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Capítulo 9

Trató de concentrarse en su trabajo de costura, pero unos vagos y persistentes pensamientos hicieron que se pinchara dos veces el pulgar, de modo que lo dejó a un lado.

Dejó la puerta un poco abierta y verificó repetidamente que su cabello estuviera en orden, y que el delicado velo de seda blanco se hallara en su lugar. Esperó hasta escuchar las voces de sus hermanas, «¡date prisa, Siddie!». Cuando bajó, sir Giffard MacLennan entraba en el salón en ese preciso instante.

Sidony se detuvo en el último peldaño y tomó aire antes de acercarse al huésped que cruzaba en ese momento el umbral.

—Bienvenido, sir —lo saludó Isobel con una sonrisa—. Me alegro de que nos honréis con vuestra presencia. Espero que vuestra búsqueda haya resultado exitosa.

—Completamente exitosa, milady, os lo agradezco —respondió él.

Apenas la miró un segundo, para detenerse luego en la belleza escocesa de pie junto a la escalera. Entonces sonrió complacido.

—Confío en que mis criados os hayan dado un buen almuerzo —dijo Adela.

—Por desgracia, milady, mis asuntos me retrasaron tanto que no pude almorzar en Lestalric.

—Oh, querido, ¡entonces debéis de estar desfalleciendo de hambre!

—Nada de eso —replicó, divertido—. He compartido el almuerzo con una persona muy peculiar.

—¿Peculiar? —preguntaron al unísono Isobel y Sidony.

—Nos lo contaréis una vez que nos hayamos sentado —resolvió Adela.

Nadie se atrevió a discutir con ella. Ella y Rob habían convertido el castillo de Lestalric, olvidado y derruido por tanto tiempo, en un hogar muy acogedor, tanto que la mayoría de los miembros de la nobleza de Escocia clamaban por ser invitados a sus cenas.

—¿Has dicho que Rob regresaría para la cena? —preguntó Sidony, pensando justamente en esas celebraciones.

—Me prometió que lo haría. Pero tiene que partir de nuevo el miércoles para formar parte de la comitiva de Isabella.

—Sentaos en el lugar de Michael, Giff —dijo Isobel indicando la cabecera de la mesa.

Bendijeron los alimentos, e Isobel hizo un gesto para que los criados comenzaran a servir.

—Bien, Giff, contadnos vuestra historia.

MacLennan demostró ser un buen narrador y las hizo reír más de una vez durante el relato.

—¿Y qué pasó cuando os encontrasteis con el padre de Jake? —preguntó Sidony.

—El capitán Wat Maxwell es un buen hombre, creo. Jake me presentó con mucha pompa, pero como no sabía mi nombre, porque no se le había ocurrido preguntármelo antes, tuve que completar la presentación. Me sorprendió descubrir que el capitán Maxwell había escuchado sobre mí.

—¿Y qué os pareció el barco del conde Fife? —preguntó Isobel.

Sidony notó que Giff la escudriñaba como si sospechara algo.

—Es un buen barco. Es tan maniobrable como una galera, a pesar de ser más pesado. Además, tiene espacio suficiente para carga, como los barcos mercantiles. Y con respecto a Maxwell, diría que sabe muy bien lo que hace.

Esta vez fueron Isobel y Adela las que intercambiaron miradas.

Sidony estaba a punto de preguntar qué diablos le ocultaban, cuando percibió la mirada penetrante de Giff.

—¿Por qué os atacaron esos dos hombres, sir? —lo sorprendió de repente.

Giff se encogió de hombros.

—Seguramente me tomaron por una presa fácil.

Que alguien pudiera considerarlo víctima indefensa, con aquella espada que llevaba colgando sobre la espalda era ridículo. Además, Giff caminaba como si el mundo le perteneciera, aunque no llevase la espada consigo.

—Quizá alguien los mandó a vigilaros —comentó Isobel.

—¿Pero por qué? —preguntó Sidony.

—Diablos, no lo sé —respondió Giff, y luego añadió con remordimiento—: Disculpad mis modales bruscos, milady. Me gustaría repararlo. Hace una tarde soleada. ¿Me haréis el honor de dar un paseo conmigo por el jardín un poco más tarde?

Sidony miró a Isobel, quien asintió.

—Me encantaría, sir —aceptó la joven—. Pero me gustaría más que respondierais a mis preguntas.

Antes de que su hermana cometiera más faltas de decoro, Adela se apresuró a preguntar por las novedades que traía de las actividades de los ingleses en las tierras fronterizas.

—Rob ha escuchado que Fife planea algo contra Douglas. Las noticias llegan desde los monasterios, en los carros de lana —comentó lady Lestalric.

—Podéis estar seguro de que pronto lo sabrá toda Escocia —añadió Isobel—. Seguramente, el señor de las Islas se enterará.

—¿Cómo es posible?

Sidony lo miró sorprendida.

—Sir, deberíais saber que en las Islas nos enteramos de todo. Nuestra hermana Cristina se casó con el almirante en jefe del señor de las Islas, el hombre mejor informado de toda Escocia.

—Así es —coincidió Isobel—. Lachlan Lubanach tiene informantes en todas partes. Muy poco de lo que ocurre en Escocia se le escapa.

Conversaron animadamente hasta que acabaron la cena. Giff se levantó de la mesa entonces y preguntó:

—¿Deseáis coger un abrigo, lady Sidony?

Sidony no quiso ponerse ningún abrigo, a pesar de que su vestido era de una tela liviana. Giff la condujo entonces hasta el jardín. Cuando pasaban junto a sus hermanas, lady Adela le murmuró:

—Manteneos cerca, sir.

Él le sonrió.

—No tengo ninguna intención de alejarme, milady. Pero si deseáis regresar a Lestalric de inmediato, sólo tenéis que decirlo y partiremos enseguida.

—No —respondió ella con una mirada amable hacia Sidony—. No tengo ninguna prisa.

Una vez fuera, Giff la tomó del brazo y la condujo a un sendero más apartado. Había varias ventanas de la casa que daban al jardín.

—Estás muy callada —comentó.

—Estoy cansada.

—Si deseas regresar, yo...

—Estoy cansada de que me oculten todo. ¿Cuál es el secreto que compartes con Isobel y Adela? —le preguntó la joven directamente.

—¿Qué es lo que te hace pensar que compartimos algún secreto?

—No soy tonta. La forma en que miraste a Isobel cuando te preguntó si habías tenido éxito en tu día. Y después, cuando quiso saber qué tal era el barco de Fife.

—Eres una buena observadora.

—También noté cómo reaccionaron cuando mencionaste al capitán Maxwell —continuó—. Me sentí una niña en medio de una conversación de adultos.

—Eso no fue nada amable de nuestra parte —admitió él.

Posó su mano sobre el hombro, deteniéndola en medio del sendero.

—Veo que no tienes ningún pescado en la mano esta vez, pero...

Al fin, Sidony sonrió.

—¿Me vas a decir lo que os traéis entre manos? ¿O no confías en mí?

—Por Dios, muchacha, ¿cómo podría saber si eres de confianza si apenas te conozco?

Giff notó que ella se ponía rígida.

—La verdad es que ya sabes bastante del asunto —añadió rápidamente.

—¿Qué es lo que sé?

—Que busco un barco para viajar al oeste.

Sidony lo miraba tan intensamente que Giff deseó devorar esos labios carnosos.

—Ya veo —dijo ella—. ¿Pero por qué debería importarle a Isobel lo que pensabas del capitán de Fife?

Sus ansias de callarla con un beso se redoblaron, pero el instinto le indicó que si convertía en un gran misterio la cuestión, sólo acabaría alimentando la curiosidad de Sidony.

—Lo que sea que Fife esté buscando me imagino que se relacionará con lo que tú y los demás encontrasteis en la cañada, ¡es eso lo que intentas transportar a Girnigoe o a algún lugar más lejos en tu viaje al oeste, sir Giffard?

Una gota de sudor se deslizó por la sien de Giff, esa jovencita tenía una mayor perspicacia que cualquier caballero templario. Luchó por idear una respuesta convincente que la desviara de sus acertadas suposiciones, pero su curiosidad lo traicionó:

—¿Y todas estas conjeturas tuyas también te revelan qué podría ser ese objeto?

—Supongo que será parte del tesoro.

Mientras él luchaba para ocultar su impresión, lady Macleod prosiguió.

—Algo que perturba al conde —se frotó la barbilla como un viejo filósofo—. Quizás... quizás el hombre que te atacó con el palo esté a las órdenes de Fife —concluyó.

Por todos los diablos, no lo había considerado. Todavía peleaba por mantener la calma. Aunque lo que más le hubiera apetecido hacer era zarandearla para arrancarle todo lo que sabía.

—¿Y por qué crees que era un hombre de Fife?

—Porque dijiste que Jake Maxwell los había visto observándote, y los hombres de Fife se visten de negro, igual que él.

Giff echó un vistazo a la casa.

—Ven aquí —le ordenó, y la condujo hasta la sombra de unos arbustos. Luego se acercó peligrosamente a ella y le habló en todo grave:

—¿De qué tesoro estás hablando?

Sidony levantó el mentón, pero no hizo nada para liberarse. Tampoco dijo una palabra.

Giff la sacudió, impaciente.

—Dímelo.

—Quizá no debería haberlo mencionado. Creo que no diré nada más.

Le apretó los hombros, tanto que logró que Sidony hiciera una mueca de dolor.

—Entonces te llevaré rápidamente a Roslin, así se lo explicarás tú a Hugo, a Rob y a Michael.

—¡No lo harás!

—Oh sí, cariño, lo haré. Te aseguro que lo haré.

El corazón de Sidony latía con rapidez. Deseaba no haber mencionado el tesoro. Su furia le parecía estimulante, tan estimulante que experimentó un curioso deseo de desafiarlo.

—¿Y bien?

—Me estás lastimando.

Giff la soltó, pero seguía estando demasiado cerca.

—Aléjate de mí —pidió ella—. No puedo pensar cuando me miras así.

—No pienso moverme —se rehusó—. ¿Me lo dices o vas a decírselo a ellos? Y no creas que no soy capaz de cargarte sobre mi hombro y llevarte a los establos mientras ensillo el caballo.

Sidony sacudió la cabeza. Cuanto más la presionaba para que se decidiera, tanto más difícil le resultaba pensar.

—Dime lo que sabes sobre el tesoro —repitió con calma.

—Sólo que todos mis cuñados y ahora tú, supongo, guardan un tesoro. Y que por eso Fife lo quiere.

—¿Quién te lo ha dicho? —frunció el ceño.

—En realidad, nadie.

—No me tomes por idiota, jovencita. Alguien te lo contó.

—Quiero decir que nadie me lo contó intencionadamente —añadió ella de inmediato cuando él volvió a cogerla de los hombros—. Sólo los escuché hablar.

—¿Así que husmeas detrás de las puertas?

—¡Eso no es cierto! —exclamó ella—. Olvidaron que estaba allí, como siempre.

—¿Qué fue lo que oíste?

—Cosas diferentes en momentos distintos —admitió ella, encogiéndose de hombros—. A Isobel, a Adela y a Sorcha, claro está, pero también a Michael y a Henry —fue contando con los dedos—. Creo que nunca escuché nada de Rob o de Hugo...

—¿Y cómo diablos pudiste presenciar tantas conversaciones privadas?

—Ya te he dicho, se olvidan de que estoy allí. En realidad, les da igual si estoy o no. A veces me siento como un fantasma. Sé que no lo hacen a propósito, pero...

—Claro que no —musitó él. Parecía más enfadado que nunca—. ¿Y a quién más le has mencionado este tesoro?

—A nadie —respondió, sorprendida.

—¿A nadie, nadie? ¿Por qué no hablaste con tus hermanas?

—Por Dios, sir, todavía me duele la paliza que me dio mi padre cuando conté algo que había escuchado. No pude sentarme bien en una semana. Tenía ocho años. Uno no se olvida tan fácilmente una lección así.

—¿Estás segura de que no se lo has mencionado a nadie?

—¿A quién podría mencionárselo? —se apartó un rizo dorado que había caído graciosamente sobre el rostro—. Nunca se lo diría a los criados, y en realidad, lo mejor es que mis hermanas no se enteren de lo mucho que les he escuchado decir durante todos estos años. Eres la primera persona que se ha mostrado interesada en mis comentarios.

—Muy bien, entonces —suspiró—. Regresemos. Si nos quedamos demasiado tiempo sin que nos vean, enviarán a alguien a buscarnos.

—He escuchado lo que te decía Adela.

Pero Sidony no estaba segura de querer escuchar lo que él tuviera que decirle.

—Los otros tendrán que saber sobre esto —comentó él serio, mientras caminaban.

—¿Todos?

Sidony se mordisqueó el labio inferior.

—Puede que Michael lo entienda, y quizá Henry, pero Hugo no lo hará, y tampoco Rob. Pensarán que Sorcha y que Adela fueron descuidadas.

—Por favor, milady —dijo él, impaciente—, todos fueron descuidados, incluso los hombres.

—Pero ellos prefieren culparnos a mí y a mis hermanas.

—Pues, que lo hagan —respondió él, desalmado—. Ésa es la consecuencia de tus acciones y de las de tus hermanas.

—Típico de los hombres —resopló ella, desdeñosa—. ¿Por qué será que cuando las mujeres hacen algo, es una falta que merece castigo, y cuando los hombres cometen un error, sigue siendo la falta de las mujeres?

—¿Es así cómo lo ves? —Sonaba divertido.

—¡No te rías de mí! Es lamentable, pero la mayoría de las veces, así ocurren las cosas.

Giff se detuvo y se enfrentó a ella.

—Entonces deberías ser más cuidadosa en no disgustar a tus parientes.

—¡Y tú no deberías inmiscuirte en mi familia!

—¿Así que pretendes que les mienta?

—No necesitas mentir.

—Y entonces, ¿qué quieres que responda cuando me pregunten cómo llegaste a enterarte de eso? Mi reputación también está comprometida, ¿sabes? Esto no es un juego de niñas.

Furiosa, Sidony casi abofetea a ese templario engreído.

—Oh, entiendo, para ti yo soy una niña caprichosa. Me ves igual que el resto.

Giff también estaba furioso, ¡cómo podía acusarlo de verla como una niña! Si lo que deseaba era arrancarle el vestido y poseerla sobre la hierba. Tuvo que contenerse, para no lamer esos labios entreabiertos. Sidony lo miraba como una diosa guerrera, dispuesta para la batalla.

—Te equivocas. Lo que digo es que no eres la muñeca de una niña que debe quedarse donde la abandonaron hasta que alguien la levante de ahí. Eres una mujer joven con voluntad propia. Si hubieras actuado como te correspondía, habrías revelado tu presencia al instante. Ésa es la pura verdad, y tú lo sabes, independientemente de si quieres reconocerla o no.

Se le hablan llenado los ojos de lágrimas.

—¿Realmente piensas eso?

—Te lo demostraré —declaró él.

Giff estaba haciendo un gran esfuerzo por contener los nervios. A pesar de que la había tratado con rudeza, debía enseñarle una lección a esa jovencita terca. Mientras ella le narraba una vez más cómo había hilado los retazos de las conversaciones para llegar a deducir la existencia del tesoro, él concluyó que todos se habían equivocado en tratarla como si no existiera, pues esa actitud había confundido a Sidony. La muchacha se equivocaba al creer que no tomaba decisiones por propia voluntad, cuando en realidad cada acto que realizaba o no demostraba una resolución tomada. Por eso dijo de pronto:

—Pensé que eras honesta, pero ahora me lo cuestiono.

Esta vez, las lágrimas acabaron por correr por las mejillas de Sidony. Pero Giff las ignoró como había hecho antes. No podía permitir que lo afectaran ahora; de lo contrario, fallaría en su misión por hacerle entender su error.

Sidony se mordía el labio, tratando de controlarse. Giff reconoció los signos de una crisis inminente. Esperaba haber juzgado correctamente su temple.

—Si no puedes controlar tus emociones como para seguir esta conversación, quizá tengamos que regresar adentro.

Para su alivio, Sidony alzó el mentón y le clavó la mirada.

—Habla, milord, puedo soportar tus agresiones una vez más, aunque ya has expresado bastante bien la baja estima en que me tienes.

—No seas tonta —le espetó él—. Si no me importaras, no estaría perdiendo mi tiempo en tratar de hacerte entender el error de tu forma de pensar.

Sidony se cubrió los ojos con la manga de su vestido y lloró como un niño, tanto que Giff estuvo a punto de abrazarla para confortarla un poco. Pero se contuvo, y tuvo su recompensa cuando ella, un momento después, se recuperó llena de dignidad y concluyó su relato.

—Simplemente pensé que como Isobel no me esperaría hasta la hora de la cena, no habría ninguna diferencia si iba hacia Hawthornden a visitar a Sorcha... y quizá a verte de nuevo a ti.

Sidony hizo una mueca, y luego pareció recordar algo.

—Vi a una de las mujeres de lady Clendenen hablando con un criado en la puerta. Como no quería hablar con nadie en ese momento, doblé hacia St. Giles. Así que supongo que allí tomé una decisión. Ahora puedo verlo. Pero en ese momento, no lo pensé con detalle. Sólo actué, y tampoco volví a pensar en eso hasta ahora.

Giff asintió, satisfecho.

—Ahora dime, si fuiste a ver a Sorcha o a verme a mí, ¿por qué no regresaste al verme con los otros en la cañada?

La muchacha detalló cada uno de sus movimientos durante la tarde.

—Cada uno de esos pasos es una decisión —señaló él, amable—. ¿Lo ves?

—Si las decisiones son elegir una opción, entonces sí —admitió por fin—. No estoy segura de que sean sólo eso. Tiendo a pensar en ocasiones más difíciles y la forma en que Sorcha y los otros actúan cuando toman decisiones sobre lo que yo debo hacer.

—Tienes que entender que cada decisión tuya afecta a las otras personas. Lo habrás notado ya, porque algunas de esas personas estarán enfadadas contigo, y con derecho.

Sidony reaccionó como el joven Jake, dejando escapar un largo suspiro.

—Tendría que haberlo pensado antes —comentó—. ¿Me he vuelto tan egoísta que sólo pienso en mí misma?

—Mucho menos que cualquiera de los que conozco —dijo él—. Ánimo, quítate el cabello del rostro. Así me gusta más. Será mejor que regresemos, antes de que salgan a buscarnos.

—De acuerdo.

Encontraron a sus dos hermanas sentadas cómodamente junto al fuego. Giff miró a Sidony, temiendo que dudara en el momento de la verdad.

Pero ella avanzó muy firme, y lo dejó en el umbral del salón.

—¿Has disfrutado del paseo? —le preguntó Adela.

—He venido a confesar —dijo Sidony de pronto.

Giff escuchó divertido el tono severo de la joven.

—¿Qué cosa, cariño?

—Sé algo acerca del tesoro.

Giff se mordió el labio para refrenar la diversión. Sabía lo que estaba a punto de ocurrir. Tal como lo esperaba, Isobel y Adela se volvieron hacia él, con miradas llenas de acusación.

—Giff, ¡no puedes...! —exclamó Isobel, los ojos refulgiendo.

—No, no lo ha hecho —respondió Sidony por él—. Sois vosotras quienes me lo habéis dicho.