El cuento de la hormiguita (la mariposita, la cucarachita, o ratita presumida)
Este cuento es uno de los más populares en la Península y en Iberoamérica, para niños pequeños. La historia, simplísima (encuentro de una moneda, compra de polvos, paso de pretendientes a casarse con la hormiguita, elección de pretendiente, casamiento, descuido y muerte del esposo, lamento de la hormiguita), tiene unos elementos formulísticos muy notorios a un nivel verbal, y, con Espinosa, lo clasificamos como cuento de animales y acumulativo.
En todas las versiones aparece el personaje pequeño, limpio, coqueto, pero hacendoso, mujer de una casa de limpiar y limpiar, que decide embellecerse y buscar pareja, como inversión segura. Es una visión diminuta, cotidiana, de barrer, limpiar, casarse, ir al mercado, a misa, cocinar, dejar recados, enviudar, llorar. En este mundo cercano y familiar, sólo puede entrar lo pequeño, como al corazón de la hormiguita, el ratón Pérez, después de mucho asustarse y espantarse de otros pretendientes excesivamente ruidosos.
La hormiguita es una niña de juicio y razón. El soliloquio del personaje -¿qué haré…, qué no haré?-, al encontrarse la moneda, es un razonamiento de previsión. Difiere de las versiones de Fernán Caballero (F. C), Elena Fortún (E. F.) y Antoniorrobles (A.), por su ironía, la publicada en la Colección Calleja (C.). Esta hormiguita es una mujer calculadora, es una mujer de capital «de sesenta abriles», «sin escrúpulos de conciencia», que toma la iniciativa de proponer el casamiento-inversión.
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En las distintas versiones del cuento, la elección del novio varía desde la breve enumeración de F. C. («lo propio sucedió con un perro que ladró, un gato que maulló, un cochino que gruñó, un gallo que cacareó») a la presentación dialogada y reiterada (E. F., C.-A.). La presentación formulística de los personajes es importante para la retención y memorización del diálogo. La visualización de los personajes está dada por la reiteración de las preguntas y la diversificación de las respuestas onomatopéyicas; en la tonalidad y timbre de las voces-personajes. En la versión de A., esta visualización está ampliada por la caracterización en imágenes simples y plásticas (el gato de ojos verdes y gafas rojas, el ratón Pérez en patines).
La muerte del ratón está presentada con diversos grados de intensidad en una graduación de cuatro notas (E. F.), subiendo en F. C, y ampliada a tragedia forte en C.
La versión de Antoniorrobles se aparta, estableciendo un suspense de duda («¿muerto quizás? No, no lo sabemos todavía»).
El lamento final claramente formulístico es breve cancioncilla en C, reiteración en E. F., y acumulativo en F. C. En A., el ritmo acumulativo se interfiere por la explicación («siguieron hablando en aleluyas que, aunque versos malos, en aquella región eran signo de sentimiento»). La acumulación en este cuento cumple una función de intensificación del lamento, estableciendo una duración del dolor (largo-breve). La versión de A., coherente con su idea de aligerar de cualquier crueldad los cuentos, suprime el desenlace fatal, por un salvamento del ratón, alegre y disparatado, de dibujos animados, y con final feliz.
En la versión de C. es visible el cuento instructivo moralizante, su final no ofrece dudas: «Este cuento enseña a los niños a no ser curiosos y a no faltar a lo que se les manda por medio de padres y maestros».
Creemos se evidencian en estas cuatro versiones el texto oral para contar (F. C. y E. F.); el texto escrito de leer y oír (A.), y el texto con intención instructiva (C).
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Había una vez una hormiguita tan primorosa, tan concentrada, tan hacendosa, que era un encanto. Un día que estaba barriendo la puerta de su casa se halló un ochavito. Dijo para sí: «¿Qué haré con este ochavito? ¿Compraré piñones? No, que no los puedo partir. ¿Compraré merengues? No, que es una golosina». Pensolo más y se fue a una tienda, donde compró un poco de arrebol, se lavó, se peinó, se aderezó, se puso colorete y se sentó en la ventana. Ya se ve; como que estaba tan acicalada y tan bonita, todo el que pasaba se enamoraba de ella. Pasó un toro y le dijo:
-Hormiguita, ¿te quieres casar conmigo?
-¿Y cómo me enamorarás? -respondió la hormiguita.
El toro se puso a rugir; la hormiga se tapó los oídos con ambas patas.
-Sigue tu camino -le dijo al toro-, que me asustas, me asombras y me espantas.
Y lo propio sucedió con un perro que ladró, un gato que maulló, un cochino que gruñó, un gallo que cacareó. Todos causaban alejamiento a la hormiguita; ninguno se ganó su voluntad, hasta que pasó un ratonpérez, que la supo enamorar tan fina y delicadamente, que la hormiguita le dio su manita negra. Vivían como tortolitos, y tan felices, que de eso no se ha visto desde que el mundo es mundo.
Quiso la mala suerte que un día fuese la hormiguita sola a misa, después de poner la olla, que dejó al cuidado de ratonpérez, advirtiéndole, como tan prudente que era, que no menease la olla con la cuchara chica, sino con el cucharón; pero el ratonpérez hizo, por su mal, lo contrario de lo que le dijo su mujer: cogió la cuchara chica para menear la olla, y así fue que sucedió lo que ella había previsto. Ratonpérez, con su torpeza, se cayó en la olla, como en un pozo, y allí murió ahogado.
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Al volver la hormiguita a su casa, llamó a la puerta. Nadie respondió ni vino a abrir. Entonces se fue a casa de una vecina para que la dejase entrar por el tejado. Pero la vecina no quiso, y tuvo que mandar por el cerrajero que le descerrajase la puerta. Fuese la hormiguita en derechura a la cocina; miró la olla, y allí estaba, ¡qué dolor!, el ratonpérez ahogado, dando vueltas sobre el caldo que hervía. La hormiguita se echó a llorar amargamente. Vino el pájaro y le dijo:
-¿Por qué lloras?
Ella respondió:
-Porque ratonpérez se cayó en la olla.
-Pues yo, pajarito, me corto el piquito.
Vino la paloma y le dijo:
-¿Por qué, pajarito, te has cortado el pico?
-Porque ratonpérez se cayó en la olla, y que la hormiguita lo siente y lo llora.
-Pues yo, la paloma, me corto la cola.
Dijo el palomar:
-¿Por qué tú, paloma, cortaste tu cola?
-Porque ratonpérez se cayó en la olla; y que la hormiguita lo siente y lo llora; y que el pajarito cortó su piquito; y yo, la paloma, me corto la cola.
-Pues yo, palomar, voime a derribar.
Dijo la fuente clara:
-¿Por qué, palomar, vaste a derribar?
-Porque el ratonpérez se cayó en la olla; y que la hormiguita lo siente y lo llora; y que el pajarito cortó su piquito; y que la paloma se corta la cola; y yo, palomar, voime a derribar.
-Pues yo, fuente clara, me pongo a llorar.
Vino la infanta y dijo:
-¿Por qué, fuente clara, te has puesto a llorar?
-Porque ratonpérez se cayó en la olla; y que la hormiguita lo siente y lo llora; y que el pajarito se cortó el piquito; y que la paloma se corta la cola; y que el palomar fuese a derribar, y yo, fuente clara, me pongo a llorar.
-Pues yo, que soy infanta, romperé mi cántara.
Y yo, que lo cuento, acabo en lamento, porque el ratonpérez se cayó en la olla, ¡y que la hormiguita lo siente y lo llora!
Fernán Caballero
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En cierta ocasión, una hormiguita barría con todo esmero la puerta de su casa, que era un agujerito, practicado en las inmediaciones de un camino que conducía a ciudad populosa.
Barriendo, barriendo, se encontró una moneda pequeña que, sin duda, era un céntimo. Claramente conoció la hormiga por el olfato que aquel centimito había pertenecido a otro individuo de su misma especie, raza y condición, aunque de distinta tribu, porque las hormigas exhalan de su cuerpo unas emanaciones olorosas que les sirven para distinguirse y reconocerse mutuamente.
Pero ¿adonde podía nuestra hormiguita buscar a la dueña del céntimo encontrado?
Sin escrúpulo de conciencia, la hormiguita creyó que podía guardarse la moneda, y así lo hizo.
Y comenzaron las cavilaciones.
-¿En qué emplearé este capital para que me produzca grandes utilidades? -se decía-. Guando somos pobres creemos que todo depende del trabajo manual; pero cuando somos ricos, vemos que también la riqueza es importante y que necesita una buena dirección.
Después de largas meditaciones, la hormiguita se dijo:
-¿Pondré un taller para enriquecerme pronto? No, porque me incomodará el ruido. ¿Pondré una casa de préstamos para cobrar como los hombres el 60 por 100 de interés? No, que mi raza no es de prestamistas ni de usureros. ¿Pondré un puestecito de granos y hortalizas? -191 No, porque vendrán las cigarras y los zánganos y me comprarán al fiado, con propósito de no pagarme nunca.
En estas cavilaciones pasó el verano entero, sin saber qué ocupaciones emprender con su dinero.
Al fin tomó una resolución importante. Decidió gastar el céntimo en pomada olorosa, peinarse con mucho cuidado y buscar un novio para casarse.
Se puso en las antenas unas hermosas peinetas de plomo y en la cabeza un sombrero con grandes plumas; diose polvos de arroz en la cara, se puso una manteleta entre clara y entre yema, una faldita de percal planchada, se miró al espejo y se encontró muy hermosa para sus sesenta abriles.
Nuestra hormiga, peinada y perfumada, se situó en la puerta de su agujero, es decir, de su vivienda, y esperó para ver si de los transeúntes merecía alguno su elección.
-¿Con quién me casaré? -se preguntaba-. ¿Será con un banquero? ¿Será con un duque? ¿Acaso con un marqués? ¿Quizá con un conde? ¿Será un general? ¿Será un trompeta?
Mientras esto pensaba, todo se la volvía dar vueltas al centimito en su faltriquera, como si temiese que la robasen.
-La verdad es -decía- que con un céntimo y ropa limpia se puede recorrer el mundo y sobrar dinero para la vuelta.
Pasó a poco una manada de cabras, entre las cuales se destacaba un cabrito de gallarda presencia.
-¡Cabrito! -le preguntó la hormiga-, ¿querrías casarte conmigo?
-Sí -le contestó el cabrito.
-Y ¿de qué manera me hablarás de noche?
-Bé…
-¡Ay! No, que me asustarás.
Y pasó un rebaño de ovejas y carneros, y preguntó a uno de éstos, de rizada y hermosa lana blanca:
-¿Te quieres casar conmigo, carnerito?
-Sí.
-¿Y cómo me hablarás de noche?
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-Mééé.
-¡Ay! No, que me asustarás.
Pasó una bandada de saltamontes, y al que iba delante de todos preguntó la hormiga:
-¡Cigarroncito! ¿Quieres casarte conmigo?
-Sí -le respondió.
-Y ¿cómo me hablarás de noche?
-Ruch… -produjo el saltamontes con sus alas.
-¡Ay! No, que me asustarás.
Y pasó un grillo, que ansiosamente buscaba dónde ocultarse.
-¡Grillito! -le dijo la hormiga-, ¿te quieres casar conmigo?
-Sí.
-¿Y de qué manera me hablarás de noche?
-¡Ri!, ¡ri!, ¡ri!
-¡Ay! No, que me asustarás.
Entonces vio un ratón, de puntiagudo hocico, de chispeantes ojos negros, de movedizas orejas, de cuerpo muy pequeño, de patitas muy ligeras y de rabo larguísimo; el ratón se paseaba, o más bien corría por la carretera próxima.
-Ratoncito, escucha tres palabras: ¿Quieres casarte conmigo?
-Sí.
-¿Y qué me dirás de noche?
-I, i, i.
-Pues me conviene: arreglaremos nuestros asuntos, buscaremos nuestra casa, llevaremos a ella nuestros bienes, celebraremos nuestro contrato matrimonial y festejaremos nuestra boda, en compañía de nuestros parientes, amigos y conocidos.
La hormiga y el ratón se prometieron fidelidad y cariño; se casaron y se establecieron en una casita que estaba situada debajo de un corpulento árbol.
Dos días habían transcurrido, cuando a la hormiguita se le ocurrió ir al pueblo para enterarse del precio del trigo, porque ella tenía de ese cereal un gran montón, formado grano a grano.
-Escucha -dijo la hormiguita a su esposo-; yo me voy al pueblo y dejo puesta la olla con la verdura en el fogón: si hierve la meneas, pero no con la cuchara chica, sino con la cuchara grande.
Al cabo de algunas horas volvió a su hogar la hormiguita, y se extrañó mucho de no hallar en la puerta a su marido. ¡Y eso que le traía como regalo una cortecita de queso!
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Pero más le sorprendió encontrar tapiada por dentro la entrada. «Sin duda -pensó la hormiga- mi ratoncito habrá tenido necesidad de ir a la cocina para menear la verdura y ha cerrado por dentro la puerta de la casa para evitar sorpresas».
Y llamó, y volvió a llamar con más fuerzas; pero nada oía ni nadie acudía.
Entonces la hormiga pidió permiso a una comadre suya, que vivía en la casa inmediata, para pasar por el tejado hasta su casa; el corazón le anunciaba una horrible desgracia.
Y exclamaba:
¿Dónde estás, mi ratoncito,
dónde estás que no te veo?
¿Por qué no templas mi angustia
y no calmas mi deseo?
Con miles trabajos la hormiguita, subiendo, trepando, cayendo y tropezando, pudo por fin llegar hasta el corral de su casa.
-Ratoncito, ratón mío -iba diciendo y no obtenía respuesta.
Llegó a la cocina; ¡oh terrible desgracia! El rabo del ratoncito se asomaba por la boca de la olla.
-Todo lo comprendo ahora -exclamó la hormiguita-; meneó con la cuchara chica y se cayó dentro.
Y las lágrimas inundaron sus antenas.
Mucho tiempo después, todavía la vecindad de la hormiga oyó a ésta exclamar entre llantos y lloros:
Mi ratoncito
se cayó en la olla,
y su hormiguita
lo siente llorar.
Este cuento enseña a los niños a no ser curiosos y a no faltar a lo que se les manda por medio de sus padres y maestros.
Calleja
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Esta era una mariposita que estaba barriendo el portal y se encontró un centavito.
-¿Qué me compraré? ¿Qué me compraré? ¿Me compraré caramelos? ¡Ay, no; que me llamarán golosa! ¿Me compraré un vestidito? ¡Ay, no, no; que me llamarán presumida! Me compraré una cintita y me la pondré en la cabeza.
Y la mariposita se compró una cintita de seda y se hizo un moño en el cabello.
Y pasó por allí un perrito:
-Mariposita, ¡qué linda estás!
-Hago bien, que tú no me lo das.
-¿Te quieres casar conmigo?
-¿Qué harás por la noche?
-¡Guau, guau, guau!
-¡Ay no, no; que me asustarás!
Y pasó por allí el gallito.
-Mariposita, ¡qué linda estás!
-Hago bien, que tú no me lo das.
-¿Te quieres casar conmigo?
-¿Qué harás por la noche?
-¡Quiquiriquí! ¡Quiquiriquí!
-¡Ay no, no; que me asustarás!
Y pasó por allí el gatito.
-Mariposita, ¡qué linda estás!
-Hago bien, que tú no me lo das.
-¿Te quieres casar conmigo?
-¿Qué harás por la noche?
-¡Miau, miau, miarramiau!
-¡Ay no, no; que me asustarás!
Y pasó por allí el ratoncito Pérez.
-Mariposita, ¡qué linda estás!
-Hago bien, que tú no me lo das.
-¿Te quieres casar conmigo?
-¿Qué harás por la noche?
-¡Dormir y callar! ¡Dormir y callar!
Y la mariposita se casó con el ratoncito Pérez.
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Al otro día, la mariposita se marchó al mercado y dijo al ratoncito Pérez:
-Ratoncito Pérez, cuida de la olla, y no espumes el caldo con la cuchara pequeña, sino con la cuchara grande, porque si no lo haces así te caerás dentro.
Pero el ratoncito Pérez espumó el caldo con la cuchara pequeña y se cayó dentro de la olla.
Y cuando volvió del mercado la mariposita, sólo asomaba el rabo del ratoncito Pérez por fuera de la olla.
La mariposita escurrió el caldo y vertió los garbanzos en la cacerola, y entre ellos estaba el ratoncito Pérez, que se había cocido.
¡El ratoncito Pérez se cayó en la olla! ¡Y la mariposita le canta y le llora! ¡El ratoncito Pérez se cayó en la olla! ¡Y la mariposita le canta y le llora! ¡Le canta y le llora!
Elena Fortún
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31. Muchos a adorarla son, pero ella elige al ratón
Pues, señor, era una vez una cucarachita llamada Mondinga, que vivía en una casita muy bonita y muy chiquirritita, que ella se cuidaba de tener muy limpia.
Un día, en su afán de limpiar y limpiar, se puso a barrer la acera a la puerta de su hogar, y viendo una cosa redonda que salía rodando, la recogió y se encontró con que se trataba de un centavito.
Lo tomó en la mano, lo miró muy contenta y exclamó:
-¿Qué compraré con él? Si compro pan, se me acabará; si compro dulce, me lo comeré inmediatamente; si compro tocino, puede hacerme daño. ¿Qué compraré…?
Pensando, pensando, se fue a hacer la pregunta ante el espejo, y al verse tan morenita se dijo:
-¡Ya sé lo que voy a comprarme!
Guardó el centavito en su bolsa y en la cercana tienda pidió un centavito de blancos polvos para la cara. Se lo vendieron, regresó a su casita, y, empolvándose la faz, la verdad es que se encontró muy guapetona; así es que, entre presumida y cansada de las faenas del día, se sentó a la ventana para ver quién pasaba, y también para que la vieran a ella; porque, para eso, se puso a abanicarse entre unas macetas floridas de rosas y claveles.
En esto pasó un toro andando en dos patas con su elegante sombrero hongo muy bien colocado entre los cuernos; y al verla se acercó a la ventana, se quitó el sombrero y le dijo:
-Cucarachita Mondinga, ¿te quieres casar conmigo?
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Le gustó su figura; pero se le ocurrió preguntarle:
-¿Qué dirás para enamorarme?
-¡Muuuuuh! -exclamó el toro.
-¡Ay, qué horror! -replicó Mondinga-; ese ruido me espanta y me asusta. ¡No, no, no! No quiero casarme contigo.
El toro, entonces, se marchó lleno de tristeza. Pero al poco rato pasó un perro vestido a cuadros y fumando en pipa, que, enamorado de la presencia de Mondinga, le dijo desde la acera:
-Cucarachita bonita, ¿te quieres casar conmigo?
No la pareció mal; los perros son leales y guardadores de la casa; por eso le preguntó:
-¿Qué me dirás para enamorarme?
-¡Guau, guau!, -exclamó él.
-¡Ay, qué horror! -replicó Mondinga-; ese ruido me espanta y me asusta. ¡No, no, no! No quiero casarme contigo.
Entonces el perro se marchó con el rabo entre las piernas. ¡Ah!, pero a los pocos minutos pasó un gallo que debía ser militar de su raza, porque parecía que llevaba condecoraciones en el pecho y, además, dos magníficas espuelas… o espolones.
-Cucarachita chiquita y linda, ¿te quieres casar conmigo?
¡Oh, qué bonito sería, con tantas plumas y colores! Entonces le preguntó:
-¿Qué me dirás para enamorarme?
-¡Quiquiriquí! -cantó el gallo, con enorme gallardía.
-¡Ay, qué horror! ¡Ese ruido me espanta y me asusta! ¡No, no, no! No quiero casarme contigo.
Entonces el gallo siguió su camino con la cresta ladeada por su tristeza. Pero pasó después por enfrente un hermoso gato de ojos verdes, con gafas rojas, y al verla se sintió enamorado.
-Hermosísima cucarachita -le dijo-; dime: ¿te quieres casar conmigo?
Mucho le gustaba su aspecto de sabio; pero le preguntó:
-¿Qué me dirás para enamorarme?
Y el gato respondió:
-Miau, miau.
-¡Ay, qué horror! -exclamó la cucarachita Mondinga-. Ese ruido me espanta y me asusta. ¡No, no, no! No me casaré contigo.
Y entonces, el gato de los ojos verdes hizo como el gallo, el perro y el toro; desapareció calladamente con angustioso aire de tristeza.
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Por fin pasó un ratón. ¡He aquí al ratoncito llamado Pérez, rodando con sus dos patines, y al aire su largo y elegante rabito! Pero al ver a la cucarachita tan guapa hizo que sus ruedecillas girasen y, acercándose a la ventana, exclamó:
-Cucarachita Mondinga, ¿te quieres casar conmigo?
Inmediatamente, la misma pregunta:
-¿Qué me dirás para enamorarme?
-¡Iiiiih! ¡Iiiiih!… -respondió el ratón con un ruidito suave y dulce.
-Me encanta. ¡Oh, qué linda voz! -exclamó ella jubilosa- ¡Sí, sí! ¡Nos casaremos!
Y se casaron, efectivamente A la boda fueron todos sus amigos: los grillos, las ratas, las cigarras, las luciérnagas, los murciélagos y las arañas, que tejieron lindas telas para la novia.
¡Gran banquete el día de la boda, en la despensa de los señores donde vivía el ratoncito Pérez!…
Se instalaron luego felices en el hogar de la novia, y la cucarachita no hacía más que pensar de esta manera:
«¡Todo esto se lo debo al centavito de polvos blancos, que me compré! ¡Gracias a aquel encuentro soy, con mi esposo, la cucaracha más afortunada del mundo!»
Además, cada vez le parecía más guapo el ratón Pérez: su cola más elegante y larga, más brillantes los ojos negros, más aterciopelado el pelo, más ilustres sus bigotes…
Sucedió que todos los domingos se iba a rezar la cucarachita a su templo, y, al marcharse, dijo a su esposo cierta mañana, cuando aún estaba medio dormido:
-He dejado la olla de la comida en la lumbre; ten cuidado de que no se queme; pero no se te ocurra dar vueltas al guiso con la cuchara chica, que es peligroso; así es que ahí te dejo el cucharón.
Dicho lo cual, ella se fue y él siguió durmiendo.
Al cabo de un rato despertó al ratón el olor del guiso, que se estaba quemando. Entre sueños se levantó precipitadamente, retiró la olla del fuego y fue a moverlo para que no se pegase al fondo, pero se olvidó de la recomendación de su esposa, y como intentó dar vueltas al guiso con la cuchara pequeña desde el borde de la olla, no alcanzó bien y ¡zas!, se cayó a la salsa; y en la olla se quedó completamente inmóvil y sin sentido. ¿Muerto quizá? No, no lo sabemos todavía. De todas maneras, ¡pobrecito ratón Pérez!
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Regresó del templo doña Mondinga, vio que la olla estaba retirada del fuego y que Pérez no estaba en el lecho y supuso que habría salido a dar una vuelta a la calle. Entonces estuvo arreglando su casa, zurció sus medias, puso nuevos adornos a sus sombreros, y como el esposo no regresaba, decidió ponerse a comer solita; cosa que no le era grata, porque era la primera vez que le pasaba en su matrimonio. Mas he aquí que en el momento de meter la cuchara en la olla, dio un grito que se oyó en toda la vecindad.
Lo oyó un pajarito y se acercó a preguntar:
-¿Qué te sucede?
-¡Qué horror! ¡Que mi esposo amado, en el guiso ha muerto ahogado!
-¿Qué sucede? -preguntó una paloma que también lo oyó.
Y el pájaro le dijo, también un poco en verso:
-Pues que el ratón Pérez se cayó en la olla, y su cucarachita le gime y le llora. Y yo, pajarito, me corto el piquito.
-¡Ah!, pues yo, paloma, la cola me corto; y no creas que es broma.
Y los dos, en señal de luto, se cortaron un poquito del pico y de la cola, y siguieron hablando en aleluya; que, aunque eran versos malos, en aquella región era signo de sentimiento.
Pasaba entonces una linda infanta, hija de un rey destronado, que en aquel momento iba con su cántaro a por agua, y al oír los llantos preguntó:
-¿Qué sucede?
Y la fuente respondió con el ruido mismo de su chorro; pero siempre un poco con verso:
-Pues que el ratón Pérez se cayó a la olla, y cucarachita lo gime y lo llora; y ese pajarito se cortó el piquito, y aquella paloma se cortó la cola; y yo, fuente clara, me pongo a llorar.
-Entonces la infanta, ni ríe ni canta -y diciendo la niña estas palabras, dejó caer el cántaro al suelo, haciéndole mil pedazos.
Al oír tal estrépito y los tristes lamentos, el señor lorito se acercó a ver lo que pasaba, y en seguida se llegó en un vuelo a los bomberos y les dijo:
-¡Vengan los valientes, que éste es un suceso de los más urgentes!
Llegaron los bomberos al galope de doce borriquitos, y aplicando la manguera a la boca del ratón, dieron vueltas al manubrio al revés, no para echar agua como en los incendios, sino para sacarle toda la salsa que se le había metido dentro durante las tres horas que estuvo en la olla.
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Al poco rato empezó a mover los ojillos… Luego se le vio mover las cuatro patitas… Y al fin vieron todos cómo sonreía feliz.
El caso es que al domingo siguiente se celebró su salvamento con otro banquete, cuyo menú se componía de seis manjares; a saber: primero, queso; segundo, queso; tercero, queso mezclado con un poquito de queso…, y así sucesivamente. Pero como la cucarachita Mondinga y el ratón Pérez volvieron a ser felices, colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
Antoniorrobles