Capítulo 13
Giff sintió como si Hugo hubiera vuelto a noquearlo, igual que aquella vez.
Apenas si podía respirar, pero luchó para controlar la ira, mientras Hugo subía a la embarcación y lo apartaba de los demás. Aunque no había pensado en la muchacha desde su salida de Lestalric, comprendió que su olvido se debía a que la creía segura en su casa. Sintió como si Fife le hubiera quitado algo que le pertenecía.
—Hemos organizado un grupo de hombres para dar con ella —le contó Hugo—. Todavía no sabemos mucho hasta ahora. Al parecer, ella y Ealga salieron a encontrarse con la comitiva de Isabella, y el viaje les llevó más tiempo de lo esperado.
—¿Quién la dejó ir? —preguntó apretando los puños.
—Dividimos la comitiva de la condesa. Un grupo tomó el camino junto al río. El otro, con el resto de los carros y carretas, tomó el camino sobre la cañada. Tal como habíamos esperado, Fife separó las fuerzas y siguió a ambos grupos. Queríamos que él trajera consigo la mayor parte de sus hombres cuando saliera en busca de la condesa.
—Así que estaba bien informado. ¿Identificaron a su espía en Roslin?
—Sospechábamos de Rolf Stow y de otros dos, de modo que les dimos a los tres una pequeña pero precisa información. Stow era el único que sabía que Isabella atravesaría la cañada. Y Fife la detuvo en persona.
—Bien. ¿Y qué haremos con Stow?
—Todavía nada —respondió Hugo con una sonrisa—. Nos conviene más si seguimos haciéndole creer que está seguro, especialmente ahora que tienen a Sidony.
—No me has dicho todavía cómo la capturaron.
—Por el peso del carro, el ritmo de Isabella fue más lento del que habíamos calculado —Hugo hizo una mueca—. Lo agregamos a la comitiva para dar motivos a Fife para que hurgase entre las pertenencias de ella, pero como Ealga y Sidony no la encontraron donde creían, empezaron a preocuparse.
—Entonces la muchacha siguió adelante sola para ver dónde estaban.
—No del todo sola. Se llevó a dos hombres armados consigo. Los encontramos anoche en la pendiente este de la colina... muertos.
Giff se estremeció, pero su voz se mantuvo tranquila.
—Así que no fue Fife mismo quien la capturó. No si estaba ocupado husmeando el carro de Isabella.
—Exacto. De Gredin la capturó.
—Es el chevalier que pasó este último año en Girnigoe, con Henry, ¿no es cierto? El sujeto al que Rob detesta.
—Ninguno de nosotros le tiene simpatía —respondió Hugo—. Pertenece a un grupo similar al de una Cruzada Santa en pos de recuperar el tesoro para la Iglesia romana. Sus guerreros son tan hábiles como cualquiera de los formados en Dunclathy, y uno de ellos, Waldron de Edgelaw, murió el año pasado en su segundo intento por hacerse del tesoro. Todos creímos que De Gredin era un pálido reflejo de Waldron, pero nos equivocamos.
—Si raptó a lady Sidony, es tan villano como cualquier otro rufián —siseó Giff.
—Un rufián inteligente —añadió Hugo—. Debe de haberle hecho una oferta irresistible al conde para que lo acepte, porque Fife no tolera a los traidores. Creemos que De Gredin sobrevive hasta ahora porque lo ha persuadido de que el Papa lo apoyará en su pretensión a la corona. Sin embargo, De Gredin no es digno de ninguna confianza, y menos aún de la de Fife.
—Supongo entonces que el objeto que buscaba Fife estaba en otro lado —Giff quiso conocer todos los detalles.
—Se dirige hacia aquí, en un gran carromato, bajo una montaña de lana, en un convoy con otros carros similares. Aunque los hombres de Fife revisaron todos los carros de la ruta a Leith, no prestaron atención a ninguno que viniera hacia Portobello, porque no hay barcos mercantes que puedan anclar aquí. Y como creía que lo transportaríamos por la cañada de Roslin, envió a muchos de sus hombres para que lo ayudasen.
—¿Cómo la moviste de su lugar?
—También bajo una pila de lana, transportada por varios pastores en fardos enormes y asegurada con dos palos. Ese tipo de transporte pesa en general doscientas cincuenta libras, ciento cincuenta menos que nuestra carga, pero nuestros muchachos son fuertes y sólo tenían que llevarla unos metros antes de ponerla sobre el carro. Ahora está lista para ser cargada.
—Pero, Hugo, primero tenemos que encontrar a lady Sidony.
—Tú no, muchacho. No puedes retrasarte. Por eso no te he preguntado por qué demonios habías robado este barco y cómo diablos te las arreglaste para conseguirlo.
Giff hizo una mueca.
—Creo que Fife se encargó del capitán holandés, el barco desapareció sin previo aviso. Necesitaba otro —se encogió de hombros.
Hugo rió entre dientes.
—Estoy seguro de que tienes mucho más que contar. Ya habrá tiempo para historias de aventuras. Ahora dime cómo haremos para cargar nuestro cajón. Es muy pesado.
Maxwell les aseguró que las poleas y las cuerdas de la popa, utilizadas en general para levantar las cargas desde el muelle, servirían para levantar una caja de un bote. «Si los hombres pueden sostener la caja desde abajo mientras maniobramos, podremos cargarla», había afirmado el capitán.
—Milord Fife requirió especialmente esa entrada de carga —dijo después—. Cargamos varias veces provisiones en el puerto, y las cuerdas y poleas han demostrado trabajar muy bien.
Y así ocurrió esta vez. En pocas horas, la pesada caja fue embarcada sin problemas. Cuarenta y ocho remeros de Sinclair habían subido al barco con su equipamiento y sus armas. Hugo estaba listo para reencontrarse con Rob en el bote y regresar a la costa de Lestalric.
—¿Tienes lo suficiente para el viaje?
—En realidad, no lo sé —admitió Giff—. El capitán dijo que los hombres de Fife habían cargado provisiones y equipos, y dado que el barco requiere una tripulación de cuarenta o más, supongo que tendremos comida, no sólo carne salada y agua. Además, deberemos detenernos en las islas y salir a cazar.
Hugo cogió un paquete de considerables dimensiones, que Rob le tendía desde el bote, y se lo dio a Giff.
—Michael y Rob pensaron que te gustaría llevar bandera nórdica, y un estandarte Sinclair que la acompañe. Además, han inventado un nuevo nombre para tu barco, para sustituir al de Reina Serpiente.
—Espero que no lo hayan bautizado El maldito Renacuajo o algo así.
—No. Para que coincida con la bandera nórdica, ahora es el Dragón de Las Islas.
—Ha sido una buena idea, se la agradezco, pero me hubiera gustado que me trajeran un poco más de licor. Le di a Maxwell todo el que tenía.
—Haces bien en confiar en él —opinó Hugo.
Giff asintió con cierta expresión adusta.
—Si descubro que me traiciona, lo colgaré. Pero me dio su palabra, y parece un hombre de honor.
Hugo le estrechó la mano.
—El destino de Escocia viaja contigo ahora, ten mucho cuidado. Puedes estar seguro de que te toparás con tormentas, de una u otra forma.
—Pero ya sabes cómo me llaman —le recordó Giffard, y luego habló con seriedad—. Encuéntrala, Hugo.
Pronto estuvieron en camino, y Giff aprovechó la primera oportunidad para hablar con Maxwell.
—Ahora que Fife no necesitará la cabina de popa, pienso quedármela. Vos mantendréis al muchacho con vos, claro.
—Gracias, sir. Lo he enviado abajo para que ayude a los hombres con los equipos. Aunque sea un barco de gran tamaño, no hay mucho espacio para que un adulto se mueva ahí abajo sin darse la cabeza con los travesaños.
—Aseguraos de que mantengan las armas, los escudos y cualquier otro equipamiento que puedan necesitar en los espacios entre los bancos, como si estuvieran en una galera de guerra —ordenó Giff—. Vos seréis el capitán, pero debéis considerarme el dueño de la nave. Dirigid el curso hacia el norte, pero manténgase lejos de la costa por un tiempo. Y si tenéis alguna idea de cómo alterar el aspecto de este barco, acepto sugerencias.
—De modo que estamos esperando que nos persigan.
—Fife nos estará pisando los talones tan pronto como pueda, y bien furioso. Busca algo que cree que poseemos. Y moverá cielo y tierra para encontrarlo.
—¿Algo relacionado con la caja en la bodega, quizá? —insinuó el capitán.
—No puedo deciros nada excepto que es algo que la familia Sinclair custodia hace tiempo.
—¿Me diréis hacia dónde nos dirigimos, al menos? —le preguntó Maxwell.
—A la bahía de Sinclair, en Caithness.
Maxwell asintió y fue al timón para dar las órdenes correspondientes.
Habían navegando bastante cuando Giff vio al joven Jake saltar de la escotilla de popa, pálido. Recorrió el barco con la vista hasta encontrar a Giff cerca del mástil, ocupado dando indicaciones a sus hombres. El muchacho corrió hasta él y se le plantó enfrente.
—¡Ya le había dicho que había fantasmas abajo!
Giff reprimió la risa.
—Pensé que podías reconocer los ruidos normales de un barco a esta altura —le respondió.
—Y así es —dijo Jake, indignado—. Hace ya dos años que navego en barco, desde que murió mi ma'. Sé que el viento sopla y ulula, pero no sabía que también podía dar puñetazos bajo la cubierta.
—Quizá se te escaparon una o dos ratas —apostó Giff.
—Entonces —comentó Jake, abriendo los ojos como platos—, ¡debe ser una rata enorme!
—¿Exactamente dónde escuchaste los golpes?
—En la popa —señaló Jake, asintiendo—. Creo que el fantasma está en el compartimento debajo de la cabina de milord. Pero mi pa' me dice que ya no voy a ir más a esa cabina. Ni tampoco quiero, no, señor, no, no, ni loco.
—Muéstramelo —pidió Giff.
Recordó entonces la trampilla que Maxwell le había señalado cerca de la cabina de popa. Sin duda, Fife quería mantener sus provisiones personales bien cerca. «Qué glorioso sería encontrar una botella de whisky o un barril de vino en el escondite», suspiró MacLennan.
Sidony se despertó dolorida, tenía todos los músculos entumecidos. Hasta ahora no había reconocido ninguna de las voces masculinas. Para su sorpresa, había descubierto que estaba en un barco o una galera, pero como creía que De Gredin la había embarcado en la nave de Fife, tenía miedo de llamar la tendón y pedir ayuda.
Sin embargo, estaba hambrienta, aunque todavía se sentía descompuesta por la horrible pócima que el chevalier le había hecho tragar, pero su preocupación más urgente era no morir asfixiada.
Trató de gritar, pero tenía la garganta demasiado seca. Así que se puso a golpear uno de los lados de su prisión con los puños. No ocurrió nada. Luego le llegó el ruido de una tapa metálica que se movía. Se abrió el compartimento y la luz recortó una figura oscura que sostenía la tapa.
—¡Por todos los diablos! ¿Qué rayos estás haciendo tú aquí?
El enfado en ese tono familiar la impresionó, pero ya nada le importaba.
—Por favor —rogó con un hilo de voz—, regáñame más tarde, pero ahora sácame de aquí...
—¡Jake! ¡Trae agua, de inmediato! —el niño salió corriendo.
Luego, unas manos fuertes y cálidas la tomaron por debajo de las axilas y la sacaron de allí. Para su sorpresa, cuando él la sentó en un camastro y empezó a desatarle las manos y los pies, descubrió que no había estado en una caja, sino debajo del suelo de la cabina, en una especie de sótano minúsculo.
Giff la hizo sentarse y la tomó de los brazos.
—¿Cómo diablos te metiste ahí dentro?
La joven prorrumpió en llanto por el dolor y la frustración de no poder levantarse.
—No creo que pueda.
—Deja que te ayude —dijo él, con voz calma, casi tierna.
No tenía opción; las manos le dolían de golpear, y sentía pinchazos en los pies si trataba de incorporarse. Sidony apretó los dientes y aceptó que él la ayudara.
—Aquí está, señor —Jake le tendió el jarro tímidamente.
—Bebe esto, te sentará bien.
En silencio, ella bebió apenas un sorbo y se atragantó. Entonces, Giff la ayudó con ternura. Mientras lo hacía, ella observó una pequeña mesa en un rincón, con un postigo recogido a un lado y asegurado a la pared.
Giff la llevó hasta el camastro y luego se inclinó para masajearle el tobillo derecho. Sus manos eran cálidas; pero su mirada, severa.
—Hugo y Rob creen que estás en poder de Fife.
—Eso es lo que estuvo a punto de pasar, creo.
Se fijó que había otra puerta cerrada, cerca de la pared opuesta.
—¿Podemos hablar tranquilos aquí o alguien puede escucharnos?
—No a través de esas portillas, que dan sólo al agua. Supongo que alguien podría tenderse sobre la cabina en la cubierta, pero cualquiera que pase le dará un puntapié por holgazanear. Así que dime cómo has llegado hasta aquí.
Sidony le contó lo sucedido y se sorprendió de que Giff supiera que De Gredin la había raptado.
—Pero le dijo a sus hombres que avisaran a Fife —explicó ella—. Dijo que el conde me interrogaría. Con respecto a cómo llegué hasta aquí —añadió—, no tengo la menor idea. Me forzó a beber una cosa horrible que me durmió, y cuando me desperté, estaba en uno de los establos de Leith Harbor, creo. Y cuando me dio a beber otra vez esa horrible poción, me pareció que me quería subir a uno de los barcos de Fife. No sé cómo he acabado en uno de los tuyos.
—Éste es el barco de Fife —aclaró, enfadado.
—¿Y entonces cómo te enteraste de que yo estaba aquí?
Giff apretó la mandíbula, quería estrangular a Fife por el solo hecho de haberla capturado. Pero la idea de que Sidony había estado semidesmayada debajo del suelo mientras él charlaba jocosamente con Maxwell lo enfurecía aún más. ¿Qué hubiera pasado si se hubiera sofocado o si De Gredin la hubiese envenenado con su pócima?
Sí no hubiera tenido un aspecto tan frágil, la habría sacudido o besado o dado un escarmiento.
—No sabía que tú estabas en este barco y bien hubiera podido escoger cualquier otro. De hecho, en este momento estarías conversando con Fife, no conmigo. ¿Tienes alguna idea de por qué te raptó?
Al escuchar aquel tono, Sidony se estremeció. Pero mantuvo la calma.
—Tal vez intuya que tú sabes algo del tesoro.
La penumbra le daba un aspecto fantasmal, tenía la ropa sucia y el cabello enmarañado. Pero sólo estar junto a ella lo excitaba. Sacudió la cabeza, tratando de resistirse a sus encantos, al menos para demostrarle qué poca inteligencia había demostrado al exponerse a semejantes peligros.
—Fue una tontería alejarte tanto de la ciudad —la regañó— y haber dejado sola a lady Clendenen.
—¡No la dejé sola! Me llevé a dos hombres conmigo, y ella se quedó con cuatro.
—¡Dos hombres! ¿Cuántos tenía De Gredin?
—No los conté, capitán —respondió con sarcasmo.
—No te pases de lista conmigo, muchachita, has puesto en peligro nuestra misión. ¿Qué es lo que crees que ocurrió con tus dos hombres?
Sidony sintió un escalofrío.
—No... no lo sé. No tuvieron oportunidad de luchar, se fueron con los hombres de De Gredin, en dirección a la comitiva de Isabella. Seguramente no les hicieron daño, porque los hombres de Hugo estaban junto a los carros.
Giff había suavizado su expresión, pero volvió a endurecerse cuando escuchó esto último. Se puso de pie y empezó a sermonearla de la misma forma en que hubiera hecho Hugo de haber estado allí. Le apenaba que Giff hubiera dejado de masajearle los tobillos.
Con irritación cada vez mayor, descubrió que MacLennan era igual que Hugo y sus hermanas: pensaba que podía regañarla en cualquier momento en que ella hiciera algo que él desaprobara.
Cuando escuchó lo suficiente, lo interrumpió.
—¿Intentas decirme que has robado este barco?
—Fue una suerte para ti que lo haya hecho —le espetó él y siguió regañándola.
Pero Sidony no podía permitirle que continuara, quería saber algo más.
—¿Y qué harás conmigo?
Giff se cortó; parecía más sombrío que nunca.
—No puedes llevarme de vuelta a la costa —repuso orgullosa—, porque Fife ya debe de estar buscándote. Así que dime, ¿cuánto tiempo nos llevará llegar al lugar adonde te diriges?
—Unas ocho horas.
—¡Por Dios! ¿Hace tanto que zarpamos ya? ¿Dónde estamos en este momento?
—Supongo que en algún lugar cerca de la entrada del estuario oeste de la isla de May.
—Entonces debes de estar loco, sir, si planeas desembarcarme en medio de las tierras del conde.
—Estaba pensando en St. Andrews. Hay una buena bahía allí, y...
—Pero St. Andrews pertenece al territorio de Fife —protestó ella.
—Que el cielo me proteja de las mujeres instruidas —se quejó él—. Aunque así sea, también es donde habita el obispo de St. Andrews. Él se ocupará de que regreses a salvo a Edimburgo. En cualquier caso, no puedes venir conmigo. Recuerda que Lestalric dijo que primero deberías casarte.
—No hablaba en serio —hizo un ademán despectivo.
—Por Dios, muchacha, estás a bordo de un barco con cincuenta hombres más que dispuestos. ¿Tienes alguna idea de lo que puede ser la vida a bordo en una embarcación así?
Ella se encogió de hombros.
—No puede ser muy distinta de la vida en cualquier otra galera. Ya he viajado alguna vez, sir.
—Sí, a la isla de Mull a visitar a tu hermana.
—Y a la isla de Eigg para ver coronar a Donald como el segundo lord de las Islas —apuntó la joven con dignidad—. Y a otros lugares también.
—¿Y cuánto tiempo has estado en un bote en cualquiera de tus viajes?
—Eso no tiene importancia.
—Apostaría a que no has pasado siquiera una noche a bordo.
—Pero Isobel sí lo ha hecho —añadió con torpeza, ese dato no la ayudaría mucho.
—Pero Isobel se casó con Michael, ¿no es cierto?
Sidony recurrió entonces a su última carta.
—Pero tú no quieres casarte conmigo, ni yo tampoco.
—Y es exactamente por eso que te estoy llevando a St. Andrews.
—No he comido nada desde ayer —comentó ella entonces, sonrojada—. Si has terminado con tus críticas y rechazos, ¿crees que podremos encontrar algo para comer?
Giff asintió, convencido de que había ganado la batalla.
—Encontraré algo para ti, pero quédate donde estás. No quiero que andes paseando delante de todos esos hombres. Deberías agradecerme que te lleve al obispado. —Y añadió—: Al menos, para que pueda conseguirte otra ropa. Estarías harta de este traje de montar para cuando llegásemos a Girnigoe, te lo aseguro.
Fife había partido a toda velocidad hacia el puerto de Leith. Ahora, de pie sobre los guijarros de la costa, observaba con detenimiento el lugar vacío donde había estado anclado su amado barco. Se había puesto furioso desde el momento en que lo despertaron para darle la noticia, pero ahora la ira lo había dejado sin palabras.
A su lado. De Gredin permanecía en silencio.
Fife lo miró con disgusto y luego se dio vuelta para asegurarse de que su escolta habitual no estaba cerca para que no pudiera oírlos.
—Me gustaría confiar en ti. Pero después de tu traición del año pasado en Hawthornden y tu huida hacia Orkney...
De Gredin lo interrumpió enseguida.
—Acepto la culpa de un grosero acto de insubordinación, milord, cuando vos quisisteis matar a Lestalric. Pero, milord, comprenderéis que actué de tal forma porque vos habíais permitido, en ese momento, que una cierta animosidad nublara vuestro juicio siempre tan sensato.
Fife lanzó un gruñido. No estaba de acuerdo, pero no era momento para ponerse a roer ese duro hueso.
—¿Y cómo justificáis vuestra huida hacia el norte con Henry Sinclair?
—Sin duda, un error, pero si me permitís una pequeña confesión, temía que vos planearais matarme por mi insubordinación y creí que sería más seguro para mí estar en Girnigoe. También esperaba tener una oportunidad para explorar las islas de Orkney.
—Donde habéis dicho que no encontrasteis nada.
—Sólo el terreno donde Henry planea construir su castillo. Pero Henry y Lestalric son sólo dos de los muchos que pueden saber dónde está el tesoro.
—Exacto —Fife golpeó la mesa.
—El asesinato de Lestalric sólo hubiera conseguido enfadar al rey, arriesgando así su confianza habitual en vos, además de enfadar a los amigos de Lestalric. Los Sinclair y los Douglas son dos de las familias más poderosas de Escocia, milord.
—Los Estuardo tienen el trono y por eso son los más poderosos de todos —objetó.
—El nombre Estuardo todavía no tiene mucha fama, y si vuestros nobles se vuelven contra vos, el Parlamento hará lo mismo. Milord es un hombre astuto, confío en que sabéis cuáles serían las consecuencias. Mis jefes también entenderán su aprieto.
—¿Jefes? El Papa es sólo un hombre —rebatió Fife, mirándolo fijamente.
De Gredin se encogió de hombros.
—Así es, milord, de modo que muy pocas veces hablo con él. Su Santidad se rodea de ministros y consejeros al igual que el rey —el chevalier comprobó complacido el cambio de actitud de su contrincante. Aprovechó ese momento distendido para asestar una última flecha—. Hay que admirar a MacLennan, ¿no es cierto?
—¿Admirarlo?
—Claro, sólo él puede robar un barco de esa envergadura. Cuando uno no puede llegar a la victoria, lo mejor es minar la del enemigo, ¿no os parece? Y eso es lo que ha hecho él llevándose el barco.
—No estoy de acuerdo —respondió Fife, reprimiendo otro ataque de furia—. Al robarme, ha cometido un delito en contra de la corona. Y lo colgaré por eso.
—Desde luego, sir. Pero primero tenemos que atraparlo, ¿no?
—Antes debo encontrar otro barco —le recordó.
—Debemos zarpar de inmediato, milord. Ambos creemos que los Sinclair están moviendo una parte del tesoro, pero MacLennan no puede haber cargado nada en el puerto sin haber llamado la atención. Hasta vuestros distraídos lacayos hubieran notado si MacLennan movía el Reina Serpiente hasta el muelle.
—Deben de haber cargado en otro sitio —masculló Fife—. ¿Sabéis dónde pueden haberlo hecho sin grandes complicaciones?
—Eso no importa ahora —respondió De Gredin—. El holandés nos comentó que MacLennan pretendía ir hacia el norte, y ya tenemos un barco. En realidad, tenemos dos grandes barcos, aquí mismo en el puerto, para nosotros.