CAPÍTULO 22
Se levantó como cada mañana y sus ojos, como a diario, se dirigieron hacia la almohada donde descansaba una rosa.
Pensó que no sabía que flores ocuparían ese lugar cuando el invierno cayera con fuerza sobre esas tierras.
Con una sonrisa se levantó de la cama y se preparó para el entrenamiento diario. Enseñar a Alina le venía muy bien, además de hacer un ejercicio que extrañaba, practicaba y fortalecía los músculos dormidos por la falta de práctica.
La princesa era una buena aprendiz. Le costaba mucho la lucha cuerpo a cuerpo, pero se esforzaba al máximo y con la espada iba avanzando considerablemente.
Se vistió como cada mañana y se dirigió hacia la cocina, donde cogió algo que llevarse a la boca e ir comiendo mientras se acercaba al lugar de encuentro.
Como cada día, la estaba esperando en el puente y como cada día, avanzaban entre los árboles hacia el lugar que habían adoptado como sitio de entrenamiento.
Alina hablaba mucho, Laia intentaba seguir su conversación, hasta que se dio cuenta de que no era necesario, la mujer hablaba sola y se sentía muy feliz sabiéndose escuchada.
Entraron en el claro y se prepararon para un nuevo entrenamiento.
Los días pasaban amenos, y entre ambas mujeres creció una complicidad y un cariño sincero y escaso en aquellos días.
Laia se arremangó las faldas y le dijo:
–Hoy practicaremos el cuerpo a cuerpo, que es lo que más te cuesta. La espada es solo entrenamiento mientras que la lucha requiera también fuerza y mucha destreza. Habilidad y rapidez. Ponte en posición.
Alina la obedeció sin rechistar y ambas comenzaron una lucha ficticia.
Unos sonidos en el bosque la alertaron y se quedó paralizada. Llevó uno de sus dedos a la boca para que Alina guardara silencio. Cogió la daga que llevaba en el muslo y se acercó en silencio hasta el límite del claro, apoyando su espalda en el tronco de un árbol.
Los sonidos se fueron haciendo más claros hasta que un hombre asomó entre los árboles.
Se quedó quieto y alzó las manos despacio al comprobar que en su cuello, una daga fría acariciaba su piel.
–¿Quién eres y qué haces aquí? –Le preguntó Laia.
–Soy Bob, uno de los soldados del rey. Os he visto caminar todos los días hacia aquí y vine para ocuparme de vuestra seguridad.
–¿Nuestra seguridad? No te necesitamos Bob. Sabemos cuidarnos solitas. –Le contestó.
Una sonrisa dulce asomaba en los labios de Alina que observaba la escena entre divertida y curiosa.
–Tal vez no, mi señora, pero si quiere enseñarle a la princesa a luchar contra un hombre, es mejor hacerlo con uno de verdad ¿no cree?
Laia apartó la daga despacio del cuello del hombre y miró a Alina que sonreía divertida.
–Tal vez tengas razón… –murmuró.
***
Rinaldo apareció como se había ido, en silencio y sin hacer ruido. Marlock y sus compañeros estaban en el mismo lugar donde los había dejado.
–Te recibirán, sígueme.
El alivio surcó, durante unos instantes, el rostro de Marlock. Necesitaba encontrar el modo de parar toda aquella locura.
Siguió al guerrero por el estrecho camino, seguido por Brand y Eridion, en completo silencio.
El frío de las montañas le estaba empezando a calar en los huesos, ya que en aquel lugar la nieve no se acababa de derretir.
Sus pasos los llevaron, después de mucho andar, hasta el lugar donde estaba el cuartel general de los hombres de las montañas, un rincón oculto a los ojos de todo aquél que con fuera conocedor del lugar.
Los jefes de los clanes estaban reunidos junto al fuego, observando, callados y atentos, el lento avanzar de Marlock y sus hombres.
–Buenos días, señores. –Saludó.
–Buenos días para vosotros también. Rinaldo nos comentó que deseabas hablar con nosotros por algo importante que debemos saber.
–Como siempre, directo al grano, Cástulo. –Le dijo Marlock.
El aludido sonrió.
–No tenemos tiempo que perder en nimiedades, amigo. Di lo que tengas que decir, te escuchamos.
Marlock se sentó al lado de la hoguera, junto a los otros hombres, mientras Brand y Eridion permanecían de pie a su espalda.
Uno de los guerreros se acercó con una jarra de vino y varias copas, ofreciendo a los recién llegados. Todos aceptaron amablemente.
Y mientras bebía de su copa de vino, mirando a los ojos de los hombres que tenía frente a sí, contó todo aquello que deseaba contar, sin ser interrumpido ni molestado.
Al terminar el relato, los señores se miraron los unos a los otros.
–¿Es cierto todo lo que dices?
–Tan cierto como que el sol sale y se pone todos los días.
–¿Hemos sido engañados como niños?
–La mentira ha sido muy bien tramada, Cástulo. No solo vosotros caísteis en la trampa, los hombres del continente también y al saber la verdad he decidido venir yo mismo a contarla. Intentando parar así toda esta locura, este sinsentido. Si seguís adelante habrá muertes de inocentes. Todo por la maldad de Druso. Si nos tiene ocupados en una gran guerra, él podrá hacer todo lo que le viene en gana y conquistar gran parte de los reinos libres sin nadie que se lo impida. Cuando nos diéramos cuenta de la verdad, ya sería demasiado tarde.
–¿Lo saben los guerreros de los reinos libres?
–Vengo de allí, les he contado todo lo que sé, igual que a vosotros, ahora está en vuestras manos seguir o poner fin a esta locura.
–¿Y cómo sabemos que dices la verdad? –Preguntó otro de los señores.
–No tengo más prueba que mi palabra.
Los hombres se removieron inquietos.
–¿Y si es una trampa para que nos rindamos y los hombres del continente nos destruya sin resistencia?
–Jamás haría una cosa así, me conocéis bien, hemos sido amigos muchos años, en otro tiempo confiabais en mí, ¿por qué no ahora? –Dijo Marlock– Sé que es difícil, que ahora mismo todos somos enemigos, pero digo la verdad, si no fuera así no hubiera venido jamás.
–Has dicho todo lo que tenías que decir, –comenzó Cástulo– ahora nos toca a nosotros tomar una decisión, o creerte o matarte. Nos reuniremos y debatiremos.
Los señores se pusieron en pie y se alejaron a hablar en un lugar donde no pudieran ser escuchados por oídos indiscretos. Marlock y sus hombres se quedaron sentados junto a fuego, con la copa de vino en la mano, esperando el veredicto final.