15
-Desde luego... todo lo que se está perdiendo el gobierno contigo...
Me echo a reír. Mis amigos no dan crédito a cuanto les explico. No es para menos, ni yo misma acabo de creérmelo.
-Bueno, ¿pues qué os parece si para celebrarlo pedimos unas pizzas? -Propone Mónica-
-¡Perfecto! -Exclamo cogiendo la propaganda que está pegada en la puerta de la nevera- Pero hoy nos estiramos, vamos a pedir que nos las traigan a casa.
-¡Pero salen más baratas ir a recogerlas!
-Sí. -Admito poniéndome seria de forma cómica- Soy consciente de que es un despilfarro, pero nosotras bien lo valemos.
Lore estalla en carcajadas.
-Os invito yo chicas. No sufráis. Ahora eso sí, yo quiero una barbacoa.
-Eso está hecho. ¿La segunda carbonara?
-¡Genial!
Hacemos nuestro pedido y empezamos a preparar la mesa, no tardarán en llegar.
-¡Oye! todavía no hemos hablado de qué vamos a hacer el fin de semana y mi ojo ya no es el de un oso panda...
-¿Qué propones?
-No quería llegar a esto pero... -Chasqueo la lengua mientras muevo la cabeza de lado a lado- Necesito un hombre.
Ríen al unísono.
-¿No te vale con el consolador?
-No Elena. Ya ha pasado mucho tiempo. Demasiado, estoy que me subo por las paredes.
-¡Claro que sí mi reina! ya va siendo hora, a mí también me hace falta un buen meneo.
-Entonces ¿dónde vamos a ir este sábado?
-¿Qué os parece Sitges? Allí todos encontraremos lo que buscamos.
-¡Genial! me encantan los pubs de Sitges.
-Deduzco que yo soy la que conduce, ¿verdad?
Miramos a Elena y le ponemos morritos hasta que empieza a reír.
-No tenéis remedio.
Llaman al timbre y como la teoría del estímulo respuesta de Pavlov mi estómago empieza a gruñir de hambre.
-¡Abro yo! -Anuncio corriendo hacia la puerta-.
La abro de par en par.
-Buenas noches. ¿Nuestras pizzas?
El chico sonríe. Es tan mono...
-¿Cuánto es?
-Cuarenta y dos euros con quince céntimos.
-¡Lore! -Grito desde la puerta- ¿No habías dicho que pagabas tú?
-¡Ya voy! -Viene sonriente y le da un billete de cincuenta euros. El chico busca el cambio en su monedero-.
Es bastante alto, pero lo que más llama la atención son sus penetrantes ojos verdes.
-Aquí tiene señor...
-Ui, te ha llamado señor. -Me burlo-
-Es cierto. Solo por eso voy a darte menos propina. -Le dice y ambos se ríen a la vez-.
Le entrega el cambio y Lore le da dos euros de propina.
Mónica aparece por detrás y me arrebata las cajas de las pizzas, ¡otra que tiene hambre!
-¿Mónica?
Ella se gira. El chico le sonríe y entonces lo capto: El clima, la atmosfera, toda esa carga de electricidad estática... vamos, que solo falta Pablo Alboran con una guitarra.
-¡Raúl! ¿Cómo te va?
-Muy bien. Bueno, estoy haciendo unas horas extra para ganar algún dinero.
Lore arquea las cejas y mira a Mónica, está tan roja... pero ninguno de los dos quiere irse, queremos saber que se traen estos entre manos. Somos así: cotillas por naturaleza.
-Me parece muy bien.
-¡Qué bien encontrarte aquí! no sabía que vivías tan cerca, mi casa está dos calles más abajo, bueno, -sonríe- la casa de mis padres.
-Ah.
El chico nos mira, luego contempla a Mónica y su rostro cambia. Comprendo entonces que debemos dejarles a solas, así que tiro del impasible Lore y cojo las pizzas que carga Mónica. Nos vamos corriendo al comedor, pero lejos de dejarles algo de intimidad, llamamos a Elena y nos ponemos a espiarles tras la puerta.
-Me preguntaba si ahora que sé que estamos tan cerca podría invitarte a un café algún día.
-Verás Raúl...
Antes de que Mónica continúe el chico la interrumpe.
-Si me pudieras ayudar con las matrices te lo agradecería, todavía tengo algunas dificultades...
Mónica lo mira extrañada. Hasta que finalmente decide hablar:
-Pero si eres el mejor alumno de matemáticas que tengo... de todas formas, el lunes puedo explicarte todo lo que no entiendas.
-El lunes tenemos el examen...
Ella coge aire. No parece darse cuenta de nada.
-Raúl, agradezco tu invitación, pero no creo que sea apropiada.
-Entiendo...
El chico se quita la gorra y suspira. Elena, Lore y yo nos cogemos de las manos con fuerza. Que le diga que sí... pobrecito, es tan mono...
-¿Y si damos un paseo? podría pasar por un encuentro casual.
-¿Pero qué interés tienes en que quedemos? ¿Es por una apuesta o algo así?
Los tres suspiramos a la vez. Mónica es especialista en chafar los mejores momentos, tiene ese don divino.
-¡No! no es eso, es solo que... que... me haría ilusión pasear contigo. Solo eso.
-¿Has perdido la cabeza? ¡Soy tu profesora!
-Me faltan tres meses para cumplir los dieciocho, ¿entonces aceptarás mi propuesta?
Cojo aire y lo retengo en mi garganta, ¡qué romántico por Dios!
-Tú edad no tiene nada que ver. -Espeta Mónica ofendida-
-¿Ah, no?
-No. Es que ese tipo de confianzas entre nosotros no pueden ser.
-Yo no se lo diré a nadie.
-Lo sé. Pero mi moral no me lo permite. Así que si no tienes nada más que añadir...
Mónica hace el intento de cerrar la puerta, pero el chico se lo impide poniendo un pie.
-¿Y si nos tomamos una coca-cola en tu casa?
Ups... esto cada vez resulta más incómodo, incluso como espectadora.
-Raúl... yo ya no tomo coca-colas.
Sin más, Mónica cierra la puerta en sus narices y entra en el salón. Todos reaccionamos automáticamente y empezamos a disimular. Lore silba mientras mira el techo, Elena recoloca el mantel y yo ojeo la gruesa revista del listado telefónico del revés. Mónica pone los ojos en blanco y parándose en medio de la sala, coloca sus manos sobre la cintura a modo de jarra.
-Qué. ¿Lo habéis oído todo, no?
Como abejas organizadas la rodeamos. Empieza a hablar Lore:
-¿Cómo puedes ser tan insensible mi reina?
-¡Pero tú lo has visto! ¡Es un mocoso de diecisiete años!
-Solo le separan tres meses de la mayoría de edad... -Le recuerdo alzando las manos mientras me encojo de hombros-.
-¿Pero estáis bien de la cabeza? ¡Es un crío!
-Es un chico joven, sí. Pero un chico al fin y al cabo.
-No sé qué pretendes decir con eso, pero te aseguro que no tengo interés en descubrirlo. Vamos a comer.
-Venga... dale una oportunidad, se veía tan interesado en tener una cita contigo...
-¡Ni en sus mejores sueños! No podría volver a mirarle a la cara si hiciera algo así...
-Aish, ¡que antigua eres hija!
-Y tú demasiado moderna. -Me recrimina-
-Bueno, no estamos hablando de mí ahora. Hay un chico, un rubito encantador de ojos verdes, muy guapo que se muere por tomar una coca-cola contigo.
-¿Una coca-cola? ¿Y luego qué? ¿Unas pipas en el parque? ¡Por Dios, que ya tengo una edad!
-Pues mira en eso te doy toda la razón, y te aseguro que un poco de sangre joven te vendría muy, pero que muy bien.
-Será mejor que dejes ya el tema...
Hago que sello mi boca con una llave y la tiro al río.
-¡Ay Dios! -El rostro de Mónica nos pone en guardia a todos-
-¿Qué pasa reina?
-¡Seguro que es él el de las cartas! -Se sujeta la cabeza con ambas manos, parece al borde del colapso-.
-Sí. Seguramente. No hace falta ser del CSI para saber que ese chico tiene todos los números.
-Esto se pone cada vez peor... -Mónica se deja caer en la silla frente a la mesa-
-Tranquila. Mantén la calma, una de las posibilidades era esa desde el principio. al menos ahora ya lo sabes, se trata de ese chico. Y aunque no quieras admitirlo es muy, pero que muy mono. ¡Quién lo pillara! y ahora, ¡A comer!
No hacemos ningún comentario más al respecto. Cogemos una porción de pizza y cambiamos de tema para distraer a Mónica, aunque su mente está a años luz de nosotros durante toda la cena.
Por fin es viernes y tengo unas ganas locas de llegar a la oficina. Más después de saber que se han congelado los despidos. Me visto con mi característica ropa alegre de colores, estoy feliz y se nota en como visto, en como huelo, en mis gestos, mi enorme sonrisa e incluso en ese color rosado que a veces adquieren mis mejillas, junto al brillo centelleante de mis ojos negros.
Para cuando llego a mi puesto de trabajo, Vanessa ya se ha enterado de las novedades, me coge de las manos y juntas empezamos a dar saltitos nerviosos de felicidad. Solo es una tregua, apostar por una remota posibilidad, pero es un comienzo al fin y al cabo.
El teléfono de mi mesa suena interrumpiéndonos, me lanzo por él en picado y me tropiezo con la pata de la mesa. ¡Joder! lo cojo como puedo mientras rodeo la mesa y me siento bruscamente en la silla.
-¿Sí? -respondo con la voz agitada por el esfuerzo-.
-Buenos días Anna. Venga a mi despacho, por favor.
Él también está de buen humor. Cojo mi libreta y acudo rápida a su llamada.
-Buenos días señor Orwell.
Él se gira en mi dirección, se cubre los labios con un dedo mientras esconde una apretada sonrisa, pero las arruguitas alrededor de los ojos le delatan.
-Nada de señor Orwell, -dice al fin- a partir de ahora, para usted, soy solo James.
-Está bien James. -Sonrío-.
-Hemos recibido respuesta de Naertura. He hablado largo rato con el director y parece que ven con buenos ojos nuestra propuesta. Tenemos una cita extraordinaria mañana en sus oficinas.
-¿En serio?
Él asiente.
-Espero que no tengas planes para el fin de semana, tenemos que coger un vuelo para Madrid esta misma tarde.
Me quedo blanca.
-Pero... ¿tengo que ir yo? -Pregunto extrañada-
-Yo opino que la secretaria y fundadora de esta idea debe estar presente, así que mi respuesta es sí.
Mi desilusión se hace tangible. Adiós Sitges, adiós maromo, adiós sexo... vamos, estoy yo como para ir saltándome oportunidades.
-¿Demasiado precipitado?
-No. No. -Me apresuro a responder- Me parece bien, ¿A qué hora tenemos que coger el vuelo?
-A las ocho. Pero no te preocupes, el día de hoy lo tienes libre. Solo llama a nuestros compañeros en Londres y comunícales nuestra iniciativa de expansión, diles que solo es un tanteo, antes de tomar una decisión les facilitaremos las estadísticas y la documentación oportuna. No dejes que te mareen.
-De acuerdo.
-Después te vas a casa y preparas el equipaje para cuatro días.
-¿Cuatro días? -Pregunto escandalizada-.
-Sí. He concertado otras citas de interés ya que vamos a la capital, hay que aprovechar el viaje.
Asiento y apunto estoy de abrir la puerta cuando él continua:
-A las seis de la tarde irá un coche a recogerte.
Vuelvo a asentir, como una tonta antes de salir de su despacho.
Vanessa empieza a reír.
-¿Qué pasa? -Le pregunto un tanto borde-.
-No te has visto los pelos de cacatúa que llevas, ¿verdad?
Me miro en uno de los cristales de la ventana. Parezco un león al que un grupo de hienas han atacado salvajemente. ¡Mi tropiezo con la mesa! alzo las manos y empiezo a peinármelo con los dedos. Qué vergüenza, ¡seguro que de esto se reía el muy cabrón! Cuando ya vuelvo a estar decente, le comunico brevemente a Vanessa lo que ocurre. Enseguida se ofrece a llamar a Londres y lo cierto es que se lo agradezco. Hace dos días pensaba que iba a ser despedida, en cambio ahora, voy a prepararme para un viaje inesperado que me arruinará el fin de semana entero. Mi cupo de sobresaltos ha alcanzado su tope esta semana. Suspiro, todo sea por conservar el empleo. Recojo mis cosas y me marcho a casa.
Después de llamar a mis amigos para comunicarles la noticia, me cuadro frente al armario. Una chica nunca tiene suficiente ropa, o tiene tanta que a la hora de decidir se hace un completo lío. Por lo que sé vamos a estar ocupados con reunioncitas del demonio. Cojo unos cuantos vestidos, chaquetas por si hace frío, el abrigo, unos vaqueros por si acaso, ropa interior para un año... como dice uno de mis personajes preferidos de la televisión: “las bragas dan mucha seguridad”. Me río. Luego queda el tema del maquillaje, colonia, champú, gel de baño, mascarillas... ya sé que en el hotel hay todas esas cosas, además, voy a Madrid, puedo comprarme algo allí, pero el “por si acaso” es el que me hace coger todo, hasta cargar una maleta que bien podría abastecerme durante un mes en una isla desierta.
Me da tiempo a darme una ducha rápida así que lo hago. Me cambio de ropa e importantísimo: cojo mi MP3 con mis canciones de siempre, esas que me animan, que me alejan de los problemas.
A las seis en punto una llamada me avisa de que mi coche me espera abajo. Tengo que recordar la enorme puntualidad que tienen los ingleses, y más yo, que soy algo despistada y desastre para los horarios.
Bajo las escaleras con mi enorme maletón, en cuanto llego abajo el chófer me ayuda a cargarla en el maletero. Me siento detrás. En un silencio impropio en mí dejo que ese hombre, que seguramente jamás volveré a ver en la vida, me lleve al aeropuerto.
Nada más llegar, un segundo coche aparca justo detrás de nosotros. Se baja un chico joven de su interior, con el pelo rubio un tanto alborotado y unas gafas de sol ray ban, pese a que el sol a estas horas no molesta. Se gira para sacar su equipaje del maletero, sin querer le miro el culo. Bueno, está bien, lo he hecho queriendo, pero es que esos vaqueros le quedan a la perfección. Coge su maleta negra. Al tener las mangas de la camisa blanca dobladas hacia arriba se marca la perfecta musculatura de su antebrazo. Madre mía... creo que me va a dar algo. Es un completo desconocido pero no puedo apartar mis ojos de él. Además, esa camisa por dentro del pantalón le queda tan bien...
Da la mano al conductor y sube a la acera junto a mí.
-¿Qué, preparada?
Mi mandíbula se descuelga.
-¿James?
Se quita las gafas de sol, dejando al descubierto esos enormes ojos azules, con sus pestañitas rubias y todo. Como no cierre pronto la boca voy a empezar a babear...
Sonríe.
-¡Parece que hayas visto a un fantasma!
-No. A un fantasma no. Pero me había acostumbrado a verte con un aspecto concreto.
Se echa a reír.
-¿No reconoces estos pantalones? los elegiste tú.
Los miro una vez más, sí, ahora los recuerdo. ¿Cómo he podido olvidar lo bien que le quedan?
Digo un si/no con la cabeza. Lo sé, estoy haciendo un ridículo espantoso, así que decido dar media vuelta y arrastrar mi maleta hacia la puerta. Obviamente también había olvidado su caballerosidad, me la coge de inmediato y la arrastra junto a la suya.
-Creí haberte dicho que solo estaremos fuera cuatro días.
Sé que lo dice por el peso de mi maleta. Me echo a reír.
-Cosas de mujeres...
Su carcajada me contagia. Dejamos las maletas, pasamos por los detectores y en cuanto llegamos a las puertas de embarque entramos rápidamente. No hay monumentales colas ni largas esperas. Todo es rápido.
Mi respiración queda interrumpida cuando ascendemos a un reservado de primera clase. No había estado nunca en un sitio tan lujoso. ¡Si entre asiento y asiento por lo menos hay siete metros!
-Esto es increíble... -Susurro sin esperar que nadie me escuche- Es demasiado...
-Solo es un avión, no es para tanto.
Miro a James sorprendida.
-Quizás esto sea normal para ti, pero para el resto de los humanos esto es como estar en el cielo. Nunca mejor dicho.
Empieza a reír. Se sienta en su butaca que da a la ventanilla a mi lado y no sé por qué, por primera vez, tenerle tan cerca me pone nerviosa. Si se hubiese puesto su característico traje oscuro con tirantes y llevara el pelo engominado hacia un lado no me impondría tanto.
Nuestra azafata personal se acerca, sin haberle pedido nada nos ofrece un cóctel rosa de bienvenida. Nada más entregarle la copa a mi acompañante, la mujer se muerde el labio inferior. ¡Será posible! ¡Yo inventé ese gesto de provocación, encima la tía lo hace en mis narices! aunque no es para menos, sonrío mientras me relajo en mi cómoda butaca, James es todo un bombón.
Ojeo mi revista, experta en exponer las fotos más embarazosas de los famosos, mientras el avión se pone en marcha. Me da vergüenza admitir que el momento del despegue es cuando peor lo paso, siempre me ha dado miedo. Me aseguro el cinturón y vuelvo a mirar la revista, paso las páginas de forma frenética pero no hay nada que llame mi atención, excepto el enorme culo de Kim Kardashian que sale en portada, que seguramente es un montaje. La azafata empieza con su habitual baile de movimientos frente a nosotros, bueno, técnicamente sus lecciones van únicamente dirigidas a James, ¡no veas cómo le mira! El resto de pasajeros no entran dentro de su campo visual.
El avión ya está en marcha, alcanzando cada vez más velocidad sobre la pista. Estiro las piernas, luego las encojo. Dejo la revista a un lado y vuelvo a asegurarme el cinturón. Sigue abrochado. Bien.
James sonríe.
-¿Quieres estarte quietecita de una vez? vas a poner al personal nervio.
-Tienes razón.
Cierro los ojos y recuesto la cabeza contra el mullido respaldo de cuero azul mientras tarareo una canción de Natalie Imbruglia, la última que estaba escuchando en mi reproductor: Counting down the days.
Pero entonces mi cuerpo da un bote. Abro los ojos y miro a James alterada, por su apretada sonrisa me doy cuenta de que no ha dejado de observarme.
-¿Qué ha sido eso?
-Solo un bache.
Sonríe, pero yo no puedo corresponderle, mi corazón está a punto de salir por la boca. Entonces siento la presión de su mano sobre la mía. La coge, la estira y la aprieta transmitiéndome esa tranquilidad que me falta. Ya me había cogido de la mano antes, pero ahora es diferente. Yo me siento vulnerable.
Él se centra en la azafata, que tras acabar su discurso le mira por última vez y se va a su asiento en el pasillo, se abrocha el cinturón y cruza las piernas. Sigue insinuándose. Miro a James, parece no darse cuenta, pero es tan evidente que me cuesta creer que no sea capaz de leer todas esas señales.
En cuanto empezamos a alcanzar altura, me aparto de mis pensamientos y le agarro aún más fuerte. Él no se queja.
Pronto sobrevolamos Barcelona, ya está, en cuanto solo soy capaz de distinguir pequeños puntitos marrones y negros desde las alturas, es cuando me conciencio de que si nos cayéramos desde esta altura moriríamos incluso antes de alcanzar el suelo. Todo sería rápido y por lo tanto no habría dolor. Eso me tranquiliza...
Se enciende el pilotito verde que nos indica que podemos desabrocharnos el cinturón, James lo hace con la mano izquierda, que es la que le queda libre, mientras que con la otra sigue sujetando firmemente la mía.
-Puedes soltarme. -Le digo de forma divertida- El miedo ya ha pasado.
-Por si acaso.
Me echo reír. Ahora no puedo leer la revista, él me lo impide, pero no me importa. Me encanta sentir ese tipo de contacto y le dejo.
En poco más de una hora nos plantamos en Atocha.
Camino detrás de él por los túneles, me parece increíble que se maneje tan bien en un país que no es el suyo, yo soy incapaz de hacer transbordo de metro cuando el que utilizo normalmente está averiado.
El coche que nos espera fuera nos conduce hacia nuestro hotel, al parecer él ha pensado en todos y cada uno de los detalles y no puedo evitar el preguntarme si esto no era parte de mi faena.
En cuanto el coche se detiene, de forma automática mi boca se abre. ¡Qué hotel! es alucinante. Tiene hasta portero y todo, como en las películas.
James se acerca al mostrador para registrarnos. Yo me quedo en ese inmenso vestíbulo, lleno de gente elegante, adornos dorados y lámparas de araña. Parece que estoy en una película de Al Capone.
-Bien, aquí están nuestras llaves y ya han subido el equipaje. -Me entrega una tarjeta blanca- Habitación 202 y 203. -Matiza-
-Vale. ¿Hacia dónde voy? tienen cuatro ascensores.
-Es ese de ahí. -Señala hacia el de la punta del todo-.
-¡Madre mía, qué grande es este hotel!
-No es tan grande.
-¡Pues menos mal! tendrías que ver los sitios de mochileros en los que he estado.
Suelta una risotada.
-Me lo puedo imaginar.
-No. Creo sinceramente que no puedes. ¡Si a ti esto te parece pequeño!
Entramos en el ascensor. Las puertas se cierran y nuestras sonrisas se congelan momentáneamente. Hay tensión y más tensión. No sé qué tendrá este pequeño habitáculo pero se me pasa cada cosa por la cabeza...
Por fin llegamos a nuestra planta. Menos mal. Soy la primera en saltar al pasillo y correr por el suelo enmoquetado hasta llegar a mi habitación.202.
-¡Qué nervios! debe ser una pasada...
James me contempla con una sonrisa de oreja a oreja. Permanece quieto esperando a que introduzca la tarjetita en la ranura y descubra lo que me espera al otro lado.
-¡Vaya tela! ¡Mira eso James! -Señalo el enorme ventanal al tiempo que corro hacia él y me engancho con las manos como una lapa- ¡Qué vista! ¡Se ve todo Madrid!
James me acompaña sonriente y mira por mi ventana.
-Muy bonita. -Dice y se gira de repente hacia mí. No sé por qué, me pongo roja como un tomate-.
Me recompongo rápidamente, hay una puerta a su espalda. Corro hacia ella. El baño no se queda atrás, es tan grande como todo mi apartamento y tiene un jacuzzi. ¡Un jacuzzi!
-¡Menudo alucine! ¿Has visto James? tengo una piscina olímpica en el lavabo.
Su carcajada me sorprende. Me vuelvo hacia la puerta y él está recostado contra el marco. Sin quitarme ojo, para no perder la costumbre.
Cojo aire y lo libero lentamente para tranquilizarme.
-Ya está. -Digo poniéndome seria- Pasada la euforia inicial ya vuelvo a ser la secretaria formal y comedida que usted espera.
Niega con la cabeza.
-Anna, tú nunca has sido una secretaria comedida.
-Bueno, pero tal vez a partir de ahora lo sea. -Doy un seco estirón a mi camiseta y me cuadro frente a él- Puedo hacerlo señor Orwell.
Vuelve a sonreír.
-No sé yo si eso me va a gustar mucho, te prefiero tal y como eres.
Mi sonrisa se esfuma de repente. No sé si esto va enserio o en broma, pero su comentario no es que tenga ni pizca de gracia.
-Voy a mi habitación. -Anuncia y me esquiva para ir en dirección a la puerta- Te espero en el vestíbulo en veinte minutos para cenar.
-¿Dónde vamos a cenar?
-En el hotel. -Se gira contrariado- ¿Es que prefieres otro sitio?
Se me escapa un bufido.
-¡Estamos en Madrid!
-Tienes razón. ¡Vamos a investigar!
En cuanto me quedo a solas corro hacia la cama y me pongo a saltar como posesa. Las carcajadas retumban en la habitación. Esto es increíble. Una vez desfogada toda esa energía de más, me dirijo al baño y me peino ondulándome un poco el cabello con la plancha. Mi maquillaje acaba de ofrecerme el toque definitivo y para variar, esta noche me pongo un simple vestido negro. Es elegante, pero sin pasarse. Cojo mi bolso, me subo a los zapatos de tacón alto y salgo fuera. En cuanto se abre el ascensor entro. No estoy sola, un hombre con un espeso bigote me mira de soslayo. Eso indica que no estoy nada mal, para haberme vestido en tan solo veinte minutos, toda una hazaña.
Llego a la primera planta y cruzo el impresionante salón hasta llegar al mostrador. Enseguida veo llegar a James. Se ha cambiado de ropa y sí, se ha puesto su habitual traje oscuro de líneas tan clásicas, pero puedo darme por contenta porque el pelo casi no se lo ha tocado. Con lo cual, parece algo más joven.
-Estás muy guapa. -Me dice y yo le sonrío. Siempre me gusta oírlo-.
-Y tú también. ¿Aunque crees que tendremos tiempo para visitar una tienda de ropa?
Me mira extrañado.
-Supongo... ¿por qué? ¿Quieres comprarte algo?
-No. Creo firmemente que deberías llevarte un traje de Madrid, a modo de recuerdo. Dado que es tu atuendo habitual...
Su ceño se frunce mientras sonríe. Pese al haber sido sutil, creo que se ha dado cuenta de algo... Decido romper el hielo y le cojo del brazo mientras juntos nos dirigimos a la salida.
-Madrid me encanta.
-¿Ya habías estado antes? -Pregunta-
-Sí. Una vez. Vine expresamente con el colegio, a ver el museo del Prado.
-Aha.
Veo que va a llamar a un taxi cuando yo le interrumpo.
-Hace una noche fantástica, podemos ir a pie.
-De acuerdo. Será lo mejor, además no nos conviene alejarnos mucho, mañana tenemos que madrugar.
Pongo los ojos en blanco. A veces habla como mi abuelo.
Las calles están llenas de gente joven, en su mayoría turistas. Llegamos a la puerta del sol y subimos por unas avenidas donde no se permite la circulación de vehículos, me recuerdan a las ramblas. Los establecimientos están cerrados, pero el bullicio sigue latente. Sobre todo frente al teatro de la Gran Vía, donde desembocamos poco después y están dando el musical del Rey león. Desde que era niña, siempre me ha encantado esa película, todavía me emociono al verla.
-Mira James, el Rey león. -Digo señalando el enorme letrero amarillo y negro del conocido musical- La obra empieza más o menos así.
Me separo de él, extiendo los brazos a modo de pelícano a punto de iniciar el vuelo y camino flexionando las rodillas, al tiempo que muevo rítmicamente el cuello como un palomo mientras canto:
Nants
ingonyama bagithi baba
Sithi uhm ingonyama
Nants ingonyama bagithi
baba
Sithi uhm ingonyama
Siyo nqoba
Ingonyama nengw' enamabala...
Retrocedo al ver que no me sigue.
-¿Qué haces ahí parado?
No deja de sonreírme desde la distancia.
-Estoy esperando a que termines con tu espectáculo. En cuanto acabes de representar al antílope herniado me avisas.
-¿Antílope herniado? ¿Me has llamado antílope herniado? -Se encoje de hombros sin dejar de reír.- Es una pena que Almodóvar aún no me haya descubierto, sino no hablarías así de mis increíbles dotes artísticas.
Su risa aumenta de decibelios, intento mantenerme seria, pero es inevitable que se me escape algo.
-Creo que tu papel va más acorde con una de las inquietantes criaturas de Guillermo del Toro.
Mi mandíbula se desencaja por el asombro.
-Vaya... míralo él, si hasta es gracioso y todo.
Sonríe. Madre mía, cada vez que lo hace parece tan joven...
- Me han llamado muchas cosas en la vida, pero gracioso no es una de ellas.
Se me escapa una risita aniñada que incluso a mí me sorprende.
-Será que nunca te han visto como yo te veo ahora.
Está a punto de contestarme, pero me giro de repente siguiendo el escandaloso bullicio de un grupo de gente que acaba de salir de un local. Entonces descubro un pequeño restaurante paquistaní donde ya no cabe un alfiler. De todos es sabido que cuanto más lleno esté un sitio, mejor es. Así que me giro hacia James, que como siempre, lo está analizando todo con el ceño fruncido.
-¿Qué te parece si cenamos aquí?
-¿Aquí? -Hace una mueca- Parece un poco... esa carne dando vueltas en una barra no tiene buena pinta...
-¿Nunca has probado un dürum?
Me mira asustado, como si hubiese dicho una palabrota. Me echo a reír.
-Tienes que probarlo.
-Es decir: venimos a Madrid, nos vestimos bien ¿y acabamos cenando en un paquistaní?
Me encojo de hombros. No sé qué le ve de malo.
-¿Qué pasa? ¡Vamos anda, no seas remilgado! tienes que probarlo.
Entramos y aguardamos en silencio hasta que una mesa se queda libre. En cuanto nos sentamos él empieza a examinar la carta. Mira los rollos de carne dando vueltas detrás del mostrador y hace una mueca.
-Al menos pruébalo. -Le repito- ¿De acuerdo? si no te gusta nos levantamos y nos vamos.
-Está bien. -Acepta, aunque únicamente por complacerme.- ¿qué me recomiendas?
-Tú déjame a mí. -Examino la carta un rato y cuando ya sé lo que quiero levanto la mano. El camarero acude enseguida-.
-Queremos dos dürum de pollo, con queso de cabra y salsa de yogurt.
El hombre anota nuestro pedido.
-¿Para beber?
Miro a James.
-Dos cervezas. -Responde y yo sonrío-.
El camarero se va. James parece asustado, mira hacia los platos de los demás comensales y sus muecas de asco se intensifican.
-¿Y dime, esa cosa lleva realmente salsa de yogurt? ¿con pollo?
Se me escapa la risa.
-Es como una salsa césar, muy suave. -Le tranquilizo y él asiente-
Cuando nos traen nuestro rollo de dürum, James mira frenéticamente a su alrededor.
-¿Y los cubiertos?
-No hacen falta, se como con las manos.
Su cara de espanto aún me hace más gracia. Así que cojo mi dürum y le doy un mordisco. Cierro los ojos y bajo su atenta mirada reproduzco un largo: “mmmmmmm”.
Finalmente James, imita mi gesto. Le asesta el primer bocado mientras yo le observo. Luego le da un segundo, esta vez más grande. Lo mastica y cuando lo ingiere le pregunto:
-¿Qué tal está?
-No está mal... -Reconoce-
Sigue dándole bocados, uno tras otro. Sonrío mientras hago lo mismo. Así hasta acabárnoslo todo.
-Bueno, parece que al final te ha gustado. -Digo mirando su plato vacío-
-Lo cierto es que me ha encantado. De verdad, no me lo esperaba.
Sonrío y me pongo en pie.
-Voy al baño. -Anuncio y sin que se de cuanta voy corriendo hacia la barra y pago todo lo que hemos consumido. Le miro desde la distancia. Parece perdido, sus ojos se mueven inquietos de aquí para allá, pero en cuanto me ve aparecer se calma. Sonríe e incluso percibo su profunda respiración desde aquí-.
-Ya podemos irnos. -Digo nada más llegar a nuestra mesa-.
-Aún no nos han traído la cuenta.
-Ya está pagado.
Su rostro me contempla con rudeza.
-No tienes por qué hacer eso, paga la empresa.
-De acuerdo. La empresa pagará cuando me lleves a uno de esos restaurantes pijos que solo el cubierto ya vale cien euros.
Suspira, pero yo no puedo dejar de reír. No le queda otra más que resignarse.
Salimos otra vez a esas amplias calles iluminadas, hay poca gente esparcida aquí y allá, tan solo nos acompaña el reflejo de nuestras propias sombras al caminar, largas y dobladas por la presencia de los altos edificios colindantes. La luna también es una fiel compañera en esta noche tan inusualmente tapada, allí donde mire ella me acecha: esférica, ligeramente moteada y de color caramelo.
Empiezo a sentir algo de frío en los brazos, me abrazo con fuerza, intentando entrar en calor, no camino mucho más cuando el letrero verde de un pub irlandés nos hace detenernos al mismo tiempo. El garito no tiene mala pinta, veo como James lo mira y enseguida añado:
-¿Quieres entrar?
-¿Qué? no...
-¿Por qué? se acerca un poquito a tu tierra, aunque sé que no es lo mismo. Venga, va... -Tiro de su mano, obligándole a entrar, al menos yo sí lo necesito.-
Una vez dentro me doy cuenta que gran parte de la gente es inglesa. Yo desentono entre tanto rubio y rubia involuto. Pero no me importa, sonrío al chico que hay tras la barra que al menos es tan Español como yo.
-¿Qué vas a tomar? -Le pregunto a James risueña-.
-Una cerveza, por supuesto...
-Por supuesto... -asiento-
Pide al camarero una exquisita selección de cerveza negra de marca impronunciable. En cuanto nos la sirven ambos chocamos las botellas y le damos un largo trago. No está mal, algo fuerte por eso, pero me gusta.
Sin darnos cuenta una cerveza lleva a otra y la última a otra más. Hablamos poco, nos damos cuenta de que en realidad, no tenemos nada que decirnos o tal vez sea la situación que nos frena. Por suerte el camarero se acerca siempre que puede para hablar conmigo, cruzar un par de palabras amables para sacarme una sonrisa, entre tanto guiri, no me extraña que le guste conversar con un paisano. Sin embargo, cada vez que acude a mi encuentro, James se revuelve incómodo en su taburete. Es la clásica táctica de posesión masculina: No tengo nada con mi jefe, ni siquiera somos amigos, pero mientras estoy con él paso a ser, por así decirlo, como algo suyo y obviamente le molesta que otros hombres quieran apartarme de su control. Así que aunque solo sea por respeto hacia mi soso acompañante, me despido amablemente del camarero y me acerco a ese inglés mosqueado, que hace ver que bebe su cerveza distraído, cuando en realidad, sigue pendiente de mí.
-¿Te gusta este sitio? -Le pregunto, y me acerco más a él para escuchar su respuesta. Con esta música es casi imposible hablar de lo alta que está-.
-Prefiero los pubs españoles. Sin duda son mucho más divertidos.
Su respuesta me sorprende.
-¿Enserio?
Asiente.
Pero mis intentos por distraerle no sirven para nada. Sigue mosqueado. Observa el reloj de su muñeca y dice:
-Debemos volver. Es tarde.
Suspiro. Apuro la botella y la dejo sobre la barra.
Regreso junto a James aguantando la risa, menudo cabreo lleva.
-¡Espera!
Nos giramos los dos a la vez. Rodolfo, el chico de la barra corre hasta alcanzarnos, pero pasa por alto la presencia de James y solo me mira a mí.
-Toma morenaza. -Me entrega un papelito blanco al tiempo que me da un delicado beso en la mejilla.- Es mi número de teléfono. -Me aclara- Llámame y nos tomamos algo antes de que te vayas.
-Vaya... gracias.
El chico se va. Me vuelvo sonriente hacia James, pero su rostro crispado hace que mi sonrisa se desvanezca rápidamente.
Se me escapa la risa minutos después tras ver que su actitud no cambia, Obviamente él no me sigue.
Ni corta ni perezosa alzo el trocito de papel que Rodolfo me ha entregado, lo rompo en mil pedazos ante su impasible mirada y lo tiro al suelo.
-¿Nos vamos? -Digo y James me contempla ahora perplejo-
-¿Por qué has hecho eso? ¿No te parece ese camarero atractivo como hombre?
Sigo riendo sin parar mientras salimos al exterior.
-¡Por supuesto que sí!
-¿Entonces?
-Estoy en Madrid por motivos de trabajo, no por placer. -Le digo alzando la cabeza para mirarle por encima del hombro- ¿Qué se cree?
Sonríe, niega con la cabeza y me sorprende cuando me coge de la mano.
-Efectivamente te estás convirtiendo en una secretaria comedida. No está mal.
Las carcajadas fluyen solas mientras regresamos hacia el hotel. Tal vez sea tanta cerveza ingerida, pero lo cierto es que, por fin, me lo estoy pasando bien.
En el ascensor ya es otra cosa... seguimos riendo, pero la intensidad de las carcajadas bajan notoriamente el volumen. Otra vez ese matiz de tensión en el ambiente. Se acerca, mete las manos en los bolsillos del pantalón echando la americana hacia atrás, pero estamos tan juntos que sin querer nos rozamos. Percibo su pierna cerca de la mía, madre mía... qué necesitada estoy. Pero no, no puedo pensar en eso ahora. ¡Es mi jefe! Trago saliva y miro atentamente las puertas de metal, deseando que se produzca un cambio.
Su cuerpo alto bloquea mi espalda como si fuera una impenetrable coraza. Ahora mismo tengo mucha calor. Me abraso literalmente. Por suerte en ese instante las puertas se abren, salgo decidida rumbo a mi habitación. Me detengo en la puerta y antes de entrar le digo:
-Buenas noches, que descanses.
-Igualmente Anna. Mañana a las nueve en el vestíbulo.
Asiento. Espero a que mi tarjeta haga el “clic” que precede la obertura de la puerta y entro apresurada en la habitación. Un minuto más con James y soy capaz de cometer una locura.