CAPÍTULO 15

 

Laia estaba harta de continuar encerrada en su cuarto. Saber que Marlock se marcharía al norte y la dejaría, la había trastocado. Estaba furiosa y también asustada. Pero nada podía hacer.

Se vistió con sus ropas de hombre, se sujetó el pelo en una trenza y se ajustó las espadas a la espalda.

Necesitaba salir.

Necesitaba respirar aire puro y hacer algo de ejercicio para dejar de pensar y cansarse lo suficiente como para caer rendida en la cama y dormir varias horas del tirón.

Salió de su habitación y sin mediar palabra avanzó por los pasillos hasta llegar al exterior. El patio bullía de actividad. Las personas la miraban y sonreían. Ella no estaba de humor.

Giró caminando por la parte de atrás hacia el campo de entrenamiento. Desde la distancia ya se escuchaba el ruido del metal chocando contra metal. Verlos entrenando era todo un espectáculo. Distinguió enseguida a Brand, destacaba entre los hombres por su tamaño y por su distintivo color rojo de pelo. Él ya la había visto y caminaba parsimonioso hacia ella.

–Buenos días, princesa. –Le saludó con humor.

Ella apartó los ojos del montón de cuerpos fornidos y musculosos fijándolos en los de Brand.

–Buenos días... guerrero.

–Veo que os aburrís, tal vez buscáis algún entretenimiento.

–Das justo en el clavo, Brand.

–¿Te apetece entrenar conmigo?

Ella sonrió.

–Será un placer.

Buscaron un lugar lo bastante grande y apartado para poder moverse con libertad. Después se pusieron uno frente al otro y se miraron.

–¿Lista princesa?

–Cuando deseéis guerrero.

Brand desenfundó su espada y Laia las suyas. Las movió con soltura, peleando contra el aire para calentar sus músculos.

–Fanfarrona. –Le gritó Brand con una sonrisa pícara.

–Estoy segura de que retirarás tus palabras... –Contestó ella.

Dicho esto, el hombre con un grito de guerra y la espada en alto, se abalanzó contra la mujer, que estaba más que preparada y pudo parar con soltura el golpe, comenzando así la lucha entre ambos.

Brand era fuerte como un toro, un guerrero experimentado, por lo que Laia tenía que estar muy concentrada. El hombre lanzó una estocada que ella paró con las espadas en forma de X frente a su pecho. Ambos se miraron y él sonrió mientras con un movimiento de sus pies empujaba el de Laia por el talón y ella perdió el equilibrio, cayendo al suelo con un golpe sonoro.

Brand rio a carcajadas acercándose a ella para poner la espada en su pecho y dar por finalizado el enfrentamiento, pero ella giró sobre sí misma a gran velocidad y se incorporó, dejando al hombre sorprendido y enfurruñado. La lucha continuó, pero esta vez sin tregua. Brand golpeaba con fuerza y ella se defendía y atacaba con ganas.

Laia era más rápida y se movía con agilidad, giraba con rapidez y acababa dando buenos golpes que Brand paraba con su espada.

El manejo de la mujer con ambas armas era experto, las espadas pasaban a formar parte de ella, convirtiéndose en prolongaciones de sus brazos que movía con fluidez. Eran espadas finas y elegantes, muy ligeras pero a la vez resistentes. Mientras que Brand atacaba con fuerza y precisión, ella se movía con ligereza, girando sobre sí misma, para pillarlo desprevenido.

Después de un buen rato, ambos estaban cansados y sudorosos, sus respiraciones eran agitadas, pero ninguno se detuvo, Brand atacó y ella se agachó mientras rodaba por el suelo y golpeaba al hombre en el estómago con los pies. El guerrero la miró con sorpresa y rencor, no iba a permitir que esa niña le diera una paliza delante de todo el ejército, que ahora estaba todos reunidos, formando un círculo a su alrededor, como si el entrenamiento de ambos supusiera un divertimento para los aburridos soldados. Pero ninguno hablaba, se iban amontonando, dejando suficiente espacio para que los contrincantes se movieran con libertad, pero solo se oían las respiraciones cansadas y fatigosas de los luchadores y las palabrotas de Brand.

Harto de dar tantas vueltas y mareado por el baile de la muchacha, con la espada en alto, confundió a Laia. Ella tenía la mirada fija en el arma y no se dio cuenta de la intención del hombre, que en cuanto la tuvo donde quiso, la empujó con fuerza y ella cayó al suelo. Soltó las espadas. Esperó a que Brand se acercara lo suficiente y en cuanto lo tuvo a pocos pasos movió sus piernas, golpeando al hombre con fuerza en los pies, este cayó al suelo de espaldas. Ambos estaban agotados. Laia con mucho esfuerzo se giró y se puso a cuatro patas, alargó la mano hasta la empuñadura de su espada pero cuando la iba a coger un pie pisó la hoja y se lo impidió. Sofocada y cansada alzó la mirada y se encontró con un más que enfadado Marlock.

–¿Se puede saber qué pasa aquí? –Preguntó malhumorado.

Ella no dijo nada, apenas podía articular palabra.

–La odio... te juro que si no estuviera en nuestro bando... la mataría mientras duerme... –dijo Brand que todavía seguía tirado en el suelo.

–¡Brand! –Gritó Marlock.

–No pasa nada, solo estamos entrenando.

Laia ahora se había sentado sobre sus talones con las manos apoyadas en sus rodillas, no apartaba la vista de la bota que pisaba su espada.

–A mí me parecía más que un entrenamiento. –Dijo en voz alta mientras quitaba el pie de la espada y avanzaba hacia el guerrero que seguía tirado en el suelo luchando por recuperar su respiración normal.

–Ella tiene la culpa... es peleona...

–¿Ella? ¿No te das cuenta de que podías haberla herido o matado?

Brand se sentó de golpe.

–¿Bromeas? ¿Has visto la pelea? Es como un jabato herido, pequeño pero matón. No tenía posibilidad de entrenar con ella como si fuera una mujer melindrosa, ¡es una guerrera! Y no creas que me gusta admitirlo, pero me ha dado una buena paliza.

Ella alzó el rostro y se topó con Eliseo, que la miraba como si fuera el ser más maravilloso que había visto nunca. Su admiración se le clavó en el corazón y le dio ganas de llorar. No se encontraba bien, todo lo que estaba pasando la afectaba más de lo que estaba dispuesta a admitir. Bajó su mirada al suelo y cogió una de sus espadas con sumo cuidado, rasgó un trozo de su camisa y limpió la hoja como si entre sus manos tuviera algo sumamente frágil y no un arma mortal. Después la guardó en la funda de su espalda. Mientras Brand y Marlock seguían discutiendo, hizo lo mismo con la siguiente y después se puso en pie. Miró a su alrededor. Todos la miraban de una forma extraña y se sintió todavía peor. Sin decir nada se abrió paso entre los soldados y se marchó de allí.

Su corazón latía muy rápidamente, pero ya no era por el cansancio.

La lucha había conseguido amortiguar sus impulsos. Durante unos minutos solo había estado Brand y su espada y la necesidad de no ser herida y de defenderse. Ahora todo era distinto. Notaba como la adrenalina iba menguando en sus venas y su furia se calmaba. Pero no estaba contenta. Algo perturbaba su paz mental y era que en breve sus amigos partirían y ella se quedaría sola y a merced de los caprichos de otro rey.

No sentía tanta confianza como Marlock, sabía, estaba más que convencida, de que llegado el momento el rey se la entregaría a Druso con sus mejores deseos si así evitaba un enfrentamiento que podía causar muchas muertes, las de su gente...

Iba tan sumida en sus pensamientos que no fue capaz de reaccionar cuando le agarraron por el hombro y la empujaron hacia un rincón que había entre dos muros, mientras otra mano le tapaba la boca. Su espalda dio contra la fría piedra del muro y de frente estaba Eliseo, con sus ojos brillantes y una sonrisa de oreja a oreja que hacía que su corazón latiera desbocado.

Al ver que le había reconocido fue quitando los dedos de su boca, muy despacio y uno por uno.

–Has peleado muy bien. Brand es un guerrero formidable, eres una digna contrincante.

Al parecer eso era un halago, pero a ella no le hizo feliz. No había peleado para que la vieran, ni para que la alabaran, la pelea había sido su modo de escape. La concentración necesaria había evitado que su mente se viera inmersa en pensamientos que le hacía daño.

Frunció el ceño, pero no dijo nada.

Al parecer no era la reacción que el hombre esperaba.

Sus cuerpos estaban muy pegados en ese estrecho callejón, por lo que Laia podía sentir el calor que el hombre desprendía, así como su fuerza en cada movimiento. Sus ojos se desviaron a los hombros, que se ajustaban a la camisa cuando él movía sus brazos. Algo de lo más hipnótico.

Eliseo le sacaba más de una cabeza, por lo que tuvo que agacharse para susurrarle al oído.

–¿A dónde vas?

Ella se estremeció al sentir el aliento masculino rozando su piel. Se quedó sin respiración. El hombre era consciente de lo turbada que estaba la muchacha y pensaba utilizarlo a su favor.

Delicadamente fue dejando dulces besos desde el lóbulo, bajando por el cuello, hasta llegar a la clavícula. Después fue subiendo, muy despacio, marcando la piel con su lengua, dejando un reguero húmedo por donde pasaba y haciendo que subiera la temperatura aún más. Se entretuvo mordisqueando la comisura de la boca y después pasó la caliente lengua por los suaves labios, en una caricia que tenía la intención de convencer a Laia para que los separara y le dejara invadir su boca, para poder saborearla a gusto.

Ella tenía los ojos cerrados, disfrutando del contacto y estuvo a punto de corresponder a ese beso que la encendía desde dentro y quemaba todo su cuerpo, pero a su mente vinieron las imágenes de ellos dos en la cama y el resultado final de aquél encuentro clandestino.

Abrió los ojos y de un empujón lo separó de ella todo lo que pudo. Él la miró sorprendido y se quedó quieto.

–No hace mucho me dijiste que no querías nada de mí, la prometida de Druso. No sé a qué estás jugando, Eliseo, pero yo no soy una muñeca que se pueda coger y dejar cuando a uno le plazca y no voy a consentir que me utilices.

–Yo...

–No necesito excusas ni arrepentimientos. Déjame marchar ahora, Eliseo.

Él la miró fijamente. Los ojos del hombre mostraban dolor mientras que en los de ella solo había ira.

Estaba cansada.

El hombre se apartó todo lo que pudo y dejó que ella avanzara por el estrecho callejón hasta que salió al camino. Miró a un lado y a otro, al ver que no venía nadie salió del escondite. Miró una última vez a Eliseo, que permanecía en el mismo sitio, observándola con intensidad, y se marchó.

Eliseo salió del lugar cabizbajo y pensativo. Había herido los sentimientos de Laia, lo sabía, pero no podía evitar desearla, era algo superior a él mismo. Aunque su vida dependiera de ello no podía cambiar sus sentimientos.

Se dio de bruces contra Eridion.

–Oh... perdona, no te había visto. –Le dijo tranquilo.

El elfo lo miró de esa forma que solo pueden hacerlo los seres mágicos como ellos, sus ojos le escrutaron, intentando atravesar la barrera de la carne y calándose en su interior.

–Si vuelves a tocarla, tendré que matarte. –Le amenazó sin más.

Los ojos de Eliseo se abrieron desmesuradamente debido a la sorpresa.

–No te metas donde nadie te llama, elfo. Lo que ella y yo hagamos es solo asunto nuestro.

–No, no lo es. Así que procura mantener tus deseos a raya, mortal. Laia no es una de las mozas de taberna que utilizáis para saciar vuestros más bajos instintos, no consentiré ningún agravio por tu parte hacia ella.

Sus miradas se cruzaron y Eliseo, vio por unos segundos, el poder que ese ser poseía. Sabía que si lo deseaba podría matarlo, pero él era un guerrero, no le temía ni al dolor ni a la muerte, y por supuesto, no se daría por vencido.

–Bien lo sé y mi intención jamás ha sido tratarla de ese modo. Pero te repito una vez más, nuestros asuntos son cosas nuestras, no te metas. Ella sabe defenderse perfectamente. No necesita ningún guardaespaldas.

–No soy su guardaespaldas, tampoco lo pretendo. Te he hecho una advertencia y espero que seas inteligente y no me retes, no nos conviene, a ninguno...