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Capítulo 3

Giff observó cómo las dos mujeres subían con prisa. Esperaba que Sidony se volviera una última vez y lo mirara, antes de desaparecer. A medias escuchó que Hugo mandaba a un criado a por un refrigerio. Luego, a excepción del roce de las faldas de las hermanas y sus leves pasos en los peldaños, el silencio reinó entre ellos, hasta que Hugo se aclaró la garganta.

Giff conocía la falta de paciencia de su antiguo compañero de armas; sin embargo, se tomó unos minutos antes de hablar.

—Vamos a la sala, caballeros. Estoy ansioso por saber qué aventuras nos esperan.

Notó que los otros intercambiaban miradas cómplices. Nada de eso sorprendió a Giff. Rob y Hugo eran bastante mayores que él, al igual que Michael, y ya estaban bien instalados en Dunclathy en la época en que él se había mudado al castillo para recibir su instrucción como caballero. Siempre se habían considerado superiores, y aunque rápidamente él había demostrado su valentía y habilidad como caballero, aquella antigua sensación de superioridad todavía estaba en el aire.

Tomó entonces la iniciativa.

—Lamento la muerte de tu padre y tu hermano, Rob. Te has convertido ahora en el Logan de Lestalric, ¿no es cierto?

—Así es. Y si vienes de Galloway, sin duda traes una buena cantidad de noticias de nuestros parientes de allí, ¿no?

—En efecto —concedió Giff, recordando que ese caballo bestial que lo había llevado hasta Edimburgo pertenecía a esos parientes—. Pero quizá no sea este el momento...

—Éste es el momento —lo interrumpió Hugo— en que quiero saber cómo te encontraste con Sidony. Supongo que no estarás acosando a mujeres jóvenes por los bosques.

—Peor que eso —respondió Giff con una sonrisa—. Al parecer he estado acosando a pescadores. La escuché silbar en el bosque de la abadía y simplemente seguí la música.

La mirada sombría de Hugo le hizo pensar que no debía mencionar el beso que había robado a la muchacha.

—Lo más seguro es que asustaras a la pobre muchacha —aseveró Hugo.

—La sorprendí —admitió Giff—, pero no creo haberla aterrorizado con mi presencia. Tiene un temperamento fuerte la señorita.

—¿De veras? ¿Y por qué estabas tú merodeando por los bosques de la abadía?

—¿Has visto muchas rutas libres? —le retrucó Giff—. Lleno de carros y ovejas por todos lados, balando y arrastrándose de un lugar a otro. Además, el caballo que me prestaron no parece simpatizar con las ovejas.

Rob rió con ganas.

—Es cierto que cada tanto traen complicaciones. Pero tengo que lograr que la lana llegue a los barcos de alguna manera, así que hay que convivir con los carros. Una buena porción de la costa de Leith Harbor me pertenece. Hasta les he permitido instalar resguardos contra la lluvia cuando vienen, y algunos pastores, sobre todo los que tienen sólo uno o dos carros, llevan las ovejas incluso hasta Lestalric antes de esquilarlas.

—Eso explica por qué vi la misma proporción de animales esquilados y sin esquilar —señaló Giff.

La expresión de Hugo delataba que no tenía el menor interés en las ovejas. Estudió entonces a Giff con mayor atención.

—¿Qué es esa marca en tu rostro?

Giff se tapó la mejilla izquierda con una mano, como si tuviera once años. Reprimió la urgencia de dar un paso atrás.

—Quita la mano de ahí —ordenó Hugo, mirándolo con mayor atención—. ¡Por Dios! Parece una marca de escamas de pescado.

Hugo echó un vistazo a Rob, que estaba mordiéndose el labio, tratando de controlarse.

—¿Algo de todo esto te parece divertido, milord?

—Si —reconoció Rob, imperturbable.

—En sólo dos días he hecho todo el viaje de Galloway hasta aquí —prosiguió Giff, con la esperanza de distraerlos a ambos—. Así que, Hugo, deberás perdonarme si no huelo...

Se detuvo cuando Hugo le puso un dedo en la mejilla, frotó con fuerza, luego llevó el dedo hasta su nariz e inspiró.

—Así que ese salmón no era sólo para la cena. ¿Qué hiciste para merecer que te golpearan con un pescado, Giffard?

—¡Por Dios! ¿Qué te hace pensar que hice algo?

—Os conozco a ti y a las hermanas Macleod —le respondió Hugo—. Deberías saber que tengo el honor de estar casado con la más temperamental de todas. Reconozco que mi Sorcha no dudaría un segundo en golpear a un hombre que la acosara, pero me sorprende saber que Sidony haya reaccionado así.

—Me temo que la confundí con una criada. Y cuando dejé entrever mi error, me dio un «salmonazo». ¿Podemos sentarnos, Hugo? Apenas si he dormido en estos últimos dos días.

—Mantente lejos de ella, Giff —lo reconvino Hugo—. Las hermanas Macleod merecen un esposo acorde con su alcurnia. Su padre y sus cuñados le buscarán a alguien rico, estable y de confianza, no a un granuja incorregible, cuya frase favorita es «no te preocupes».

—Muy bien, así lo haré —bufó—. Tampoco tenía la intención de tomar esposa, aunque fuera de tanta alcurnia. Pero con respecto a los MacLennan, ya sabes que su divisa es «mientras respire, tengo esperanza».

Hugo se encogió de hombros.

—Es lo mismo.

—Bien, me imagino que no me has mandado llamar para discutir sobre divisas —respondió Giff, mirando a Rob—. Veo que guardas silencio, sir, pero que muestras cierta diversión. ¿No tienes nada que decir al respecto?

Rob sonrió vagamente.

—Confío en que Hugo te comentará todo lo necesario, y por mi experiencia, las hermanas Macleod pueden cuidarse solas.

—¡No me digas que te has casado con una de ellas!

—Con lady Adela.

Giff sacudió la cabeza.

—Espero que ninguna de esas mujeres esté relacionada con el motivo por el que me habéis mandado llamar.

—Te hemos llamado porque hay una misión peligrosa, ideal para tu espíritu intrépido —explicó Hugo sin rodeos—. Espero que tengas éxito en ésta también, toda Escocia sufrirá el daño durante años, si fallas.

—Estoy intrigado —Giff echó mano de una silla, aunque Hugo no le había dado permiso para sentarse— ¿De que se trata este asunto de tanta importancia?

El criado entró con los refrigerios.

—Ten paciencia —pidió Hugo.

El muchacho sirvió a cada uno una jarra de cerveza.

—Su señoría les envía también unos trozos de queso para que acompañen la cerveza, milord, la cena estará lista en una hora, habrá cordero asado y salmón.

—Dile a lady Isobel que no tardaremos —declaró Hugo y esperó a que la puerta se cerrara tras el criado.

—Muy bien, comencemos entonces. Primero necesito confirmar que todavía tienes una flota poderosa bajo tu mando.

—Claro que sí, aunque no creo que te sirva mucho por aquí, puesto que está anclada en el oeste.

Por sus expresiones sombrías, Giff advirtió que había dicho algo que ellos no esperaban escuchar.

 

 

—Lo primero que debes hacer es quitarte ese horrible vestido —señaló Isobel, estudiando a Sidony de pies a cabeza, cuando entraron a la habitación que lady Clendenen disponía para las hermanas Macleod cuando más de una iba a visitarla—. ¿Dónde está el que traías puesto el día que llegaste aquí?

—No hay ninguna necesidad de que me ponga ése ahora —objetó Sidony mientras desataba el lazo de seda de la túnica azul—. Con todas las visitas que he hecho este año, tengo vestidos desparramados por tres castillos, tanto aquí como en la mansión Sinclair. Sólo he usado éste para jugar con el pequeño William Robert. Todavía tengo otro en ese baúl, más apropiado para llevar en una cena con caballeros.

—Entonces tenemos que sacarlo de ahí de inmediato, seguro que necesitará algún arreglo —respondió Isobel, ya en marcha. Tomó el delicado vestido de seda amarilla, y contempló a su hermana con un brillo en los ojos—. No necesitará demasiado arreglo. Y bien, ¿vas a hablarme de él?

Sidony sintió cómo se le encendían las mejillas al recordar lo que había pasado en el bosque de la abadía. Se levantó la falda para poder desatar el lazo de la cintura.

—¿No deberíamos llamar primero a una criada, para que nos traiga agua caliente?

—No, no deberíamos —negó Isobel—. Quiero la historia completa, todos los deliciosos detalles, y sé que no dirás una palabra enfrente de la criada. Así que puedes usar el agua fría de la jarra para acicalarte, yo me ocuparé de tu vestido. ¿Dónde están el cepillo y el peine que hay siempre sobre esta mesa?

Resignada, Sidony se quitó el vestido y se quedó sólo la camisola. Isobel sacudía el canesú que combinaba con el traje amarillo.

—Creo que en esa caja también hay una camisola limpia —dijo Sidony.

—Es más, creo que alguna de las criadas debe de haber aireado esto más temprano. Todo parece listo, de modo que no hay motivo para seguir retrasando la historia. ¿Cómo fue que te encontraste con él?

Sin escapatoria, Sidony le contó todo, pero obvió los detalles deliciosos, dejó de lado el intento de Giff de besarla y el golpe que ella le había dado con el salmón. Los ojos de Isobel se aguzaron cuando Sidony se sonrojó al explicarle que él había querido montarla sobre su caballo de regreso a la mansión Clendenen.

Sólo tuvo un segundo para pensarlo, antes de que Isobel tomara la palabra.

—No estás contándome todo lo que pasó, Siddie. ¿Qué piensas de él? Es muy atractivo, ¿no? Pero no tan apuesto como Michael —agregó luego, como prueba de fidelidad a su esposo, aunque también con cierta melancolía.

Sidony comprendió de inmediato el motivo.

—Volverá pronto, Isobel.

—No lo suficiente. Y sólo lo hará porque sabe que viajaré a las Tierras Altas con o sin él para la boda.

—Lo cierto es que no deberías viajar sola en tu estado.

—Él piensa lo mismo, y no puedo culparlo. Es cierto que devuelvo todo lo que desayuno cada mañana, aunque no esté navegando entre las olas. Pero eso pasará pronto, y de todas formas Michael seguirá tratando de impedirme que vaya a la boda de nuestro padre.

—Quizá tenga razón —comentó Sidony, con la esperanza de que el tema distrajera a su hermana del asunto de sir Giffard MacLennan.

—Ya me las arreglaré con mi esposo —respondió Isobel, con seguridad—. Pero no quiero hablar de él en este momento. Todavía no me has dicho lo que piensas de sir Giffard.

Sidony estaba de espaldas echando agua en la jofaina. Se tomó un momento para embeber un paño, tratando de pensar en lo que debía decir.

—¿Y bien? —insistió Isobel—. Por lo que he podido ver, tiene una bonita sonrisa. También parece tener sentido del humor, y está claro que no le teme a Hugo.

—No puedo decidir lo que pienso de él —admitió Sidony sin darse vuelta. Le resultaba más fácil pensar cuando no veía las reacciones de su hermana—. Pero si no le teme a Hugo, seguramente es porque no lo conoce muy bien.

—¡Qué dices! ¿Tú sí le temes?

—No, pero no es lo mismo. Hugo a veces se enfada tanto como para atemorizar a cualquiera. De hecho, el día que lo vi por primera vez, me aterrorizó. Pero cuando empecé a conocerlo, comprendí que podía confiar en él. Sus hombres le temen cuando se enfada. Y aunque no ansío hablar con él antes de la cena, no tengo miedo de que descargue su ira sobre mí. Espero que sir Giffard no siga molestándolo con nada más hasta que llegue ese momento.

—Te mereces cualquier cosa que te diga —comentó Isobel con calma—. No sabes las ideas que se me pasaron por la cabeza en cuanto supe que te habías ido y que nadie sabía dónde estabas. Pero dejaré que Hugo hable sobre el tema contigo. No necesitas escucharlo dos veces. ¿Es cierto que tomaste prestada una caña de pescar del jardinero?

—¿Cómo te enteraste? —preguntó sorprendida, ahora sí, de frente a su hermana. Para su alivio, no parecía querer aleccionarla por el asunto.

—Te oí cuando le decías al criado que se la devolviera —confesó Isobel—. Estaba en el rellano justo antes de bajar y encontrarme contigo.

—Escuchando a escondidas —la amonestó Sidony, con bastante buen criterio—. Sabes que no deberías hacerlo.

—Ya casi no lo hago. En verdad, me levanté tan rápido al oír que Rob le gritaba a Hugo que habías regresado, que me sentí mareada y esperé un minuto prudencial antes de bajar las escaleras.

—¿Qué más escuchaste? —quiso saber la joven, desconfiando de su hermana.

—No mucho —se encogió de hombros—. Cariño, no debes seguir tratando de cambiar de tema. Quiero saber qué opinas de Giff MacLennan —insistió incansable.

—Por favor, no deberías llamarlo Giff, ni siquiera delante de mí —observó Sidony.

«En especial delante de mí», añadió para sí misma.

—¡Bueno! —exclamó Isobel—. ¿O sea que tú quieres llamarlo así pero te culpas porque no deberías? Entonces eso indica...

—¡No indica nada! —se apresuró a decir Sidony, nerviosa por el acoso de su hermana.

Se lavó el rostro con rapidez, dobló el paño sobre la mesa y se volvió, para hablar con mayor tranquilidad.

—Si estás preguntándome si me agrada o si lo estoy considerando como un posible esposo, debes quitarte esa idea de inmediato de la cabeza. Sé que todo el mundo se pregunta cuándo me casaré, pero sir Giffard se parece demasiado a Hector o a Hugo como para siquiera considerarlo. Hombres feroces.

—¿A qué te refieres con feroces? —inquirió Isobel dubitativa—. ¿Ya te las has arreglado para hacerlo rabiar?

—No —respondió Sidony, reprimiendo el recuerdo de los ojos de Giff cuando ella lo golpeó—. ¿Cómo podría haber enfadado a alguien tan poco tiempo después de conocerlo?

—Sí, ¿cómo? —dijo Isobel con mirada más inquisitiva—. Cariño, no sabes mentir muy bien. Deberías practicar más si pretendes hacerlo a menudo.

—No tenemos mucho tiempo. Hugo no dejará esperando a lady Clendenen por la cena —le recordó, huyendo abruptamente del tema—. ¿Vas a ayudarme con ese vestido?

—Lo hiciste enfadar —concluyó Isobel, con gesto de satisfacción mientras le tendía a su hermana la nueva camisola y luego la falda. Después añadió—: Date la vuelta, yo lo abrocharé.

—De veras, hermana, espero que no me molestes preguntándome sobre él —rogó Sidony—. Cuando dije que se parecía a Hector y a Hugo, me refería a que espera que el mundo entero obedezca sus órdenes de inmediato. No quiero un hombre así para mí, siempre esperando que ponga un pie detrás del otro tal como él me lo ordena.

—¿Es eso lo que crees?

—En efecto. Pese a que me negué a subir al caballo para regresar a la mansión Clendenen, me montó de todas formas.

—Es un hombre fuerte —comentó Isobel, con un tono pícaro.

—No se necesitan grandes músculos para dominarme —protestó Sidony.

Isobel rió.

—Me refería al tipo de fuerza que se necesita para hacer valer nuestras opiniones.

—Yo la llamaría una determinación obstinada en hacer las cosas como se le antojan.

—¿Y qué hiciste tú?

—Pasé las piernas al otro lado y desmonté, por supuesto.

Los ojos de Isobel brillaron de satisfacción.

—¿Así fue cómo lo enfureciste?

—No, no fue eso.

—Pero sí lo enfureciste.

—Sí, al principio, pero no voy a decirte nada más al respecto.

Isobel no insistió más y concentró su atención en abrochar los pequeños botones del canesú de seda que Sidony se había puesto. Pero el silencio no tranquilizó a su hermana. Isobel era la más curiosa de las Macleod y no se detendría hasta averiguar lo que se proponía.

Decidió entonces hablar por sí misma, antes de que continuara interrogándola.

—Es interesante, y me gusta cuando sonríe. En realidad, lo consideraría como marido, si se pareciera más a Michael o a Rob.

—Pues en mi opinión, hasta el momento no habías considerado a nadie para el matrimonio —observó Isobel—. Es bueno que Ealga no siga insistiendo en casarnos a todas antes de que ella lo haga con nuestro padre.

—Ciertamente —coincidió la joven—. Temía que papá me arreglara un matrimonio horrible sólo para librarse de mí, pero desde la boda de Adela, ni él ni su señoría parecen preocupados al respecto.

—Porque Adela representaba el verdadero obstáculo —comentó Isobel—. Tú no tienes una naturaleza fuerte para interferir en los asuntos de otra mujer, pero ella sí.

—Entiendo que Ealga no haya querido competir con otra mujer para administrar su propia casa. Adela hubiera seguido haciendo sugerencias, o hasta tomando decisiones.

—Fue mejor para ambas lo que al fin resultó —reconoció Isobel—. Dame ese cepillo, y le demostraremos a sir Giffard cuan bonita puedes ser.

—¡Isobel! —protestó Sidony—. No digas esas cosas. Además, él volverá pronto al oeste.

—Lo dudo. Después de todo, Michael y Hugo lo mandaron a buscar.

—¿De veras? Eso no me lo había dicho. Sólo comentó que había venido a ver a Hugo —añadió, perturbada por las nuevas emociones que la invadían.

No tuvo tiempo de estudiarlas en silencio, porque la risa de Isobel la distrajo; además, su hermana la obligó a sentarse en una silla y a dejarse cepillar el cabello.

 

 

Giff mantenía una expresión adusta, mientras esperaba que Hugo o Rob le explicasen para qué querían sus barcos. Pero, al parecer, preferían lanzarse miradas cómplices entre ellos que contestarle. Parecía que podían leerse la mente sin decir palabra.

—¿Qué diablos he dicho? —los cuestionó—. Deberíais saber que ni siquiera traería conmigo el Doncella de los Mares, cuando os anuncié que estaría aquí en dos días, partiendo desde Galloway. El barco más rápido con el viento a su favor no podría dar la vuelta por el norte de Escocia y bajar hasta el estuario de Forth en menos de dos semanas. Y tampoco tomaría la ruta del sur, no soy tan tonto como para provocar a los ingleses en sus propias aguas.

—Pero esperábamos que hubieras tenido cerca al menos uno o dos barcos —declaró Hugo.

—Los Sinclair tienen la mayor flota de barcos de Escocia, Hugo. ¿Por qué no utilizar los barcos de su familia?

—Porque Escocia está exportando su lana, así que todos los barcos de Sinclair han zarpado.

—Y aunque pudieras usar alguno, tendríamos que disfrazarlo de alguna manera —intervino Rob.

—¿Por qué? —les cuestionó Giff, y luego continuó, con cierto aire de resignación—. Supongo que podría enviar un mensajero a Galloway con órdenes para mis hombres. No les llevaría más de tres semanas llegar hasta aquí con una buena flotilla desde las Islas, pero la gente de esta zona lo tomará como una señal peligrosa. Según lo que veo, el plan no es urgente, así que con tres semanas tendremos tiempo de arreglar los últimos detalles, ¿no es así?

—¡Por Dios! —exclamó Hugo, como despertando de su letargo—. No me digas que le has tomado el gusto a planificar, muchacho. Dudo que hayas seguido un plan en tu vida, ni cuando te hayan ordenado hacerlo.

—Eso demuestra cuán poco me conoces —respondió Giff ofendido—. Puedo asegurarte que soy muy obediente al servicio de Douglas, que debe de ser en este momento el hombre más poderoso de Escocia, incluyendo al rey y Fife, su ambicioso hijo. De hecho, con la mayoría de los hombres de Douglas tengo...

—De acuerdo —lo interrumpió Hugo—. Ya he escuchado tus excusas. Cuando el capitán de un barco asegura que un cambio de tiempo lo obligó a actuar de una manera distinta a las órdenes que ha recibido, es una simple excusa, aunque el enemigo termine actuando de una manera imprevista.

—¿Es lo que crees que hago?

—Sé que es lo que haces —afirmó Hugo. Luego sacudió la cabeza—. De todas maneras, no me importa lo que hagas si al final obtienes la victoria.

—Todo lo que hago es tomar decisiones sin perder tiempo en considerar lo que opinarían otros hombres —aclaró Giff—. Ésa es mi estrategia, ¿sabes?, soy capaz de tomar una decisión rápida y llevarla adelante antes de que sea demasiado tarde. Y eso es exactamente lo que necesitas, ¿no es así? Alguien que pueda actuar rápido.

La misión lo intrigaba y no quería hacer enfadar a Hugo, pero tampoco quería recibir una lección de mando. Sus hazañas hablaban por sí solas.

Hugo intercambió otra mirada con Rob.

—Sí, eso es lo que necesitamos. Sin embargo, no hay tiempo para esperar la flota, ni siquiera a un barco. En esta última parte del año Fife ha estado bastante ocupado en la frontera. Esperábamos que se distrajera lo suficiente como para darnos más tiempo, pero ha regresado antes de lo previsto.

—Es posible que Fife sea astuto, pero no sabe nada de estrategia ni de tácticas de guerra —opinó Giff—, además no puede pensar bajo presión, por eso los fronterizos pronto se lo quitaron de encima. Ninguno de nosotros se sorprendió demasiado cuando anunció que se iba justo cuando los ingleses empezaron a mover el ejército hacia el norte.

—¿No siguen ocupados con la rebelión en el sur? —preguntó Rob.

—Sí, pero se ha extendido hacia el norte —informó Giff—. Nos estamos apartando del tema. Habladme de esta misión que os traéis entre manos.

—Lo primero que debes saber es que es concerniente a los templarios —dijo Hugo, misterioso—. Confío en que recuerdes que tus obligaciones para con la Orden superan todas las otras que tengas.

—Por supuesto —dijo Giff, más intrigado que nunca.

—En los últimos dos años, han ocurrido cosas graves —continuó Hugo—. Como sabes, los templarios ya no se encargan de proteger objetos valiosos pertenecientes a jefes de Estado o a hombres de mucho poder.

—Incluyendo el tesoro de los mismos templarios que desapareció del templo de París hace ya casi tres cuartos de siglo.

Todos los caballeros templarios sabían de esa gran pérdida, que ocurrió cuando el rey Felipe IV de Francia, muy endeudado con los templarios, decidió buscar el tesoro en lugar de pagar las grandes sumas que debía. Con ese fin, primero concibió la idea de destruir la buena reputación de la Orden con mentiras y acusaciones de herejía. En octubre de 1307, arrasó el templo de París y arrestó a cuantos templarios encontró en Francia, incluyendo al maestre de la Orden. Sin embargo, el asalto al templo no resultó como esperaba: sus hombres encontraron el tesoro vacío y la mayoría de los miembros habían escapado. Incluso la gran flota, anclada en La Rochelle, había desaparecido con ellos.

—Todos sabemos que los templarios escoceses nunca se desperdigaron —comentó Giff, pensativo—, porque el Papa había excomulgado a Bruce el año anterior, y cuando fueron declarados herejes al año siguiente. Bruce ignoró el edicto. Además, necesitaba a los templarios para que lo ayudaran a liberar Escocia. Pero muchas personas de por aquí todavía piensan que los caballeros templarios son un mito —añadió—. De hecho, la mayoría de los templarios no sabe si el tesoro existe en verdad.

—Nuestra Orden guarda muy bien sus secretos —comentó Rob.

—Y debe continuar haciéndolo —sentenció Hugo—. Esto no tiene nada que ver con el tesoro de París, Giff. El objeto del que estamos hablando nunca salió de Escocia. Bruce mismo fue quien se lo confió a dos de nuestros hombres.

Hugo dudó y luego habló con cierta resistencia.

—Fife cree que ese objeto se halla junto al resto del tesoro templario. También sospecha que la familia Sinclair sabe del paradero del tesoro.

—¿Y es cierto?

—Eso no importa ya. No necesitamos discutirlo ahora. Lo importante es que Fife está dispuesto a hacer cualquier cosa para encontrarlo. Tiene la esperanza de dominar Escocia si lo logra, y ha concentrado su búsqueda en un lugar crítico. Hay que mover el objeto tan rápido como se pueda para evitar que sea descubierto.

—¡Por Dios, hombre! ¿Qué es ese objeto tan preciado?

—El más sagrado de Escocia —replicó Hugo sin alterar la voz.

—Pues debe ser el segundo más sagrado. El más importante para los escoceses está fuera de Escocia —protestó Giff—. Los ingleses lo robaron hace casi un siglo.

—¿De veras?

Giff sintió un escalofrío por la espalda. Lo invadió una sensación de esperanza tan fuerte que habló con el lenguaje de su juventud, el gaélico de las Tierras Altas y las Islas.

—La Lia Fail —murmuró.

—Así es —ratificó Hugo—. La...

Hugo se detuvo. Giff escuchó los leves golpecitos que lo habían perturbado y pudo reconocer el origen. Una de las mujeres bajaba las escaleras.

—Hablaremos más después de la cena —resolvió Hugo, y mientras se acercaba a la puerta añadió—: Estoy seguro de que aprovecharás con gusto el tiempo para refrescarte un poco antes de cenar.

Abrió la puerta. Dio un paso atrás.

—Entra, jovencita.

Giff clavó los ojos en Sidony, vestida de oro pálido. Entró en la habitación con la cabeza en alto e hizo una pequeña reverencia.

Ella era un tesoro en persona, pensó Giff al verla, como una exquisita estatua de oro que hubiera tomado vida.