CAPÍTULO 16
Laia entró en su cuarto, cansada, sudorosa, excitada y enfadada. No entendía a los hombres, por más vueltas que le daba, no conseguía entenderlos y eso la ponía nerviosa.
Se quitó las espadas, las pulió y las guardó junto a su macuto y su arco.
Ordenó que le prepararan un baño y se sentó en la cama a esperar, sumida en sus pensamientos mientras miraba por la ventana.
Su vida había cambiado mucho en las últimas semanas, tanto que a veces no se reconocía. Echaba de menos a Shanador, ahora más que nunca. Extrañaba su forma de hablar, su manera de enseñarla, su paciencia y todas las cosas que le enseñó. Ahora se sentía más sola que cuando su madre murió, más perdida. Anhelaba cosas que no podía tener y sentía cosas que jamás había sentido y no sabía cómo controlarlo.
Las mujeres abandonaron el cuarto dejando todo listo para el baño, ella mecánicamente se desnudó y se metió en la bañera. Cerró los ojos y procuró relajarse mientras las lágrimas corrían por su cara sin esfuerzo alguno, en silencio lloró hasta que se quedó vacía y el aturdimiento se apoderó de su cuerpo.
El día dio paso a la noche y Laia no salió de su habitación. Estaba triste y alicaída. Su temperamento siempre había sido alegre, pero ahora no era así. Estaba tumbada en la cama, mirando al techo, notando el cambio de la luz a medida que el sol se movía y se iba ocultando. Su respiración era acompasada y sus ojos brillaban rojos por las lágrimas. Tenía miedo. Nunca le había pasado. Primero tuvo a su madre junto con Shanador, después solo el hombre, pero era más que suficiente para que ella sintiera que el mundo era agradable y jamás le pasaría nada malo. Y ahora estaba entre la espada y la pared. Los únicos que le daban esa seguridad se iban a cumplir una misión de la que no sabían si volverían y el lugar en el que estaba, aunque era una fortaleza, la hacía sentirse vulnerable.
Una sombra asomó por el balcón.
–¿Quién anda ahí? –Preguntó ella cogiendo una de sus dagas.
–No te asustes, soy yo... –Susurró Eridion.
Ella se puso en pie dejando el arma sobre la mesilla y se acercó hasta él.
–¿Qué haces aquí?
–He venido a despedirme. Te he esperado durante todo el día, pero no has salido de aquí. –Le dijo mientras sus preciosos ojos azules observaban el lugar con interés.
–No tenía ganas de ver a nadie.
–¿Es por Eliseo? –Le preguntó mientras clavaba su mirada en el rostro de la chica.
Ella se puso roja.
–No.
–¿Estás segura?
–¿A qué vienen esas preguntas ahora? No creo que sea de tu incumbencia. Deberías estar preparando el viaje de mañana y no ocupar tu mente con tonterías de esas.
Él no dijo nada, solo la miró. Y ella se puso nerviosa, no podía aguantar la mirada escrutadora del elfo.
–Creo que deberías irte. –Le dijo al final.
–Laia... yo...
–Eridion, ya sé todo lo que me quieres decir y no puedes. Sé cuáles son tus sentimientos y la razón por la que los escondes y vas a procurar olvidarlos, pero no eres consciente de que yo no soy como tú, yo no puedo vivir en un ahora sí y ahora no, no puedo soportarlo. La tensión me está matando. Cuando estoy contigo mi cuerpo deja de pertenecerme y estoy a tu merced, no puedo hacer nada para evitarlo, pero cuando te vas y me dejas sola... me hundo. Cuando pienso que jamás estaremos juntos, que todo lo que sentimos está prohibido, que tus besos me están negados... me desespero. No juegues más conmigo, aunque mi vida es más corta que la tuya, no deseo pasarla sufriendo por tu culpa. Ten piedad de mí. Yo he aceptado tus motivos, me he mantenido alejada de ti, hago todo lo que está en mi mano para...
Los labios de Eridion posados en los suyos, la callaron en el acto. El contacto suave y delicado del elfo le robó la razón. Se acercó más a él y subió sus manos por el pecho masculino hasta abrazarlo por el cuello, jugueteando con sus largos cabellos oscuros.
Las manos masculinas la tenían sujeta por la cintura y la apretaban más contra él.
Se apartó de él despacio.
–¿Qué estás haciendo? –Le preguntó aturdida.
–Me despido, para siempre Laia. Sé que no es justo lo que hago, pero si estoy cerca de ti no puedo evitarlo, me atraes tanto que no puedo controlarme. Te sueño, te busco, te deseo, no te vas de mi pensamiento. Me voy mañana Laia, pero creo que no volveré a verte. Si todo sale bien me despediré de Marlock y volveré a mi lugar en el bosque, junto a los míos, lejos de ti y de todo lo que me recuerde a ti, aunque te llevaré siempre conmigo en mi corazón. No deseo causarte daño alguno, pero quiero que sepas que te amo y eso para nosotros es un regalo muy preciado y escaso. Mi corazón se quedará contigo por toda la eternidad. Solo quiero que lo sepas y deseo que este sea un bonito recuerdo en tu corazón, pero que no te cause dolor. El amor debe traer felicidad, no dolor.
Eridion acarició el rostro de Laia y le secó las lágrimas con sus dedos.
–Creo que debes quedarte en el castillo, si te sientes en peligro ve al bosque, en el lugar que te regalé estarás a salvo, ningún mortal lo verá jamás, es el sitio más seguro para ti y está aquí...
Ella afirmó con la cabeza y apoyó la frente en el pecho del elfo. Sabía con total seguridad que esa sería la última vez que lo iba a ver y se le estaba rompiendo el corazón en pedacitos muy pequeños.
–Tal vez tú futuro esté aquí y no lo has visto... Eliseo es un buen hombre, es fuerte y valiente, te cuidará bien y tiene muy buen corazón, algo raro en los hombres.
Laia alzó el rostro lloroso y lo miró.
–¿Me estás diciendo que acepte a Eliseo?
–No. Sé que él se siente atraído por ti, igual que muchos otros, pero él es el más apropiado, solo digo que lo tengas en cuenta cuando yo me vaya.
Se apartó de él y frunció el ceño.
–No me puedo creer lo que estoy escuchando.
–¿Crees que esto me resulta fácil? –Preguntó Eridion– Eres la única mujer que puede ocupar mi corazón y te estoy dejando libre, te doy la oportunidad que yo no tendré.
La mujer lo miró, no sabía muy bien qué decir o cómo reaccionar. Por un lado estaba furiosa y por el otro le dolía el corazón.
Optó por respirar profundo e intentar tranquilizarse.
–Jamás pensé que esto me pudiera pasar... –dijo al fin.
–Yo tampoco, pero hay cosas que se escapan a nuestro control y esta es una de esas. Solo quiero que estés bien, que seas feliz, porque si tú eres feliz, yo lo seré. Nos separará la distancia y el tiempo, pero siempre permaneceré a tu lado. –Le dijo mientras la acariciaba en la cara. Ella cerró los ojos y disfrutó del efímero contacto, guardándolo para siempre en sus recuerdos, pues esos serían lo único que le quedaría de él.
–Eridion... ojalá las cosas fueran de otra manera.
Él sonrió.
–Pero no lo son. Debes aceptarlo y seguir adelante. Prométeme que serás feliz.
Ella apretó su cara más contra la palma de la mano del elfo.
–Todo lo que pueda...
Rompió el contacto con delicadeza y avanzó hacia el balcón por el que había entrado. Cuando estaba a punto de dejarse caer al suelo ella lo llamó.
–¡Eridion!
Él, estaba sentado en la barandilla de piedra se giró y clavó su mirada cristalina en ella.
–Si pudiera elegir, sin duda te elegiría a ti.
El corazón se le saltó un latido y maldijo a su raza, sus leyes y su larga vida. Miró las estrellas y después volvió a ella intentando grabar todos los rasgos de la mujer. Su esbelto cuerpo cubierto con la fina tela del camisón, su pelo largo y rizado suelto, su piel pálida, los latidos de su corazón y las lágrimas que derramaba en silencio.
–Entonces es una suerte para él que no tengas que hacerlo.
Le guiñó un ojo y se dejó caer al vacío sorteando las ramas del enorme árbol que allí crecía. Cayó al suelo con la delicadeza de un felino, sin hacer el menor ruido a pesar de los muchos metros de altura que separaban el suelo del balcón. Alzó su cara y vio como la mujer se apoyaba en la barandilla en la que segundos antes había estado él y lo miraba con tristeza.
Ahí se terminaba todo. Una ilusión, un sueño, un deseo. Toda una vida de desdicha comenzarían a partir de ahora, pues aunque no quiso decirlo, él jamás podría dejar de amarla. En la oscuridad de la noche, Eridion partió del lado de Laia, con la firme creencia de que jamás la volvería a ver.
Ella lo vio marchar, en silencio, con la gracia que solo poseen los elfos al andar, sus movimientos suaves, ligeros, gráciles.
Su corazón estaba partido. Él la amaba y ella correspondía a sus sentimientos, sin embargo jamás podrían estar juntos, así que lo mejor sería intentar olvidarlo.
***
–¿Qué haces aquí a estas horas? –Le preguntó Marlock.
–Mirando las estrellas, solo eso.
El elfo estaba subido en el muro mirando al horizonte estrellado, iluminado por la suave luz de la luna.
Marlock no podía dormir y había decidido salir a dar un paseo para despejarse, cuando se fijó en la familiar silueta que se dibujaba en lo alto del muro.
–Estás muy extraño.
El elfo giró el rostro y miró a su amigo. Le debía una explicación, pero no se la daría. Sus sentimientos eran algo muy privado, jamás nadie los conocería, nadie que no fuera Laia, y ella no diría nada.
–Me ha tocado tomar una dura decisión y la estoy aceptando. Necesito algo de tiempo, pero todo está bien, no debes preocuparte por nada.
El guerrero no siguió preguntando. Llevaba muchos años viajando junto al elfo y sabía que eran seres muy reservados y enigmáticos. Si quería contarle algo, lo haría cuando llegara el momento, así que lo dejó pasar. Se acercó más a él y observó el claro cielo nocturno.
–Un hermoso espectáculo. –Le dijo.
Eridion suspiró y volvió a clavar sus ojos azules en las estrellas, recordando sin poder evitarlo, el brillo de los ojos de Laia.
–Sí... lo es...