20

 

 

              Después de comer un enorme y delicioso plato de pasta italiana con una jugosa salsa de setas y parmesano, decidimos sacrificar la hora del té para ir a indagar las tiendas del centro comercial. Es enorme y está abarrotado de gente. Pero no nos importa, no tenemos prisa y nos detenemos frente a los escaparates acristalados mirándolo todo.

              Los lustrosos suelos de mármol blanco con dibujos en verde, junto a la clásica decoración nos trasladan a otra época. Caminamos de la mano, reímos y bromeamos mientras nos adentramos en la sección de caballero de una gran firma americana. Ya no hay lugar para las risas. Me pongo seria y empiezo a caminar con decisión por los pasillos.

              Miro a James de arriba abajo y cojo todo aquello que sé que le va a quedar espectacular. La marca G-star ofrece una gran variedad de ropa, eso sí, toda carísima, pero él bien puede permitírselo después de tantos años privándose y rehuyendo de la moda.

              Le empujo literalmente hacia el probador. El pobre solo sonríe y no abre la boca ni para dar su opinión. No importa, visto lo visto más vale que se deje guiar por mí.

              Cada conjunto que se prueba le queda mejor que el anterior. Una de las dependientas que se ha ofrecido a hacer los cambios en las tallas que lo requieran, se queda tan impresionada como yo cuando ve a James. No solo está guapísimo, parece un modelo de calendario. Él no hace más que reír de nuestras caras de asombro.

              Finalmente llegamos a la caja con unas cuantas prendas. La dependienta nos comunica el precio: 501 euros.

              Ambos estallamos en carcajadas.

              -Mira tú por dónde, en esto voy a invertir mis honorarios.

              Salimos de la tienda cargados con las bolsas de ropa. Pero no he acabado ahí, lo conduzco hacia una tienda de trajes, donde yo y el dependiente joven nos entendemos a la perfección. Miramos a James, que parece un maniquí y empezamos a opinar en cuanto a corte, colores...

              Le hacemos ponerse un traje que le sienta como un guante, de esos que se entallan en la cintura. Es de color azul marino, el dependiente le pone una camisa blanca y le enseña una corbata estrecha azul eléctrica.

              Él me mira y yo asiento con rotundidad. Sonríe y se la pone delante de mí.

              Se me descuelga la mandíbula al verlo completamente vestido. Me acerco a él y teniendo cuidado de que nadie nos oiga susurro:

              -Quítatelo, creo que acabo de correrme.

              Estalla en carcajadas.

              El dependiente le ofrece otro en color negro y uno más en un tono gris oscuro. Se los va a llevar todos. Con la percha que tiene y hasta ahora me llevaba esos trajes tan poco atractivos...

              Saliendo un poco de lo habitual, escoge unas cuantas camisas de colores, lo cual me sorprende bastante, pero yo le animo. A mí los colores me chiflan. Lo mismo pasa con las corbatas de corte moderno, escoge unas de rayas, texturas y colores que no van mucho con su personalidad, no sé si lo hace por complacerme a mí, pero lo cierto es que cuando le vean en la oficina, todo el mundo  se dará cuenta de que yo tengo algo que ver en su cambio de look.

              Cuando por fin salimos. No le dejo descansar. Es el momento de ir a una zapatería. Elegimos un calzado formal para combinar con sus trajes y algo más casual, además de unas de esas funcionales bambas que sirven para todo. Jamás le había visto así, pero parece disfrutar con sus nuevas adquisiciones, como un niño el día de Navidad.

              Entonces me mira, me sonríe y tira de mí.

              -Ahora te toca a ti.

              -¿Qué? ¡No! -me echo a reír- este mes no puedo gastar nada más, por muy tentada que esté.

              Me mira extrañado.

              -Tú no vas a gastar nada.

              -No. -Me cuadro enérgica frente a él- No puedo, ni quiero, ni pienso aceptarlo.

              Vuelve a reír.

              -No te he pedido permiso.

              Me coge con fuerza de la mano y me conduce a toda velocidad a una tienda con unos vestidos que quitan el hipo. Leo algo como: Dolce & Gabanna y mi cuerpo se torna inmediatamente rígido.

              -¡Ni de coña! -Espeto alterada. Pero James no cede. Me obliga a entrar en la tienda.-

              Una dependienta monísima vestida con un elegante traje de chaqueta negro se acerca a nosotros.

              -¿En qué puedo ayudarles?

              James habla por mí. Yo soy incapaz de hacerlo en este preciso momento.

              -Buscamos un vestido para ella.

              -¿Habíais pensado en algo?

              -Ni muy clásico ni muy moderno, algo entremedio.

              La dependienta asiente.

              -Nos acaban de llegar unos vestidos que de seguro os van a encantar, todavía no los hemos puesto en nuestros maniquís.

              Coge una percha y pone sobre el mostrador un vestido precioso verde esmeralda.

              -Con ese tono de piel tan bonito este vestido le quedará perfecto.

              James me mira.

              -Estoy convencido de ello. Vamos, pruébatelo.

              Trago saliva. Me dirijo exclusivamente a la dependienta, que me anima detrás del mostrador.

              -¿Qué precio tiene esto?

              -Novecientos euros.

              Mi cara se congela en una extraña mueca, James empieza a reír.

              -James, por favor, escúchame, no hace falta que...

              -Estoy esperando a que te lo pruebes.

              -No quiero.

              -¿Me vas a privar de ver cómo te queda antes de comprártelo?

              Miro a la dependienta. Luego a James. Otra vez a la dependienta... entonces niego con la cabeza y salgo apresurada de la tienda. Como imaginaba James no tarda en seguirme.

              -¿Qué te pasa? -Me pregunta confundido-.

              -No quiero ese vestido. No lo necesito.

              -Pero yo quiero comprarte algo...

              -Créeme, con cualquier otra cosa yo sería igual de feliz. -Le corto-

              -¿No te ha gustado?

              -¡Claro que sí! ¿cómo no va a gustarme? es precioso.

              -Pero...

              -Pero tirar el dinero de ese modo me parece absurdo.

              -Bueno Anna, yo con mi dinero hago lo que quiero.

              -Estoy de acuerdo. Pero no quiero que gastes nada en mí.

              -¿Por qué?

              Suspiro.

              -¿Por qué quieres hacer semejante estupidez?

              Se encoge de hombros.

              -Porque puedo.

              Le miro perpleja. Vale, ahí me ha dado.

              -No es suficiente... -Parpadeo varias veces aturdida mientras me giro de forma brusca en dirección opuesta, él corre detrás de mí hasta detenerme-.

              -¿Por qué te enfadas tanto? Solo es un regalo, Anna.

              -Puedes ahorrártelo, no es mi cumpleaños. Además, deja de insistir, ya te he dicho que no lo quiero, deja de intentar comprarme porque no lo vas a conseguir.

              -¿Eso es lo que crees, que intento comprarte?

              -Pues ya me dirás tú qué interés tienes en regalarle un vestido así a tu secretaria.

              Suspira. Parece que mi último comentario ha acabado por fatigarle.

              -Está bien. Como quieras. ¿Te apetece hacer algo más o regresamos al hotel?

              -Regresemos.

              Asiente con un movimiento de cabeza y juntos nos encaminamos hacia el parquin. Cogemos el coche de alquiler que nos han facilitado para ir de nuevo a la seguridad e intimidad de nuestro hotel.

              Esa noche no quedamos para cenar. Cada uno cena en la soledad de su habitación. Ha sido un día largo, parecía ir bien, hasta que todo se ha estropeado. Ahora me ha quedado un ligero regusto amargo. Igual me he excedido, pero me gustaría que “míster millonetis” se pudiera poner también en mi lugar. Las chicas “pobres” no necesitamos que nos digan a todo lo que no podemos aspirar sin su ayuda. Soy feliz con lo que tengo. ¡Maldita sea, mira que ese vestido era bonito! en fin, la realidad es que yo nunca hubiese podido permitírmelo, así que por eso no lo quiero, ni lo necesito.

              Suspiro y me tumbo sobre la cama. La televisión me ofrece algo de mundana distracción. Un programa donde la gente canta sometiéndose a las duras críticas de un jurado exigente. Nunca entenderé la pasión de España por hacer tantos programas del mismo estilo. Deben de gustar mucho, a mí, sin embargo, me resultan pesados.

              Mi tranquilidad se desvanece cuando unos nudillos llaman a mi puerta. Miro rápidamente el reloj, son las doce. Me levanto insegura y voy hacia la puerta para abrirla.

              Me quedo petrificada cuando veo a James, únicamente vestido con su pantalón de pijama a cuadros, ese que le queda bajo de las caderas y le hace tan sumamente sexy.

              -Perdóname. -Sus ojos parecen sinceros- Creo que he entiendo por qué te has puesto así. No era mi intención ofenderte ni ahora ni nunca, aunque por lo que se ve, no puedo dejar de hacerlo... ¿me perdonas?

              Se me escapa una risilla. Tampoco hacía falta que se lo tomara tan a pecho, pero me alegra ver que se arrepiente de su error.

              -Estás perdonado.

              Suspira y me mira divertido.

              -¡Qué alivio! ¿Puedo pasar?

              Me separo de la puerta, él entra enseguida. Se sienta sobre la cama y me mira.

              -¿Dormimos juntos?

              Su timidez delata que hay intenciones mucho más profundas que esas. Escondo una sonrisa y corro hacia la cama para ponerme a su lado.

              Su cuerpo me recibe con agrado: Es cálido, duro, definido, apetecible... le beso tiernamente el torso que sabe a colonia. Sigo besando despacito su esternón, siguiendo por su vientre plano. Entorno la mirada y descubro unos ojos depredadores centrados exclusivamente en cada uno de mis movimientos. Me incorporo y me lanzo a por su boca. ¡Está buenísimo! me vuelve loca y no sé lo que va a pasar cuando regresemos a la realidad y ambos debamos desprendernos de este largo y placentero sueño.

              Sus manos se colocan a lado y lado de mi cara, la aprieta mientras me besa de esa forma suya... con tanta necesidad. Es como si llevara años sin hacerlo, aunque tan solo hace una cuantas horas.

              Desciendo mi mano y le acaricio a través del pantalón. Me río para mí en cuanto descubro su enorme erección. Tiene una facilidad increíble para ponerse a tono.

              Me quita la camiseta, luego, se lanza ávidamente a besarme.

              -Oh, qué maravilla... -Susurra junto a mis senos-.

              Lame mis pezones y yo jadeo. Le deseo más que nunca, esta sensación es enfermiza, pero no puedo contenerla.

              Enredo las manos en su cabello revuelto, lo estiro hacia atrás arrancándole un gemido. Aprovecho la nueva forma en la que su garganta queda expuesta para besársela.

              No tarda en regresar a mí con más fuerza, sus labios me buscan con desesperación y yo simplemente se los entrego para que juegue con ellos.

              -Ojalá pudiéramos hacer el amor... -Susurro en su boca, al recordar que ya no disponemos de más preservativos-.

              Él se retira ligeramente. Me mira largo rato sin decir nada. Yo le imito extrañada.

              -No quiero que te enfades conmigo, por favor, no pienses mal...

              Me separo. Abro unos ojos como platos mientras espero impaciente a que continúe.

              No dice nada. Mete la mano en su bolsillo y saca una caja entera de preservativos. Parpadeo aturdida por no haberme dado cuenta antes.

              -¿Y esto?

              -He ido a comprar...

              Traga saliva. Está nervioso. Por dentro yo me estoy partiendo el culo de risa. Tengo unas ganas enormes de asustarlo, de fingir indignación, pero eso le cortaría el rollo y estoy tan caliente que paso.

              Me lanzo, ahora más segura a por un beso salvaje. Mi respuesta le sorprende por lo que tarda unos segundos en reaccionar, pero cuando lo hace... ¡Oh Dios, es increíble!

              Tras desvestirme con premura, me levanta de la cama sin esfuerzo. Enredo las piernas a sus caderas mientras él me conduce hasta la pared, me aprisiona contra ella y con firmes y contundentes estacadas me hace suya una y otra vez. Dentro, fuera, dentro, fuera... así bailamos la danza más primitiva del mundo, y la más perfecta.

              Yo grito, me retuerzo, me abro todavía más para recibirle... su sed de mí le hace perder toda la delicadeza de esta mañana. Me posee con una desbordante pasión y yo simplemente me siento plenamente feliz. Me gusta el James loco, salvaje y terriblemente excitado.

              Mientras sus manos aprisionan mis muslos sin abandonar sus deliciosas penetraciones, sus labios desesperados me buscan. Se los entrego y ambos nos comemos la boca como si no hubiera un mañana, como si solo existiera el presente.

              Esa noche damos rienda suelta a nuestra imaginación. Pierdo el número de veces que lo hacemos. Tiene una enorme capacidad para recomponerse y poseerme sin compasión. Sorprendida descubro que no puedo saciarme de él, con cada leve roce mi urgencia se convierte en un eco de la suya. Así que cuando finalmente nos quedamos dormidos, ninguno de los dos se explica cómo ni cuándo ha sido.