18

 

 

              Llevo una hora dando vueltas entre las sábanas. Los pies han salido fuera de tanto moverme. Suspiro. Protesto y me levanto cabreada. Al encender la luz me doy cuenta de que esta no me molesta, y es que no he podido pegar ojo. Me siento frustrada, inquieta... no sé qué me pasa, o sí lo sé pero simplemente me niego a admitirlo.

              Aunque si hay una cosa buena en estos hoteles es que tienen servicio de bar las veinticuatro horas, tal vez tomar algo me relaje.

              Me pongo mis pantalones vaqueros junto a una camiseta negra ajustada y bajo hasta la primera planta. Es la una de la mañana, como es de esperar apenas hay gente. Aunque una vez dentro de la sala oscura diviso a James sentado frente a la barra. Rodea con las manos una enorme jarra de cerveza mientras conversa amigablemente con el camarero. Ambos ríen. Sigo pendiente de él, está guapísimo. También se ha cambiado de ropa, ahora lleva sus tejanos junto a esa camiseta de tonos azules que elegí en Desigual para él.

              Capto cada movimiento desde mi lugar seguro, el sonido de su risa me produce cosquillas en el estómago y esos pequeños gestos suyos tan repetitivos, como deslizar sus dedos entre los mechones de su espeso cabello, rascarse la barba incipiente que empieza a despuntar en su cuello o mover insistentemente las manos cuando habla de algo que le apasiona... me encanta observarle sin ser vista, hay muchos detalles que se me han pasado por alto, pero ahora puedo deleitarme en ellos.

              Transcurrido un tiempo, salgo de mi escondite. Avanzo lentamente por el medio de la sala y el camarero me mira. Sonrío y él hace un gesto a James con la mirada para que se gire. En cuanto lo hace me encuentra. Al principio sus cejas se juntan extrañadas, luego, señala el taburete que hay libre a su lado con la mano y espera a que me siente.  

              -¿Qué haces despierta todavía?

              -No podía dormir. ¿Y tú?

              Sonríe.

              -Igual.

              Miro a mi alrededor. Somos ahora mismo los únicos clientes, una pareja madura acaba de irse.

              -¿Qué tenemos que hacer mañana?

              -Mañana es domingo. No hay nada programado.

              La alegría me invade de repente, un día para hacer lo que nos dé la gana, es justo lo que necesito.

              -Bien.

              -¿Qué quieres tomar? -Me pregunta-.

              Yo hago una mueca, lo cierto es que ahora mismo no me apetece nada en particular. Entonces veo su jarra de cerveza, aún está por la mitad, sin pensármelo dos veces digo:

              -¿Puedo? -Señalo su bebida y él arquea las cejas sorprendido antes de concederme el capricho con un asentimiento de cabeza-.

              Salto del taburete y me acerco a él. Cojo su jarra de cerveza y empiezo a beber. El líquido amargo cae en mi garganta, noto como el brebaje desciende lentamente por mi organismo, refrescándolo y calentándolo a la vez hasta que se vierte en mi estómago. Sigo bebiendo sin detenerme hasta acabármela toda de un trago.

              James se queda asombrado, reproduce una mueca divertido mientras deposito la jarra vacía sobre la barra.

              -A eso sí le llamo yo tener sed...

              Sonrío con picardía, me acerco, le acabo de poner tenso y descubro con asombro que eso me excita. ¡Qué bien vuelvo a ser yo!

              -No solo tengo sed.

              Mi afirmación le descuadra. No dejo que piense lo que eso significa cuando me coloco entre sus piernas, que están ligeramente entreabiertas, y agarrándolo por el cuello le acerco a mí para volver a besarle.

              En cuanto nuestros labios se unen su cuerpo se convierte en gelatina, al igual que el mío, ambos nos apretamos, deseosos de más contacto mientras nos besamos con auténtica devoción. Su lengua explora mi boca, me acaricia y yo simplemente estoy a punto de derretirme. Quiero lamerle, degustar su piel, su cuerpo entero... esos lujuriosos pensamientos hacen que emita un ligero jadeo. Su cuerpo se torna más duro en respuesta, incluso siento la protuberancia de su entrepierna clavada en mi cadera.

              Bajo las manos pasándolas por sus fuertes brazos hasta llegar a las suyas, que retienen mi cintura, apretándola contra él.

              Poco a poco consigo separarme y tiro de él obligándole a ponerse en pie. Como fiel animal amaestrado, obedece. Se deja guiar por mí mientras lo conduzco hacia el ascensor. Ahí retomamos los besos momentáneamente interrumpidos. Su boca es exquisita y sabe bien. Su ansiedad vuelve a desatarse sin casi haber hecho nada, James es todo impaciencia, fuerza incluso me atrevería a decir dominación, a juzgar por la forma con la que me acorrala entre su cuerpo y la pared. Pero me gusta sentirle así, desesperado y reactivo a cada una de mis caricias, besos, abrazos...

              Las puertas del ascensor se abren en nuestra planta.

              Antes de salir salto a horcajadas sobre él, enredándole con mis brazos y piernas para que no se escape mientras continúo con mi habitual ataque de besos desenfrenados. A James le queda la parte más difícil, que es la de caminar a ciegas por el pasillo conmigo en brazos. Me complace ver que él tampoco puede despegarse de mí y yo tampoco quiero que lo haga, así que no dejo en menor hueco de aire entre nuestros cuerpos.

              En cuanto llega frente a mi puerta, me separo solo unos milímetros para susurrarle.

              -Bolsillo trasero del pantalón. Nalga derecha.

              Él sonríe y se lanza de nuevo a por mí, envistiendo con su ávida lengua mi boca. Con cuidado, sus manos palpan mi trasero, sacan la tarjeta plastificada y abre la puerta.

              Nada más entrar él cierra con el pie, luego me conduce con torpeza por la habitación hasta llegar a mi cama y soltarme sobre ella.

              Me muerdo el labio inferior al tiempo que me pongo de rodillas sobre el colchón. Gateando, llego a él y tiro de las trabillas de su pantalón para que venga junto a mí. Antes de ceder a mi urgencia se inclina para quitarse los zapatos, yo aprovecho a hacer lo mismo. Luego entra decidido en mi cama, sus manos se alzan, rodean mi cara y la detienen a escasos centímetros de lanzarme de nuevo a por un beso.

              Ahora sus ojos recorren varias veces mi rostro de lado a lado.

              -Oh my God, you’re beautiful.

              Su exquisito acento inglés me hace reír.

              -Te prefiero mil veces hablando español.

              Emite un gruñido salvaje y viene a por mí. Su boca me atrapa, conduciéndome de nuevo hacia el Olimpo. 

              -Así que hablando español...

              Su lengua baja ahora por mi cuello, jadeo mientras inclino la cabeza hacia atrás facilitándole el recorrido.

              -Sí... -susurro extasiada-

              -Ni te imaginas el morbo que me das morenaza...

              Se me escapa una risita. La “Z” nunca ha sido una letra que pronuncie bien. Pero oírle me resulta tan excitante...

              Sus manos se centran en mis pechos. Los aprieta a través de la camiseta, casi puede envolverlos en su totalidad con sus grandes zarpas y eso que son una considerable talla 95.

              Mientras besa mi largo cuello con devoción, agarra los bajos de mi camiseta y la va levantando poco a poco, hasta quitármela por la cabeza.

              -¿Tienes protección? -Su pregunta me pone momentáneamente tensa. Niego con la cabeza y él sonríe-.

              -¿Y tú? -Pregunto esperanzada-.

              -No. No tenía esto planeado.

              Hago una mueca de disgusto, pero él vuelve a sonreír y continua besándome. Su insistencia destroza el muro de mi resistencia en cuestión de segundos.

              Ahora sus labios descienden poco a poco hasta alcanzar mis pechos. La dilatación de sus pupilas me comunican que lo que ve le gusta, a la par que me demuestra todo ese deseo agazapado que hasta ahora no se ha atrevido a mostrar. Es inútil resistirse, no puedo evitar sentirme terriblemente femenina cuando hace eso.

              Ahora son sus manos las que acarician suavemente la piel tersa de mis pechos, los abarca en su totalidad repitiendo una serie de movimientos circulares hasta que, finalmente, se decide a desabrochar el sujetador.

              Quedan al aire y yo me apresuro a quitarle su camiseta para estar en igualdad de condiciones. Ya me había olvidado de sus definidos abdominales, así que cuando vuelvo a verlos no freno mi tentación de tocar. Pero no me deja deleitarme con su cuerpo demasiado tiempo, tiene un hambre feroz, animal, así que se hecha sobre mí, obligándome a tumbarme sobre la cama para que pueda saborear tranquilamente mis pechos. Los pezones se endurecen bajo su húmedo contacto, él los aprieta con los dientes, los lame, los degusta largo rato hasta que está saciado y decide ir un poco más allá.

              Sus manos desabrochan el botón de mis vaqueros y baja apresuradamente la cremallera. Sin ningún tipo de miramiento me los quita rápidamente dejándome solo con el tanga puesto. Intento incorporarme para quitarle también su pantalón, pero me lo impide. Es obvio que de momento solo él quiere jugar conmigo y yo me dejo, estoy muy excitada y me encanta la forma con la que me acaricia. Es todo pasión ahora mismo, no hay frialdad en sus acciones como creía.

              En el terreno íntimo su fogosidad es algo que ha conseguido dejarme sin palabras, por suerte él sí insiste en hablar:

              -Tienes un cuerpo delicioso, me muero de ganas de lamerlo centímetro a centímetro...

              Sus palabras hacen revolotear las mariposas de mi estómago. Sus manos retiran las tiras de mi tanga colocándolas hacia un lado y me toca. Estoy tan húmeda que sus dedos se deslizan entre mis labios sin dificultad mientras mi cuerpo se arquea, se estremece y pide a gritos que lo posean, por su respiración agitada deduzco que mi reacción le enloquece. Jadea justo antes de inclinarse para besar mi zona prohibida, mi punto débil. Su lengua me penetra de improvisto y yo gimo, me muevo y él, cansado de perseguirme, apresa mis caderas con las manos para inmovilizarme.

              Cuando se centra en mi clítoris, chillo. Sus dedos expertos me exploran por dentro mientras su lengua hace el resto: me muerde, me lame, me muerde, me lame... así largo rato hasta que me caliento más y más. Entrelazo las manos en su cabello, apretándolo contra mí y jadeo mientras sus dedos se mueven frenéticamente en mi interior, animada por esas oleadas de placer que me provoca, oriento su cabeza buscando una liberación.

              -Me encanta como sabes... córrete, quiero degustarte.

              Sus palabras son mi liberación, como un ser egoísta, me muevo sobre su boca y me dejo ir, convirtiendo mi espalda en un arco en tensión, gritando, sacudiéndome y retorciéndome en medio de un orgasmo increíblemente intenso.

              Su cabeza asciende en cuanto he culminado, recorre con su lengua mi ombligo, mi estómago, el centro de mis pechos, el cuello, la barbilla y se posa sobre mis labios para besarlos. Todavía sabe a mí. Le correspondo con insistencia hasta que él deja salir un placentero jadeo.

              -Todavía no he acabado contigo, date la vuelta.

              Excitada por el morbo que suscitan sus palabras, hago lo que me pide. Me doy la vuelta. Él me inclina hacia delante, poniéndome a cuatro patas. Acaricia mi trasero, se acerca y besa las cachas con insistencia, luego, con los dientes va retirándome el tanga muy lentamente.

              -En mi vida he visto un culito como el tuyo, es tan perfecto...

              Lo pongo un poco más en pompa, animada tras sus palabras. Sus manos me masajean las nalgas y las separa poco a poco, se inclina y entonces percibo como besa tiernamente el espacio que hay entre los glúteos. Extrañada, me incorporo un poco para mirarle. Él me corresponde guiñándome un ojo. Bajo mi atenta mirada desconcertada, saca su larga lengua y lame con cuidado la raja. Es extraño, nunca nadie me lo habían hecho y no sé bien cómo reaccionar... no obstante, el pudor me hace moverme intentando deshacerme de él.

              -Confía en mí...

              Suspiro. Me da algo de cosa que él esté por ahí, pero miro nuevamente al frente para no ver lo que está haciendo. Sus manos abarcan ambas cachas y vuelve a separarlas, de repente siento la presión de su lengua en mi ano. Al principio me contraigo, pero a medida que su saliva me lubrica, noto como el músculo va destensándose. Su lengua alcanza una profundidad alarmante dentro de mí, me chupa, me besa y cuando ya creo que no puede hacer nada más, noto como uno de sus dedos va introduciéndose poco a poco en mi interior. Entra fácil, mi excitación se lo facilita. Entonces James se cuadra de rodillas detrás de mí, sigue estimulando mi ano con el dedo pero con la mano que le queda libre, vuelve a acariciar mi vagina. Jadeo, apretándome a él, esto es tan alucinante... Cuando nota que sus caricias me relajan, su dedo se hunde un poco más en mi ano, yo grito de placer, lo deja quieto un rato y se centra nuevamente en mi vagina. Su dedo me penetra, se desliza en mi interior y tras este le sigue otro, expandiéndome. Mis jadeos nerviosos le hacen suspirar, entonces vuelvo a sentir esa delicada intrusión en mi ano, acompasando los movimientos rítmicos junto a los que realiza en mi vagina. La sensación es extraña, pero tan placentera que noto como si mi cuerpo se abriera en dos, preparándose para recibirle por donde quiera entrar.

              Sus movimientos se hacen más fuertes, me mueve con insistencia clavando sus dedos por todos mis orificios íntimos, sin más, me posee una fuerte sacudida y culmino de nuevo, chillando de placer. Es un placer mucho más intenso, pues mi orgasmo proviene de varias fuentes de mi cuerpo al mismo tiempo.

              Con cuidado se retira, besándome la espalda en el camino antes de darme la vuelta. Le miro alucinada, este hombre es un Dios del sexo...

              -¿Quieres más? -Me susurra junto a la oreja y yo me estremezco-.

              -No lo sé. -Reconozco con una fugaz sonrisa mientras intento recomponer fuerzas- ¿Puedes darme más?

              Su carcajada me sobresalta. Entonces sus labios vuelven a besarme. Su urgencia me enloquece, otra vez.

              Sin retirar sus labios de los míos, se quita el pantalón y lo tira al suelo, solo se ha quedado con la ropa interior puesta.

              -Ven aquí. -Me dice y yo obedezco inmediatamente-.

              Sus brazos me alzan un poco para sentarme a horcajadas sobre su erección cubierta. Está tan duro, tan excitado... Sus manos ascienden por mi cintura, la aprieta, moviéndome encima de él. Su miembro está encajado en medio de mis labios, a lo largo. Me restriego sobre él, James echa la cabeza hacia atrás y cierra los ojos. Mi ritmo lento le atrapa, así que sus manos se ciñen aún más fuerte a mi alrededor, me clava a él hasta casi hacerme daño. Tengo ganas de liberar su miembro e introducírmelo dentro, pero no puede ser, una locura así puede marcar tu vida.

              Así que poco a poco me muevo con más insistencia encima suyo, concienzudamente. Su respiración se altera junto a la mía. De pronto, las cosquillas en el bajo vientre que propician un nuevo orgasmo se desatan, le abrazo, moviéndome un poco más fuerte hasta que vuelvo a correrme sobre él, pero no dejo que él también alcance el clímax, me aparto súbitamente para ponerme de rodillas en el suelo, mis manos se aferran a la goma de sus calzoncillos y los retiro de un movimiento rápido.

              Libreo su palpitante erección y me maravillo al ver la perfección de su miembro: es grande, grueso, Suave, con la punta ligeramente rosada...

              Le dedico una sonrisa que promete el infierno a cualquiera que caiga en la tentación, espero que él no crea en esas cosas y así pueda ceder al pecado al que estoy a punto de arrastrarle. Sin pensármelo más me agacho, pero antes de que pueda metérmelo en la boca él se aparta y dice:

              -No hace falta que lo hagas...

              Sonrío ante su inesperado comentario.

              -Quiero hacerlo.

              Sus ojos se agrandan, Me muerdo el labio inferior con diversión mientras desciendo y me introduzco poco a poco su exultante pene en la boca. Mi lengua se desliza suavemente sobre la punta guiándose por el volumen de sus jadeos. James se retuerce debajo de mí, está a punto y no es para menos, después de lo que ha aguantado.

              Percibo sus grandes manos sujetando mi cabeza mientras su miembro alcanza más profundidad en mi garganta. Gustosa le complazco hasta que no puedo más, mientras me muevo con la demanda que él me exige.

              -Voy a correrme... –Anuncia con la voz ronca mientras intenta apartarme. Pero yo no cedo ante su empeño.-

              Deslizo los labios de arriba abajo con mayor insistencia hasta que un gemido gutural brota de su garganta al tiempo que un espasmo le sacude. Su eyaculación caliente desciende por mi garganta rápidamente y como no sé qué hacer con ella, la trago sin más. En cuanto se desprende de la última gota, limpio su pene con mi lengua muy despacio.

              Tiene un gusto interesante, entre dulce y salado, no está tan mal.

              -¡Joder Anna! esto ha sido...

              Se me escapa la risa. Su cara de satisfacción me colma por dentro.

              No le dejo descansar mucho tiempo, en cuanto logramos acompasar nuestra respiración siento la necesidad de quitarme el pegajoso sudor y el resto de nuestros jugos que han quedado esparcidos por nuestros cuerpos.

              -Ven. -Tiro de su mano para que se levante de la cama y me acompañe al baño-.

              Le suelto y abro el grifo del agua caliente de la glamurosa ducha de suelo de piedra que ocupa una gran superficie de la habitación.

              -¿Vamos a ducharnos juntos?

              Le miro. Su rostro me confunde. ¿A qué viene esa pregunta?

              -Por supuesto que sí. 

              -Pero... ¿no quieres tu memento de intimidad?

              Me giro con la confusión dibujada en mi rostro. No entiendo muy bien donde pretende llegar con todo esto.

              -Mira James, -Me alzo para encararle, pongo las manos sobre mi desnuda cintura a modo de jarra- si no te apetece ducharte conmigo no te excuses en mí. Dime directamente que no quieres, no pasa nada.

              Su mandíbula se descuelga, camina hacia a mí y cuando me tiene justo enfrente abarca mi barbilla con su mano.

              -¡Pues claro que quiero! ¿cómo no voy a querer?

              Su respuesta me tranquiliza, aunque solo un poco. Se acerca para besarme en los labios, le correspondo con un beso rápido mientras le acompaño hasta la ducha. En silencio  nos metemos bajo el incesante chorro de agua tibia y alzamos el rostro, dejando que las gotas resbalen por él hasta cubrir la totalidad de nuestros cuerpos.

              James  coge una esponja natural que descansa sobre una repisa de cristal, le pone unas gotas de gel aframbuesado que yo he traído específicamente desde Barcelona.

              -Voy a lavarte, date la vuelta.

              Sonrío con picardía y cierro los ojos obedeciendo a su deseo.

              La esponja se desliza suavemente por mis hombros, la espuma blanca los cubre como un manto y ese olor embriagador... pone en jaque a todos mis sentidos.

              Decidido, desciende hasta mis pechos, los embadurna con delicadeza, tan suavemente que sus movimientos me producen un inconmensurable placer. Mis pechos se yerguen en respuesta, se ponen tersos y excitados mientras los acaricia con esa devoción. Se acerca lo suficiente como para sentir su cuerpo bloqueando mi espalda, el calor que me produce se expande, concentrándose en zonas inimaginables de mi anatomía. Su cercanía me permite relajarme llevando mi cabeza hacia atrás, recostándola sobre su duro pecho mientras él me abraza. Sus manos descienden ahora por mi estómago dejando un espumoso rastro de jabón, como reacción a su última maniobra, mi cuerpo se estremece prediciendo cuál será su siguiente movimiento. No me decepciona, la esponja se detiene justo en mi monte de Venus. Lo enjabona suavemente y cuando considera que ya es suficiente, cambia la esponja de mano para introducir uno de sus dedos en mi interior. Gimo, James se acerca a mi cuello sin dejar de masajearme y lo besa. Estoy a punto de deshacerme en sus brazos otra vez, sabe exactamente dónde tocar para desestabilizar todo mi mundo.

              Me muerde el lóbulo de la oreja, sin querer, emito un bajo grito de placer. Vuelvo a tener ganas de él, realmente soy insaciable.

              Su dedo se introduce aún más hondo en mi interior al tiempo que su palma me presiona el clítoris, moviéndola suavemente mientras su respiración se acelera.

              -No te haces una idea de lo tremenda que estás... me vuelves loco.

              Su contundencia me hace retorcerme sobre su mano que me alza levemente. Gimo, disfruto, deseo... impulsada por las mágicas sensaciones que me hace sentir, me muevo lentamente para ver esos expresivos ojos azules. Su erección ha vuelto a resurgir de la nada con todo su esplendor. Sonrío. Me doy la vuelta con sensualidad y se la cojo con cuidado. La muevo primero despacio de arriba abajo, sus ojos se cierran. Es increíble como el deseo por lo prohibido se desata continuamente, me basta ser consciente de que no puede penetrarme para que mi cuerpo lo desee todavía más.

              Mi mano enjabonada se aprieta fuerte sobre su duro miembro, mientras lo muevo cada vez más deprisa. Terriblemente excitado por mi dedicación, gruñe, abre sus ojos dilatados y una de sus manos agarra fuerte mi nalga, la acaricia hasta llegar al agujero de mi vagina e introducir nuevamente un dedo en mí. 

              Nuestros movimientos se acompasan. Nuestras bocas se enredan mientras nos damos placer mutuamente.  En esos momentos ambos pensamos que es el otro quien nos posee, que no son nuestras manos, sino nuestros ávidos cuerpos los que nos dan ese placer.

              -No aguanto más... -Susurro y él me mira enloquecido. Me agarra con la mano que le queda libre, apretándome más fuertemente contra él para jadear junto a mi oreja:

              -Yo tampoco.

              Entre gritos desesperados nos movemos. Sus manos aceleran el ritmo en mi interior, yo simplemente le imito, entones, la presión de su duro y semicurvado pene se clava en mi barriga y percibo la calidez de su fluido que resbala por mi pierna hasta perderse entre los chorros de agua.

              Ambos hemos llegado a la vez. Ha sido increíble nuestra compenetración sin estar dentro el uno del otro. Nos retiramos un poco, el agua vuelve a deslizarse por nuestros cuerpos, relajándonos después de este nuevo esfuerzo.

              -¿Ves por qué no puedo ducharme contigo? si por mí fuera no me despegaría de ti ni por un segundo.

              Sostengo su rostro entre mis manos, le miro, es tan guapo que me derrito. Inmensamente feliz le beso, le beso con una pasión desmedida, agradecida, contenta... Me corresponde complacido. A estas alturas ya me ha quedado claro que si de algo este hombre no va a cansarse es de mis besos. Al parecer han dejado huella en él, desde el primer momento en que, por una astuta maniobra del destino, le besé, no se lo ha podido quitar de la cabeza. Palabras textuales.

              Volvemos a separarnos. Esta vez procuramos contenernos, al menos para poder acabar de ducharnos.

              Nos envolvemos en unas gruesas y suaves toallas blancas de hotel. Estoy a punto de regresar a la habitación cuando él me lo impide.

              -No pensarás ir a la cama con el pelo mojado, ¿no?

              Me encojo de hombros.

              -¿Qué pasa?

              Su rostro serio me escruta atónito.

              -Pues que puedes enfermar. Eso pasa.

              Rebusca entre los cajones del baño hasta encontrar mi secador. Pongo los ojos en blanco y se lo arrebato de las manos.

              -Está bien pesaaaaado, ahora me lo seco.

              Me mira. Me arranca el secador de las manos y lo enchufa.

              -Siéntate en la pica. Voy a secártelo yo.

              -¿Pero qué dices?

              -Lo que oyes. Haz lo que te pido.

              -Oye guapo, te advierto que con ese tonito no vas a conseguir nada de mí. Además, ahora mismo no soy tu secretaria. -Le recuerdo-.

              Su carcajada me deja sin palabras, sin más argumentos que ofrecerle.

              -Bueno, a estas alturas ya ha quedado claro que no solo eres mi secretaria.

              Frunzo el ceño porque no entiendo exactamente qué pretende decir con eso. Pero él parece no captarlo. Me coge de la cintura, me alza sin esfuerzo y me sienta sobre el mármol.

              Como una niña pequeña empiezo a rechistar, pero él me silencia encendiendo el secador a la máxima potencia. Entonces el ruido envolvente de la máquina bloquea todos los demás sonidos. Lo mueve muy despacio por la longitud de mi melena, de vez en cuando le miro, retándole, pero él se limita a sonreír y no le da la menor importancia a mis reacciones.

              Le dejo salirse con la suya, no es que haya podido conmigo, que no se equivoque, es solo que me gusta ese calorcillo que me da el secador en el cuero cabelludo y como sus largos dedos me masajean dulcemente.

              Continúa así un buen rato, hasta que lo deja a su gusto. Solo entonces, lo desenchufa y me hace un gesto con la mano para que camine delante de él.

              -Ahora ya puedes ir a la cama.

              Me miro fugazmente en el espejo. Parezco una leona, pero si a él no le importa, a mí tampoco.

              Me meto en la cama revuelta y observo como él se pone los calzoncillos delante de mí. Como se atreva a irse a su habitación se la corto.

              Coge sus vaqueros del suelo y mis peores sospechas se confirman. Las mejillas me arden y la rabia me sacude desde adentro hacia afuera.

              -¿Te vas?

              Sus ojos se encuentran con los míos. Se sorprende al ver que mi expresión ha cambiado y no se esconde ni un ápice de humor en mi rostro.

              -Sí... -Contesta dudoso-

              -¿Por qué?

              Y más le vale escoger cuidadosamente los motivos, porque como diga algo como: “aquí ya he acabado”, no solo se la corto, además lo mato.

              -¿Quieres más sexo?

              Uy. Ya está. La ha cagado. Ese comentario es igual o peor que el que yo había imaginado. Estoy literalmente ardiendo en este momento y no precisamente por la excitación.

              -Antes de irte no te olvides dejar 500 euros en la mesita. -Le reto con la mirada. Mi comentario le deja contrariado-.

              -No te entiendo Anna, ¿es sarcasmo?

              -No. Son 500 euros. -Vuelvo a repetir segura-.

              Sus ojos me estudian detenidamente. Ya puedes hacerlo maldito cabrón, eso de hacerme el amor e irte no me convierte más que en una puta, así que si eso es lo que quieres de mí, al menos, pienso salirte cara.

              -Anna...

              -¿Sí, James?

              -¿Te ocurre algo? ¿He hecho algo que...?

              -No. Tú no has hecho nada de nada. -Le corto enfadada-.

              Su boca se abre como para rebatir algo, pero no lo hace. En su lugar levanta las palmas de las manos a modo de rendición. Se enfunda rápidamente una de ellas en el pantalón y saca la cartera de su bolsillo trasero. ¿Qué coño va a hacer? le miro asustada, no será capaz...

              ¡Y ya ves si lo es! el muy estúpido saca un billete de 500 euros de su cartera. Yo no sé si se trata de una broma. Tiene que serlo, no es posible que vaya a pagarme enserio y mucho menos que no entienda el motivo de mi enfado. Pero eso parece, porque sin mirarme a la cara deposita el dinero que le he pedido en la mesita y se va.

              ¡¡¡SE VA!!!

              Mi respiración sale acelerada de mis fosas nasales, parezco un búfalo a punto de envestir. Estoy cabreada, confundida, me siento humillada, utilizada y por encima de todo le odio. ¡Uffffff! no es poco todo lo que me inspira ahora mismo...

              Pienso en irme de allí sin dar explicaciones, coger un vuelo directo a Barcelona, necesito a mis amigos cerca, pero es tan tarde... ¡son las cuatro de la madrugada! Respiro: una, dos, tres veces... cierro los ojos y sigo respirando pausadamente, pero esto no se queda así, ¡vamos, hasta ahí podíamos llegar! ¡Por muy jefe mío que sea no ha nacido hombre que se atreva a tratarme así!

              Cojo mi cartera, la abro y meto el billete dentro. Estoy desnuda, vuelvo a recoger la toalla que se ha caído al suelo para ponérmela de mala gana, no doy importancia a mi pelo de animal electrocutado. Estoy tan sumamente enfadada que todos esos detalles, ahora mismo, me importan un bledo.

              Salgo de mi habitación hecha una furia y corro por el pasillo. Entro en el ascensor, bajo hasta la primera planta. En cuanto se abren las puertas algunos trabajadores del hotel se me quedan mirando, no es para menos...

              Corro hacia el bar, pero antes de llegar, una voz a mi espalda me interrumpe.

              -Perdone señorita, ¿puedo ayudarla?

              Miro a ese hombre joven, vestido con un impecable traje granate, Su rostro es comedido y prudente, posiblemente cree que me ha pasado algún percance.

              -En realidad sí puede ayudarme.

              -Usted dirá señorita.

              -Necesito un preservativo. -Le suelto sin tapujos. Mi ira es la que me envalentona. El hombre tose para enmascarar una carcajada. No me importa. Yo también me reiría si estuviese en su situación-.

              -Dígame su habitación y enseguida se lo subo.

              -Gracias. Estoy en la 202.

              -De acuerdo. Por cierto, en otra ocasión no dude en llamar a recepción. Le facilitaremos cuanto necesite.

              -Claro...

              Ahora me entra la vergüenza, soy tan impulsiva que no había contemplado esa factible posibilidad. En fin... ya tienen una anécdota para reírse con sus compañeros durante semanas.

              Regreso a mi habitación, camino frenética en todas direcciones. Espero y espero hasta que llaman a la puerta.

              -Aquí tiene señorita, lo que me ha pedido.

              Me entrega dos sobres unidos por el centro. Los cojo.

              -¿Cuánto es?

              -Nada. Buenas noches.

              Me despido y cierro la puerta. Espero a que se haya marchado y entonces vuelvo a abrirla.  Con la cartera en la mano, llamo insistentemente a la puerta de la habitación de James hasta que abre.

              -¡Anna! -Parece sorprendido- ¿Ocurre algo?

              Entro como un huracán furioso en su habitación, su rostro se desencaja. Sin  más me abalanzo sobre él, le salto encima como un babuino en celo y empiezo a besarle insistentemente. Al principio se resiste, me rechaza, pero mi insistencia y perseverancia le puede.

              Regreso al suelo, mi toalla se resbala hasta caer. Me agarro a la goma de sus pantalones de pijama y los bajo enérgicamente.

              -¿Qué haces? -Intenta alejarse, pero vuelvo a retenerle.-

              En cuanto le tengo desnudo le empujo violentamente sobre la cama. Me mira extrañado pero no hace nada por intentar defenderse de mi ataque, prácticamente ni reacciona.

              Toco su pene mientras me encuentro con su boca. Me corresponde aunque algo más prudente que yo. Poco a poco percibo como su miembro va creciendo en mi mano, se expande mientras yo continúo con el esmerado masaje. En cuanto lo tengo a punto, desciendo los besos por su mandíbula, su cuello hasta alcanzar el lóbulo de la oreja y morderlo, tal vez con demasiada fuerza. Grita pero no se mueve. 

              Sus manos me acarician la espalda siguiendo la curva de mi columna, entonces me retiro. Cojo el paquetito plateado, lo abro con los dientes frente a su mirada desconcertada y se lo enfundo con maestría.

              No espero más, por extraño que parezca he vuelto a excitarme, entonces me pongo a horcajadas sobre él y con cuidado, lo introduzco lentamente dentro de mí. Jadeo mientras desciendo sintiendo como su dilatado miembro se desliza suavemente por las paredes de mi estrecha vagina, adaptándose a la perfección a mí, encaja tan bien que me da miedo. ¡Vaya mierda, incluso en eso también tiene que ser perfecto! pero no me permito pensar más en ello, solo quiero disfrutar de él. ¡Me lo merezco por lo que he tenido que aguantar!

              Me muevo despacio. Él se arquea hundiéndose más en mí y yo chillo cuando llega más profundamente de lo que había imaginado. Sus manos me retienen las caderas apretándome. ¡Madre mía como me gusta sentirle!

              -¡Joder Anna! me ciñes de una manera que me vuelves loco...

              Sus palabras despiertan aún más mis ganas de poseerle. Asciendo un poco y vuelvo a caer entorno a él más bruscamente, los gemidos que escapan de su garganta me animan a seguir con ese movimiento fuerte y posesivo, clavándome a él varias veces, disfrutando al máximo de su perfecto cuerpo.

              La sensación me atrapa, me contraigo y él nota esa leve presión en su pene. Gruñe en respuesta. Una, dos, tres, diez... fuertes sacudidas más hasta que los dos liberamos un orgasmo devastador, explotando en mil pedazos.

              Quiero continuar sintiéndole en mi interior un rato más, incluso después de haber culminado, estoy muy a gusto, pero mis ganas de devolvérsela pueden más.

              Me levanto rápidamente, enrosco la toalla en mi cuerpo y cojo la cartera que he dejado en el suelo. Saco el billete de 500 euros, se lo dejo en la mesita y como recochineo adicional, abro el apartado de las monedas y añado un mísero euro a esa cantidad.

              -¿Qué estás haciendo Anna?

              -Pagar tus honorarios. -Espeto aún dolida por el recuerdo- Te lo has ganado.

              Con la cabeza alta me encamino hacia la puerta.

              -¡Espera un momento!

              Le ignoro, estoy a punto de salir cuando él corre y se apresura a cerrar la puerta que he conseguido entreabrir.

              -No lo entiendo, así que más vale que me lo expliques. ¿Qué quieres?

              -¿Tan idiota eres que tienes que preguntarlo?

              -Pues sí. -Admite sin dudarlo- Lo soy. No entiendo a qué ha venido todo esto.

              Bufo frustrada.

              -¿Te parece bonito hacerme el amor y luego marcharte como si no fuera más que una puta?

              Sus cejas se arquean, parece encajar mis palabras y el alivio invade su rostro justo en ese momento.

              -¿Por eso has venido aquí y has hecho lo que has hecho? ¿Para hacerme sentir tal y como tú te has sentido antes?

              -Bueno... -vacilo- En realidad solo quería venir a cortártela, pero luego he pensado que sería un gran desperdicio hacer eso. Así que he optado por vengarme.

              Tuerce el gesto, escondiendo de mí una sonrisa que lucha por salir a toda costa.

              -¿Y ahora te sientes satisfecha? ¿Ya has culminado tu venganza?

              -En realidad no. Esto ha sido solo el principio.

              Hago ademán de marcharme pero su mano vuelve a sujetarme desviándome de mi objetivo.

              -Y dime, ¿toda esta locura tuya se debe únicamente a que no me he quedado a dormir contigo?

              -Eso sumado a que has dejado un billete de 500 euros sobre mi mesita. Sin duda tu frialdad inglesa dice mucho de ti...

              -¿Y por qué no me lo dijiste?

              -¿Y por qué no te diste cuenta?

              -Pero... -gira su rostro contrariado- Me pediste dinero. -Confirma y yo pongo los ojos en blanco-.

              -Desde luego, además de frío e insensible no eres capaz de captar las indirectas. ¡Menuda joya hicieron contigo en Oxford!

              Sonríe.

              -No estudié en Oxford.

              -Eso es lo de menos ahora.

              Suspira, relaja la presión de su mano en mi brazo y añade:

              -Creí que querías utilizar el hecho de que yo me había acostado contigo para chantajearme, no sé, al principio pensé que lo del dinero era una de tus bromas, pero luego te vi tan seria que... hice mal, perdóname. No era mi intención ofenderte y mucho menos hacerte sentir de esa manera, porque para mí no eres una puta. Así que por favor, no vuelvas a decirlo. Me ofende.

              Niego con la cabeza. Soy una blanda, estoy a punto de perdonarle, pero ahora mismo mi cabeza está dividida en dos mitades: la locura y la cordura.

              -¿Con qué clase de mujeres estás acostumbrado a tratar? ¡no tienes ni pizca de sutileza!

              Se echa a reír, pero su risa tiene un matiz de tensión que capto en el acto. Parece haberle entristecido mi comentario, por lo tanto deduzco que he dado en el blanco con la primera flecha.

              -Sin duda nunca había estado con una mujer como tú. Me descolocas Anna, no haces nunca nada de lo que espero, no puedo preverte y eso me resulta fascinante.

              ¡Ves! ¡Ya lo ha conseguido! me pica la nariz, sus palabras me conmueven. Si es que no sirvo para las venganzas largas.

              -Por favor... perdóname y ven a mi cama. -Sonríe con malicia- Solo para dormir. -Matiza y yo empiezo a reír-.

              -Solo para dormir. -Le confirmo con un dedo acusador y tiro la toalla que me cubre al suelo antes de saltar sobre su cama y meterme entre las sábanas-.

              Su sonrisa se expande. Se mete en la cama junto a mí, permaneciendo quietecito en su lado, concediéndome mi espacio. Sin pensármelo dos veces, ahora más segura, recuesto la cabeza en su duro pecho y le abrazo. Al principio no reacciona, pero luego una de sus manos me acoge la espalda acariciándome.

              -Eres tan cariñosa... -susurra  minutos después, cuando a punto estoy de dormirme-

              -Siempre he necesitado el contacto humano. No puedo vivir sin él. Sin embargo tú eres un frío e insensible inglés ex-estudiante de Oxford...

              Escucho su risita mientras me aprieta ligeramente. Inspiro profundamente, llenando mis pulmones de su embriagador perfume.

              -Pero hay una cosa que no me cuadra...

              Arrugo la frente. Cada vez me encuentro más y más cansada, pero él parece la mar de despierto... en cuanto a sentimientos, jamás vamos a poder encajar por lo que veo.

              -¿El qué? -susurro sin demasiadas ganas-

              -¿De dónde has sacado el preservativo?

              Sonrío con los ojos cerrados.

              -Bajé al vestíbulo y se lo pedí a unos trabajadores del hotel.

              Su respiración se paraliza.

              -¿Bajaste con la toalla puesta pidiendo un preservativo?

              -Sí. Exactamente es así como ocurrió.

              Su risa se desata haciéndome botar sobre su torso desnudo.

              -Eres realmente única Anna. Hazme un favor y no cambies nunca...

              Sonrío, me ladeo débilmente y le planto un besito inocente en el pectoral.

              -No lo haré. ¿Y ahora puedes dejar de hablar para que pueda dormir un poco, por favor?

              Percibo nuevamente su risa. Esta vez se inclina para besar la espesa maraña de pelo negro que hay en mi cabeza. Me entra un fugaz escalofrío.

              -¿Eso ha sido un beso?

              -Eso creo, al menos lo pretendía. -Intuyo su encantadora sonrisa de nuevo aunque no puedo verla-.             

              -Pues tenga cuidado señor Orwell, corre usted el riesgo de convertirse en un ser más cálido.

              Su carcajada vuelve a moverme. Pero esta vez se calla, no añade nada y deja que me duerma sobre su pétreo cuerpo que parece estar cincelado en piedra, el calor que me transmite y su característico aroma me facilitan el camino hacia un sueño profundo.