Experiencia 2
Hay algunos cuentos que regresan a mi memoria, cuentos tradicionales, los de toda la vida y todo el mundo. Pulgarcito, con su «Pachín, Pachín, Pachán, tened cuidado con lo que hacéis»; Los siete cabritos… Pero ninguno regresa tan cargado de emociones como Pepito y Anita. Recuperar las sensaciones, la experiencia de tu sensibilidad es algo que se produce sólo parcialmente y en todo caso de forma confusa. Pepito y Anita está unido a un ámbito de viajes, ausencia de unos padres, tiempo pasado en casa de mis abuelos o de mis tías. El contador era mi abuelo, luego la enorme cocina, el «aquí arde hasta la perra» (así me demostraba su enfado mi abuelo) y la habitación del huésped, siempre cerrada. Espiarla era sentir el miedo que te produce risa. Recuerdo bien el polvo a través de la rendija de la puerta y el olor.
La voz de mi abuelo, sus cambios de tono y sus gestos son la voz y los gestos de los personajes de mi cuento. El padre, la voz gruesa; el hada, fina y dulce; la madrastra y la bruja, la misma voz cascada. Anita tenía mi voz y a través de ella yo tenía su miedo y su angustia, pero también empujaba la bruja al caldero. La vida es un poco así, ¿no?
Pepito y Anita
Érase una vez dos niños que se llamaban Pepito y Anita. Pepito y Anita vivían en una casa con su papá y su mamá y se querían mucho. Un día la mamá de Pepito y Anita se murió, y al tiempo, el padre decidió volverse a casar. La madrastra resultó ser una mujer mala, que no quería a Pepito y Anita, y que además gastaba muchísimo.
Llegó un momento en que ya no tenían dinero para comer, y la madrastra le dijo al marido:
-Mira, no tenemos dinero; así que mañana, muy de mañana, los llevamos al bosque, como si fuéramos a cortar leña, y los dejamos allí para que no vuelvan.
Pero Pepito, que era muy listo, se quedó escondido tras la puerta y lo oyó todo; así que a la mañana siguiente, antes que nadie se levantara, fue a la cocina y se llenó los bolsillos con migas de pan y, camino del bosque, las fue echando.
Cuando llegaron a un claro, la madrastra les dijo:
-Quedaos aquí quietos; nosotros vamos a por leña.
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Pepito y Anita se quedaron en un árbol y durmieron casi todo el día. Cuando despertaron ya era casi de noche. Anita empezó a llorar.
-Pepito, nos hemos perdido, y papá y mamá no vuelven.
-No te preocupes, yo sé el camino -dijo Pepito.
Pero cuando se puso a buscar las miguitas de pan se las habían comido los pajaritos. Así que empezaron a andar y andar. Tenían frío y hambre. De repente vieron una casita con las luces encendidas.
-Mira -dijo Pepito-, allí hay una casa; vamos, que nos darán de comer.
Cuando llegaron se pusieron contentísimos. La casita toda entera era de chocolate, con caramelo en las ventanas.
-Ummm, qué rica -dijo Anita, metiendo el dedo en el chocolate.
-¿Quién llama a mi puerta? -dijo una viejita.
Pepito y Anita se asustaron muchísimo.
-¿Qué queréis? -repitió la viejita.
-Nos hemos perdido -dijo Anita-, y tenemos hambre.
-Pasad, pasad -dijo la viejita-, no tengáis miedo.
Entraron dentro, y la viejita, que era una bruja disfrazada, empezó a reírse y les dijo:
-Tú, Pepito, al gallinero; te engordaré para comerte.
-Tú, Anita, me ayudarás en la casa.
Así que a Pepito lo encerraron en el gallinero, y todos los días le daba de comer mucho para que engordara pronto; y le decía:
-A ver, Pepito, saca un dedito por debajo de la puerta. ¡Bah!, todavía estás muy flaco.
La bruja gruñía a Anita todo el tiempo:
-Venga, a trabajar; deja de llorar, tonta.
Con el tiempo, Pepito se había puesto muy gordo.
-A ver, Pepito, saca el dedito por debajo de la puerta.
«Si se lo enseño me comerá», pensó Pepito, y como era muy listo, le enseñó la pata de una gallina.
-Es imposible, sigues estando flaco. No importa, mañana te comeré.
Al día siguiente mandó a Anita que encendiera el caldero para guisar a Pepito:
-Tú prepara el caldero.
-No puedo, soy muy pequeña y no llego -le contestó Anita llorando.
-Tonta, lo tendré que hacer yo.
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Y cuando la bruja se puso a encenderlo, Anita la empujó, y la bruja cayó al caldero hirviendo.
-Sacadme, sacadme -gritaba.
Anita sacó a Pepito del gallinero, y, de repente, detrás de ellos, apareció un hada buena que les dijo:
-Gracias, Anita y Pepito, por librarme de la bruja.
Y les dio una bolsa de oro, indicándoles el camino de su casa.
Llegaron a su casa, y su padre estaba solo y triste. Su madrastra había muerto. Todos se pusieron contentísimos, y fueron muy felices, comieron perdices y a mí me dieron con el plato en las narices.
Ana Beltrán