3. Compiladores escritores
Comprobamos en esta sucinta enumeración la móvil e imprecisa franja que separa a los recolectores escritores de los escritores que, partiendo de textos impresos de la tradición oral -de recuerdos familiares o de autor-, realizan una nueva versión de la narración, conscientes de la fuerza de lo oral, o de la lectura y el oído. La adaptación oscila entre a) cuentos para ser contados; b) cuentos para ser leídos-contados.
3.1. Cuentos para ser contados. Elena Fortún (1886-1952), creadora del personaje femenino Celia, una niña de la clase media madrileña, desenfadada y aguda, publica Pues señor… (1941), antología de cuentos tradicionales para ser contados, especificando la peculiaridad de «las versiones de los cuentos universales de España (que) es áspera, dura, sin ternura, pero con profunda capacidad de dolor, y con tan extraordinario poder de conservación, que algunos no han perdido su simbolismo astronómico» 14 .
Elena Fortún advierte de la importancia de la edad de los niños, dividiendo su antología en cuentos-edades: de dos a cinco años, el poder de la palabra; de cinco a siete, la capacidad de lo imaginativo en el cuento de hadas; y, dado que «los niños latinos piden muy pronto realidades», el relato de la vida de los hombres célebres, de siete a nueve años.
«Hemos olvidado el arte de contar cuentos» -lamenta la autora-, tema de fundamental importancia en el acceso del niño a la lectura. Su desazón por la pérdida del cuento contado le hace anotar sugerencias para la formación de narradoras, influenciada por el libro de la norteamericana Sara Cone Bryant El arte de contar cuentos, sumando la realidad vivenciada de su propia experiencia de escritora-narradora.
3.1.1. En esta misma dirección, Monserrat del Amo (1926), premio Lazarillo de Literatura infantil, selecciona cuentos populares universales, adapta textos clásicos (Conde Lucanor, Poema del Cid), estudiando técnicas de análisis, condiciones del narrador y notas para contar cuentos desde su aportación narradora en clubs y bibliotecas, en La hora del cuento (1964).
La adaptación de cuentos de autor para ser difundidos oralmente introduce un nuevo aspecto en la relación de texto oral y texto literario; -33 la función de la lengua, de la metáfora, la descripción y el ritmo del relato, su difusión y su aceptación en el tiempo.
3.1.2. Cuenta-cuentos (1980), de Nuria Ventura-Teresa Durán, y los relatos adaptados por Dora P. de Etchebarne en El oficio olvidado. El arte de contar cuentos (1972), subrayan las dificultades de la adaptación del cuento de autor para el relato oral.
3.1.3. Sintetizamos los criterios de adaptación en Elena Fortún (EF), Monserrat del Amo (MA), Dora Etchebarne (DE) y Ventura-Durán (VD).
¿Para qué adaptar?
- Necesidad de diversas temáticas, estilos y contenidos (VD; DE).
- Introducción a un autor determinado (MA).
- Cuentos de autor contemporáneo, especialmente interesantes para los niños de hoy (VD).
- Interesar a los niños por la lectura del libro (EF; MA; DE).
- Atraer lectores a la biblioteca (MA; EF; DE).
¿Cómo?
- No desvirtuando el espíritu de la obra (MA).
- Supresión de párrafos descriptivos enteros, metáforas (DE; VD).
- Empleo de palabras más sencillas, modificación, limitación (DE; VD; MA).
- Pasar a la acción, presentar el argumento en línea recta (DE).
- Pasar al estilo directo-diálogos (DE).
- Introducción de onomatopeyas (DE; VA).
- Fórmulas de apertura y cierre (DE).
En todos estos casos, el adaptador lo escoge como texto variable. Esta actitud tiende a reafirmar ciertos mecanismos en la literatura oral ya señalados: la reducción y la alteración. Y de la literatura popular impresa al explicitar la intención de llegar al interés, gusto del niño, la difusión del conocimiento del libro-autor. La reducción (fragmentación) puede ser un hallazgo estilístico, y, asimismo, entraña un peligro: reducir metáforas, simplificar el lenguaje, puede destruir la fuerza en la que oralmente se apoya el texto. Y los niños entienden el lenguaje simbólico.
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Ahora bien, para que el texto literario adaptado, contado, llegue a incluirse en la literatura oral popular es menester un proceso, apenas comenzado: su supervivencia en un tiempo, un grupo; el reconocimiento, recreación, modificación por ese grupo. O la amplificación por fórmulas verbales, combinación con otros cuentos o motivos.
En cualquier caso, se cumplan o no las «leyes de transmisión», contar un cuento es acercar, ayudar a descifrar, estimular, abrir o dejar la llave para la exploración del cuarto cerrado.
3.2. Cuentos tradicionales para ser leídos-contados.
3.2.1. Cuentos de la abuela para la niñez (1864), de Francisco Miquel y Badía, es un interesante antecedente de la preocupación por allegar a la infancia los cuentos orales y los populares de Grimm-Perrault. Miquel y Badía no se aparta del cuento oral y vuelve a contar El fiel Pablo (Grimm), El hijo menor (Pulgarcito-Perrault), o cuentos de «un autor a quien todo el mundo conoce y nadie sabe quién es, que no se ha visto jamás impreso y, sin embargo, tiene numerosos editores […]. Este buen señor es la tradición, y sus editores son las mamás, las abuelas y nodrizas» 15 ; cuentos religiosos, como el Camino del Cielo, y motivos del cuento maravilloso, el pacto con el diablo, el anillo mágico, el espejo, las tres pruebas, el sueño de los cuatrocientos años…, la prueba del donante, los tres hermanos…, en los cuentos El anillo infernal, Pimpollito y Florecita, El herrero holgazán, La codicia rompe el saco…
3.2.2. Josep Carner (1888-1970), Carles Riba (1893-1950), poetas y escritores catalanes, escribieron versiones de cuentos populares de Cataluña y extranjeros, que aparecieron desde 1916, en cuidadas ediciones, de Editorial Muntañola.
3.2.3. Meñique, El camarón encantado y Los dos ruiseñores, del cubano José Martí (1853-1895), extraídos de los «Cuentos azules» de Labulaye, el último, versión libre del cuento de Andersen, aparecen en La Edad de Oro (1889).
La prosa de Martí, fluida, de gran dinamismo verbal, de imágenes precisas y límpidas, como en éste que visualiza la pobreza de la casa del pescador:
«… las arañas no hacían telas en los rincones, porque no había allí moscas que coger, los ratones, que entraron extraviados, se murieron de hambre…»
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(de El camarón encantado)
3.2.4. Lleno de imágenes sorprendentes y plásticas, los cuentos infantiles de Antoniorrobles (1897), Premio Nacional de Literatura (1932) (Hermanos Monigotes, Rompetacones y Azulita), renovador de la literatura para niños, reúne en Rompetacones y 100 cuentos más (1964) sus propios cuentos y adaptaciones de cuentos tradicionales y de otros escritores. De su constante preocupación por «limpiarlos de morbosidades o confusiones e intentar enriquecerlos, siquiera sea tenuemente con ternura y alegría», dan cuenta las modificaciones que sufre el «lobo ya no tan feroz» 16 , las escenas dramáticas, el final transformado de los cuentos que mal acaban (véase pág. 196) y la narración plena de juego, humor, situaciones inesperadas, de un escritor emparentado con la vanguardia literaria de 1920-1936.