Capítulo 20
Giff dejó el Dragón a cargo de sus hombres y guió a Sidony a través de las puertas de Duncraig que daban al mar. Subieron hacia el patio, iluminado por antorchas, en dirección a las escalinatas de la entrada principal. Los escoltaban dos de los guardias de su padre. Uno de ellos, Donnie Murchie, era amigo de Giff de la infancia y ahora se había convertido en capitán de la guardia del castillo. De camino, Donnie les informó que su señoría había salido con sus botes.
—Esta noche no podrás apreciar la fortaleza, cariño —observó él—, mañana tendrás tiempo suficiente. Nos encontraremos con mi madre en el solar, seguramente. Pero antes debo ocuparme de conseguir una cena para mis hombres.
—Con respecto a eso, sir Giff —intervino Donnie—, el mayordomo estará dispuesto a atenderlos. Y si me permite la libertad, sir, me alegra ver que al fin ha tomado una esposa.
Giff sonrió y abrazó a Sidony.
—Yo también me alegro.
Los ojos de Siddie se iluminaron a la luz de las antorchas. Giff reparó en sus labios sensuales y ansió suspender la cena para encerrarse en la habitación con ella.
Sidony recibió la mirada lujuriosa de su esposo con agrado. También anhelaba volver a unirse a él, con la esperanza de convencerlo de que la llevase en el viaje hacia Ranald de las Islas.
Giff le tomó la mano y la apoyó sobre su antebrazo. Entonces Sidony se lo apretó ligeramente, como respuesta. No necesitaban decirse nada más. Parecía agradecido de estar en casa; iba saludando y sonriendo a los criados. Una vez dentro, la condujo a través de un salón lleno de hombres armados y sirvientes que preparaban la cena, hacia una pequeña escalinata de piedra en una esquina, que subía en diagonal a la escalera principal. Ascendieron tan rápido como les permitían las buenas formas e hicieron sólo una pausa para saludar al mayordomo, Eachainn MacCrimmon.
—Eachainn, ésta es mi esposa —la presentó Giffard, estrechándole la mano.
—¿Encantado, milady, ¿les acompaño?
—No es necesario, gracias, atiende a mis hombres.
—Como ordenéis, sir.
—No quiero anunciar nuestro matrimonio aquí hasta que se lo haya dicho a mi madre —comentó Giff en voz baja—. Sin duda, ya están chismorreando sobre el asunto, Donnie Murchie asumió que estábamos casados en el momento en que nos vio.
Empujó una puerta en el último tramo de la escalera y entró delante de Sidony. Luego, le indicó que se pusiera a su lado.
Sidony vio una pequeña mujer regordeta, con un vestido sencillo de color rojizo y un velo blanco. En ese momento, la mujer dejó a un lado su trabajo de costura y se levantó, rápido pero con gracia, de una silla tapizada cerca del fuego.
—Giffard, ¿realmente eres tú?
—Sí, madre, y te he traído una pequeña sorpresa —respondió él, y soltó a Sidony para abrazar a su madre.
—Oh, mi amor, ¡ha pasado tanto tiempo!
Mientras lo abrazaba, la señora miraba a Sidony con curiosidad.
—Háblame de tu sorpresa.
—Ésta es mi esposa, Sidony —anunció él.
—¡Oh, Dios mío! ¡Eso era lo que esperaba oír! —respondió ella y le tendió las dos manos a la muchacha.
Los ojos, del mismo azul oscuro que los de su hijo, brillaban de placer. Al ver que su nuera se inclinaba en una reverencia, le hizo señas para que se le acercara.
—Ven, deja que te abrace, querida. Me alegra poder darte la bienvenida a Duncraig. Giffard, cariño, diles que nos traigan aquí la cena, así podemos comer tranquilos los tres.
—Como gustes, madre —obedeció él—. Pero espero que me permitas retrasarlo una media hora. Tengo ciertas obligaciones abajo, quiero que mis hombres se acomoden. ¿Dónde está mi padre?
—No lo sé. Recibió un mensaje hace unas horas y se fue de inmediato. Quizá le haya dicho a MacCrimmon adónde iba.
—Le preguntaré. Ya me he tomado la libertad de pedirle que alimente a mi tripulación.
—Claro que sí, cariño, haz lo que te parezca. Oh, Giffard, tu padre estará tan contento de verte cuando regrese.
—Con respecto a eso, mamá —respondió Giff—, debo decirte que no puedo quedarme. Mañana por la mañana llevaré a Sidony a su casa, para que esté con su padre, mientras yo atiendo un asunto.
—Oh —dijo ella, visiblemente decepcionada. Luego se volvió hacia Sidony—. Pero ¿quién es tu padre, querida?
—Macleod de Glenelg, milady.
—Oh, ya me parecía que me resultabas conocida. He visto muchas veces a tu hermana Cristina, y alguna vez a Isobel, creo que ése era su nombre. A ver, ella se casó...
—Con sir Michael Sinclair —completó la frase con una sonrisa.
—Exacto. Pero como Giffard nos dejará solas un tiempo, quiero que te sientes y me cuentes todo sobre ti. Claro que también conozco a tu tía, Euphemia Macleod.
—¿De veras, milady? —preguntó Sidony apenas Giff le dio un beso de despedida y la abandonó sin compasión a la tarea de contarle a su madre todo acerca de sí misma.
La dama la hizo sentarse en el sillón a su lado, la tomó cálidamente de las manos y le dijo:
—Oh, querida, no sé cómo has logrado traerlo a casa, pero te estoy tan agradecida. Ni siquiera me importa haberme perdido la boda, aunque me resulta extraño que no hayamos oído nada de ningún plan de casamiento.
—Me temo que no hubo tantos planes, milady —musitó Sidony, con timidez.
Le contó todo excepto lo referente al tesoro y a que la había encontrado encerrada en un barco del conde de Fife. Tampoco le confesó la razón del viaje a las Islas.
Sin embargo, después de que lady MacLennan hubiera exclamado que era una desconsideración inconcebible que su esposo la abandonara después de haber sufrido una experiencia tan terrible como un secuestro, Sidony se vio obligada a aclarar una última cosa.
—Giff tiene asuntos que resolver en las Islas, y como Duncraig está cerca de Glenelg, pensó que era su obligación traerme y presentarme antes de llevarme a casa, mientras él se ocupa de sus tareas.
—Ah, ahora lo recuerdo. Mi muchacho es un sol, te has casado con un caballero —terció la madre orgullosa—. Tu padre está a punto de casarse con Ealga Clendenen, en una semana, ¿no es cierto? Nos han invitado a la boda.
—Espero que asistan —respondió Sidony.
—Claro que iremos. Oh, qué bonito es todo esto —opinó la anfitriona, radiante—. Cuánto me gustaría que mi esposo estuviera en casa. Se sentirá tan decepcionado si no logra ver a Giffard después de todo este tiempo. A veces recibíamos alguna noticia de él, pero ninguna lo bastante tranquilizadora. Milord teme que Giffard sea demasiado imprudente y que algún día nos enteremos de que en una de sus aventuras lo han matado. Oh, perdona, querida —dijo avergonzada—, no quiero preocuparte.
—Pero creí que... —empezó a decir, y luego se cortó.
—¿Qué es lo que crees, querida? Si sabes algo, debes decírmelo. ¿Por qué mi muchacho no ha venido a casa casi durante una década? No puedes imaginarte cuánto lo hemos extrañado. Ahora, sus hermanas no están, se han ido a visitar a sus primos, pero ellas también estarán muy decepcionadas de no verlo.
—En realidad, sé muy poco —admitió Sidony—. Pero me contó lo que ocurrió después de que... su padre lo había enviado a casa de su tío, porque lo culpaba...
—Oh, no, ¡no me digas que tiene algo que ver con ese horrible accidente!
Sidony asintió.
—Me dijo que su padre lo había enviado a educarse afuera porque... —vaciló, pero la mirada desesperada de la madre le oprimió el corazón— porque su padre lo culpa de la muerte de su hermano.
—Oh, querida, ¡cuánto me gustaría que los hombres hablaran de las cosas que les molestan! Yo me temía algo semejante, pero las veces que traté de sugerírselo a milord, me dijo que no tenía sentido. Me preguntaba cómo era posible que Giff pensara una cosa así, cuando a él jamás se le había ocurrido eso. Me insultó por siquiera mencionarlo asegurando que nuestro hijo no podía pensar lo mismo.
—Pero si ésa no fue la razón...
—¿No lo entiendes? Mi esposo había mantenido a Bryan en casa, aunque había recibido varias ofertas de educarlo en otro lado. Y temía haberlo malcriado, pues se había convertido en un muchacho tan obcecado como Giff es ahora. Sólo necesitabas decirle que no, para que hiciera exactamente lo contrario. Por eso mi esposo se dijo que no debía cometer el mismo error con Giffard. Por eso lo envió con mi hermano a Loch Hourn. Si no lo hacía en ese momento, temía no dejarlo ir nunca. Y ya había prometido que lo enviaría a Dunclathy para entrenarse como caballero.
—Giff sigue pensando que habría podido salvar a Bryan si le hubiera gritado a tiempo —añadió Sidony con cautela—. Se culpa de su muerte.
Lady MacLennan frunció el ceño.
—Traté de explicarle que los dos eran niños, que no había sido más que un trágico accidente. Pero mi esposo estaba tan compungido que no dijo nada. Y las pocas veces que Giff volvía a casa, nunca quería hablar del pasado. Mi esposo cree que le guardaba rencor porque no quería ir a Loch Hourn, pero preferiría morir antes de demostrar sus sentimientos hacia su hijo. Y ahora que lo pienso —añadió la dama, pensativa—, Giffard es tan parecido a su padre que se enfadará contigo por haberme contado todo esto. Tenemos que ponernos de acuerdo, querida.
—Quizá no sea tan difícil, milady —respondió Sidony—. Tal vez sólo tenemos que sugerir a nuestros esposos lo que creemos que piensa el uno del otro. Entonces, cuando se encuentren en Chalamine durante la boda, cada uno verá...
Hizo una pausa significativa y abrió las manos.
—Es una excelente idea —exclamó su anfitriona—. Ahora me pregunto cuánto tardará Giff en regresar aquí. Debe de haber transcurrido más de media hora.
—Si me lo permitís, he estado casi una semana dando vueltas en ese barco, y me gustaría dar una caminata. Os garantizo que Giff estará tan ansioso por traerme de vuelta que regresará conmigo mucho más rápido que si enviamos a buscarlo.
Lady MacLennan rió con alegría.
—Oh, querida, será un placer tenerte como hija.
Sidony bajó a toda prisa al salón y luego fue hacia la puerta que daba al mar. Allí alguien la retrasó, hasta que explicó que lady MacLennan la había enviado a buscar a sir Giffard para la cena.
El guardia le sonrió.
—Bienvenida a Duncraig, lady Giffard.
Sidony le dio las gracias y siguió adelante. Su nuevo nombre le agradaba, «lady Giffard —repitió para sus adentros— suena bien». En apariencia, el Dragón de Las Islas había sido abandonado, aunque había faroles encendidos en la ensenada. Dio la vuelta al muelle, que tenía forma de herradura, hacia la popa del barco, y vio que la escotilla estaba abierta. Asumió que Giff y los demás habían ido a buscar provisiones.
—Milady, ¿qué estáis haciendo aquí sola?
Sidony se sobresaltó.
—¡Dios mío, Jake, casi me matas de un susto! ¿Qué es lo que tú estás haciendo ahí? —le preguntó, contrariada—. ¿Dónde están sir Giffard y los demás?
—Mi pa' está ahí adelante en la cabina, hablando con un marinero de Duncraig —Jake se asomaba por la bodega de popa—. Los otros se han ido con sir Giff a buscar algunas cosas.
—¿Y tú qué haces ahí?
—Este cajón —señaló el niño, encogiéndose de hombros—. Me preguntaba qué había aquí adentro.
—¿No habrás tratado de abrirlo, no? —preguntó con el ceño fruncido.
—No, nunca haría algo así —aseguró, con aire virtuoso.
Sidony, que conocía exactamente esa expresión, era la misma que tenía su hermana Sorcha cuando estaba a punto de cometer alguna tontería, volvió a increparlo con seriedad.
—¿Qué es lo que has hecho?
—Sólo metí un dedo para ver qué era —confesó Jake, mirando con ansiedad a su alrededor, como si temiera que alguien más se acercase—. Toqué algo muy suave, como tallado o algo así. ¿Qué cree que podrá ser?
Sidony no podía imaginarse qué era, pero se le encendió la curiosidad.
—Muéstrame dónde has metido los dedos.
—Tendrá que entrar aquí adentro.
Cuando Sidony bajó, le mostró un buen agujero en la madera de un lado del cajón.
La joven tocó la superficie tallada. También se dio cuenta de que los bordes del agujero en la madera estaban rugosos.
—Jake, no tienes que andar curioseando por aquí. Ya sabes lo que haría sir Giff si te descubriera.
—Sí, pero vos no se lo diréis, ¿verdad que no?
Iba a proponer un pacto de complicidad, cuando ambos escucharon unos pasos que se aproximaban. Rápidamente, se apartaron hacia el muelle, justo cuando Giff aparecía en la popa con otros cuatro hombres.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí?
—Tu madre me mandó a buscarte para la cena —respondió Sidony—. La escotilla estaba abierta, así que entré. No conocía aún esta parte del barco, y Jake me la estaba mostrando.
Consciente de que estaba mintiendo, Sidony no se atrevió a mirar a Jake, pero Giff sólo se concentró en el niño.
—Se me ha pasado el tiempo. Cerraré esta escotilla, muchachos, mientras ceno, y enviaré algo de comer a los que se queden aquí de guardia. Terminaremos esto a mi regreso.
—Supongo que habrás estado cargando más provisiones —dijo Sidony mientras salían juntos de la ensenada, seguidos por Jake, el capitán Maxwell y otros dos—. Mi padre te podrá proveer de más si las necesitas.
—¿Lo crees así? Le estaría muy agradecido —respondió Giff.
—¿De veras tienes que regresar aquí abajo esta noche? Ya es tarde.
—Sí, cariño, debo hacerlo. Pero no hace falta que me esperes. No me gusta eso —añadió después riendo, cuando Sidony se mostró decepcionada—. Si te quedas dormida, te despertaré cuando regrese.
Después de la cena volvió al muelle, y aunque Sidony disfrutaba de hablar con lady MacLennan y estaba ansiosa por conocer a sus dos hijas, Giff todavía no había regresado para cuando la anfitriona declaró que era hora de retirarse a sus aposentos.
—Será mejor que te duermas tan pronto como puedas, debes descansar antes de zarpar mañana.
Le mostró la habitación que ella y Giff compartirían, se aseguró de que Sidony tuviera todo lo que necesitara, incluyendo los servicios de una doncella, y luego le dio las buenas noches.
Sidony estaba dormida cuando Giff regresó, pero fiel a su palabra, él la despertó al entrar. Hicieron el amor breve pero placenteramente, y después de un rato, Sidony yacía contenta, apoyando la cabeza sobre el hombro de él, preguntándose qué les depararía el futuro.
—¿Qué era lo que estabas haciendo en la bodega en realidad? —le preguntó él en un murmullo.
Sidony se tensó, llena de culpa.
—Ya... ya te lo he dicho.
—No, cariño, no me has dicho la verdad. Saltaste como si te hubiera dado con una flecha.
—Es cierto, pero si te lo digo...
—Nada de negociaciones, muchacha. Ahora estoy satisfecho, pero si no me lo dices, pronto me enfadaré, y tú no quieres que eso ocurra.
—Te lo diré, pero la culpa fue mía, no de Jake —aclaró preocupada—. Quería saber lo que había en el cajón. Y había un agujero en la madera, así que metí el dedo ahí dentro.
—¿Quién de los dos encontró el agujero?
—Fue mi culpa, sir.
—Entonces fue Jake quien lo encontró. Me has mentido una vez para protegerlo, muchacha. No lo vuelvas a hacer.
Sidony empezó a enfadarse.
—Es sólo un niño. Además, es exactamente igual a ti. Le gusta correr riesgos sin prestar atención a las consecuencias de sus actos.
—Entonces tienes que ayudarme a educarlo, para que no se convierta en un imprudente como yo.
—Lo que creo es que Jake te admira y quiere ser como tú —repuso ella—. Así que tienes cierta responsabilidad de darle un buen ejemplo, y eso, sir, parece excluir la opción de castigarlo por un comportamiento que se parece tanto al tuyo.
Giff quedó en silencio por un momento.
—Y si tú me mientes, ¿hay algo que excluya el castigo por la mentira? —le preguntó él, con tono poco conciliador.
Sidony tragó saliva. Había mentido para proteger a Jake. No podía recordar haber hecho algo similar alguna otra vez, ni siquiera cuando Sorcha la arrastraba a sus travesuras y su padre las pescaba.
Giff la besó con suavidad.
—No lo vuelvas a hacer, cariño —murmuró despacio—. Un hombre debe poder confiar en su esposa.
Se inclinó para tocarle los senos, pero ella se resistió a aceptar las sensaciones que él inspiraba en su cuerpo. Aunque estaba aliviada, quería saber sólo una cosa más.
—Ese cajón no contiene un montón de joyas ni nada de lo que he dicho, parece una tabla de mármol. ¿Vas a decirme al fin de qué se trata?
—Lo haré, tan pronto sepa que está en un lugar seguro.
—Ya me he enterado adónde lo llevas.
—¿Cómo?
—Me lo dijiste esta noche, cuando me anunciaste que me dejarías en casa de mi padre.
—Pues entonces soy tan malo como el resto en el asunto de guardar secretos. Desde ahora, todos debemos tener más cuidado.
Sidony coincidió con él. Pero la atención de Giff había pasado de sus senos a otras partes de su cuerpo, y pronto ella también se olvidó de las demás preocupaciones.
Después, se quedó dormida, y parecía que no había transcurrido nada de tiempo cuando él la despertó y le dijo que se apresurara para partir. Ya estaba vestido. Salió a tomar el desayuno y a ocuparse de los preparativos para salir.
Ella también se vistió rápido, con un vestido a cuadros de seda y el abrigo de camelina. Luego le dio indicaciones a la doncella, para que empacara todo y lo enviara al barco. Encontró a su anfitriona sola en la gran mesa del salón.
—Tengo un regalo para mi hijo —anunció lady MacLennan—. Pensé dárselo a él, pero será mejor que lo hagas tú por mí —le tendió un atado de tela—. Es un estandarte de MacLennan para su barco. Donnie Murchie me ha dicho que sólo lleva una bandera nórdica. Debe tener una verdadera de MacLennan para desplegar, en caso de que alguien de las Islas lo desafíe.
—Supongo que la que tiene debe de estar en su barco, en Galloway —conjeturó Sidony.
—Usa una bandera personal en el Doncella de los Mares —respondió lady MacLennan—. Me han dicho que es negra y que tiene sólo unas nubes grises. Pero basta de charla. Debes darte prisa. Tu esposo quiere que llegues sana y salva a Chalamine cuanto antes.
Sidony se despidió de ella y bajó hacia el muelle, donde encontró todo listo para la partida. Jake, ocupado en quitar la humedad de los bancos de los remeros, la miró con expresión acusadora, evidenciando que no le había ahorrado una reprimenda por la aventura de la noche anterior.
Tan pronto tuvo oportunidad, Sidony se acercó a hablarle.
—¿Ocurre algo?
—Sólo que me han tirado de las orejas —gruñó el—. Pensé que no se lo diríais.
—Y no lo hice —respondió ella—. Se dio cuenta anoche de que le había mentido, y me preguntó si tú habías hecho el agujero. No se puede pretender que los amigos mientan por uno, Jake, y yo no debería haber mentido por ti. Trataré de no volver a hacerlo.
—¿También se enojó con vos, entonces?
Sidony tuvo que reprimir una sonrisa.
—No estaba contento conmigo —replicó en el tono más serio que pudo—. Pero cuando uno hace algo que no debería, la actitud honorable es aceptar la responsabilidad. Si no quieres aceptar algo, Jake, en general es porque sabes que te has equivocado.
—Eso es bastante cierto —concedió el niño—. Será también porque una vez que aceptas, te ponen el trasero muy rojo y te calientan las orejas con reproches.
—¿Tienes las orejas llenas de reproches, Jake? —preguntó divertida.
El niño se encogió de hombros.
—Es mejor que vuelva a mis tareas, milady. Ahí se acerca él.
Jake se dedicó a secar los bancos, y Sidony se volvió para saludar a Giff.
Llegarían a Chalamine antes del mediodía, si encontraban caballos disponibles para hacer la última media milla desde la bahía de Glenelg hasta el castillo.
Pero apenas estaban entrando en Loch Alsh desde el Inner Sound, cuando vieron dos galeras que se aproximaban a toda velocidad hacia ellos.
Sidony temió que Fife los hubiera encontrado, pero luego comprobó que los barcos pertenecían a las Islas. Miró a Jake y le hizo señas para que se acercase. Luego se entró nuevamente en la cabina y buscó el estandarte de lady MacLennan.
—Llévaselo a sir Giffard —le pidió—. Dile que es un regalo de su madre.
—¿Esos dos barcos no son los que antes nos perseguían?
—No, son galeras de las Islas. ¿No ves cómo levantan agua a los costados? Vienen muy rápido, así que no te demores.
De pie sobre la cabina de proa, agarrado al mástil del frente, Giff estudiaba las naves, para distinguir si eran amigas o enemigas.
—Señor —dijo Jake desde atrás—. Lady Sydony dice que os dé esto. Os lo manda vuestra madre.
Giff se apresuró a coger el atado, lo abrió y sintió una emoción inesperada. Se llenó de orgullo y gratitud al ver el estandarte familiar, rojo y blanco, con el corazón bordado en el centro.
—¿Sabes lo que es esto, Jake?
—Es un estandarte de guerra.
—Es el estandarte MacLennan —lo corrigió—. ¿Te gustaría venir conmigo y ayudarme a colgarlo en el mástil de proa, para que esos barcos que vienen puedan verlo?
—¡Claro! —exclamó el niño, entusiasmado. Antes de ponerse a trabajar, le preguntó—: ¿No seguís enfadado conmigo, no?
Giff le despeinó los rizos ya bastante despeinados.
—Te merecías la reprimenda, muchacho, pero me apena mucho que tu padre lo haya escuchado. No quise que ocurriera. Era un asunto entre hombres, sólo nosotros dos.
Jake se puso firme y alzó el mentón, en un gesto que Giff reconoció como propio de Sidony.
—Pero fui yo quien tuvo la culpa. Mi pa' sólo hizo lo que vos me habíais advertido que me haría si metía la pata otra vez.
—Eso es cierto —terció Giffard, impresionado por su claridad—. Sujeta bien el estandarte, mientras ato estos lazos al mástil.
Rápidamente, Giff ató los lazos del estandarte a unas argollas en el mástil de proa. Los barcos estaban lo bastante cerca para distinguir las banderas de Ranald de las Islas.
—¿Que es todo esto? —murmuró para sí.
—¡Es Ranald! —exclamó Sidony desde abajo.
—Sí, pero esperaba encontrarme con él en Eigg. Me pregunto qué está pasando.
—¿Debo volver a la cabina de popa? —le consultó ella.
—No, no tenemos nada que temer de Ranald. De hecho, los podemos considerar como refuerzos si es que nos encontramos con Fife antes de que te lleve a casa.
Giff se volvió hacia atrás y levantó la mano para que Maxwell estuviera al tanto.
—¡Detened los remos! ¡Detened los remos!
A Sidony le fascinaba ver cómo subían los remos y cómo quedaban las palas paralelas al agua. Era una bonita imagen, con el estandarte de MacLennan colgando en la proa.
—¡Hundir los remos! —exclamó Giff cuando la galera se acercó hasta ellos. Uno momento después, los dos barcos estaban a la misma altura, a sólo un remo de distancia.
Dos hombres de Ranald colgaron una pasarela entre ambos, y como un gato, Ranald de las Islas, aunque tenía sesenta y cuatro años, se subió a ella y avanzó hacia el Dragón con tanta habilidad como lo hubiera hecho un hombre con cuarenta años menos.
Los remeros se separaron para que pudiera descender entre los bancos, y luego avanzar hacia la cubierta, donde Giff salió a su encuentro.
—¿Qué es lo que os trae por aquí, milord? —le estrechó la mano—. Pensaba encontrarme con vos hoy mismo en la isla de Eigg.
—No funcionará, muchacho —respondió Ranald—. Donald sabe que estáis en camino, por eso salí antes para advertiroslo, pero es todo lo que puedo hacer. Me ha dado la orden de no ayudaros y de no dejaros ir antes de que hable con vos.
—¡Hablar conmigo! ¿Qué es todo esto? ¡Vos habéis hecho un juramento!
Ranald alzó una mano para silenciarlo.
—Sé muy bien que estáis enfadado conmigo, pero como hombre de honor, no podía mentir a mi hermano en una situación como ésta.
—¿Qué situación? —lo cuestionó Giff—. Por Dios, milord, teníamos un acuerdo.
—Todavía existe ese acuerdo —reparó en toda la tripulación que lo escuchaba expectante—. ¿Tenéis un lugar más privado donde podamos hablar?
Giff lo condujo hacia la cabina de proa y cerró la puerta.
—Con todo respeto, sir —dijo Giff, algo brusco—, pero ¿de qué diablos se trata todo esto?
—Sabrás de sobra que el gran almirante de las Islas, Lachlan Lubanach, ha desarrollado un sistema de obtención de información inédito en esta zona.
—¿Y entonces?
—Así fue cómo Donald se enteró de que un barco con bandera nórdica había entrado en sus aguas, perseguido por otros que ostentaban el estandarte real. Me dio orden de unirme a él para enfrentarme a vos y pediros explicaciones de lo que estabais haciendo aquí. Le aseguré que veníais en términos amistosos, a verme a Eigg.
—¿Qué fue exactamente lo que le habéis dicho? —le demandó Giff.
—Sólo que estabais trayéndome algo de mucho valor para que yo lo custodiara. No mencioné la Orden, porque él no sabe nada al respecto. Pero Donald insiste en que quiere verlo, sea lo que fuere.
—Pues no lo verá, a menos que vos pretendáis detenernos aquí y traicionar a la Orden y el juramento que habéis hecho a sus miembros —sentenció Giff.
—Le he jurado fidelidad a Donald también, y además él es mi hermano. He sido yo quien lo ha puesto en el trono como sucesor de nuestro padre. Ningún hombre de honor ni de buen sentido pretenderá que desafíe una orden expresa de él en este momento. Además, eso no hubiera servido más que para fortalecer su intención de interceptaros.
Giff dejó escapar un suspiro. Entendía el dilema de Ranald, pero que Donald se enterase de sus acciones arriesgaba la seguridad de la Piedra del Destino.
—No le diré nada más de lo que me pregunte —aseguró Ranald—, aunque la situación no me agrada. Tampoco os detendré, pues no me ha ordenado ni que os arreste ni que os prohíba salir de las Islas.
Giff frunció el ceño.
—Eso quiere decir que puedo volver hacia el norte, pero no ir hacia el sur, ¿no es cierto?
—Así es. Si queréis escapar de Donald, lo mejor es que regreséis a Orkney. Sin duda, Henry podrá ayudaros allí. Veréis, para mí es imposible...
—La razón por la que un barco con el estandarte real nos persigue es que Fife está a bordo de él —puntualizó Giff—. Piensan que tenemos al menos una parte del tesoro templario en este barco.
—¿Y es eso lo que traes?
—No os diré ni una palabra sobre nuestra carga —le espetó Giff—. Ni debéis esperar que lo haga. Entiendo lo que ocurre con Donald, pero él no puede enterarse de lo que llevamos por la simple razón que se lo dirá a su tío Fife. Gracias a los amigos de Lachlan Lubanach, vos debéis saber que el conde está tratando de quedarse con el trono de Escocia. Sólo por la debilidad de Carrick y su desinterés en oponerse a él todavía no lo ha matado.
—Lo sé —aceptó Ranald—. Pero el Parlamento todavía tiene derecho a decidir sobre el asunto, y Donald cree que Fife logrará persuadir a sus líderes para que acepten su candidatura, en lugar de poner a Carrick en el trono. De hecho, muchos ya creen que el conde hará mejor el trabajo que Carrick.
—¿Y vos creéis que forma parte del trabajo de un hombre honrado ayudar a que eso ocurra?
—Yo no tengo ninguna intención de hacerlo, pero Donald me ha prohibido entrar en batalla contra Fife, sin importar la razón.
—Así que he sido traicionado doblemente —concluyó Giff—. Vos hicisteis un juramento a la Orden, por encima de cualquier otra obligación —le repitió—. Vuestro padre, el lord de las Islas, hizo el mismo juramento. ¿Ninguno de esos votos significa nada para vos?
Ranald miró hacia un lado y quedó en silencio. Giff sacudió la cabeza.
—Veo cuál es vuestro dilema. Espero que vos entendáis el mío. Por favor, no os demoréis en regresar a vuestro barco —de pronto se le ocurrió sembrar la semilla de la duda en Ranald—. Debéis saber —añadió—, que tal vez Fife no esté al mando de esos barcos.
—Por supuesto que es Fife. ¿Quién si no?
—Ninguno de los otros barcos con los que viene le pertenece —señaló Giff.
—Hemos escuchado que se ha mandado a construir uno muy bueno.
—Y vos estáis a bordo de él —MacLennan hizo un gesto amplio, abarcando toda la nave.
—¿Éste? ¿Aquí? —balbuceó—. ¿Éste es el Reina Serpiente?
—Así es —respondió Giff, orgulloso—. Lo tomé prestado, porque Fife se deshizo del barco que yo había alquilado en Leith. También como una forma de retrasarlo en su salida, pero alguien le proveyó muy rápido de ocho barcos para perseguirme. Me parece raro que un hombre con semejante poder responda a lord Fife. Sugerídselo a Donald cuando hablen del asunto.
Escucharon unos gritos y salieron a cubierta. En la distancia, desde el sur, se acercaba una gran flotilla directamente hacia ellos.