hasta estoy sudando. Me concentro en los botones que parpadean con una lucecita roja cada vez que dejamos un piso atrás.

              De imprevisto, la mano de James golpea la pared que estoy mirando, dándome un susto de muerte. Se queda literalmente anclado a ella con el brazo en tensión.

              Me giro inmediatamente, pero aún me sobresalto más cuando nuestros rostros se han quedado tan cerca que percibo su aliento sobre mi propia piel. Mi corazón enloquecido protesta, no deja de golpear las paredes de su concavidad a un ritmo frenético, incluso se me paraliza la respiración mientras sus ojos no se apartan de mis labios, atrapándolos.

              -Anna... bésame.

              Sus palabras hacen que mis pupilas se dilaten. La sangre bulle abrasándome por dentro mientras se encarga en teñir mis mejillas, junto a todo mi cuerpo, de un rojo intenso. No puedo reaccionar, ahora mismo me he quedado paralizada.

              -No sé qué me has hecho, -Susurra erizando mi vello con sus siseos-  pero no soy capaz de borrar de mi cabeza el primer beso que me diste...

              Se acerca un poco más. Percibo su calor mientras agacha la cabeza para colocarse a mi altura, consigue así que me tiemblen las piernas.

              -Por favor Anna, necesito saber si es una ilusión la que me asalta a todas horas o se ha producido de verdad.

              -No, no sé qué decir... -Trago saliva, estoy nerviosa, aunque me sorprende descubrir que yo también le deseo. Tengo una ansiedad apremiante por percibir esa clase de acercamiento después de tanto tiempo.-

              -Pues no digas nada, solo bésame.

              Sus palabras me catapultan a cometer una locura, en ese momento no sé qué es a lo que realmente me enfrento, solo me dejo llevar y actúo. Alejo de mi mente los pensamientos que me frenan, de nada me sirven cuando ya he tomado una decisión.

              Me lanzo en picado al mar bravío que son sus labios. Me hundo en ellos, los poseo con delicadeza y un deseo incontrolable. Alzo mis manos reteniéndolo, él jadea en mi boca y yo atrapo su jadeo y me lo trago. Muerdo su labio inferior, luego lo perfilo cariñosamente con mi lengua antes de volver a moverme frenéticamente sobre su ávida boca. Noto como su pulso se acelera bajo mi contacto, me agarra la cintura y me retiene con fuerza. Yo le correspondo del mismo modo, doblego su cuello mientras recorro con mi lengua húmeda cada pequeño recoveco de su boca.

              Las puertas del ascensor se abren. Nos retiramos jadeantes, con el pulso acelerado haciendo vibrar nuestros cuerpos. Nos miramos a los ojos, negro azabache sobre azul celeste.

              En un momento de lucidez, doy un paso hacia atrás. Antes de que las puertas vuelvan a cerrarse pongo mi mano en medio para volver a abrirlas y salir corriendo. Noto la presencia de James a mi espalda, pero estoy lo suficientemente avergonzada como para no decir nada. Me coloco frente a la puerta de mi habitación. Luego le miro. Por un momento me parece captar la tristeza en sus ojos claros.

              Estoy preparada mentalmente para darle las buenas noches y hacer como si no hubiese ocurrido nada entre nosotros cuando él se acerca con paso firme y decisivo, me acorrala contra la puerta y vuelve a besarme con devoción. Su lengua se entrelaza con la mía, e inevitablemente, se me escapa un jadeo que él responde con un gruñido bajo mientras levanta sus manos abarcando la totalidad de mi cara.

              Me entra mucha calor, su insistencia es estremecedora. Si alguna vez dije que los ingleses no sabían besar, desde hoy me retracto. Este es el beso más apasionado, duro y excitante que nadie me ha dado jamás.

              Tiro los zapatos que aún llevo en las manos al suelo mientras me pongo de puntillas para poder rodear su cuello, mi espalda se arquea al tiempo que una de sus manos desciende lentamente por mi desnuda columna hasta colocarse en la cadera, su sutil barrido, ha puesto mi piel de gallina. Entonces se produce el cambio, literalmente le devoro, sus labios son ahora mismo como una fuerte droga que no puedo parar de consumir.

              Mi estómago da un vuelco cuando la mano que hasta ahora descansaba al final de la espalda, acaricia sutilmente mi trasero. Incluso mi corazón da un respingo cuando la excitación, en forma de corriente eléctrica, recorre cada centímetro de mi cuerpo.

              Tengo que separarme, necesito respirar y recobrar el norte, por el amor de Dios ¡es mi jefe! no puedo permitirme el lujo de tontear con él.

              Dejo caer mis manos a ambos lados de las caderas. La urgencia se ha desvanecido y él se ha dado cuenta de que ya no correspondo del mismo modo a sus besos.

              Tras recuperar mi espacio, retiro restos de su saliva que aún cubre mis labios. Luego me agacho para recoger los zapatos.

              -No creo que esto sea una buena idea... -Empiezo, pero tal y como lo digo me arrepiento-.

              -Tienes razón. -Reconoce. Una vocecilla en mi interior maldice en voz alta, no quiero terminar con esto, NECESITO continuar...- Quiero que sepas que nada de lo que acaba de ocurrir va interferir ni ahora ni nunca en tu trabajo. Te doy mi palabra. 

              Trago saliva y asiento sin decir nada. ¿Qué otra cosa puedo hacer?

              Saco la tarjetita plastificada de mi bolso y abro la puerta de mi habitación, James recorre el par de metros que le separan de su puerta.

              -Buenas noches Anna.

              -Buenas noche James.

              En cuanto cierro la puerta, voy resbalándome por la superficie plana de madera hasta dejarme caer en el suelo. No puedo creerme lo que acabo de hacer, pero aún me creo menos que haya tenido ganas de llegar más lejos.

              Ya es oficial: estoy loca y me gusta el peligro. Esto va a acabar conmigo.

              ¿Y cómo voy a pasar los días que me quedan junto a este hombre después de lo que ha pasado? ¿puedo actuar como si nada? ¡Ni hablar! no sé ni por qué me lo pregunto, si lo más probable es que quiera repetir.  

              Entre dudas y dilemas me desvisto para meterme en la cama. Madre mía... y pensar que podríamos estar aquí ahora si yo no me hubiera echado atrás...