CAPÍTULO 23

 

Llegaron como cada día, las mujeres por un lado, mientras el soldado entraba en el recinto del castillo por otro muy distinto, paseando a través de los árboles para no ser descubiertos por nadie, intentando mantener en secreto los anhelos de la joven princesa.

Laia la entendía, y muy bien. En un mundo gobernado por los hombres, sentir que eres capaz de vivir, de defenderte, de prosperar sin un hombre al lado, era un logro mayor que muchas otras cosas que se pudieran desear. Aunque ella bien sabía que Alina jamás necesitaría de sus recién adquiridas maestrías con la espada y con los puños. Su padre la protegería hasta su muerte y después su hermano, si no se casaba antes…

Pero aun así ella continuó enseñándola, se convirtió en maestra y amiga junto con el joven soldado Bob, que a ojos de una inexperta como ella, saltaba a la vista que sentía algo más romántico por la joven dama, aunque de todos era más que sabido, que jamás llegaría a nada, él era un soldado, ella una princesa, la suma era un romance que además de hacerlos sufrir y los convertiría en desdichados, no llegaría a buen puerto. Eso sin contar con que el rey o Eliseo se enteraran, serían capaz de cortarle la cabeza.

Entre murmullos y comentarios sobre cómo habían ido los entrenamientos, entraron en el salón, donde estaban todos reunidos.

–Menos mal que ya habéis llegado. –Dijo la reina nada más verlas.

Ambas se quedaron quietas, mirando con recelo a su alrededor.

El rey estaba de pie muy serio mientras que Eliseo no apartaba la vista del rostro de Laia.

–¿Qué sucede? –Preguntó esta.

–Tenemos noticias, y no son muy buenas. –Contestó el monarca.

–¿Qué clase de noticias?

El miedo se apoderó de su cuerpo y un escalofrío le recorrió la espalda.

–Marlock y nosotros, después de saber la traición de Druso, pusimos a un grupo de hombres a seguir cualquier movimiento que hiciera. Pues bien, ya ha movido pieza.

No entendía nada, su mente se había bloqueado y la costaba asimilar las palabras del rey, sin embargo permaneció quieta y con la vista fija en el hombre que la explicaba tan diligentemente la situación.

–Druso ve el final muy cerca, su plan está saliendo, como él piensa, a la perfección, pero aún tiene un cabo suelto. Tú.

–¿Yo?

–Sí. –Continuó Eliseo– Al parecer cree que ya es hora de contraer matrimonio, creo que tiene miedo de que tu hermano o tu padre mueran antes de que los esponsales se celebren.

–¿Y?

–Ya sabe que has huido, te está buscando. En breve se presentarán ante mis puertas. –Contestó el rey.

–¡Eso es terrible! Debo irme inmediatamente.

–Sí, debes irte y cuanto antes mejor. Eliseo se ocupará de ti, te cuidará y protegerá hasta que sea segura tu vuelta.

–¿Eh? No majestad, creo que es mejor que Eliseo permanezca a vuestro lado, no sabemos cómo reaccionará Druso. Toda precaución es poca.

–Eso poco importa. Prepárate, debéis partir cuanto antes.

–Pero… señor, no puede venir conmigo. Sé cuidarme sola, vos lo sabéis, podré sobrevivir sin ningún problema. Creo que es mejor que él permanezca aquí.

–No te he preguntado, muchacha. Ahora estás bajo mi tutela, di mi palabra a Marlock de que te protegería, y pienso cumplirla. No hay más que añadir.

–¿Y si Druso desconfía? ¿Y si pregunta dónde está Eliseo? Todos saben que he estado aquí, cualquiera puede descubrirme.

–Tus miedos son fundados, pero todo está más que arreglado. Mi hijo está en el norte, con el resto de mis hombres, y nadie de mi reino dirá ni una palabra sobre ti, si lo hace y yo lo descubro, lo mandaré matar.

Eliseo, antes de que ella pudiera volver a replicar, le cogió por la mano y la arrastró, literalmente, por el pasillo, haciendo caso omiso de sus quejas y protestas,  hasta que llegó a su habitación.

Abrió la puerta y de un pequeño empujó la obligó a entrar.

–Prepárate lo antes posible, coge solo lo necesario. Vendré a buscarte enseguida.

Y cerró la puerta en sus narices.

¿Qué diablos estaba pasando? Esto no estaba planeado, volvía a estar a merced de los caprichos de un hombre y eso la enfurecía, aunque el hombre en cuestión fuera de lo más atractivo…

No tardó mucho en preparar sus cosas, pues el macuto estaba listo desde que llegó al castillo. Se vistió sus ropas cómodas de hombre y se ciñó sus armas a la espalda. En vez de sentarse a esperar, abrió la puerta para que cuando Eliseo llegara no llamara a la puerta y pudiera salir rápidamente. Se quedó de pie, en medio de la habitación, mirando con tristeza las rosas que adornaban la cómoda, bien colocadas en un jarrón. Y así la encontró Eliseo. Ella no le había oído llegar y él aprovechó la ocasión para admirar la belleza serena y escultural de la muchacha sin que ella se pudiera ofender. Al comprender hacia donde se dirigía su mirada, sintió un golpe en el pecho. Retrocedió y salió disparado por el pasillo para volver a los pocos minutos, haciendo ruido al caminar y así advertirla de su presencia.

–¿Lista?

Ella afirmó con la cabeza y lo miró. En sus ojos no había tristeza, pero si preocupación y eso lo hirió. Él deseaba protegerla de todo mal, quería que fuera feliz y no iba a consentir que nadie la hiciera daño ni mucho menos, que la apartaran de él, por eso convenció a su padre para que le dejara ocuparse de Laia. No le costó mucho, por lo que pensó que el monarca ya había pensado como protegería a la princesa y la mantendría lejos de las manos de Druso.

–Pues pongámonos en marcha, espero llegar a un buen lugar donde podemos pasar la noche antes de que oscurezca.

–De acuerdo. –Dijo y lo siguió por el pasillo hasta el salón del trono donde todos esperaban para despedirse.

Mientras padre e hijo mantenía una última conversación, en la que supuso que le daría las últimas órdenes o consejos, ella se dirigió hacia Alina y la abrazó fuerte.

–Sigue practicando todos los días con Bob… –Le susurró al oído.

La muchacha sonrió, pero no dijo nada.

–Laia, es hora de irnos.

Sin nada más que añadir, le siguió al exterior, sintiendo una extraña mezcla de sentimientos, tristeza, miedo, alivio, nervios, ansiedad…

Los caballos estaban listos justo al final de las escaleras del portón de entrada. Laia ajustó su equipaje y después montó al animal.

Eliseo la miró cuando él estuvo listo y con una afirmación de cabeza, iniciaron la marcha. Sin mirar atrás, sin remordimientos.

***

Laia estaba agotada. La marcha con Marlock no fue tan dura pues con él casi siempre iban al paso o al trote, para no cansar demasiado a sus monturas, pero Eliseo llevaba una marcha infernal y sus posaderas estaban empezando a quejarse amargamente.

La luz del sol se debilitaba y el astro rey terminaba su viaje diario ocultándose en el horizonte.

Los jinetes recorrieron caminos, unos anchos, otros más estrechos, dejando atrás poblados y aldeas, adentrándose cada vez más en la espesura de los bosques y subiendo laderas de montañas.

No se quejó, jamás lo haría, antes muerta que mostrar una debilidad, pero ansiaba como agua en mayo, llegar al lugar seguro donde pasar la noche.

Todo romanticismo o nerviosismo por hacer un viaje, a solo los dioses sabían dónde, con un hombre atractivo y completamente solos los dos, dio paso al dolor, el cansancio y las ganas locas de pillar el suelo y dormir a pata suelta.

Cuando el sol estaba casi oculto, cambiaron la dirección y se adentraron en un pequeño sendero ascendente escondido entre los árboles del camino.

La oscuridad casi lo ocultaba todo. El paso rápido que Eliseo había intentado llevar todo el día, ahora era sustituido por un caminar lento y pausado. Laia perdió todo interés por lo que la rodeaba y procuró centrar toda su atención en el avance, para intentar que las ramas que, soberbias, osaban interponerse en su camino, no la sacaran un ojo.

Tardaron, lo que a ella le pareció una eternidad, hasta llegar al lugar elegido por Eliseo. Un hueco entre las montañas, creado de forma natural, que protegía de las inclemencias del tiempo y de visitantes indeseados. Un lugar difícil de encontrar para aquellos que no supieran el lugar exacto.

Laia, montada aún en su caballo, miró a su alrededor. Poco se podía distinguir, pero las estrellas y la luna brillaban con fuerza, y clareaban el lugar.

–Un sitio muy bonito –dijo ella–, ¿cómo lo has encontrado?

Él ya se había bajado de su montura y trataba de aliviar a la bestia del peso de la silla y del macuto. Alzó la mirada y la fijó en el rostro de la mujer.

–Todavía estamos en el reino de mi padre, conozco bien estas tierras. – Y con eso finalizó su explicación.

Ella volvió su atención al lugar en el que estaban. Suspiró y se bajó del caballo, por el lado contrario al que estaba el hombre. Al poner los pies en el suelo un pinchazo le atravesó las piernas y le subió por la espalda. Se agarró a la montura para no caerse y se quedó quieta hasta que la sangre volvió a fluir con normalidad por sus extremidades y pudo andar sin problemas.

Imitó a su compañero, quitó la silla y el macuto y los colocó apoyados en la roca fría de la montaña.

–Aquí cerca hay un pequeño riachuelo, voy a llevar los caballos para que beban y se refresquen. En unos minutos estoy de vuelta. –Anunció Eliseo.

–No te preocupes, no me moveré de aquí. –Contestó ella, mientras se sentaba en el suelo.

Cuando Eliseo volvió del riachuelo, Laia estaba acurrucada en el suelo, tapada con la manta y completamente dormida.

Una de las comisuras de sus labios se alzó ligeramente, mientras sentía un golpe en el pecho. Sabía que es mujer sería su perdición, pero aun así la deseaba y no podía evitarlo.

Cogió su propia manta y se acostó junto a ella, sin tocarla, pero lo bastante cerca como para sentir su calor, mirándola a la cara se quedó dormido.