26
Sí, esta minifalda no me queda bien, sino lo siguiente. Me miro en el espejo el culo desde todos los ángulos. Luego, me subo los leotardos y recoloco mis botas. Sonrío animada frente al espejo, estoy contenta. Regreso a mi mesa y veo que Vanessa me sonríe de oreja a oreja.
-Ha llegado eso para ti.
Levanta un impresionante centro de frutas, exquisitamente cortadas y listas para comer. Hay kiwis, fresas bañadas en chocolate, taquitos de piña, uvas... de todas salen palitos para poder cogerlas y comerlas.
-¿Qué es eso?
Estoy tan ilusionada que cojo el centro y lo dejo sobre mi mesa. Desclavo un palillo con una fresa y me lo llevo a la boca. El chocolate está crujiente y realza el mágico sabor de la fruta.
-¡Coge una Vane! esto está buenísimo.
Ella arranca una diminuta uvita. Me echo a reír, se que le sabe mal destrozar la elaborada construcción de tres pisos, pero si no se come se pudrirá y eso sí que es una pena.
Cojo la tarjeta que acompaña el centro. La baro.
»El lunes me enteré de tu indigestión, así que como médico te recomiendo una dieta ligera y saludable los próximos días. ¿Nos vemos el viernes? nada de pescado crudo, lo prometo.«
Sonrío como una tonta. ¡Este Franco es todo un amor!
Le dejo leer a Vane la tarjeta, en cuanto termina me mira. Nos abrazamos y empezamos a dar saltitos frenéticos. Nos detenemos en seco cuando James se acerca a nosotras con semblante serio. ¡Qué habilidad tiene para estropear los buenos mementos! parece que tenga un radar de felicidad y enseguida se persona para aguarnos la fiesta.
-¿Perdiendo el tiempo señorita Suarez?
Agacho la cabeza. Vane interviene por mí, lo cual me impresiona.
-Solo ha sido un momento señor Orwell. Es que Anna ha recibido un regalo y...
-¿Un regalo? -Mira hacia mi mesa, ve el centro y la vena de su cuello se dilata-.
-Coja sus cosas. Tenemos una cita en Taos en veinte minutos. Espero que esta vez hayan hecho un trabajo que valga la pena o de lo contrario van a lamentar hacerme perder el tiempo de esta manera.
Trago saliva. Está muy, pero que muy enfadado. Sin embargo yo no puedo dejar de pensar en el dichoso anuncio. Estoy nerviosa y solo es porque sé que como mínimo un primer plano mío se va haber en él. No creo que eso mejore el humor de James, puede incluso desprender humo por las orejas cuando se entere. Además, también me preocupa que no ha osado girarse en mi dirección ni una sola vez y mucho menos dirigirme la palabra desde que hemos entrado en su coche. ¿Será que por fin ha decidido hacerme caso y poner más distancia entre nosotros?
Traspasamos las puertas giratorias de la empresa de publicidad. Claudia reaparece muy animada, me sonríe y entonces comprendo que todo ha ido bien. Sofía se añade al grupo poco después. James la mira extrañado, sabe que la conoce de algo aunque no recuerda de qué. Nos cogemos del brazo dándonos apoyo mientras entramos en la enorme sala insonorizada. Ella me suelta, suspira y me mira. Vuelve a sonreír intentando tranquilizarme, es irónico que precisamente ella, en su situación, intente tranquilizarme a mí.
Cogemos nuestras tazas de café, esta vez sin un solo bollo. James apenas ha abierto la boca desde que hemos llegado, su cabreo es palpable quilómetros a la redonda, por lo que desde el principio sé que, enseñen lo que nos enseñen hoy, no va a ser de su agrado.
Sofía espera a que Claudia le de la señal. Se encamina hacia el reproductor e inserta una pequeña tarjeta. Una vez en la mesa, con un mando a distancia dan al play.
Me pongo completamente tensa al reconocer ese escenario.
Se ve la pantalla de palmeras, pero el plano es lo suficientemente abierto y se percibe con claridad que es un decorado. Entonces, se ven mis pies descalzos correteando por el suelo, salto y me subo a la pequeña tarima de madera. Sonrío automáticamente mientras estiro el mini jersey hacia abajo para poder sentarme sin que se vea nada.
-Vaya... no las había cogido hasta ahora. ¿Son alucinantes no crees?
Miro distraída hacia la cámara, confiada en que Sofía aún no me está grabando.
Entonces atrapo con los dedos un mechón rebelde de pelo y lo coloco detrás de la oreja. No me acordaba de ese movimiento, de hecho por lo cómoda y relajada que se me ve, bien podría estar en el comedor de mi casa.
Abro la crema de vainilla. La huelo.
¡Jo qué vergüenza! no puedo apartar mis ojos de la pantalla pero al mismo tiempo me voy escurriendo en la silla, escondiéndome todo lo que puedo.
-Huelen de maravilla.
-¿A qué huelen? -Pregunta Sofía detrás de la cámara-
-Mora, fresa, vainilla, café y fragancia del mar.
-¿Qué te parecen Anna?
-¡Una pasada! -Reconozco sonriente, no era consciente de que sonreía tanto y por todo- nunca había visto una crema con olor a café. Además son cinco, supongo que lo han hecho así pensando en los cinco días laborales de la semana. Para llegar al trabajo acompañada cada día de un aroma diferente.
Destapo otra crema, esta vez la del tarro azul turquesa, me la llevo a la nariz y cierro los ojos como una tonta. No contenta con eso, me pongo un pegotito de crema en el dorso de la mano y la extiendo.
-¿Sabes qué es lo mejor? -Digo sin mirar a cámara-
-¿Qué?
-Que son cien por cien ecológicas. Sinceramente creo que ese es el futuro.
-Estoy completamente de acuerdo.
Sonrío, miro distraída hacia la luz y hago una embarazosa mueca mientras intento protegerme del resplandor.
-¿Has acabado ya?
-Sí. Ya puedes levantarte.
Me pongo en pie de un salto, como un pequeño cervatillo, y para mayor humillación estoy a punto de caer.
-Uy... ha faltado poco. -Me echo a reír- Por cierto estas cremas me las llevo a casa.
Las recojo del suelo y salgo apresuradamente de la lente de la cámara mientras unas letras en blanco invaden la pantalla: Anna's line. Cosmética natural para el cuerpo.
Termina el anuncio. Mis mejillas son ahora de un rojo intenso. ¡No ha cambiado absolutamente nada! ha grabado el anuncio tal cual, sin guión, sin nada... no me lo puedo creer.
Obviamente todas las miradas están pendientes de mi jefe. Sus pupilas se han dilatado, se ha quedado petrificado frente a la pantalla. Ni se mueve.
Después de un rato angustioso en el que todos los presentes hemos dejado de respirar temiendo su desproporcionada reacción, él se echa a reír, dejándonos a cuadros. Sus carcajadas van en aumento a cada segundo, incluso se cubre los ojos con una mano sin dejar de agitarse convulsivamente como un loco.
-Quiero volver a verlo. -Dice y Sofía se adelanta, coge el mando y vuelve a poner el video, yo solo quiero que la tierra se me trague...-
Esta vez James se inclina hacia delante en su silla, coloca los codos sobre las rodillas y sostiene su barbilla con las palmas de las manos extendidas. Esta vez sonríe cuando salto a la tarima de improvisto y esa misma sonrisa le acompaña los casi treinta segundos que dura el anuncio.
-¿Este spot se acerca más a sus expectativas señor Orwell? -Pregunta Claudia sin dejar de mirarle-.
-No se acerca. -Contenemos el aliento- Las supera. -Suspiros de relajación salen de las bocas de algunos de los presentes- Es una pena que hayamos pactado un presupuesto previo.
-¿Por qué? -Pregunta Claudia por curiosidad-.
-Porque por un anuncio como este hubiese estado dispuesto a pagar el doble.
A Sofía se le llenan los ojos de lágrimas, no solo su revolucionaria idea de hacer un anuncio al descubierto, sin planificar y con pocos recursos a nivel estético ha llamado la atención de mi jefe, sino además, ha dejado a todos los presentes boquiabiertos. Es sin duda un nuevo concepto de publicidad, donde no se intenta maquillar la realidad, se muestra tal cual es, con sus defectos, sin adornos ni engaños. Muestra la transparencia que James buscaba, mi ingenuidad y espontaneidad hace el resto.
-¿Entonces hay acuerdo? -Quiere asegurarse Claudia-
-Por supuesto. -Estrecha la mano de ella con fuerza- Compro este anuncio así como toda la campaña de publicidad fotográfica que haréis con la misma modelo del anuncio.
-¿Qué? -Ya no lo aguanto más y salto.- Con mis debidos respetos señor Orwell creo que yo tendré algo que decir al respecto.
Se gira para mirarme, es la primera vez que lo hace desde que hemos entrado en la sala. Respiro aliviada cuando veo en sus ojos cierto aire divertido.
-Usted ha iniciado esta campaña, ha puesto su imagen al producto, no podemos cambiar de modelo en las fotos.
-Pues mira por donde yo creo que sí se puede. No pienso prestarme a una sesión fotográfica. Eso es demasiado incluso para mí. -Pongo los brazos en jarras, James se acerca sonriente, le divierte mi expresión indignada. Nos miramos largo rato, ninguno de los dos piensa ceder-.
¡Joder! mejor no preguntéis.
No sé cómo coño he acabado con el jersey de angorina blanco otra vez, sentada en una envejecida silla de madera plegable sosteniendo las cremas en mis manos mientras me hacen fotos desde diferentes perspectivas.
"Que si sonríe un poco más, que si un poco menos, colócate el pelo, mira hacia un lado..."
Solo tengo ganas de gritar. Pero cuando estoy a punto de abandonar miro a Sofía y me enternezco, parece brillar como una estrella. Claudia confía en ella, la deja hacer sin poner objeción alguna a su creatividad e ideas.
Maldigo a James varias veces mientras mi amiga me obliga a cambiar de postura: de pie, tumbada, de costado, flexionando un codo, dando un salto... sería divertido saber que esas fotos van a quedarse para siempre en el fondo de un cajón, pero siendo plenamente consciente que en algún momento van a publicarse, me hace ponerme de mala leche. ¡No quiero que me reconozcan, ni que me señalen con el dedo! no quiero verme en la televisión, en las revistas o donde quiera mi jefe colocarme. Es toda una faena.
Mis amigos no dan crédito cuando les explico las últimas novedades, están ilusionadísimos por ver el dichoso anuncio. Hoy me he enterado que mi jefe ha sellado una clausula millonaria para poner su primera emisión justo después de las doce campanadas que dan la bienvenida al dos mil catorce. Sabe que llega tarde para la campaña navideña así que como idea descabellada va a abrir el año con nuestro producto, eso es lo mismo que decir que va a lanzarse a una piscina de lava sin ropa ignífuga. Su dinero puede estar en juego, pero mi imagen también, si esto sale mal no sé a qué me expongo exactamente.
En la oficina todo sigue igual que siempre. Nadie sabe que soy la imagen de las nuevas cremas, salvo Vanessa, para ella no hay secretos.
La semana pasa volando. Entre la campaña publicitaria y el trabajo prácticamente no me queda tiempo para nada más. Pero por mucho trabajo que tenga, no me olvido de Franco. Tenemos una cita pendiente y ante la perspectiva a de un día inolvidable con un chico original, no dejo de sonreír durante toda la tarde.
Me he puesto un vestidito de rayas verticales de diversos colores que estiliza un montón. Retoco un poco el maquillaje frente al espejo del baño y salgo al vestíbulo con las mejillas encendidas.
Voy a coger el ascensor. Las puertas se abren, entro y me quedo parada cuando James lo hace conmigo. Además no va solo. Su prometida tiene el brazo entrelazado en su codo ligeramente flexionado. Trago saliva. No podía presenciar una situación más incómoda.
-¿Por qué no me llevas a cenar a ese restaurante selecto al que fuimos la primera vez que vinimos a Barcelona? -Empieza Alexa en tono zalamero con su cuidado acento inglés-.
-No me apetece, tengo ganas de otro tipo de comida hoy.
-¿De qué?
-Me apetece comida mexicana. ¿Qué te parecen unas quesadillas?
-¿Cómo?
¡Cabrón! trago saliva nerviosa, con tan mala suerte que se me va hacia otro lado y empiezo a toser como una posesa. ¿A qué juega este estúpido? ¿Por qué dice eso en mi presencia sabiendo lo que eso significa para nosotros?
Sigo tosiendo mientras la estirada me mira de arriba abajo conteniendo una mueca de asco infinito.
-¿Se encuentra bien señorita Suarez? -Pregunta el capullo de mi jefe escondiendo una apretada sonrisa-.
Asiento en cuanto me recompongo. Se abren las puertas del ascensor y antes de salir se la devuelvo. Miro mi reloj con rapidez y añado:
-¡Uy! ¡llego tarde a mi partida de bolos con Franco!
Corro por el pasillo dándoles la espalda, ni siquiera me despido, tampoco miro hacia atrás, únicamente le demuestro que puedo defenderme. Tal vez sea esta la forma que tiene de enviarme mensajes en clave, de decirme que se acuerda de mí... pero sinceramente, hoy por hoy ese comentario me parece de muy mal gusto.
Salgo del edificio con el ceño fruncido y los labios prietos. Miro a mi alrededor, entonces lo veo. Franco estaciona su Seat león blanco frente a mí y yo corro a abrir la puerta para refugiarme dentro.
-Buenas tardes.
-¡Pero qué guapa sos!
-¿Has visto? Pretendía impresionarte. ¿Lo he conseguido?
-Sin lugar a dudas. -Sonrío- ¿Pero por qué querrías impresionarme?
-Bueno eso te lo revelaré después de cenar, eso sí, esta vez escojo yo si no es mucho pedir... -se echa a reír- Me apetece una pizza. ¿Te apuntas?
Hace una mueca.
-Lo cierto es que no tengo demasiada hambre, ¿vamos directamente al postre?
Le doy un cariñoso guantazo en el brazo.
-¡Ni pensarlo! como médico debería saber que no es bueno hacer deporte con el estómago vacío...
-Hacer deporte ¿eh? tienes mucha razón. -Hace un cambio de sentido rápido, las ruedas chirrían en el asfalto- Acabo de recordar que hay una pizzería a pocos metros de mi casa.
Reímos sin parar. Me gustan sus indirectas, su forma de hacerme sentir tan deseable, como busca siempre el doble sentido a mis palabras, sus adulaciones sinceras, su cariñoso acento... ¡todo! a estas alturas me gusta todo de Franco, bueno eso y que para qué negarlo, llevo días falta de sexo y saber que James lo estará haciendo a todas horas con su novia, no hace más que incrementar mi necesidad de buscarme un sustituto que me haga olvidarle.
Llegamos al restaurante: La dolce vita. Es italiano. ¡Bien! seguro sé que nada de lo que coma aquí va a sentarme mal.
Nos sentamos en una de esas mesitas redondas muy monas, con su mantelito de cuadros rojo y todo.
El camarero, un italiano imponente se acerca para tomarnos nota. Noto como me mira, obviamente, Franco no se da cuenta. Le sonrío fugazmente por la gracia que me hace su descaro, desde hoy constato que el mito del italiano seductor es cierto.
Pedimos una ensalada de la casa con queso de cabra de primero y una pizza cuatro estaciones para compartir de segundo.
Como no podría ser de otra manera, la comida está buenísima.
Franco no deja de hacerme reír desde que nos hemos sentado. Después de darle a entender que esta noche habría tema no hace más que hacer referencia a eso, ¡hombres! qué fácil es tenerlos entretenidos.
-Del uno al diez ¿cuántas ganas tenés de sexo?
Ingiero el último trozo que tengo en la boca y estallo en sonoras carcajadas.
-¿El tope es el diez? -Pregunto risueña-
Franco traga el último pedazo de pizza que queda en su plato y levanta la mano enérgicamente.
-¡Camarero! -Grita y de su garganta brota un estridente gallo que nos hace reír todavía más-.
Paga la cuenta mientras tira de mí pegándome todo lo posible a él, está como una cabra. Tropieza por el camino y a punto está de caerse. Me detengo porque simplemente no puedo dejar de reír, me inclino hacia delante intentando llenar de aire mis pulmones para poder continuar, pero Franco no me concede ese privilegio, me despega del suelo cargándome sobre su hombro, como si fuera un saco de patatas y sube las escaleras de su edificio conmigo a cuestas. La sangre se concentra en mi cabeza, colgada boca abajo mientras doy pequeños golpecitos en su espalda, pero no me hace caso. En mi vida había reído tanto.
En cuanto llegamos al interior de su apartamento me suelta. Intento recolocar mi melena alborotada.
Él se aleja, va hacia la cocina americana que tiene en medio del salón, abre la nevera y saca una botella de champan. La descorcha dejando que el tapón estalle y rebote contra el techo. Llena dos copas, me entrega una.
Doy un pequeño sorbo y cierro los ojos, está bueno, muy suave, además de fresquito, entra de maravilla.
-Bueno... -carraspea forzosamente- me tienes cardiaco. -Hace que se toma el pulso y me mira- Más de cien pulsaciones por minuto, necesito descender el ritmo para evitar un infarto. ¿Se te ocurre algo?
-No lo sé, no soy médico... me pregunto qué me diría un experto.
Se acerca lentamente, me retira la copa de las manos y la deposita sobre la mesa que hay al lado.
-Un experto te diría que antes de que se produzca eso necesitas liberar tensión. -Su mano roza mi rostro con suavidad, descendiendo por mi cuello. Mi piel se vuelve de gallina porque me hace cosquillas-.
Imitando su último movimiento acaricio también la piel suave y tersa de su mejilla morena, lo atraigo hacia mí y junto mis labios con los suyos. Sabe a champan, abro más mi boca, hasta abarcar la totalidad de la suya. Introduzco mi lengua lentamente, le acaricio y él me devuelve la caricia, aunque con excesiva saliva para mi gusto.
¡Bueno ya estoy poniéndole pegas! ¡Esta noche ni hablar! no me permito ni una sola queja.
Vuelvo a concentrarme en el beso, me retiro un poco para morder su labio inferior, es tan carnoso... Sonríe, se lo lamo y vuelvo a asaltar su boca con vehemencia. Me animo, me caliento y le empujo mientras me muevo con decisión sobre él. Suspira en mi boca, le he dejado extasiado, aprieta mi cintura unos segundos, luego baja las manos y las pasea por mis muslos subiendo mi falda. Va demasiado rápido, pero por otro lado, yo también tengo muchas ganas. Sus manos se pegan a mis nalgas, las aprieta mientras camina llevándome de espaldas hasta su habitación. En cuanto percibo su cama tras mis rodillas me siento. Le guiño un ojo cómplice y me desabrocho la cremallera de las botas muy despacio. Me quito los leotardos y espero a que él deje al fin de mirarme y se disponga a desnudarse también. Enseguida capta mis pensamientos y se desabrocha los pantalones. Sigue quitándose prendas de ropa hasta quedarse completamente desnudo, yo hago lo mismo sin retirar ni por un segundo mis ojos de él.
Me tumba sobre el mullido colchón y él se coloca encima. Me besa los pechos, los estruja hasta casi hacerme daño. Escondo una mueca y vuelvo a concentrarme en sus manos, que ahora recorren mi cintura hasta detenerse en mis caderas. No deja de besarme en los labios mientras me palpa.
En ese momento alarga la mano, saca un preservativo del cajón de la mesita y lo desfunda para colocárselo. Me quedo con la boca abierta, ¿ya piensa ir al grano?
Y sí, ahogo un chillido cuando su duro y erecto miembro entra en mí sin previo aviso. No se detiene en las embestidas. Intento relajarme para que deje de dolerme, la verdad es que su forma de hacer el amor es un tanto... ¿cómo lo diría delicadamente? rústica. Se mueve de delante hacia atrás, jadea en mi oreja y al mismo tiempo, una de sus manos presiona uno de mis pezones con el dedo índice y pulgar. ¡Por Dios!, ¿es que pretende sacar leche? ¿Qué coño hace? miro al techo mientras me dejo vapulear, como mucho veinte segundos más, hasta que él me proporciona un par de sacudidas fuertes y se corre. La saca enseguida, rueda hacia un lado y me mira sonriente. Yo todavía no puedo cerrar la boca debido al shock.
La imagen animada de Bugs Bunny diciendo eso de: "¡eso es to- eso es to- eso es todo amigos!" se infiltra en mi mente. Lo peor de esta situación es mirarle y comprobar que encima el tío está satisfecho. Madre mía... se me ha caído las expectativas del argentino caliente a los pies, ahora solo puedo pensar en el italiano del restaurante, seguro que al menos era mejor amante.
-Ha sido genial... -Dice y me coge de la mano, ¡oh Dios qué repelús!-
-Sí... -Miento para no destrozar su ego masculino, aunque por otro lado pienso que es cruel no decirle a la cara que no sabe cómo hacer el amor a una mujer, alguien debería decírselo, en cierto modo eso nos hace un favor a todas-.
Veo el cariño en sus ojos. Me mira como diciendo: "quiero echar muchos más de esos contigo" pero yo no tengo ninguna duda de que conmigo no será. ¡Vamos! puede que esté desesperada, pero no por ello voy a conformarme.
Me quedo un rato más en su cama. Desnuda y sin perder del vista el blanco techo. No quiero irme demasiado pronto aunque por dentro no hago más que desear salir corriendo de ahí. ¡Qué decepción más grande! pero claro, si comparo este sexo al que he tenido con James... ¡NO! ¡PARA! ¡no vuelvas a pensar eso en la vida! James está o debe estar fuera de tu cabeza para siempre. ¡Pero vaya mierda! ¿Por qué tendría que ser tan bueno en el sexo? ¡Maldita sea! ¡es que ni tan solo era normalito, sino sensacional! ¿Y si a partir de ahora jamás vuelvo a disfrutar del sexo? ¿Y si ese inglés me ha condicionado para siempre?
No quiero pensar eso... pero lo cierto es que no dejo de darle vueltas. ¡Jo! ¡echo de menos a Manolo cara bolo!
Cuando tengo la endereza necesaria me yergo en la cama. Cojo mi ropa y empiezo a vestirme, Franco me mira confundido.
-¿No te quedas?
-Verás, mañana tengo muchas cosas que hacer y... lo entiendes, ¿verdad?
Él se levanta, se viste también. Me siento culpable, soy un ser perverso, pero quedarme avivaría sus ganas de querer repetir conmigo, le daría a entender que quiero continuar con esto y lo cierto es que no. Lo siento Franco pero no me atraes tanto como para que el sexo sea algo secundario en nuestra relación.
-El domingo libro. -Dice albergando la esperanza de volver a vernos-.
-Mmmm... mira hacemos una cosa: seguimos en contacto, pero no hace falta que nos veamos cada día, ni cada fin de semana, ¿vale? tengo la sensación de que vamos demasiado rápido.
Me mira extrañado.
-Pero has sido tú la que querías...
-Sí. -Reconozco y le miro con cariño- Ha estado bien, pero ahora siento que hemos sobrepasado un límite sin estar realmente preparados ninguno de los dos.
-Anna... ¿intentas decirme algo? ¿quieres que dejemos de vernos?
Suspiro. Qué difícil me resulta esto. No quiero hacerle sentir mal pero no puedo disimular y fingir que todo está bien porque no es así.
-Sí. -Admito sin alargar más esta agonía- Necesito un poco más de espacio.
Asiente, pero veo la tristeza reflejada en sus ojos, esa expresión en su rostro me hace sentir como la mala de la película.
-¿Podré llamarte alguna vez?
Me encojo de hombros. Lo cierto es que estoy tan decepcionada que no quiero que lo haga. Al menos durante un tiempo.
-Está bien Anna. -Ataja- Lo entiendo. No te ha gustado.
-¡No es eso! -Miento y eso me hace sentir todavía peor- es que ahora me arrepiento de que todo haya ido tan rápido, pero es culpa mía, de verdad, tú no has hecho nada.
Y entonces le dedico una sonrisa fugaz, en esta ocasión he sido sincera: realmente él no ha hecho nada, nada de nada, ha sido el polvo más soso de toda mi vida.
Cojo mi bolso que con las prisas se ha quedado tirado por ahí y me marcho. Cojo un taxi. Permanezco "hipnosapo" durante todo el trayecto. Todavía no doy crédito. En los momentos de mayor flaqueza, intento justificarle: igual ha tenido un mal día, estaba nervioso, su necesidad le ha jugado una mala pasada... ¡pero qué va! la única realidad es que es malo de cojones.
En cuanto logro esquivar las preguntas de mis amigos y encerrarme en mi cuarto me dejo caer de espaldas sobre la cama con los brazos y piernas extendidas.
No sé por qué, justo entonces una canción escuchada hasta la saciedad durante mi adolescencia me envuelve como un huracán, de la mano de Laura Pausini:
Se fue, se fue, el perfume de sus cabellos,
se fue el murmullo de sus silencios,
se fue su sonrisa de fabula,
se fue la dulce miel que probé en sus labios,
se fue me quedó solo su veneno
se fue y mi amor se cubrió de hielo...
Decido seguir torturándome un poco más con estrofas significativas de esa misma canción, en el fondo estoy hecha toda una masoquista:
...En esta vida oscura, absurda sin él, siento que
se ha convertido en centro y fin de todo mi universo
Si tiene límite el amor lo pasaría por él
Y en el vacío inmenso de mis noches yo le siento...
James... ¿qué me has hecho?
Suspiro. Cierro los ojos, obligándome a olvidar. Esto solo es una etapa, una fase que pasará como tantas otras. Este hombre no es para mí, no lo es porque de lo contrario ahora estaría aquí conmigo en lugar de saciar los antojos de un sofisticado insecto palo inglés.