Capítulo 21
Giff y Ranald impartieron órdenes a sus hombres. Pronto, los dos barcos se alejaron, uno retrocediendo y el otro con los remos empujando hacia adelante. En pocos minutos, con la vela henchida, el Dragón de Las Islas se dirigía de regreso hacia el Inner Sound.
Cuando emergieron de Kyle Akin, el estrecho pasaje entre Loch Alsh y el Sound, Giff supo que los guardias de Duncraig lo verían, pero sin advertir que los estaban persiguiendo. Y cuando al fin lo notaran, ya sería demasiado tarde.
Quizá otros también lo verían; pero si Donald había enviado a por MacLennan de Duncraig, se estaba enfrentando también con otros nobles. En cualquier caso, nadie podía esperar que cualquier hombre de las Islas que no estuviera amenazado por el lord principal atacara o defendiera a alguien a quien él estuviera atacando.
—¿Donald nos persigue? —le preguntó Sidony.
Giff se sobresaltó.
—No lo sé —respondió, tratando de sonar convincente—. No lo creo. Ranald hará todo lo que pueda, y tiene mucha influencia sobre Donald. Creo que lo persuadirá de que no soy una amenaza, y nos dejarán ir en paz. Estoy más preocupado por Fife.
Sidony estaba mirando más allá, y de pronto su expresión cambió. Giff se dio la vuelta y vio dos barcos que salían de una ensenada de la parte más angosta del pasaje.
—¿Esos son los barcos de Fife, no es cierto? —señaló preocupada.
—Maldición —por primera vez desde sus días de entrenamiento sintió un escalofrío de miedo..., miedo por su esposa. Los barcos estaban demasiado cerca para que pudiera llevarla de regreso a Duncraig.
—Si Duncraig es inabordable...
—No hay tiempo para eso, cariño —la interrumpió él, tratando de sonar calmo.
—¿Ni siquiera para que nos escondamos todos dentro? Sé muy bien que quieres protegerme a mí y a tu carga, pero todos nosotros...
—Cuando he dicho que no había tiempo, me refería a todos nosotros. Recuerda que esos barcos son más ligeros que el nuestro y mucho más rápidos. Además, el viento nos llega de estribor, algo que también los favorece. Estarán sobre el Dragón antes de que podamos anclar en el muelle.
—Y entonces qué...
—Necesito pensar, no hablar —la interrumpió él—. Quiero que vayas a tu cabina con Jake y que atranques la puerta. Cuando empiece el combate, ambos os esconderéis en el agujero donde te encontré y cerraréis la trampilla. Os quedaréis allí hasta que yo vaya a buscaros.
—No, no pienso...
—Lo harás, o cuando esto se acabe, te juro que te enseñaré a obedecerme de una forma que no te gustará —amenazó en tono feroz, aterrorizado por las imágenes que se le cruzaban por la mente.
Sidony no dijo una palabra más y se marchó.
Aunque Giff no hubiera deseado otra cosa que llamarla, abrazarla, apretarla contra él y asegurarle que todo estaría bien, se limitó a verla partir. Entonces observó que Sidony llamaba a Jake para que se uniera a ella.
Satisfecho al pensar que estarían a salvo hasta que él hubiera ganado la batalla, y tratando de persuadirse de que ni Fife ni De Gredin —si por alguna circunstancia salían victoriosos— tendrían motivos para hacerles daño a ella o a Jake, impartió sus órdenes a Maxwell y a la tripulación.
—¿Qué diablos sucede? —preguntó Jake a Sidony cuando ella cerró la puerta de la cabina—. No quiero estar aquí. Quiero ver lo que ocurre afuera. Ya soy mayor para pelear, además, me necesitan —añadió después, orgulloso.
El niño apenas le llegaba al hombro de Sidony.
—Lo lamento, Jake —le dio unos golpecitos en la espalda—. Tienes razón, pero si empiezan a pelear, yo estaré aterrorizada. Y te necesitaré entonces. Sir Giff ha dicho muy amablemente que puedo quedarme contigo, porque hiciste un buen trabajo protegiéndome durante la tormenta. Pero si de todas maneras quieres ir y decirle que prefieres pelear, tú decide lo que te parezca mejor.
Jake perforaba la puerta con los ojos como si pudiera ver a través de ella. Luego se volvió hacia Sidony.
—Creo que me quedaré —resolvió en tono ligero—. Así vos no tendréis miedo por nada.
La joven sonrió agradecida, ahora restaba lo peor. Tomó aire e informó:
—Cuando empiece la lucha, debemos escondernos en ese pequeño agujero donde me encontrasteis.
Jake abrió grandes los ojos.
—¡Pero ahí abajo está lleno de fantasmas!
En realidad, ella también temía regresar a ese lugar asfixiante y oscuro.
—No necesitamos hacerlo hasta que empiece la batalla. Quizá la idea no nos resulte tan mala cuando llegue el momento.
—No lo creo —objetó Jake con firmeza, los ojos clavados en la trampilla. Luego, abruptamente, dirigió la vista hacia el ojo de buey, por encima de la mesa—. ¿Creéis que podré ver los barcos desde este agujero?
—No creo. Vienen de estribor. Además, si tu padre te descubre...
—No, porque estará concentrado en los barcos —rebatió el niño—. Pero uno de los remeros podría verme, supongo. Aunque...
Miró hacia el otro ojo de buey, como si planeara alguna estrategia.
La verdad es que ella también quería saber lo que estaba pasando. Lo lógico hubiera sido abrir la puerta de la cabina, pero no quería que Giff se enfadara con ellos, ni tampoco distraerlo de la batalla que se avecinaba, y menos aún cuando ya se hubiera desatado.
—¿Vos podríais mirar por aquél de ahí? —le preguntó Jake—. Sois más alta que yo.
Sidony abrió el postigo y lo aseguró en la pared.
—Puedo ver hacia adelante. Pero la visión es limitada.
—¿Y si me subís ahí arriba? Podría mirar hacia afuera si vos me sostenéis.
No estaba segura de que el estante fuese lo bastante fuerte. «¡Arriba los remos!», gritó de repente Giff mientras los otros mezclaban sus voces, irreconocibles. Al final, la curiosidad ganó a la precaución.
—Lo intentaré —aceptó ella entrelazando las manos—. Pero ten cuidado. Puede que sea demasiado débil para sostenerte.
Jake apoyó un pie en ese estribo improvisado. Cuando ella hizo fuerza para levantarlo, los gritos de afuera aumentaron y el barco entero se convirtió en mi cacofonía de ruidos y golpes, sacudiéndose con violencia.
Jake tenía la mano puesta en el aro del ojo de buey, así que cuando Sidony lo soltó para no darse de cabeza contra unas cajas, el niño cayó con soltura sorprendente sobre sus propios pies.
Al incorporarse, Sidony vio la proa de uno de los barcos que se acercaba y se apresuró a cerrar el postigo.
—¿Alguien te ha visto?
—No, y tampoco he visto a nadie —confesó él, indignado—. ¿Por qué me dejasteis caer así, como un costal de arena?
—Lo siento, no he podido evitarlo. No deben vernos, Jake. Sólo piensa, alguien podría usarnos para amenazar a Giff y lograr que entregue el barco.
—No lograréis que me meta en ese agujero, no, no, no, señor.
—Lo abriremos —propuso ella—. Y si cambiamos de idea, si alguien trata de tirar la puerta de un golpe...
Dejó que Jake imaginara el resto.
El niño asintió y fue a abrir la trampilla, cuando la batalla estalló como un volcán ahí afuera.
Hasta ese último momento, Giff había mantenido la esperanza de que Fife y De Gredin no se atreverían a atacarlo en las aguas de MacDonald. Pero los dos barcos habían flanqueado al Dragón y casi no les habían dado tiempo a los hombres a levantar los remos. Luego, usando ganchos especiales, habían empezado a acercar los barcos entre sí.
Los mejores guerreros de Giffard estaban ubicados en la proa, con las espadas en la mano. Cuando él desenvainó la suya propia, notó que los otros tenían arcos y flechas, piedras, cualquier cosa que se les hubiera ocurrido cargar a bordo y que les sirviera de arma. Pero a fin de cuentas, dependerían de las espadas y de la batalla cuerpo a cuerpo. Su tripulación obedecía a Sinclair, eran profesionales. Estaban tan bien entrenados como los suyos y como él mismo.
Con la espada en alto, se subió rápidamente a un banco y fue saltando hacia la popa donde había visto al barco insignia de los enemigos, buscando al conde o a De Gredin. Ya había abatido a tres de sus enemigos sin descubrir dónde estaban sus jefes.
Rob, el hombre más habilidoso con la espada que él conocía, había dicho alguna vez que el conde también era bueno, y Michael le había advertido que no subestimara al chevalier. Pero no había rastros de ellos por ningún lado. Se preguntó entonces si no estarían en el otro barco.
Los enemigos lo mantenían entretenido. Pero sus muchachos también hacían un buen trabajo. Hob Grant estaba peleando con dos del segundo barco y Wat Maxwell blandía su espada como un demonio. Sonrió ante la imagen, pensando en sus antiguos resquemores sobre la fidelidad del capitán.
Aunque los otros los superaban en número, los hombres de Giff tenían la ventaja de que la baranda del Dragón era tres veces más alta que la de los otros barcos. Mientras pudieran ir disminuyendo su número, tendrían alguna posibilidad de ganar.
Sentada en la cama inferior, cubriéndose las orejas y con el rostro hacia el suelo para calmarse los nervios, Sidony notó que Jake se había subido al estante y que estaba a medio camino, cruzando el ojo de buey.
Se puso de pie de un salto, lo atrapó y tiró de él.
Los ojos de Jake estaban iluminados de entusiasmo.
—Han estado luchando fieramente, milady, y casi logro tocar el palo de popa. ¡Debisteis haberlos visto!
—¿Alguien te vio a ti?
—No, estaban demasiado ocupados descuartizando hombres —comentó el niño.
—Jake, por favor, ahórrate los detalles escabrosos.
—Lo siento, milady. Volaban piedras y flechas, y pusieron los barcos juntos, lado a lado. Creo que con el otro barco han hecho lo mismo, y van saltando de un barco a otro.
—¿Has visto a Giff?
—Derrumbó a diez con un solo golpe de su espada.
—¿Diez?
—Quizá no tantos, bueno, pero una buena cantidad. Voy a mirar de nuevo... a menos que queráis mirar vos —añadió Jake, con generosidad algo forzada.
Sidony hubiera querido ver la batalla, pero sacudió la cabeza. Si el enemigo descubría a Jake, era difícil que hicieran algo, pero si la veían a ella... Cerró los ojos ante aquella idea.
Jake regresó al ojo de buey, sacó medio cuerpo afuera, pero regresó de inmediato.
—Milady, su señoría está ahí.
—¿Te refieres a lord Fife?
—Está echado, encogido junto a una de las cajas de proa del otro barco. Parece un niño escondido aguardando a su padre que ha ido a buscar el cinturón. Tiene los brazos sobre las orejas sólo que... creo que tiene las manos atadas.
Sidony había escuchado hablar de la cobardía de Fife en el agua, pero nunca que fuera un cobarde en la batalla, un mal estratega, sí, pero muy habilidoso con la espada.
—No podemos hacer nada para ayudarlo, Jake. Quizá deberías volver adentro.
—Casi puedo tocar el palo de popa de ellos. Si vos me sostenéis, puedo llegar hasta él. Seguro que puedo. Él fue amable conmigo. No quiero que los villanos lo maten.
—Te matarán a ti en su lugar. ¿No has pensado en eso?
—¡Pero nadie está mirando!, y tampoco les importará lo que haga yo. Está todo el mundo demasiado ocupado, salvándose el pellejo. ¡Iré a ayudarlo!
Jake se dio la vuelta y estaba a tres cuartos de camino cuando ella reaccionó y le sujetó una de las piernas. Él ya había logrado pasar la otra a través del ojo de buey.
El niño era bastante corpulento y si lo retenía, con la fuerza que él estaba haciendo, podría hacerle daño. Lo dejó ir y se subió al banco junto a la mesa, con la intención de ayudarlo a salir, pero no se atrevía asomar la cabeza. Sólo vio que se deslizaba hasta el palo de popa del otro barco y descendía al otro lado.
La joven todavía podía verle el torso.
En ese momento se dio la vuelta y señaló algo. Le tomó un momento interpretar lo que estaba diciendo. Se refería a la puerta de la cabina. No podría regresar de ninguna otra manera. Despareció segundos después, confiado en que ella lo ayudaría.
Fife nunca había sentido un terror semejante. Había sido ya bastante aterrador despertarse y descubrir que todos sus hombres estaban muertos, y entender que él mismo había caído en las garras de un maniático. Los hombres del chevalier no eran mortales, porque ningún ser mortal podría haber remado lo fuerte que habían remado ellos y seguir luchando ahora del modo en que lo hacían.
Echado a un costado del cajón de provisiones, desamparado, con el olor de un fuego recién apagado que le entraba por las narices, su última esperanza era hacerles creer que él era un muerto más en el caos que los envolvía.
—Milord, ¿estáis muerto o todavía respira?
La joven voz sonó a un lado de su cabeza. Fife bajó el brazo con que se tapaba la oreja y el ojo, y se encontró frente a frente con Jake Maxwell.
—¡Por todos los cielos! ¿Qué estás haciendo aquí, muchacho?
—Yo mismo os hubiera preguntado eso a vos, pero creo que será mejor salir de aquí antes que ponernos a cacarear como vecinas de pueblo —le sonrió pícaro, revelando su dentadura incompleta—. Cortaré las sogas con mi daga.
Fife no se lo discutió, al contrario, parecía una bendición del cielo.
Lo sorprendió que ninguno de los hombres, que con tanta fuerza luchaban a su alrededor, les prestase la más mínima atención a ninguno de los dos. Pero el niño parecía tan tranquilo como si estuviera en su cabaña a punto de recibir la cena.
—Listo. Ya podéis ir hasta el Reina Serpiente. Sólo tenéis que trepar a la baranda de este barco y pasar al otro sin problema. Creo que milady os dejará pasar a la cabina, y yo estaré con vos de inmediato.
Agachado, Fife se movió con presteza hacia la borda.
Subió a la baranda, se inclinó y se aferró al primer escalón de su querido barco. Luego hizo fuerza y pasó al otro lado.
Al ver al capitán Maxwell yaciendo cerca del timón, herido o muerto, dudó por un instante, pero luego se apresuró hacia la cabina y llamó a la puerta.
Apenas lo escuchó, Sidony quitó el cerrojo y abrió el pestillo.
—¿Dónde está Jake? —inquirió sin ninguna ceremonia.
—Pensé que venía justo detrás de mí. Su padre está herido allá junto al timón. No, no vayáis ahí afuera. Ya no podemos hacer nada. Nos arriesgaremos a que nos capturen.
—¡Pero Jake! —exclamó ella y trató de pasar, pero él se lo impidió.
—Vendrá si puede, es un muchacho muy valiente. No sé por qué se habrá retrasado. Nadie nos prestaba atención mientras me desataba.
Cuando dio un paso hacia adentro, Sidony aprovechó para escabullirse junto a él, disgustada por su presencia, pensando que si Maxwell estaba herido, Jake podría negarse a dejarlo solo.
Jake saltó del otro barco hacia el Dragón y se acercó corriendo, con ansiedad.
—¡Quédese adentro, milady! Sir Giff nos dará una paliza a ambos si nos descubre.
No había visto a su padre. Fife tenía razón, alguien podría capturarlos como rehenes, así que tomó al niño del brazo y entró con él de nuevo en la cabina.
—Te estaba buscando, niño malcriado. ¿Por qué has tardado tanto?
—Estaba tapando todo para que no notaran que su señoría ya no estaba.
—Echad el cerrojo a la puerta, muchacha —ordenó Fife desde la mesa.
Sidony le obedeció, pero sabía que no podía confiar en él, no importaba lo mal lo hubieran tratado.
—¿Cómo terminasteis atado así? —le preguntó cautamente.
—Mataron a todos mis hombres en la bahía de Wick después de que se hubieran hundido algunos de nuestros barcos. Debo deciros antes que nada que no tengo nada que ver con vuestro secuestro, milady. De Gredin sólo aprovechó la oportunidad para conseguir sus propios objetivos. Aunque me dijo que está al servicio del Papa, aparentemente sirve a otros intereses, mucho más viles.
—¿Os ha dicho que servía al Papa? —le preguntó ella, sorprendida pero todavía desconfiada.
—Sí, quiso aliarse conmigo para encontrar algo valioso que le pertenece a la Iglesia. Al principio, me mostré de acuerdo con ayudarlo, con la esperanza de encontrar también un objeto sagrado en el que yo estaba interesado.
—Entiendo —murmuró, creyendo que hablaba del tesoro templario, aunque se preguntó por qué lo había denominado «sagrado».
—Esos hombres son asesinos, lady Sidony. De Gredin aseguró que todos sus hombres morirían por él o por esa terrible organización. Pensé que yo era un hombre sin escrúpulos, pero éstos se llaman a sí mismos assassins.
—Nunca he escuchado esa palabra.
—Es una vieja palabra de las Cruzadas. Se refiere a un grupo formado para matar a los líderes de las tribus o Estados que no le agradaban a su jefe. Y como la única forma de matar a ese tipo de personas era morir en el intento, se les prometía, y se les promete aún, grandes recompensas en el cielo, incluso sólo por intentarlo. No les importará si eres una muchacha o si yo soy un conde. Pero en este momento, yo debería estar allí afuera con la espada en la mano.
—No digáis tonterías. Los dos bandos os tendrían por un enemigo.
—¿Me estabais buscando, Monsieur?
Giff escapó a un golpe feroz antes de descubrir a De Gredin detrás de él. El hombre se le había acercado sigilosamente, aprovechando el momento en que MacLennan despachaba a un oponente, para atacarlo.
—Deberíais haberme matado sin avisarme primero —siseó Giff, y dio un salto a un costado y le devolvió el ataque.
De Gredin fue a su encuentro con su arma, con suficiente fuerza para hacer que la espada de Giff retrocediera.
—Ah, pero eso no sería tan entretenido, ¿no es cierto?
Un grito desde la proa levantó otros gritos alrededor.
—¡Se acercan unos barcos, sir! —escuchó Giff, y entre otras, la voz de Hob.
De Gredin se distrajo y Giff aprovechó el momento: deslizó la espada por debajo de la mano del otro y le arrancó el arma, que cayó al mar.
—¡Rendíos! —le espetó.
Pero el hombre saltó sobre él. Giffard, todavía con la espada en la mano, alzó ambos brazos y arrojó al chevalier al mar.
A su alrededor, todo el mundo observaba los barcos que se acercaban desde Kyle Akin. Uno estaba bastante más adelantado que el resto. Giff aguzó la vista y trató de distinguir el estandarte, con la esperanza de que fuera Ranald, y no más problemas.
El estandarte era blanco. La divisa era roja, un corazón con un clavo en medio.
Era el estandarte MacLennan. Su padre había llegado.
Sidony escuchó los gritos, pero no pudo distinguir las palabras.
Fife, todavía tratando de recobrarse de sus malas experiencias, estaba sentado en uno de los bancos, con los antebrazos apoyados sobre la mesa, contemplando, al parecer, sus manos cruzadas.
Jake se subió al otro banco y sacó la cabeza por el ojo de buey.
—¿Así fue como el niño me encontró? —le preguntó Fife a Sidony.
—Sí.
Luego, al percibir que no lo estaba tratando con el respeto que correspondía a su rango, agregó: «Milord».
Él le sonrió con ironía.
—Mis enemigos considerarán este viaje horrible como una lección bastante saludable para mí. No os culparía si pensarais como ellos.
Sidony creyó conveniente no responder a eso.
—Llegan unos barcos, ¡cientos de barcos! —anunció el pequeño capitán.
—¿Cientos? —preguntó Sidony, dudosa.
—Pues..., muchos más de los que he visto en mi vida.
—Debe de ser Donald —conjeturó el conde—. De Gredin no querrá encontrárselo con sólo dos barcos. Los otros que traía se hundieron o se averiaron con la tormenta.
—Pero el primero trae un estandarte como el nuestro, el que le dio su mamá a sir Giff —señaló Jake—. Y están pescando del agua uno por uno a los que nos atacaban.
Sidony dudó con la mano en el cerrojo.
—Están pescando a uno del agua —el niño relataba los acontecimientos vívidamente—, ah, es el hombre que vino con vos al puerto ese día, milord.
—De Gredin —gruñó Fife—. Espero que se ahogue.
—Bueno, puede que se haya ahogado —chistó Jake—. Lo estaban izando al barco donde había venido, y ahora separan ese barco del nuestro. Creo que se marcharán tan rápido como una lagartija.
Unos fuertes golpes en la puerta hicieron que Sidony diera un salto. Se apresuró a abrir y se encontró con su esposo al otro lado. Él la abrazó con fuerza.
—Has abierto muy rápido para alguien que estaba escondido en un agujero —le murmuró él en la oreja.
—Me declaro culpable, sir —sonrió ruborizada—. Dime, querido, ese barco con el estandarte MacLennan ¿es tu padre?
—Creo que vienen todos los hombres de las Islas, pero sí, mi padre está a la cabeza de ellos. ¿Qué diablos está haciendo él aquí? —dijo Giff.
Empujó a Sidony hacia un lado y se enfrentó con Fife, que se había puesto de pie.
—Pax, MacLennan —dijo el conde, tendiéndole la mano—. Aunque todavía no lo sabes, te debo gratitud por rescatarme de las garras de De Gredin. Si Jake Maxwell no me hubiera liberado, todavía estaría amarrado en el barco.
—Más tarde me contaréis la historia completa —dijo Giff, con una mirada primero a Jake y otra a Sidony, que no presagiaba nada bueno para ninguno de los dos—. Pero ahora, milord, si realmente quereis expresar vuedtra gratitud, os pediré que me acompañéis hacia la popa. Por aquí, y de prisa, por favor.
Fife lo siguió, intrigado. Sidony y Jake fueron tras ellos. Comprobó que los dos barcos que flanqueaban el Dragón se habían retirado. El que estaba a babor parecía estar en serias dificultades, pues tenía muchas grietas y sus hombres gritaban pidiendo auxilio. Pero el barco que conducía De Gredin izó velas y pasó de largo ignorando sus ruegos.
—Rescata a todos los hombres que puedas —le gritó a Hob—. ¿Adónde creéis que vais vosotros dos? —dijo a Jake y a Sidony.
—Contigo —respondió ella con firmeza.
—Sí —dijo Jake en el mismo tono.
Giff dudó y luego dijo, con un gesto:
—Jake, tu padre está herido. Alguien lo está atendiendo...
El niño no le dio tiempo a que agregara nada más, salió corriendo como una liebre.
—Ven, cariño —le tendió la mano—. Milord, yo soy Giffard MacLennan, y ésta es mi esposa, la hija de Macleod de Glenelg.
—Sé quién sois, sir Giffard. ¿Adónde me lleváis?
—A ver lo que creo que habéis estado buscando —respondió Giff.
Sidony casi lanza un grito de sorpresa, pero los siguió en silencio hacia la bodega de popa, hacia el cajón que a ella le había causado tanto interés la noche anterior.
Giff les ordenó a los dos hombres que abrieran la bodega.
—Bien. Nos pueden ver tan bien desde la flotilla de Donald como desde el barco de De Gredin. Milord, me gustaría que me ayudéis con esto.
—¿Qué es lo que pretendéis? —inquirió preocupado.
—Arrojarlo al mar —declaró Giff—. Ha cumplido su cometido, y ahora yo estoy casado, y no quiero que el mundo entero me persiga para ver qué llevo en este barco.
—Pero...
—Tú —señaló a uno de sus hombres—. Abre el cajón para que su señoría pueda ver por sí mismo el contenido.
El hombre abrió la tapa del cajón con una barra.
Sidony, que ya se mordía la lengua, contuvo ahora la respiración.
—¡Por Dios! ¡Son sólo escombros! —exclamó Fife.
—Y pienso arrojarlos al mar. ¿Tenéis alguna objeción?
Sidony exhaló, agradecida de no haber abierto la boca para protestar.
—Ninguna. ¿Pero dónde está...?
—Éste es el único gran cajón a bordo —aclaró Giff—. Tiene mi palabra de que es la única carga que podría interesarle, pero puede revisar el barco si lo deseáis. Quiero acabar con esta farsa aquí y ahora. ¿Me ayudaréis?
—Entonces era todo una artimaña —resopló Fife, frunciendo el ceño.
—Llamadlo como prefirais. Me han dicho que vos y vuestros hombres han empleado la mayor parte del año pasado molestando a bastante gente. ¿Acaso os sorprende que alguno de ellos haya querido vengarse de esta forma?
Ante la visible confusión del conde, Giff prosiguió su explicación:
—Gracias a que vos me perseguisteis, Donald se ha interesado mucho por mi carga...
—¡Y nosotros que pensábamos que vos se lo llevabais a Donald!
—Nunca tuve esa intención —confesó, divertido—. Pero como él supo que vos me seguíais, quiso averiguar lo que llevábamos. Pero yo me di a la fuga apenas lo divise en el horizonte, así que ahora debe creer lo mismo que alguna vez pensó usted. De modo que si me ayuda a tirarlo al mar, ya no tendrá motivos para andar tras nosotros. Además, De Gredin creerá que lo hago para fastidiarlo a él.
—Os ayudaré —resolvió Fife, las sienes le latían—. Quizá De Gredin regrese y trate de sacarlo del mar. Si sus hombres quieren morir sirviéndolo, que Donald los cuelgue a todos.
Sidony escuchó todo en silencio, pero ahora entendía por qué Giff había apartado a Jake. El muchacho no hubiera podido contener la lengua al ver esa pila de escombros en el cajón.
—Abrid esa compuerta —indicó Giff al hombre que había retirado la tapa—. Ya están lo bastante cerca para distinguir qué es lo que cae.
Unos minutos después echaron el cajón al fondo del mar, luego salieron y cerraron la bodega de popa.
Ya en la cubierta, Giff felicitó a Fife por su Reina:
—Es un barco muy bonito, milord. Supongo que querréis recobrarlo.
Fife hizo una mueca.
—Debería colgaros por haberlo robado, pero, la verdad es que no quiero pasar más tiempo en el agua de lo que me requiera regresar a casa. Además, como he dicho antes, tengo una deuda de gratitud hacia vos. Acaso vos, Donald y yo podamos llegar a un acuerdo, para que lo mantengas aquí en las Islas sirviendo a Escocia.
—Suena justo —coincidió Giff.
En ese momento MacLennan abordó el Dragón.
—¿Conocéis a mi padre, milord?
MacLennan se adelantó para tomar la mano que Giff le había tendido. Luego, lo abrazó fuerte.
—Oh, muchacho —exclamó el hombre—, casi me muero al verte con el estandarte.
—Yo también me sorprendí al veros, sir, liderando a los otros. Pensé que no...
—Sé muy bien lo que pensaste, porque tu madre me lo había dicho una y otra vez, y creo que ambos hemos sido unos tontos.
—No se puede modificar el pasado —repuso, mortificado.
—Pero tenemos el futuro por delante, hijo mío. Cuánto me arrepiento por el tiempo perdido. Tú no eras más que un niño y yo debí entenderlo mejor. Pero cuando Ranald me informó que estabas aquí para rescatar a su señoría...
—¡Rescatarme! —exclamó Fife—. ¿Sabíais que De Gredin me tenía prisionero?
—Me lo imaginé —respondió Giff, cauteloso, y con mucho tacto evitó aclarar que nunca había tenido la intención de rescatarlo.
—Sabía que vos no estabais a cargo de vuestro barco, y habíamos visto al chevalier a su lado. Logan de Lestalric y los Sinclair ya habían tenido malas experiencias con él, y podíamos imaginarnos bastante bien que era capaz de haberle tendido una trampa.
—Ya veo —suspiró Fife—. No me gusta actuar apresuradamente. Como mencionó que estaba al servicio del Papa, creí que tenía buenos motivos para cumplir su promesa. Ahora he empezado a dudar de que siquiera haya tenido algún vínculo con Su Santidad.
—Quizá nunca conozcamos la verdad —dijo Giff.
Los barcos de la flotilla del lord de las Islas los habían rodeado. Tardaron bastante en rescatar a las víctimas que habían caído al agua y que gritaban pidiendo auxilio.
—¡Mirad eso! —gritó Jake desde el timón, señalando una nube negra hacia el norte—. Los villanos deben de haber hecho una fogata.
—Parece un incendio.
—Sí, pero el fuego en un barco es muy peligroso dice mi pa'.
—Será un gran tramo para nadar hasta la costa. El estrecho tiene como siete millas de ancho a esa altura, y están justo en el medio.
El rostro de Fife se había endurecido.
—Sir Giffard, este muchacho me ha salvado la vida. Una vez me dijo que le gustaría ser capitán de barco algún día. Si vos os ocupáis de entrenarlo, el Reina Serpiente será vuestro.
Jake abrió los ojos como platos.
—¿De veras, señor? —no cabía en sí de la alegría.
—De veras —sonrió el conde—. Eres un buen muchacho y te mereces una buena recompensa.
—Pero yo...
Sidony dio a Jake una palmada en el hombro.
—Recuerda tus modales, Jake. Dale las gracias a su señoría, y vayamos a ver cómo está tu padre.
—Milord, se acerca el bote de Donald —informó Giff—. Estoy seguro de que preferiréis ir con él. Le daremos nuestros prisioneros también, y él hará lo que le parezca con los supervivientes del incendio, si es que queda alguno.
—Dudo que quede alguien. De Gredin los hizo esforzarse tanto para llegar hasta aquí, que no entiendo cómo pudieron pelear como lo hicieron. Y luego salir remando a esa velocidad... No creo que les quede mucha fuerza, no importa lo bien entrenados que estén.
El conde partió de inmediato a saludar a su sobrino. Giff se entretuvo la hora siguiente en pasar a Donald los prisioneros y arreglar los últimos detalles para ponerse en marcha. Finalmente, se reunió con el pequeño grupo junto al timón. Maxwell estaba sentado, con la cabeza y un brazo vendados, pero no se veía muy mal.
—Decidme ahora, muchacho, cómo comenzó ese fuego —le preguntó Giffard a Jake, cuando estuvieron solos.
Jake se encogió de hombros y con un aire de inocencia dijo:
—Mi pa' hubiera dicho que fue pura inconsciencia.
—¿Y cómo lo llamaría yo? —le preguntó Giff muy serio.
Para su sorpresa, el niño lo miró entusiasmado.
—Ah, sí, ésa me la sé. Vos diríais que fue encontrar brasas encendidas al lado de una caja llena de estopa en el momento justo para hacer lo que era necesario hacer.
Cuando Sidony se echó a reír, Giff la abrazó por los hombros.
—Ven conmigo, cariño.
Ignorando la risa de Maxwell y el desconcierto de Jake, Giff la condujo hasta la cabina, cerró la puerta y, sonriendo, la tomó entre sus brazos.
—Esto sí que es aprovechar el momento —murmuró con voz ronca, disfrutando de la forma en que ella se pegaba a su cuerpo y sabiendo que la amaría para siempre.