CAPÍTULO 28
Laia se despertó con un jadeo. Miró a su alrededor.
Eliseo dormía a su lado, con una mano rodeando su cintura, posesivo.
No había nadie más.
Sin embargo ella se notaba sudorosa, excitada. Su corazón latía desbocado, sus labios guardaban el sabor de otros labios, su piel notaba el dulce contacto de unos dedos, su cuerpo añoraba el contacto de otro cuerpo, y no era el de Eliseo.
Eridion.
Su mente vislumbró retazos del sueño que la había poseído mientras dormía. Notaba el calor de su mano en su cara, sus caricias, sus labios…
Era tan real que no pudo evitar ponerse a llorar.
¿Qué la estaba pasando?
Acababa de dormirse en los brazos de un hombre maravilloso, que la había amado de todas las formas posibles, un hombre dulce y tierno, que la quería y estaba más que dispuesto a destruir su vida para estar a su lado y ella… ella soñaba con las caricias de otro hombre. De un elfo. Un ser mágico, maravilloso, al que no podría tener, al que no debía amar.
Lo que en un principio eran lágrimas silenciosas, se convirtieron en un llanto incontenible. Un dolor tan visceral que la apretaba por dentro y la impedía respirar.
Eliseo se despertó asustado.
–¿Qué… qué te sucede?
–Nada. –Contestó ella intentando serenarse. –No te preocupes.
Pero él estaba preocupado. Se sentó a su lado y puso una de sus manos en su hombro, acariciándola con delicadeza, mientras desperdigaba cientos de besos en su cuello. Nada erótico, era más una muestra de apoyo, de amor.
Y eso hizo que ella llorara con más intensidad.
–Ya, ya, tranquila. –La dijo mientras la abrazaba con fuerza y la obligaba a acostarse sobre su pecho, mientras con la mano acariciaba su espalda, de arriba abajo, intentando calmar los espasmos del llanto, besando su pelo. –Tranquila, yo estoy aquí… no voy a consentir que te pase nada malo….
***
Eridion abrió los ojos y el murmullo del viento le trajo el sonido desgarrador de los sollozos de Laia.
El dolor que sentía en el pecho, se hizo más agudo, más profundo. Su intención no era otra que la de verla, con eso se conformaba, pero una vez a su lado, no pudo evitar querer tocarla y seguidamente, como si no fuera dueño de su voluntad, el deseo por besar sus labios lo dominó.
Ella estaba sufriendo. Lo sentía en sus propias carnes.
El llanto de Laia se le clavó en el pecho y destrozó lo poco que quedaba intacto de su maltrecho corazón.
Jamás la deseó ningún mal y nunca pensó que él podía ser el causante del sufrimiento de la joven.
Pero esta sería la última vez. Estaba dispuesto a cargar él con todo el sufrimiento de ambos, por nada del mundo la abandonaría al dolor y a la desesperación que él estaba sintiendo.
Estar juntos no era posible. Por más que lo deseaba, no era capaz de dar el paso. Ella tal vez le dijera que no, o tal vez que sí, pero ése era un misterio que no se desvelaría.
La amaba, sí. No podía negarlo y no lo deseaba. Su corazón solo latía por ella. Su cuerpo entero se estremecía solo con pensar en ella. Su aroma lo llevaba pegado a la piel.
Su sonrisa iluminaba sus días.
Era consiente de todos estos sentimientos, de todas las razones por las que un hombre decide casarse con una mujer. Pero él no era un hombre, era un elfo, y bastante joven, por lo que pasaría muchos, muchísimos años vagando solo por el mundo.
Ese futuro lo aterraba, más que el de perder a su amada. Pero el dolor por la falta, por la ausencia de la mujer, podría ser mitigado por sus hermanos.
El dolor y la desesperación después de que ella abandonara la vida, sería eterno.
No podía soportarlo, por lo que solo tenía una alternativa. Haría todo lo que pudiera porque Laia no sufriera, aunque eso conllevara olvidarse de él para siempre. Borrarlo de sus recuerdos y pasar de ser un ser amado a ser un total desconocido.
La decisión estaba tomada, ahora necesitaba el valor para llevarla a cabo y la oportunidad.