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Capítulo 10

El lunes amaneció soleado, las nubes blancas correteaban hacia el este, echando sus rápidas sombras sobre las casas y los jardines de la Canongate.

Después del desayuno, Sidony se imaginó que podía detectar los aromas del tomillo y del brezo en el viento, y salió al jardín. Pero por primera vez, no quería ser transportada como por arte de magia a su casa. Recordó el paseo de la tarde anterior con Giff MacLennan, ¿cómo un hombre tan severo podía ocupar sus pensamientos?

Pero no obtuvo ninguna respuesta.

A media mañana, aunque el viento seguía soplando del oeste, las nubes habían desacelerado su viaje, y empezaban a acumularse y a oscurecerse.

Para cuando Isobel y Sidony se sentaron a tomar el almuerzo, el cielo se había oscurecido tanto que uno de los criados apenas había terminado de encender todas las velas cuando la lluvia ya arreciaba contra los cristales.

Isobel apenas si había dicho una palabra en toda la mañana, pero dejó escapar un suspiro al mirar por la ventana.

—¿Muy lúgubre, no? Espero que no sea una de esas tormentas que duran días. Echaría a perder la cena de Adela de mañana.

—¿Sigues enfadada conmigo? —le preguntó Sidony con calma.

Isobel y Adela se habían enfadado mucho la noche anterior, pero en presencia de Giff MacLennan, ninguna había ahondado más sobre el asunto. Adela se había marchado furiosa a Lestalric con Giff, e Isobel se había retirado a la cama con la excusa de un dolor de cabeza.

Ahora, Sidony esperaba con ansiedad la respuesta de su hermana.

Pero Isobel se sirvió dos porciones de salmón frito que le ofrecía uno de los criados y no dijo nada. Cuando el pescado estuvo dispuesto sobre la mesa, pidió a los dos sirvientes que se retiraran.

—No estoy enfadada, Siddie —aseguró—. No contigo. Estoy molesta conmigo misma. Sólo me pregunto lo que dirá Michael cuando regrese.

—No parece haberse enfadado contigo nunca —comentó Sidony.

—Quizá no, pero cuando está molesto, puede hacerme sentir la criatura más vil de la creación con apenas dos palabras. Y esto le molestará mucho.

—Giff sostiene que yo debería haber hablado para recordaros mi presencia. Pero de verdad, Isobel, todos vosotros me enseñasteis hace mucho que no debía hablar cuando no correspondía. En todo caso, nunca nadie se ha preocupado por eso.

—Lo sé —respondió Isobel, sintiendo remordimientos—. Hasta puedo recordar una de esas discusiones en el solar de Roslin, con Sorcha y Adela, y ahora que lo pienso, estoy bastante segura de que tú estabas sentada a un lado, bordando junto al fuego, en la otra punta de la habitación. Hablábamos en voz baja, y siempre parecías estar distraída, pero estaba claro que podías escucharnos perfectamente.

Sidony asintió, aliviada de que Isobel pareciera entenderla.

—Muchas veces, estaba distraída. Pero cuando no lo estaba, tampoco pensé que estuviera haciendo algo incorrecto.

—Pues bien, es probable que Adela sienta lo mismo que yo, pero Sorcha tal vez se enfade, porque Hugo lo estará. Supongo que no será capaz de entender que algo así pudiera ocurrir.

—Yo sólo quería estar cerca de todo el mundo, para saber lo que estabais haciendo —trató de justificarse—. Pero espero que estés en lo cierto con respecto a Adela, y que ella pueda hacer entender a Rob que nunca traicioné sus secretos.

—¿Qué me dices de sir Giffard? Has hablado con él del tema, eso podría considerarse una traición.

—Pero él ya lo sabía. Además no repetí ningún detalle ni nada específico que hubiera escuchado de ninguna persona en particular.

—Eso nos ayudará, supongo —suspiró Isobel—. Al menos, con Michael, porque él siempre escucha primero y luego juzga. No puedo decir nada respecto de los demás. Rob regresará a casa mañana, y te garantizo que Giff se lo contará apenas llegue. Su reacción nos ayudará a saber cuan enfadados estarán los otros.

Sidony hizo una mueca.

—Sé que muchas tormentas del espíritu pasan rápido, pero reconozco que no me molestaría que esta lluvia los mantuviera alejados un rato más.

 

 

Giff estaba empapado hasta los huesos. En general, le gustaban los caprichos del tiempo, pero detestaba que el día que había empezado tan bien se desquitara contra él en forma de lluvia torrencial.

Había cabalgado por la costa hacia Portobello, en busca del lugar más seguro para cargar la piedra en el barco holandés, pero aún no estaba convencido de cómo trasladarla.

Siguió considerando el problema mientras iba de regreso a Lestalric. ¿Podrían simplemente usar un muelle público y llevar la piedra como cualquier otra carga?

¿Y qué pasaría si Fife y sus hombres aparecían en ese momento?

A pesar de ser audaz, Giff decidió actuar con cautela. Sin embargo, él sabía que para tener éxito, debía moverse con rapidez.

Mañana Rob traería algo más de información. No era marinero, pero Michael tenía experiencia con barcos, y Hugo también conocía del asunto por la flotilla de Henry. Y el príncipe mismo era el mejor marinero de los Sinclair, pero estaba en Girnigoe y sus barcos lejos, cargados de lana.

También quedaba el problema del capitán holandés y su tripulación. No planeaba especificarle al capitán qué tipo de carga llevarían. Pero informarle a la tripulación holandesa que prescindiría de sus servicios sin duda causaría problemas, en especial porque los necesitaría hasta poder reemplazarlos por los hombres de Sinclair. Y no podía hacer ese cambio con los hombres de Fife apostados en Leith Harbor.

El tiempo también era algo a considerar, aunque la experiencia le decía que la tormenta presente, tan pesada y confusa, acabaría pronto. En efecto, el atardecer fue espectacular, y las aguas de la bahía se tiñeron de rojo.

 

 

Más tarde, mientras Fife revisaba unos documentos reales, entró un esbirro, hizo una reverencia y le habló a su señor.

—Disculpadme, su excelencia. Rolf Stow está aquí para reportarse, y el chevalier De Gredin lo espera también.

—Diles a ambos que pasen.

El chevalier francés entró primero e hizo su exagerada reverencia, con Stow siguiéndolo detrás, esta vez con el sombrero en la mano.

—¿Qué noticias traes para mí, Rolf Stow? —le preguntó Fife de inmediato.

El hombre se atusó la melena.

—La condesa Isabella ha retrasado el día de su llegada para el jueves porque los caminos están llenos de carretas con lana.

—¿Esto es todo lo que has podido averiguar? —lo miró con desprecio—. ¿Nada más?

—Sólo que irá por el sendero del río mientras que sus carretas irán por la ruta de arriba.

—¿Qué me dices de Hugo y sus hombres?

Rolf apretó su sombrero.

—Se ocupan de sus asuntos, milord, más que nunca. Sir Hugo se ha dedicado a organizar una verdadera caravana como séquito para la dama.

—Así es —dijo Fife—. Pero si estuvieran tratando de mover otra cosa que no fuera lana, quisiera saber de qué se trata. Regresarás esta noche, para buscar más información.

Cuando Rolf se hubo retirado, De Gredin se ubicó junto al fuego.

—Una caravana de carros es capaz de ocultar casi cualquier cosa que quieran mover.

—Descuidad. Planeo mandar revisar cada uno de esos carros y cada transporte de lana que entre en Leith Harbor. Bien —hizo a un lado sus papeles—, decidme cuándo llegarán esos barcos papales que esperamos.

—Pronto, sir —respondió De Gredin—. Pero tengo algo más que deciros.

—¿De qué se trata?

—He enviado a vigilar a un caballero llamado Giffard MacLennan después de que lo vieron entrar en la mansión Clendenen con una de las hermanas Macleod. Al parecer, se reunió con Hugo Robison y Robert Logan, y desde entonces ha estado revisando y visitando algunos barcos en la bahía. Ayer por la mañana pasó más de una hora a bordo de un carguero mercante holandés, llamado El Trueno del Mar.

—¿Sospecháis que MacLennan es capitán de algún barco anclado en la bahía?

—No ha llegado en barco hasta aquí, aunque se dice que es un marinero habilidoso. Sospecho que está tratando de vender o alquilar un barco.

—Interesante —Fife se rascó la barbilla—. Ordenad a vuestros hombres que no lo pierdan de vista.

—Pues tendré que poner a otros —rebatió De Gredin con una mueca—. Esos dos acabaron en Tollgate, ante un magistrado por un incidente en la bahía. Me llevó un tiempo encontrarlos. Pero mantendrán silencio, además no les he mencionado nunca vuestro nombre, milord.

—Al menos tenéis algo de sentido común. Recurrid a lo que sea necesario para averiguar qué diablos trama este MacLennan.

Cuando el chevalier se retiró, Fife repasó su plan. Los Sinclair y los Logan sabían dónde se hallaba la piedra. Después de todo, William Logan había asegurado que su hermano Robert sabía cómo encontrarla, y el conde había creído que podría forzar a Logan a decírselo. Pero su plan había fallado, y el único barco en la bahía que partía hacia el norte o al oeste entonces era el de Orkney, con De Gredin a bordo. Después de eso, Fife había puesto vigilancia constante en Leith Harbor y en todos los barcos cargueros que zarpaban en esa dirección.

De Gredin había colaborado en la primera búsqueda, hasta que Fife amenazó a lady Adela Logan, y el chevalier lo traicionó. Si hubiera visto algo en Girnigoe que pudiera conducirlo al tesoro templario, el escurridizo francés jamás lo compartiría a menos que tuviera que hacerlo.

Así que, por alguna razón, De Gredin necesitaba de Fife, y empezaba a parecer que los Sinclair y sus amigos tenían algo importante que mover en secreto.

 

 

Sidony e Isobel viajaron a Lestalric el martes por la mañana y llegaron a su destino bastante antes del mediodía. El único signo que quedaba de la lluvia torrencial del lunes era una miríada de charcos y un mar de tiendas erigidas a lo largo de la costa de Loch End, al norte de la colina de Lestalric, para proteger cientos de cúmulos de lana que esperaban ser cargados en los barcos que los transportarían a los Países Bajos y más allá. A caballo, sobre la colina que conducía al castillo, se detuvieron a disfrutar de la vista de las tiendas.

Sidony nunca había visto nada semejante.

—Ésa debe de ser la lana de alguna de las abadías de las tierras fronterizas. Michael dijo que estaba en camino —comentó Isobel.

Y le explicó algunos detalles más, pero Sidony no prestó atención. El asunto de la lana le importaba un rábano; estaba más interesada en descubrir si Giff estaría en Lestalric.

Adela bajó corriendo a la entrada principal para darles la bienvenida cuando entraron en el patio.

—Siento haberte molestado, Adela. Espero... —le murmuró cuando se abrazaron.

—Descuida —la interrumpió su hermana en voz baja—. Lo sé todo. Es sólo que Rob vive atemorizado porque se desvelen sus secretos. Pero podré asegurarle que tú no traicionarás éste.

—¿Y Hugo?

—Sorcha se encargará de su esposo —aseveró Adela, guiñándole el ojo—. De todas formas, Hugo y Michael llegarán mañana con Isabella, y Hugo sabe que no eres ninguna charlatana. Pero Rob llega hoy, y no te conoce tanto aún.

Sidony tenía que darse por satisfecha. Estuvo esperando en silencio noticias de Giff, hasta que Adela le comentó que había salido a caballo esa mañana sin decir cuándo regresaría.

 

 

Giff había partido de Lestalric apenas amaneció, decidido a encontrarse con Rob en el camino. Se le había ocurrido que con las hermanas de lady Adela y los infinitos invitados llegando esa mañana, él y Rob no tendrían verdadera oportunidad de hablar en privado.

Se encontró con Logan y su comitiva habitual de una docena de hombres al sur del camino del río North Esk.

—¿La ruta estaba igual de concurrida desde la ciudad? —le preguntó Rob al verlo.

—Infernal —resopló exhausto—. Espero que tengas tan buenas relaciones con la abadía como para que podamos cruzar por el bosque. No puedo ordenar mis ideas con esos malditos balidos de fondo.

Rob rió.

—Si mal no recuerdo, aunque no tuvieras ningún vínculo con la abadía, ya cruzaste por sus bosques hace una semana.

—Pero no dirigía una docena de hombres armados que triturarían la tierra del bosque con las patas de sus caballos. De hecho, estaba tan seguro de que tú la respetarías hoy que por eso tomé por la ruta principal, convencido de que te encontraría allí.

Rob se volvió hacia el capitán de su comitiva.

—Doblaremos hacia la abadía al pie de Arthur's Seat. Los muchachos y tú podéis seguir a través de la ciudad. Estoy tan seguro en las tierras del abad como en las mías propias.

El capitán aceptó la orden; pronto llegaron a la senda húmeda y fangosa.

—Espero que tengas un buen motivo para este desvío, sir —comentó Michael al ver los charcos que se esparcían por la senda—. Los caballos se hundirán en este maldito pantano.

—Quería discutir algunas cosas sin riesgo de interrupción o de oídos curiosos —respondió Giff—. Lestalric estará repleto de huéspedes.

—Te garantizo que hubiéramos podido encontrar un sitio para hablar en tranquilidad —comentó Rob.

—Pero no sin que los demás lo notaran. Y además, tengo algo que deciros que no os gustará.

Notó que Rob fruncía el ceño pero lo ignoró y les explicó lo que lady Sidony sabía acerca del tesoro desde hacía un tiempo.

—¿Pero cómo?

Giff se lo explicó lo mejor que pudo. Y para su sorpresa, Rob declaró:

—Sé muy bien cómo ha pasado. Sólo basta pensar cómo la gente habla de sus asuntos privados delante de los sirvientes, como si estuvieran hechos de cera. Yo mismo me he enterado de algunas cosas de esta forma. Y como parte de la familia, Sidony tiene un don para ser invisible cuando no quiere que los otros se fijen en ella.

Giff lo estudió con atención, tratando de desvelar su estado de ánimo.

—Creo que tendremos que cuidarnos bien de con quién se casa la muchacha. Mantener secretos es muy difícil, pero parece casi imposible si hay algunos miembros de la familia que los conocen y otros no.

—Pero en toda Escocia se han esparcido rumores sobre el tesoro —le señaló Giff.

—Son sólo mitos infundados —rebatió Rob—. Y la gente que los ha difundido no está encargada de proteger el tesoro. Además, la piedra tiene una importancia personal para los Logan y los Sinclair, porque su ubicación nos fue comunicada directamente a Henry y a mí. Aunque la Orden esté implicada, nosotros somos responsables directos de su seguridad.

—La muchacha no sabe nada de la piedra —añadió Giff—. Pero cree que me llevaré una parte del tesoro en el barco.

—Entonces no tenemos que contarle nada más —resolvió Logan—. El abad de Holyrood nunca ha pronunciado su nombre. Adela y yo decidimos hacer lo mismo.

—¿Habéis decidido cuándo tendré que zarpar? —preguntó Giff.

—¿Has encontrado alguna nave?

—Un buen barco mercante holandés, aunque más bien lo llamaría una barcaza.

Giff les describió la embarcación y les habló sobre Jake Maxwell y su padre, y también que Sidony había sugerido que ese hombre que lo había atacado en el muelle podría trabajar para Fife.

—Entonces cuanto más rápido nos movamos, mejor —concluyó Rob—. Dejaremos la piedra en el sitio correcto para el viernes, así aprovecharemos toda esta conmoción en las rutas.

Giff le aseguró que para entonces el barco estaría listo y les preguntó que debía hacer con el capitán holandés y su tripulación.

—No podemos hacer que embarquen y naveguen conmigo hasta el punto de encuentro y después prescindir de ellos.

—Lo discutiremos con Hugo, antes del viernes tendremos un plan completo —decidió Rob—. Mañana por la mañana estaré de regreso en Roslin. Hugo ha estado preocupado durante un tiempo por la posibilidad de la presencia de un espía en Roslin. Por eso, aunque la condesa ha hecho saber que viaja mañana, lo retrasará un día, y usará como excusa que las rutas están muy concurridas. Por suerte, la ruta de Leith estará llena de gente toda la semana. Un poco de caos no vendrá nada mal —remató Logan en tono burlón.

Giff reconoció la frase que le había dicho a Hugo.

—Creo que además de un escenario caótico os sugerí una procesión con gente y música. ¿Ya la habéis organizado?

—Primero discutamos dónde quieres que nos encontremos contigo —respondió Rob.

Les describió los lugares, discutieron luego las ventajas de cada uno y para cuando ya habían fijado los detalles, se hallaban muy cerca del castillo.

 

 

La alegría de Sidony porque Rob y Giff llegaran a tiempo para el almuerzo se ensombreció cuando sir Logan anunció, a pesar de la gentil protesta de su esposa, que la familia y Giff almorzarían en privado, en lugar de utilizar el salón principal como se acostumbraba.

Adela no discutió y le pidió al mayordomo que pusiera una mesa para ellos en el solar.

—Es posible que algunos invitados lleguen temprano —añadió—. Si quieren comer algo, por favor ubíquelos en las tarimas, como hacemos siempre.

—Sí, milady. ¿Cuántos sirvientes necesitaréis?

Rob contestó por su esposa:

—Nosotros nos atenderemos solos.

Adela abrió mucho los ojos, pero ante la mirada severa de su esposo, prefirió no hacer ninguna objeción.

Sidony observó el perfil serio de Rob y descubrió que palpitaba un músculo en su mejilla.

—Parece dispuesto a matar a alguien —comentó a su hermana—. Probablemente a mí.

Isobel no le respondió. La mirada de Sidony ya se había trasladado hacia Giff. Justo en ese momento, él volvió la cabeza y le sonrió tan amablemente que le infundió confianza.

Tan pronto como la mesa estuvo lista, Rob se sentó en un extremo y pidió a Giff que se colocara en el otro. No habló hasta que todos los platos estuvieron en su sitio y los criados fuera de la sala. Esperó a que todos tomaran asiento después de la bendición, y entonces miró a Adela y luego a Isobel. Al fin, miró al otro lado de la mesa a Sidony, que pronto se sonrojó.

Era tan poco común ver a Rob enfadado que Sidony sintió una nueva oleada de culpabilidad, Aunque se las arregló para sostenerle la mirada, le costó mucho esfuerzo, más aún resistirse a mirar a Giff para recibir una nueva sonrisa de apoyo.

—Giff me ha contado lo que ocurrió —comenzó Logan con calma—. No negaré que estoy enojado, pero el daño está hecho, muchos son los responsables, y ahora debemos tener mucho cuidado para evitar que la información continúe esparciéndose. ¿Me comprendéis todos?

Antes de que nadie se decidiera a hablar, intervino Adela.

—Sir, por favor, ella no ha...

Rob puso una mano encima de la de ella, que descansaba sobre la mesa, para silenciarla.

—No tengo ninguna intención de actuar como un tirano, mi amor, no necesitas defender a Sidony. Ahora no tiene relevancia, a menos que alguien me esté ocultando algo más —dijo e hizo una pausa, mirándolos uno a uno—. ¿No? Entonces no necesitamos decir nada más al respecto ahora. No estoy hablando en lugar de Hugo o de Michael —añadió, y dirigió la vista a Isobel—. Seguramente ellos darán su opinión al respecto.

Sidony inspiró hondo y dejó escapar un suspiro.

—Bien —Rob bebió un sorbo de vino—, quizá alguno tenga otro tema de conversación.

Como nadie parecía dispuesto a hablar, Sidony se sintió obligada a tomar la palabra.

—¿Aún planeáis viajar al oeste, sir? —se dirigió a Giff.

—Así es, milady —respondió él—. La verdad es que ya he encontrado un barco.

Ella volvió a suspirar.

—Así que pronto regresaréis a Kintail, ¿no es cierto? Me gustaría tanto visitar el lugar.

—Ya habrá tiempo, querida —intervino Adela, mientras se servía de una bandeja con carnero asado que le ofrecía Rol—. Sólo faltan unas semanas para la boda de nuestro padre, pronto todos partiremos hacia allí. ¿Estás tan ansiosa por dejarnos, cariño?

Sidony sacudió la cabeza. La vida en Edimburgo después de la partida de Giff le resultaba triste y sin interés.

—No tengo ninguna objeción en que vengáis, milady —comentó Giff en medio del silencio que se había generado—. De hecho, resultaría de gran ayuda. Fife se desconcertaría al ver a una mujer a bordo.

—No alientes las fantasías de la muchacha, Giffard —le advirtió Rob—. Lo último que quieres encima de ese barco es a una mujer.

La mirada de Giff se encendió con un brillo especial.

—Piénsalo, Rob. Todos me han contado los problemas que han causado los hombres de Fife durante el último año, y ahora no queremos volver a despertar su interés. ¿Qué pasaría si declarásemos que estamos transportando a una princesa nórdica a visitar al príncipe Henry en Orkney?

—No seas tonto —respondió Rob sonriendo, lo que le indicó a Sidony que ambos bromeaban—. Sólo piensa en las consecuencias, Giff. Llevarla contigo..., Macleod te obligaría a casarte con la joven en el instante de que se la devolvieras, si no te arranca antes el hígado.

—Entonces temo que está fuera de discusión, milady —concluyó Giff, sonriendo de una forma que hizo que Sidony sintiera henchirse su corazón—. Pero al menos no podéis decir que no me he mostrado dispuesto.

—No tan rápido —intervino Isobel—. Vos estáis en la edad de merecer una esposa, sir —comentó con ligereza—. ¿Acaso no pensáis en vuestra descendencia?

—Algún día, quizá —respondió él—. En algún momento heredaré Hincraig y tendré que asumir las obligaciones de un señor. Pero hasta entonces, quiero la menor cantidad de responsabilidades y de ataduras a tierra como sea posible.

—Pues yo tampoco quiero casarme —declaró Sidony, orgullosa. ¿Qué se creían? ¿Que estaban en una subasta de ganado? Ella no estaba a la venta—, ni quiero dar toda la vuelta a Escocia para regresar a casa.

Él la miraba con aire burlón, pero fue Adela la que tomó la palabra.

—Algún día te casarás, cariño, descuida. Te gustan tanto los niños que algún día tendrás una familia propia.

—Claro que me gustaría tener hijos —admitió la joven—. Pero no estoy segura de querer un marido.

Se armó un revuelo en la mesa. Si lady Clendenen hubiera estado presente, se habría desmayado.

—Pero cariño —intervino Isobel, intentando calmar el barullo—, necesitas una cosa para tener la otra.

—Ahí está el problema —resopló Sidony.

Todos la miraban ahora, interesados.

Pero no quería seguir hablando del tema. No era el momento de decirles cuánto empezaba a detestar que le dijeran lo que debía hacer y, sobre todo, con quién debía casarse.

 

 

Rob quiso intercambiar unas palabras a solas con su esposa y pronto ambos desaparecieron en las escaleras.

—Quisiera descansar, Sidony —anunció Isobel de inmediato—. Te recomiendo que hagas lo mismo. Seguramente nos acostaremos tarde esta noche, y mañana querrás salir temprano para ir con Ealga a encontraros con Isabella.

Sidony no tenía sueño, pero sabía que su hermana necesitaba descansar y no podía imaginar ningún argumento para quedarse sola en el salón con la única compañía de Giff.

Pero entonces fue él quien le respondió a Isobel.

—Me gustaría hablar con lady Sidony antes de que se retire. Le debo una disculpa.

—Muy bien, sir. La dejo a vuestro cuidado. Por favor, no hagáis que luego me arrepienta.

—La cuidaré, milady —hizo una reverencia.

Pero apenas los dejó solos, Giff le dijo a Sidony con un brillo pícaro en los ojos:

—Quiero decirte algo, pero seguramente me enviarás al cuerno. Así que tengo una opción mejor.

Esa mirada pícara le recordó a su hermana Sorcha, cuando estaba a punto de involucrarla en una nueva aventura que por lo general terminaba en un desastre. Así que lo interrogó con cautela.

—¿De qué se trata, sir?

—He visto que eres una buena amazona. ¿Querrías salir a caballo conmigo?

—¿Ahora?

—Es el momento ideal. Lady Isobel quiere descansar, y lady Adela querrá estar un tiempo con su esposo —Sonrió de manera provocativa.

—No puedo. ¡Piensa en lo que dirán!

—El truco es aprovechar la oportunidad cuando se presenta, milady. Claro —añadió él, desafiándola—, a menos que tengas miedo...

—No seas tonto.

Giff le acarició la mejilla.

—No necesitas tenerme miedo. No te haré daño.

—No, porque yo no te lo permitiré —rebatió ella, más prometiéndoselo más a sí misma que a él.

Giff alzó las cejas, expectante.

—Está bien, iré.

Sidony vaciló ante los establos.

—¿Te estás acobardando? —murmuró él.

—No, pero se me va a arruinar este vestido.

—No si usas una silla de mujer.

Sidony hizo una mueca.

—Pero dile a los muchachos que se apresuren. Puede que Rob no se quede con Adela tanto como imaginas.

—Oh, te aseguro que se quedará toda la tarde con ella si no quiere que lo sermoneen.

—Pareces muy convencido —comentó ella cuando él regresó a su lado—. Yo diría más bien que es Rob quien está sermoneando a alguien ahora y Adela quien debe soportarlo.

—De todas, maneras supongo que encontrarán algo más interesante para hacer que sermonearse mutuamente —le guiñó el ojo.

Sidony se ruborizó.

—Ahora, dime cómo has aprendido a montar tan bien, jovencita.

—Mi padre nos enseñó a todas cuand... —se interrumpió al ver al muchacho que había ensillado los caballos montado en un bayo, dispuesto a acompañarlos.

—Soy audaz, milady, pero no suicida —aclaró Giff—. No quiero que Rob ni ningún otro de esos cuñados tan protectores que tienes reclamen por mi sangre. Un mozo nos seguirá, pero no muy de cerca —agregó, con otro guiño.

Siddie se dejó conducir por el sendero, el bosque olía deliciosamente. Tras unas millas de prudente distancia, se animó a preguntar al caballero:

—¿Qué es lo que querías decirme que requería este paseo a caballo?

Por una vez, fue él quien pareció dudar.

—Quería disculparme por mi falta de modales.

De pronto, Sidony se preguntó si él no estaría a punto de pedirle matrimonio. La idea no parecía tan desagradable.

—No me has ofendido —respondió ella, alzando el mentón—. El matrimonio no es algo que me preocupe en este momento.

—¿Por qué no? —preguntó divertido.

Sidony trató de pensar en una respuesta inteligente que lo hiciera reír o desear desposarla en la capilla más próxima, pero acabó por responder con cierto candor.

—Estoy cansada de que la gente me dé órdenes. Y eso es algo que habitualmente ocurre con los esposos.

Giff se rió.

—Entonces, disfrutemos de esta libertad que hemos conseguido. ¿Te gustaría ver el puerto de Leith?

Sidony aceptó gustosa, tratando de ignorar el vuelco que le dio el corazón al comprobar que él no parecía interesado en convencerla de cambiar su opinión respecto del matrimonio. El día seguía soleado, y la actividad del puerto resultó de lo más fascinante. Hasta que no regresaron a Lestalric, Sidony no se percató de que había pasado tanto tiempo.

—Rob nos matará a los dos —rió ella—. Y si no lo hace, Adela me obligará a escuchar unas cuantas cosas después de esta escapada.

—Pero nosotros hemos disfrutado de una bonita tarde. Eres una compañía muy grata. Quizá, después de que regreses a Glenelg, podría visitarte algunas veces.

—Me gustaría —aceptó, solemne—, si es que no nos matan por esto.

Pero no fue ni Adela ni Rob quien los recibió en Lestalric sino lady Clendenen, que corrió hacia ellos en el momento en que Giff ayudaba a Sidony a desmontar.

—¡Por Dios! ¿Dónde has estado, niña? Uno de mis criados me dijo que habías salido. ¡A solas con sir Giffard! ¿En qué estabas pensando?

—¿Me buscabas por alguna razón en particular, milady?

—Isabella planea postergar su viaje hasta la tarde del jueves. Pero ahora que lo pienso, Rob quizá ya te lo haya dicho.

—No, milady —respondió Sidony, mirando a Giff—. Nadie me lo había dicho todavía.