27
Las semanas pasan a una velocidad vertiginosa. Intento dar todo de mí en el trabajo, pretendo dejar las cosas bien atadas para no tener que preocuparme de nada durante las vacaciones de navidad. Hago un sinfín de horas extra, a veces trabajo como si esta maldita empresa fuese mía. Entonces Sofía me envía un e-amil, en él me adjunta parte de las fotos que pondrá en la campaña publicitaria de Anna's line.
Descuelgo la mandíbula en cuanto abro el correo, su trabajo es muy bueno. Son fotos naturales, pero muy cuidadas. Sonrío al verme posando de esa guisa, salta a mi vista mi poca experiencia y en algunas fotos se me ve algo rígida, pero ahora lo entiendo, es justo esa esencia la que quería captar en mí: mi total inexperiencia. No puedo decir más que lo ha conseguido, se me ve pizpireta, con esa mirada negra y brillante, como chocolate líquido, a juego con mi pelo largo, ondulado y puesto de cualquier manera. Si no fuese porque esas fotos son mías, diría que me gusta su idea: como es capaz de plasmar la sencillez.
Las miro durante largo rato, analizando cada detalle. Está todo estudiado, nada ha sido puesto ahí al azar: ni el fondo mal colocado que hay a mi espalda, la silla desgastada o la posición del jersey, que a punto está de escurrirse de mi hombro dejándome un pecho al aire.
-Un buen trabajo.
Doy un bote en mi asiento, mientras me cubro el pecho con la mano, girándome hacia atrás al mismo tiempo. ¡Menudo susto!
Cierro rápidamente la pantalla muerta de vergüenza, James sonríe, se coloca a mi derecha y casi susurrando dice:
-Te confieso que no he dejado de mirarlas desde que las he recibido. Tengo encargada una en grande para colocar en el vestíbulo de la empresa tan pronto como hagamos público el anuncio.
¿Puede avergonzarme todavía más? La respuesta es sí. Sí puede.
-¿Aquí, en la oficina? -Pregunto elevando el tono, presa del pánico-.
-Sí.
-No creo que sea una buena idea, los cotilleos de la gente y los comentarios malintencionados...
-Anna, te verán de todas formas en la publicidad.
-Ya, pero no es lo mismo...
Sonríe, su rostro dulce me deja tonta. Me levantaría ahora mismo y le besaría sin importarme las consecuencias, haría tantas cosas si supiera que él puede corresponderme libremente... pero no es el caso, así que más vale que alce un sólido muro infranqueable a mí alrededor para que él no pueda entrar e invadir lo poco que ha quedado de mí tras su marcha.
Quiere añadir algo, pero antes de que logre articular palabra el insecto palo inglés se aproxima con movimientos lentos y vacilantes a nosotros, flexionando ligeramente los codos y tirando los brazos hacia delante mientras sus manos se unen en el centro para frotarse. Ahora me recuerda todavía más a un insecto.
-¿Te queda mucho aquí amor mío? -Le envuelve con sus largos tentáculos desplegables, mientras el cuerpo de James se torna rígido en respuesta.- Tenemos que terminar nuestra lista de boda, ayer la dejamos a medias...
Él cierra los ojos, como intentando mantener la serenidad.
-Está bien Alexa, nos vamos ya.
¡Cabrón! ¡Le odio! ¿Cómo puede dejarse llevar de esta manera? ¡En lugar de sangre tiene horchata! su actitud sumisa solo me da ganas de cogerle fuertemente de las solapas de tu traje para zarandearle mientras chillo "¡REACCIONA!" a vivo pulmón.
En cuanto logro recomponerme de mi exaltación, sigo trabajando media hora más antes de irme yo también.
-¿Qué es todo esto? -digo no bien llego a mi apartamento. Está todo lleno, inundado de flores de colores, no cabe ni una más-.
-¿Qué te parece? -Pregunta Lore poniendo los ojos en blanco- Alguien intenta llamar la atención de Mónica.
-¿El jovencito?
-Eso parece.
Sonrío. Desprendo una flor del ramo y me la llevo a nariz. ¡Qué bonito!
Llaman al timbre. Lore empieza a reír, se gira y grita:
-¡¡¡Mónica!!!
Ella sale malhumorada de la habitación, dando un portazo. Ni siquiera me dice "hola" cuando me ve. Abre la puerta de entrada con brusquedad cuadrándose ante ella como una guerrera.
-¿Qué?
-Traigo este ramo para Mónica Rodríguez.
-Soy yo.
-Si es tan amable de firmarme aquí...
Ella firma y cierra la puerta en sus narices. Tira el ramo en la mesa, yo lo recojo con cuidado y le hago sitio en el jarrón.
-¿Cuánto tiempo llevas así?
-Toda la tarde. -Contesta algo brusca- ¿Te lo puedes creer? ¡Me está mandando flores desde todas las floristerías de la ciudad! ¡Es que esto no tiene fin! ¿Hasta cuándo va a durar?
Se me escapa una risilla traviesa.
-A alguien le importas y mucho.
-¡Pues ya se puede ir olvidando! No deja de ser mi alumno por más flores que insista en enviarme.
Llaman al timbre otra vez.
-¡joder! -Grita desesperada y se lleva las manos a la cabeza-
-Yo sé cómo parar con esto... -aventuro a riesgo de jugármela-.
-¿Cómo? -Pregunta esperanzada-
-Queda con él. Aunque solo sea para tomar un café, porque me da que no va a dejar de enviar flores hasta lo hagas.
Vuelven a llamar. Mónica suspira y vuelve a abrir la puerta.
Miro a Lore y ambos reímos en silencio.
Mónica reaparece poco después. Vuelve a tirar el ramo, esta vez de rosas rojas sobre la mesa.
-¡Está bien! Ese gilipollas se va a enterar.
coge una, de las decenas de tarjetas que acompañan a las flores, teclea de mala manera el número que hay escrito en ellas.
-¿Se puede saber qué coño te pasa? haz en favor de dejar de enviarme flores, ¿Es que quieres originar un caos medioambiental o qué?
Reprimo la risa y me siento en el sofá junto a Lore, sin perder de vista a mi amiga.
-¡No quiero ni una más! ¿Te queda claro?
Empieza a caminar nerviosa por toda la habitación.
-¡Ni en un millón de años! -Claudica y cuelga. Mejor no decirle nada cuando está así, es capaz de escupir fuego por la boca-.
Vuelven a llamar al timbre. Ella grita. Saca otra vez el móvil del bolsillo y llama de nuevo.
-¿Qué quieres, volverme loca?
Se sienta en la silla bruscamente, mientras da un puñetazo contra la mesa.
-Está bien. En cinco minutos estoy ahí, más te vale acabar ya con esto.
Se levanta de la silla de un salto. Nos mira.
-Voy a cantarle las cuarenta. -Dice y se dirige al perchero de la entrada para descolgar su abrigo.- No quiero ninguna sonrisa ni comentario con segundas por vuestra parte. -Nos señala con el dedo acusador y los dos levantamos las manos a la vez, en son de paz-.
-Que te vaya bien tu cita... -Añade Lore, a lo que Mónica le fulmina con la mirada.-
-No es una cita. Y te lo advierto, cualquier comentario desdeñoso y haré que te comas tus palabras.
Aguantamos la risa hasta que sale del piso envuelta en una oleada de rabia e ira, antes de empezar a reír como posesos. Ese pobre chico se acaba de convertir en mi nuevo ídolo.
Mi humor varía como una veleta durante los próximos días. A veces soy la chica radiante, dicharachera y vital de siempre, aquella que todo el mundo conoce. Otras, parezco la sombra de un ser inanimado. Incluso Pol se ha dado cuenta. Sé quién tiene la culpa de todos esos cambios bruscos de humor: no es más ni menos que James. Es verlo y asaltarme una rabia inmensa. He pasado de las ganas de tenerle, al odio más profundo. Me pongo mala cuando me cruzo con él, por lo que intento esquivarle todo lo posible, aún y así, hay momentos en que tengo que encontrarme con él forzosamente. Pero entonces adopto una expresión taciturna, ocultando al máximo cualquier tipo de emoción o sentimiento.
Por suerte él ha optado por mantener las distancias. Ya no acude a mí, ya no hay encuentros casuales ni extrañas conversaciones. Desde que su prometida frecuenta diariamente nuestra empresa intentando robarle momentos, él se muestra de lo más prudente. Ni siquiera me mira. Eso debería alegrarme, al fin y al cabo es lo que quería. Sin embargo no me siento satisfecha, me duele su indiferencia casi tanto o más que el hecho de que vaya a casarse. Pero es que no tuvimos solo sexo aquellos días en Madrid, estoy convencida de que hubo algo más, aunque ahora solo quede un lejano eco. Cada día me cuesta más recordar si todo aquello sucedió en realidad o no es más que una visión distorsionada de lo que realmente ocurrió entre nosotros.
Suspiro resignándome, convencida de que todo esto pasará en cuanto encuentre un hombre que me haga el amor como es debido. Después de todo, dicen que un clavo saca otro clavo y yo no podría estar más de acuerdo con ese dicho.
De Franco no sé nada, menos mal. Se ha dado por aludido y me concede mi espacio, tal y como le pedí. Lo cierto es que mi cerebro ha bloqueado el hecho de que nos hemos acostado juntos, es como si nunca hubiese ocurrido, ese polvo sencillamente no cuenta.
Por otra parte, no estoy sola en el campo de las desilusiones, Elena no ha conseguido nada con Carlos, ni siquiera después de acudir a hablar con él en un par de ocasiones. Es algo que hasta ahora no había hecho nunca, por primera vez, se ha lanzado, pero no ha obtenido los resultados deseados, así que el humor que se gasta últimamente es un tanto áspero. Por suerte llegan pronto las vacaciones, este año tiene planeado ir a ver a su hermana a Ámsterdam. Viajar le va a venir de lujo. Yo ya le he recomendado un porro para calmar esos nervios, aunque dudo que me haga caso.
Me siento en mi silla después de haber acabado de hacer las últimas fotocopias. Abro mi bandeja de entrada y me encuentro un correo interno. Un estremecimiento fugaz me recorre el cuerpo al pensar que se trata de un mensaje de James. Pero como no, cuando lo abro me doy cuenta que no es él quien me escribe.
"Este viernes veintiuno de diciembre celebramos un pequeño cóctel de empresa en el hotel CR de Barcelona con motivo de las vacaciones de Navidad. Os esperamos a todos a las 19:30. Atentamente Marcos Torres, jefe de personal".
Lo pienso durante unos segundos. Me giro hacia Vane.
-¿Vas a ir al cóctel de empresa este viernes?
Ella hace una mueca.
-Mi hijo tiene una representación en el colegio, le hace mucha ilusión que vaya a verle.
-Entiendo...
-Además, sabes que ese tipo de fiestas no me van mucho.
-Ya.
Intento no mostrar mi decepción. No quería ir sola. En fin... puede que ni siquiera vaya.
Cierro mi ordenador, despejo mi mesa y me voy a casa.
Último día antes de vacaciones.
Al final no he encontrado un pretexto lo suficientemente fuerte para negarme a acudir a la invitación de empresa.
La gente no puede estar más contenta, así que aunque solo sea por eso, no me arrepiento de haber venido y verlos a todos reunidos, después de haber superado unos momentos tan difíciles.
Con mi vestido azul verdoso de gasa, ese que tiene una fina rejilla transparente que cubre mi espalda con unas florecillas y hojas bordadas de forma sensual, entro en la recepción del hotel con la cabeza bien alta. Enseguida me saluda Marcos que, como yo, acaba de llegar.
-¿Qué tal Anna? ¡estás muy guapa!
-Gracias. Es una ocasión especial, ¿no?
-Supongo. Ya puedes aprovechar ya, no sé cómo se le ocurre al jefazo organizar algo así cuando la empresa a duras penas se sostiene en pie...
- Ya sabes, las extravagancias de estos ricachones... no saben ser pobres.
-La gente como ellos jamás será pobre, al menos este tiene la decencia de compartir un poco de su fortuna con nosotros, no recuerdo que el otro nos invitara a nada.
En eso tiene razón. Inclino la cabeza sorprendida por su argumento.
-¿No ha venido Vanessa? -Dice al darse cuenta de que voy sola cuando siempre estamos las dos juntas-.
-No. Su hijo tenía una representación en el colegio.
-Es comprensible, cuando tienes hijos tu tiempo de ocio no es que se reduzca a la mitad, simplemente deja de existir.
Me echo a reír.
-¿Lo dices por experiencia?
-Sí. Aunque las mías ya están creciditas, la pequeña tiene diez.
-Vaya... ¡pues sí que has corrido! ¿cuántos años tienes?
Sonríe.
-43. El ecuador de mi vida.
-Está bien eso.
Nos colocamos en el centro de la sala mientras seguimos conversando. Marcos es un hombre bueno, se le nota a leguas aunque se empeñe en mostrar frialdad, distanciamiento y excesiva profesionalidad en el trabajo. En momentos como estos, en los que logra relajarse y se esfuerza por relacionarse con todos sin distinción, es cuando verdaderamente te das cuenta.
Se respira un buen ambiente entre los compañeros, es la primera reunión extra laboral que tenemos, al menos des de que yo empecé a trabajar aquí. Jamás habíamos hecho una cena de empresa, ni una quedada a gran escala y es que aunque seamos pocos, no tenemos mucho contacto los unos con los otros.
Mientras esperamos a que James nos dedique unas palabras, me atrevo a observarle; ha vuelto a sus trajes sueltos, sin forma ni gusto. Es obvio que le viste su novia, lo que no entiendo es por qué quiere esconderle entre esas prendas de ropa que bien podría usar mi padre de aquí cincuenta años.
Transcurridos unos segundos, cuando el grupo ha empezado a callar progresivamente, nos dedica un pequeño discurso. Con esto queda inaugurada una nueva etapa en la empresa, en la que él va a estar al mando. Nos anima diciendo que se acercan momentos de cambios, de novedades. Menciona el dichoso anuncio que se estrena después de las campanadas en antena tres. Le pone incluso algo de emoción al decir que nos sorprenderá a todos. Me pongo como un tomate solo de pensar en la reacción de mis compañeros al ver que la chica que aparece en la publicidad soy yo.
Por último nos desea unas felices fiestas y una buena entrada en un año repleto de cambios positivos para todos, espera.
Pero nos quedamos de piedra cuando tras su discurso nos señala con la mano una mesa repleta de botellas de vino con lazos rojos y nos invita a coger una antes de marcharnos. Es un gran detalle.
Tomamos un ligero tentempié, bebemos, reímos y algunos incluso bailan contoneándose al ritmo de una música chill out. Yo sigo en el centro de mi circulito, hablando con todo aquél que se presta. De tanto en tanto, para torturarme un poquito, miro de reojo a James, siempre acompañado de su monísima novia larguirucha. Madre mía, si ese es el tipo de mujer que le gusta no sé que hacía conmigo, no me parezco absolutamente en nada a ella.
De la mano de la esfinge rubia se detiene un momento en los distintos grupos, una cosa hay que reconocerle a mi jefe, está intentando relacionarse con cada una de las personas que trabaja para él. Eso le honra.
Mientras sigo la conversación de aquellos que me rodean, no le quito ojo. Cuando intuyo que el próximo grupo que le queda por visitar es el nuestro, me escabullo. Busco con la mirada una salida y la encuentro. Presiono la palanca de la puerta de emergencia y salgo a una de las terrazas traseras del hotel, utilizo una piedra para bloquearla y que no se cierre del todo.
Uno de los camareros tose y escampa con la mano el humo del cigarrillo que se estaba fumando.
-Disculpe señorita. -Aplasta la colilla con el pie sobre el asfalto y está a punto de volver a la sala, pero le interrumpo.-
-Por mí no lo hagas. No se lo diré a nadie. -Le guiño un ojito con complicidad- ¿Tienes uno?
Él asiente devolviéndome la sonrisa, me entrega un cigarrillo, lo sostengo con dos dedos y me acerco a él para que me lo encienda.
Me lo llevo a la boca y tomo una gran calada. No suelo fumar, lo dejé a los veinte, dando por concluida una etapa rebelde de mi vida, pero hoy me apetece.
-Yo tengo que entrar señorita. Me temo que no puedo escaquearme más. ¿Quiere que le traiga algo?
-No. Gracias. Me has dado justo lo que necesitaba. -Le digo exhibiendo el cigarrillo entre mis dedos-.
El chico asiente con una gran sonrisa, abre la puerta bloqueada con cuidado de que la piedra no se mueva y regresa a su trabajo.
Yo me recuesto contra la pared, llevando mi cabeza hacia atrás y dando otra calada a ese cigarrillo que me está sentando de maravilla. Expulso el humo lentamente, incluso cierro los ojos durante el proceso. Todo está tranquilo ahora, en calma, nada me altera.
Pero el ruido chirriante de la puerta al abrirse me hace abrir los ojos de golpe. Sale James y se cierra la puerta. ¡Será imbécil! su cara se sorprende tras verme ahí parada, quieta, sin mover un solo músculo. No me cabe ninguna duda de que no esperaba encontrar a nadie aquí.
-¡Anna!
-James... -Le digo y regreso la mirada al frente mientras doy otra calada-.
-¿Tienes uno?
-No. -Digo en tono seco- No fumo.
Se ríe. Yo no puedo evitar sonreír también. Entonces suspiro y le entrego el cigarrillo.
-Gracias.
Se lo lleva a la boca, da una calada y exhala el humo lentamente.
-No sabía que fumabas. -Dice volviéndome a entregar el cigarro-.
-Y no fumo. Solo en los momentos de enorme estrés y tensión.
Doy una profunda calada y se lo paso de nuevo. Él lo acepta.
-Igual que yo. Lo que no entiendo es por qué estás estresada y en tensión. Hoy coges las vacaciones.
Me encojo de hombros.
-Bueno... -vacilo- por cosas que ahora no vienen a cuento. ¿Y tú? -Me apresuro en preguntar antes de que se le ocurra indagar más-.
Suspira mientras me devuelve el cigarrillo.
-¿Sabes esos momentos en los que parece que eres un tren en marcha al que le fallan los frenos? pues así me siento yo últimamente, incapaz de detenerme, corriendo a toda velocidad por una vía de sentido único.
Le entrego el cigarrillo al que apenas le quedan dos caladas.
-Toma, a la vista está que lo necesitas más que yo.
Se echa a reír y lo acepta.
-Gracias. ¿Qué vas a hacer estas fiestas?
Insiste en seguir conversando mientras da una calada más, vuelvo a recostarme contra la pared.
-Voy a casa de mis padres.
-¿Todas las navidades?
-Sí.
Asiente.
-Son fechas para pasar en familia, supongo.
-¿Qué harás tú? -quiero saber-
-Regreso a Londres, mañana cojo el avión. También pasaremos unos días con mi madre.
-¿Y tu padre?
Hace una mueca. Sé que entre él y su padre pasa algo, pero no me atrevo a preguntar directamente así que intento deducirlo con "desinteresadas" preguntas aisladas.
-Mi padre lleva años sin ir a Londres. Vive aquí.
-Ah.
Típico caso de padres divorciados: el niño se queda con la madre y pasa el resto de sus días odiando a su padre por lo que hizo, o lo que cree que hizo. Solo es una teoría, pero seguro que van por ahí los tiros.
-Bueno, creo que deberíamos entrar ya, alguien podría notar nuestra ausencia.
Me dirijo hacia la puerta de emergencia, entonces me acuerdo de que se ha cerrado y ahora no podemos entrar. ¡Mierda! tendremos que ir por la entrada principal.
Rodeo la terraza, él me sigue, aunque dos pasos por detrás. Bordeamos prácticamente toda la manzana hasta subir la amplia escalinata del hotel. Reaparecemos en la sala, prácticamente juntos, corro hacia la barra de bebidas y pido un Martini con limón suave.
Me lo bebo rápido, hablo un poco más con algunos compañeros y luego decido regresar a casa, pero antes cojo dos botellas de vino: la mía y la de Vanessa.