CAPÍTULO 34
Eridion se bajó del caballo nada más llegar al claro. Caminó muy despacio, prestando atención a todo lo que veían sus ojos. Las hogueras todavía humeaban, y el barro mostraba las huellas frescas de hombres y monturas.
–Se han ido hace poco. Unos veinte hombres. Laia va con ellos.
Eliseo respiró hondo. Estaba preocupado, pero lo peor es que su enfado iba en aumento. No sabía quién ni por qué, había secuestrado a Laia. Saberla en peligro lo estaba matando.
Prestó atención al elfo, que se estaba agachando y tocando el suelo con la yema de los dedos.
Le fascinaba el poder que tenía, con solo acariciar la tierra era capaz de ver cosas, de sentir todo lo que lo rodeaba.
Si fuera un hombre más débil, se sentiría amenazado por él, pues no había nada que Eliseo tuviera o pudiera hacer, que no fuera mejorado por el elfo. Su porte, su elegancia, su cuerpo, su inteligencia, su caminar, hasta su mirar encendía y encandilaba a las mujeres. Su rosto casi etéreo y de una belleza extrema, era difícil de olvidar. Pero Eliseo era un hombre seguro de sí mismo, así que dejó de pensar y se centró en las acciones de Eridion.
Se concentró al máximo. La tierra tenía una memoria extensa, era difícil poder encontrar aquello que se buscaba. Sus yemas tocaron la tierra húmeda, la hierba mojada y fresca, buscando residuos de una energía especial, la de Laia.
Las visiones inundaron su mente y se le aceleró el corazón. Ella estaba bien. Viva. Pero el horror se apoderó de su cuerpo al descubrir quién era el causante de tal villanía.
Se puso en pie y miró a sus compañeros. Marlock y Brand lo conocían bien, así que estaban sobre sus monturas, tranquilos, esperando pacientes una respuesta por su parte, mientras que Eliseo, se movía impaciente y no le quitaba los ojos de encima. Eridion era consciente de que el hombre se estaba mordiendo la lengua para no preguntar.
–Sé quién se la lleva.
Los ojos, ansiosos de los hombres se abrieron más, impacientes.
–Druso y el padre de Laia.
Notó como la sangre desaparecía del rostro de Eliseo y una palidez mortal apareció.
–¿Druso? –Preguntó Marlock– ¿Y cómo sabía dónde buscar?
El elfo se encogió de hombros y se acercó hasta su caballo. Señaló con el brazo el lugar al que tenían que dirigirse y los caballos iniciaron un avance rápido y desesperado.
Las peores predicciones de Eliseo se estaban cumpliendo. Tenía que encontrarla antes de que fuera demasiado tarde.
Si las miradas matasen, la mayoría de los presentes habría caído fulminado en el acto. Laia no tenía armas, no podía defenderse, pero mostraba sin ningún reparo lo que pensaba de cada uno. Miró fijamente la espalda de su “padre”, y sintió unas ganas terribles de tirarle una piedra. Pero se quedó quieta donde estaba, observando hablaba y maquinaba junto con Druso.
No les temía, no tenía miedo ni a ellos ni a nada que le pudieran hacer. Su cansancio iba en aumento y la desesperación también. Tenía que escapar, encontrar el momento oportuno y alejarse de esa horda de seres miserables y sucios.
Al principio de la marcha, se encontró rodeada por los soldados y presidida por Druso y su padre, que avanzaban a la cabeza y a mucha velocidad, obligando así al resto a seguir su paso.
Pero a medida que el tiempo pasaba, los hombres se fueron relajando, el ritmo se aminoró y las conversaciones podían ser posibles, así que ella encontró el momento perfecto.
Ella permaneció quieta, con la cabeza agachada y su cuerpo lo más encogido posible, para dar una sensación de debilidad y cansancio.
Miró a su alrededor, el bosque daba paso a pequeñas extensiones de campo, que podían ser perfectas para conseguir velocidad y tiempo.
Era el momento.
Pasó todo tan rápido que los hombres se quedaron pasmados, viendo como la mujer huía con el arma del soldado que estaba junto a ella.
Le arrebató la espada de la funda, golpeó al caballo con fuerza y éste salió disparado entre ellos.
Durante unos instantes todos se quedaron quietos, mirándose unos a otros, sorprendidos por el arrebato de la chica.
Druso, después de quedarse atontado mirando la espalda de su prometida, alejarse de él, gritó con todas sus fuerzas.
–¡No dejéis que escape!
Los soldados, todos a una, salieron disparados tras la mujer.
–¡Maldición! –Gritó su padre mientras golpeaba al caballo para que corriera más rápido. –¡Maldita muchacha!
La carrera fue frenética.
Laia no sabía hacia donde se dirigía, solo tenía presente una única idea, escapar. Ordenó a su montura que se internara entre los árboles, intentando así pasar más desapercibida, despistar a sus perseguidores, pero no podía avanzar a la misma velocidad, así que volvió al campo ancho y buscó un camino que poder seguir.
Sus ojos volaban de derecha a izquierda. Cada movimiento, cada ruido. Todo era importante.
Su caballo no era muy bueno ni veloz. Comenzaba a cansarse y vio con horror como la distancia entre sus secuestradores, se acortaba.
Se agachó lo máximo posible, para intentar aumentar la distancia, pero el caballo no podía ir más rápido.
Su mente trabajaba rápido. No podía huir, casi la pisaban los talones, solo quedaba una opción. Lucharía.
Guio a su caballo hasta el borde del bosque y se detuvo. Bajó con calma y agarró con fuerza la espada que había robado.
La movió en el aire para familiarizarse con el arma. Era más grande y más pesada que la suya, pero le serviría igualmente. No pensaba volver a montar en el caballo. Moriría, lo sabía, pero lo haría matando.
Los soldados se detuvieron a pocos metros de ella y la miraron, unos con desconfianza, otros con diversión poco disimulada.
Ella se ató el vestido de forma que no le impidiera el movimiento. Poco importaba el decoro en esos momentos.
Cuando hubo terminado, cogió la espada con las dos manos, fijó bien los pies a la tierra y encaró a sus secuestradores.
Druso se bajó del caballo y la miró divertido.
–¿Piensa pelear contra todos nosotros?
Laia clavó su mirada ardiente, llena de furia en la del hombre.
–No. Pero si tengo clara una cosa. No volveré a montar en el caballo, no me moveré de aquí, al menos no con vida.
–Oh… así que la princesa piensa luchar por su honor y morir en el intento… que tierno. Pero me temo que no puedo cumplir tus deseos, te necesito viva para todo lo que tengo pensado hacerte.
Ella vio el brillo malicioso que asomó a los ojos de Druso. Sabía que nada de lo que pensaba hacerla sería bueno, pero no pensaba comprobarlo.
–Muy bien, que así sea. –Dijo el hombre al fin.
Se acercó hasta su siguiente en el mando.
–Cansarla, pero no le hagáis daño.
El soldado afirmó con la cabeza y miró a sus hombres, para asegurarse de que todos habían escuchado las órdenes.
–No es buena idea, Druso. La muchacha sabe luchar. –Le informó Robert.
Druso se rio.
–No te preocupes, Robert, mis hombres son soldados, también saben luchar.
Con una carcajada, los hombres bajaron de sus caballos y se acercaron hasta Laia. Había llegado el momento.
Formaron un semicírculo frente a ella, uno de los soldados se adentró con la espada en alto. Sonrió con malicia y atacó.
Ella paró la estocada con habilidad, pero con poca fuerza. Debía intentar no cansarse, intentar terminar con la pelea cuanto antes.
El soldado se apartó, alzó la espada y la dejó caer sobre ella. Se agachó con velocidad, sintiendo como el filo del arma pasaba a su lado, se puso en pie con agilidad y en el descuido del soldado le clavó la espada en el estómago.
Durante unos instantes el hombre miró sorprendido el arma que atravesaba su cuerpo, luego alzó la vista y miró a la mujer interrogante.
Ahora ella sonrió con malicia mientras sacaba la espada y lo empujaba con la mano. Escuchó el sonido que hizo el cuerpo al golpear contra el suelo.
Los soldados miraron a su señor. Las reglas del juego habían cambiado.
–La quiero con vida. –Fue lo único que dijo.
Laia sonrió al ver como los hombres cogían sus espadas a la vez y se acercaban a ella poco a poco.
–Bien, esto se pone interesante. –Dijo.
Los miró uno a uno, intentando averiguar quién sería el primero. ¿La lucha sería de uno en uno, o en grupo? Poco importaba.
Apretó la empuñadura y se preparó.
La lucha se volvió agresiva, violenta. Laia no poseía mucha fuerza, pero era rápida y ágil. Estudiaba a sus contrincantes, buscando los puntos débiles y se aprovechaba de ellos. Sin remordimientos. Era su vida lo que estaba en juego.
Se acercó por la espalda un hombre, intentando ser silencioso, pero ella lo había visto. Paró la estocada del que tenía en frente, le empujó para que retrocediera unos pasos, se giró sobre sí misma, calvó la espada en el pecho del soldado y volvió a girar, cortando al otro en un brazo.
No podía aguantar mucho más tiempo. Los hombres de Druso al ver que ella era dura, iban luchando con más potencia, más fuerza y ya no era un combate de uno contra uno.
El sudor le caía por el cuello y recorría su espalda. Algunas gotas resbalaban sobre su pecho.
La estaban rodeando.
De pronto el sonido de cascos los distrajo. A lo lejos un ejército de hombres se acercaba a toda velocidad.
Laia aprovechó los segundos de sorpresa para huir al bosque. Reunió las pocas fuerzas que le quedaban y corrió y corrió.
Las ramas de los árboles le golpeaban en el cuerpo y el vestido se le enganchaba cada dos por tres, pero ella no detuvo su avance. Tenía que huir.
Se dio cuenta de que la perseguían. Miró hacia atrás y vio a su padre.
Por un instante se le pasó por la cabeza seguir corriendo, alejarse de los hombres de Druso, adentrarse entre la espesura y desaparecer. Pero después pensó en que por muy lejos que se fuera, la perseguirían, así que se paró.
Le dolía el pecho, apenas podía respirar. Estaba sucia de sudor y sangre, mucha de la cual era suya.
Se secó la frente con la mano y esperó.
Robert se acercó a toda velocidad y cuando estuvo a pocos pasos se detuvo.
–No dejaré que te escapes.
–Y yo no dejaré que me atrapes.
–Has sido una carga todo este tiempo. Y ahora te estás convirtiendo en mi peor pesadilla. Druso pagó una dote muy alta por vuestro compromiso, no pienso devolverle ni una sola moneda de oro. Eres suya y acabarás con él. Te lo juro.
–Tendrás que matarme.
Robert cogió su espada y la sacó muy despacio de su funda de piel. El sonido del metal contra el cuero le pareció a Laia un mal presagio.
–Eres tan egoísta como tu madre. Te dije que si no accedías, Druso mataría a Aaron, pero te dio igual. No lo perderé a él, antes te eliminaré a ti.
–Hazlo… si puedes…