31

 

 

              Hoy es día uno. Uno del uno del dos mil catorce. Y también es el último día que estoy con mis padres. Mañana vuelvo al trabajo. Intento no pensar en eso ahora, apartarlo de mi mente todo lo posible, después de todo, no es algo que esté en mi mano solucionar. Pero para qué negarlo, no es la vuelta al trabajo lo que me tiene el vilo, sino el distanciamiento que se producirá entre James y yo cuando lo hagamos.

              No soy la única que ha pensado en eso. La cara larga de James también habla por sí sola.

              Mi madre nos observa, repiquetea nerviosa con el pie en el suelo, bufando de tanto en tanto, entonces ya no lo aguanta más, se levanta y se cuadra frente a nosotros. Incluso mi padre levanta la vista del periódico y se retira con cuidado las gafas.

              -Bueno, ¿qué? ¿vamos a estar así todo el día? ¡Ojú qué fatiguita que me dais!

              -Ja comencem...

              Interviene mi padre mientras sonríe por lo bajo.

              James y yo nos miramos extrañados. ¡A saber qué pretende hacer esta mujer ahora!

              -¡Anna! vente conmigo, vamos a meter algo de vidilla a este par de muermos.

              Estallo en carcajadas, salto del sofá y le acompaño escaleras arriba, ansiosa por lo que acaba de tramar en secreto. No sé lo que es, pero sea lo que sea yo participo.

              Subimos a su habitación, emocionada abre el armario y saca su traje de Sevillana.

              -El tuyo lo guardo en ese cajón. -Especifica señalándolo con el dedo-.

              Vuelvo a reír, la verdad es que ya no me acordaba de él, lo usé solo una vez, el año en que mi madre se empeñó en ir a la feria de Triana.

              Sin esperar más me lo pongo. Primero el body negro que realza mi pecho redondeándolo y luego la falda roja de topos negros que me llega hasta los tobillos. Me pongo mis zapatos de tacón que se abotonan a un lado y corro risueña al baño. Me contemplo en el espejo. No me queda nada mal después de los años que han pasado. Peino mi espesa melena negra y me unto los labios con carmín rojo antes de salir. También me hago la raya negra del ojo, hay que meterse en el papel. Tras comprobar los resultados corro hacia mi habitación. Sonrío con malicia cuando abro el cajón de mi mesita, cojo un preservativo, lo escondo entre mi pecho y el sostén antes de regresar junto a mi madre.

              -Bueno cariño, ¿preparada? ¿vamos a enseñar a esos dos el poderío Español?

              -Yo no sé bailar esto. -Digo sin dejar de reír por lo seria que se ha puesto-

              -Eso no importa, eres hija mía así que algo habrás heredado.

              Ladeo la cabeza.

              -Demasiada confianza tienes en mí...

              Ella coge mi cara entre sus manos, me acerca en un súbito movimiento y me besa con toda la fuerza de la que es capaz.

              -¡Vamos allá!

              Juntas descendemos las escaleras. Solo nos acompaña todo nuestro arte gitano y el sonido seco de los tacones al descender cada uno de los peldaños.

              Los dos hombres de la casa se quedan a cuadros tras vernos aparecer de esa guisa. Mi madre me abandona unos segundos, pone un CD en el reproductor antes de regresar junto a mí de nuevo.

              Los primeros acordes a guitarra hacen que mamá se mueva, yerga el cuello y sacuda su melena hacia atrás. Me tapo la boca para desatar una sonora carcajada, no puedo dejar de mirarla. Sus brazos se arquean hacia abajo, se ladea y entonces me busca para que la siga poniendo su cuerpo delante del mío mientras giramos al tiempo que rotamos las muñecas.

              James se mueve hacia delante para obtener una mejor perspectiva de nosotras. Mi padre en cambio tiene el ceño fruncido y esa típica cara suya que no deja entrever ninguna emoción.

              Pero yo solo me concentro en mi madre. Cedo a su deseo y me contoneo intentando imitarla. Ahora lleva sus manos encima de la cabeza, parece que quiere airear los sobacos, río con ganas y repito sus movimientos, uno tras otro. Media vuelta, repiqueteo de pies sobre el suelo, movimiento circular de muñecas y... ¡ole!

              -¡Dale, cariño! que se  note de dónde venimos.

              Cogemos nuestra falda y empezamos a sacudirla con rabia mientras los pies siguen picando rítmicamente contra el suelo. 

              Una vuelta más en la que entrelazamos nuestros brazos y las dos les damos la espalda a la vez a esos enormes bloques de hielo que hay sobre el sofá. No dejamos de mover los brazos al tiempo que inclinamos poco a poco nuestras espaldas hacia atrás. Levantamos un pie, damos media vuelta, alzamos la mano derecha por encima de la cabeza y... ¡fin!

              James empieza a aplaudir como un loco, incluso verbaliza un sonoro "¡Ole!" cuando terminamos. Pero es el único, el otro hombre de la casa permanece con la misma actitud impasible de antes.

              -Bueno Juan, ¿qué te ha parecido?

              Mi padre arruga la frente y vuelve a extender su periódico sobre la cara.

              -Vulgar. -Espeta sin más-.

              Se me escapa una risotada y me acerco a la butaca de James, para sentarme en sus rodillas, menos mal que a él si le ha gustado.

              -¿Vulgar? -Mi madre le arrebata el periódico de mala gana y lo lanza lejos de su alcance-.

              -Coi de dona! Què fas ara?

              -Repíteme eso a la cara.

              Él sonríe.

              -No me ha gustado en absoluto. Ya lo sabes.

              Mi madre destensa la mandíbula. Eso le ha dolido, lleva más de quince años acudiendo semanalmente a clases de flamenco, es una experta y lo hace muy bien. Pero sus aletas de la nariz se dilatan cuando no contento con ello, mi padre añade:

              -Hubiese preferido una sardana.

              Lo siento pero ante ese comentario no he podido seguir disimulando y me he tenido que reír. James me pellizca la cintura recordándome que no es momento para eso, que la situación es delicada, ¿pero qué otra cosa puedo hacer?

              -¿Y por qué si se puede saber? ¿por qué es mejor una sardana?

              Se cruza de brazos, su nivel de enfurecimiento ha descendido un grado, al percatarse de la sonrisa implícita en los ojos de mi padre.

              Él se levanta del sofá, se retira las gafas y las deja sobre la mesa.

              -Creo que eso tenemos que discutirlo en otro lugar...

              Mi madre da un paso hacia atrás y mi padre se apresura a recorrer esa distancia, se inclina, coge a mi madre de la cintura y la carga tras su espalda como si fuera un saco de patatas.

              -¿Qué haces? ¡suéltame ahora mismo!

              -¡Ni pensarlo! tenemos mucho que discutir y si no hay nada más que hacer aquí...

              Mi padre se dirige hacia las escaleras con ella en brazos.

              -¡Juan bájame! están ahí los chicos...

              -Los chicos ya son mayorcitos, saben que los niños no vienen de París.

              Sube los peldaños mientras ella se ríe, grita y le atiza en la espalda con los puños cerrados esperando a que la baje.

              No puedo abandonar la sonrisa durante esa escena tan cotidiana. James en cambio me contempla perplejo.

              -¿Qué?

              -Se me hace extraño que tus padres estén ahora mismo en su habitación pasándolo bien y tú y yo aquí abajo.

              Vuelvo a reír. Sigue sorprendiéndole que ellos tengan esa clase de relación todavía, a mí sin embargo me encanta.

              -Eso sé cómo remediarlo...

              Reproduce esa sonrisa de medio lado que tanto me gusta y se acerca despacito a mi cuello.

              -A ver, sorpréndeme, ¿qué pasa por esa cabecita ahora mismo?

              Me ladeo para que siga trazando ese excitante recorrido con sus labios sobre mi cuello.

              -Nada bueno. -Susurro-.

              Él se ríe sobre mi clavícula y me da un pequeño mordisco.

              -Ven conmigo, nosotros somos jóvenes, no vamos a ir a una aburrida cama.

              -¿A no?

              Su sonrisa me aturde un par de segundos. Me pongo en pie y tiro de él para que me siga.

              Le conduzco directamente al sótano, donde mi padre tiene su extensa colección de vinos con denominación de origen. Enciendo la luz tenue del techo y todo adquiere un matiz anaranjado muy oportuno.

              Sin verlo venir, James me acorrala desde atrás. Sus manos me rodean la cintura y jadea en mi oreja, justo antes de morderla.

              -Me encanta el lugar que has elegido. -Susurra y yo sonrío en respuesta-

              Me doy la vuelta muy despacio llevando las manos hacia su cuello. Sus labios se posan tiernamente sobre los míos para besarme. Nos movemos con extrema lentitud, hasta que nos vienen las prisas, como siempre, entonces los dos empezamos a descompasar la respiración y nos unimos fundiéndonos en un sentido abrazo.

              Me lleva hacia atrás hasta que mi espalda topa con la pared repleta de botellas.

              -Te deseo...

              Suspiro en su boca y le muerdo el labio mientras sus manos se aferran a mis muslos y van subiendo poco a poco esos metros de tela y volantes tan horteras. Alzo una de mis piernas para enredarlas entorno a él. James deja de besarme para mirarme. Se centra en los movimientos enloquecidos de mi peco mientras lucho por estabilizar la respiración. 

              -¡Joder Anna! -Exclama impresionado- Estás buenísima.

              Sonrío y él me imita cuando con el vaivén de mi pecho empieza a despuntar el paquetito plateado que había guardado estratégicamente momentos antes.

              Me lo arrebata con la boca sin dejar de mirarme. Yo lo cojo, ahora sin obstáculos, su boca vuelve a abalanzarse bruscamente sobre la mía, me devora mientras sus manos se aferran con fuerza a mis caderas debajo del vestido. Sin darme tregua, estira las gomas de mi tanga y lo destroza.

              Estamos en la zona más fría de toda la casa, aún y así, yo siento mucho calor.

              James retira una de sus manos para desabrochar los botones de su pantalón y bajárselos lo suficiente como para liberar su erección.

              Me ha puesto muy cachonda ver lo excitado que está. Abro ansiosa el paquetito y moviéndome como lo haría un contorsionista se lo pongo deslizándolo rápidamente sobre su miembro empalmado.

              Ahora sus manos me elevan separando al máximo mis piernas y con un certero empellón se mete dentro de mí. Grito al percibir en mi vagina la fuerza de su envestida que llega hasta el útero, su cuerpo acelerado me sacude una y otra vez, clavándome sin descanso contra la pared al tiempo que sus manos se adhieren fuertemente a mis nalgas empalándome a él.

              Gimo agarrándome fuerte a sus anchos hombros, deseosa porque no me suelte nunca.

              -¿Te gusta que te folle así?

              Esas palabras tan poco utilizadas en su léxico habitual, me producen un cosquilleo inclasificable en el bajo vientre. Trago saliva, me recuesto sobre él y reproduzco un frágil "si" junto a su oído.

              -¿Estarías dispuesta a hacer cualquier cosa que yo te pidiera? ¿A realizar todas mis fantasías más íntimas?

              -Sí... -Vuelvo a susurrar sin dudarlo mientras siento que me voy sin poder refrenarlo.-

              Grito, me contraigo y me aprieto succionando su miembro hasta que le arranco el orgasmo precedido de un sonido gutural que brota de su garganta.

              Con cuidado, sale de dentro de mí y me coloca en el suelo.

              Estoy algo mareada tras el movimiento, por lo que me recuesto contra la pared de botellas y no le quito ojo mientras se retira el preservativo, le hace un nudo y se lo mete en el bolsillo junto al envoltorio que ha quedado tirado en el suelo.

              -¿Qué pasa? -Me pregunta al ver que sigo observándole-

              -Eso que has dicho... acerca de tus fantasías...

              Se echa a reír.

              -Sí. ¿Quieres conocerlas?

              -Por supuesto.

              Vuele a reír.

              -Te las mostraré algún día.

              -¡De eso nada, quiero saberlas ahora!

              Se acerca a mí, silencia mi curiosidad con un casto beso en los labios y se retira sin abandonar la diversión de sus ojos.

              -Prefiero guardármelas para mí hasta hacerlas realidad contigo.

              -Bueno, creo que yo tendré algo que decir, ¿no?

              -Te recuerdo que has accedido sin preguntar nada más, ¿Es que vas a faltar a tu palabra?

              Le miro perpleja. ¿Me he perdido algo? ¿De qué coño va todo esto?

              Percibe el miedo que me asalta de  forma inesperada y se acerca, abarca tiernamente mi mejilla con su mano para acariciarla.

              -Únicamente te diré que para mí esto es algo nuevo, es mirarte y... no solo mi cuerpo se dispara, sino también mi imaginación y te aseguro Anna que tengo ganas de hacerte muchísimas cosas. Te deseo de mil maneras, solo a ti.

              -No sé yo si ceder a tus caprichos me va a gustar mucho...

              -El sexo es un juego. Tú misma lo dijiste. -Me recuerda, al parecer esa frase le quedó grabada a fuego.- ¿Acaso no quieres jugar?

              -No será nada doloroso, ¿verdad? -Espeto con desconfianza-.

              Sonríe nuevamente, sin embargo yo soy incapaz de hacerlo.

              -¡Claro que no! A estas alturas ya deberías saber que lo que realmente me excita cuando hacemos el amor es verte disfrutar a ti: como tu cuerpo se estremece, tus músculos se contraen, escuchar tus gemidos, sentir tus suspiros... mira, -Dice cogiendo mi mano y llevándola hacia el claro bulto que vuelve a sobresalir de su pantalón. ¿Otra vez? increíble...- Solo de pensarlo.... ¡Uf! -suspira antes de retirar mi mano de encima suyo.- Únicamente pretendo llevar nuestro placer un poco más allá. ¿Confías en mí?

              Suspiro. Lo cierto es que no me fío ni un pelo, pero en fin, ¡a jugar se ha dicho! tengo curiosidad por conocer sus fantasías y si puedo, hacerlas realidad. ¿Por qué no?