CAPÍTULO 14

 

Entró en el salón del trono, ahora vacío de heridos, pues los más graves mejoraban favorablemente y estaban en su casa al cuidado de sus familiares, y vio que el rey estaba sentado en su trono junto a su esposa. A los lados la gente habitual que rodeaba a la familia real, más Marlock, Brand y Eridion, con los que últimamente no se había visto muy a menudo, ya que pasaba la mayor parte del tiempo paseando o en su cuarto.

Se acercó despacio hasta ellos, sus portes eran serios, más de lo habitual. Miró hacia Eliseo que estaba escuchando, con el ceño fruncido, lo que un viajero contaba a su rey.

–¿Qué sucede? –Murmuró.

–Malas noticias. –Contestó Brand.

Ella lo miró atónita. ¿Más? ¿No habían tenido ya suficientes malas noticias? Suspiró frustrada y esperó hasta que el viajero terminó su relato y el rey lo despachó hacia la cocina, para que comiera y recuperara fuerzas.

Marlock se acercó más al monarca y los demás le siguieron.

–¿Qué ha dicho? –Le preguntó.

–Se confirman nuestras sospechas.

Laia estaba sumida en la ignorancia. Había permanecido lejos de los hombres, no quería provocar la ira de Marlock y no estaba preparada para enfrentarse a Eridion o Eliseo.

El soldado había traído la preocupante noticia de que no habían sido el único reino atacado, eso abría varias puertas y la peor era la conspiración.

–¿Qué opinas Marlock?

El guerrero estaba mirando al exterior, viendo como el sol se ponía, abstraído en sus pensamientos.

–No sé muy bien que pensar, majestad. Pero una cosa está clara, solo hay dos reinos que se han salvado, el de Druso y del padre de Laia, eso me hace pensar que todo es una estrategia para atacar los reinos cuando más débiles están...

–No entiendo lo que intentas decir. –Le cortó el rey.

Marlock se giró muy despacio. En el salón solo había quedado la familia real, Laia, Brand, Eridion y él mismo. Observó sus caras y la mayoría mostraba preocupación, menos la del elfo que seguía inescrutable como era habitual.

–Tal vez desvaríe, mi señor, pero siento en mi interior que esto solo es el principio de algo más grande. No creo en la casualidad. Los hombres de las montañas nos amenazan sin un agravio aparente. Los reinos del continente concuerdan enviar el máximo de hombres a la frontera y sin ninguna razón los reyes son convocados a una reunión. No hay que ser muy listos para saber que los monarcas llevarían al grueso de sus soldados para protegerlos durante el viaje dejando desprotegidas sus plazas. Es el mejor momento para atacar si se quiere destronar a un rey. Creo que todo es obra de Druso.

–¿Druso? ¿Crees que ha sido capaz de todo esto?

–Sí, creo que ha sido capaz de todo esto y algo más.

–¿Por qué no ha atacado el reino de... mi padre? –Preguntó Laia.

–No le hace falta. –Respondió Marlock.

–No te entiendo...

–No lo necesita, Laia, porque te tiene a ti. –Le contestó Eridion.

Ella clavó su mirada en el hermoso rostro del elfo.

–Eso no tiene sentido. –Replicó.

–Sí lo tiene. –Le confirmó Marlock– Él aún no sabe que has huido, cuenta con vuestra boda entre sus planes.

–Pero el reino es de mi padre y después reinará Aaron.

Marlock se acercó hasta ella.

–En las guerras, los soldados mueren, Laia. Tu hermano está en el norte, donde una batalla nos espera. Puede morir, por manos enemigas o amigas. El reino pasaría directamente a ti. Es la forma más rápida y más sencilla, evitando bajas innecesarias y derramamiento de sangre. Por no contar que todo aquello que se roba, cuesta más mantenerlo. Un reino unido por un matrimonio no es cuestionable.

–¿Planea matarlos? ¿Para qué?

–Quiere gobernar el continente. Solo le quedarían los hombres de las montañas y los bosques de los elfos, ambos terrenos impenetrables, pero todo lo demás le pertenecería.

–¡Por todos los dioses! –Murmuró Laia asustada.

–Tenemos que hacer algo. –Les interrumpió el monarca– No podemos quedarnos de brazos cruzados.

–Y lo haremos. –Afirmó Marlock– Partiré al norte, me entrevistaré con los señores de las montañas, intentaré averiguar la razón de su alzamiento en armas. Vos debéis hablar con los tres reinos libres y pedirles que se fortifiquen. No creo que Druso lo deje estar ahora que todo ha comenzado, irá a por los más débiles, volverá a atacar. Seguro.

Las mujeres estaban pálidas. Eliseo permanecía de pie, con el rostro serio.

–Que así sea. Eliseo, envía mensajes a los reyes libres, explicando nuestras sospechas y recomendaciones. Marlock, debes partir cuanto antes. Elige los hombres que necesites para el viaje, están todos a tu disposición.

El guerrero negó con la cabeza.

–Con nosotros tres es más que suficiente. Debéis tener a todos los hombres disponibles, listos para una posible batalla. Si ataca a los más débiles, estos pedirán ayuda. Vos debéis elegir si se la ofrecéis o no. Procuraré parlamentar con los señores del norte e intentar hacerles entrar en razón. Si detenemos esa guerra inútil, los soldados podrán regresar a sus tierras y defenderlas de Druso.

El monarca afirmó con la cabeza y le hizo un gesto a su hijo para que hiciera lo que le había pedido.

Laia se acercó hasta Marlock.

–¿Piensas dejarme aquí? –Preguntó.

–Es lo mejor para ti. –Contestó él.

–Marlock, este reino está en guerra, como todos los demás, ¿en serio crees que estaré más segura aquí?

El hombre miró a sus compañeros. Eridion le mantuvo la mirada mientras que Brand se hizo el distraído mirando el techo.

–Laia, estos muros te protegen. Donde vamos nosotros no tendremos esa suerte.

–¡Pero si solo vais a hablar!

El hombre le puso la mano en el hombro y la miró a los ojos.

–Los hombres de las montañas nos han declarado la guerra. Es posible que nos reciban, pero no es tan seguro que consigamos nuestro propósito. Son hombres rudos y crueles. Nuestra misión es peligrosa, muy peligrosa. No podemos protegerte allí y no pienso cargar sobre mi conciencia tu muerte.

–¿Pero sí con la de ellos? –Preguntó furiosa.

–Escucha, Laia, nosotros somos guerreros, nuestra vida es esto, formamos parte de la guerra, de la lucha, de la muerte, la sangre y sus consecuencias. Tu no. debes quedarte aquí, es más seguro para ti.

Ella se acercó más a él, tanto que sus frentes casi estaban pegadas y le susurró.

–Cuando Druso se entere de mi huida y sepa dónde encontrarme, cuando sus hombres rodeen estos muros y exija al rey que me entregue, ¿crees que estaré segura entre estos muros? ¿En serio piensas que se lo pensarán dos veces ante de entregarme para proteger a su gente? No dudará, y yo lo entenderé. Me abandonas a mi suerte sabiendo que ningún lugar es seguro para mí. En cuanto tú te vayas, yo partiré también.

–¿A dónde? –Preguntó Eridion preocupado– No hay seguridad en ningún lugar, ¿qué piensas hacer?

–No lo sé, tal vez huya al bosque, a las montañas o quizá inicie un viaje a través de los océanos. No lo he pensado, pero lo que está claro es que no puedo quedarme aquí.

Marlock miró a sus compañeros. Había dudas en sus miradas.

–¿Estás loca? Cruzar los océanos es una locura, solo te espera la muerte.

–¿Y aquí no? Si Druso me encuentra, ese será mi destino. Moriré Eridion, a sus manos o a las mías, pero moriré...

El rostro pálido del elfo se tornó ceniciento. Su preocupación aumentó hasta límites insospechados. Su deseo era llevarla con él, así estaría segura. Pero Marlock no lo permitiría.

–El rey me ha prometido que cuidará de ti como si fueras su hija, te deben mucho, no te abandonarán. –Dijo el guerrero, intentando calma a la mujer y haciendo oídos sordos a las súplicas que expresaban los ojos de Eridion, que ahora ya no eran de su color habitual, se habían tornado más oscuros.

Ella se enderezó y se alejó un paso de ellos.

–Nuestros caminos se separan por fin. Vosotros continuaréis con vuestro viaje y yo el mío, cada uno es dueño de su destino. No te obligaré a llevarme contigo, no quiero y no lo deseo, pero a partir de ahora no soy responsabilidad tuya. Tu deuda, si alguna vez la hubo, ya está saldada, la mía será de por vida.

Ella se dio media vuelta y salió del salón a toda velocidad.

–¡Laia! –Gritó Marlock, pero ella siguió andando.

Los hombres se miraron entre sí, no dijeron ni una palabra, pero el silencio de los tres repetía lo mismo una y otra vez.

Tal vez la muchacha tuviera razón.