CAPÍTULO 29

 

Los días pasaban a una velocidad de vértigo. El frío comenzaba a asomar su cabeza en el lugar y Eliseo se temía que el momento de volver estaba muy próximo. No podían quedarse, si las nieves se adelantaban, quedarían atrapados en el lugar.

Suspiró frustrado. Sus días al lado de Laia en aquél lugar, no habían podido ser más mágicos.

Ella era dulce y amorosa. Los días se pasaban entre risas y las noches entre besos.

Eliseo no quería volver, sabía que cabía la posibilidad de que, una vez en la realidad, ella siguiera con sus deseos de marcharse, y eso, no lo podía consentir.

El viento volvió a hacer acto de presencia y Laia se estremeció. Estaban sentados en el suelo, mirando el atardecer, ella entre las piernas de él, apoyando su espalda en el duro pecho masculino. Eliseo la tenía abrazada, con su barbilla apoyada en la cabeza de ella, y de vez en cuando la besaba el pelo.

Su aroma, ahora tan familiar, lo reconfortaba, lo elevaba. Jamás creyó que una mujer pudiera meterse tanto entre su piel. Ella lo era todo para él.

–¿Tienes frío? –La preguntaba mientras la abrazaba con más fuerza.

Ella sonrió.

–Solo un poco.

–No deseo que te resfríes, así que tendré que encontrar la forma de mantenerte caliente.

Laia soltó una carcajada que rebotó en el pecho de Eliseo.

El sonido de su risa, aleteaba al compás de su corazón, insuflando vida, energía y una enorme razón para continuar latiendo.

Laia.

Por ella y para ella. Haría cualquier cosa por ella.

Y allí sentados, abrazados, mirando el atardecer, él pensó que no podía ser más feliz.

–Tendremos que marcharnos pronto.

–¿Sí? –Preguntó ella con tristeza.

–Dentro de nada comenzarán las nevadas, debemos irnos antes.

Laia suspiró.

–Voy a extrañar este lugar, creo que recordaré toda mi vida los días que hemos pasado aquí.

Eliseo apartó el pelo del cuello y la besó allí, haciendo que la mujer se estremeciera, y no de frío.

–Todos y cada uno de los segundos vividos aquí, junto a ti, están guardados en mi corazón. –Le dijo él –Los recordaré mientras viva.

Laia se dio la vuelta y quedó atrapada entre el pecho del hombre y sus brazos, que la sujetaban por la espalda.

Se acercó más a él, sus cuerpos se tocaban y ella lo besó con pasión. Eliseo, al principio sorprendido, correspondió al beso con alegría.

 

La mañana era fría, como todas las de los días anteriores. Recogieron todas sus cosas y se prepararon para el largo viaje que les esperaba.

Montada en su caballo, Laia echó un último vistazo al lugar que había sido su refugio, se había sentido segura y había experimentado las cosas más maravillosas que jamás pensó.

Volver al mundo real la aterrorizaba, sabía que todo lo vivido quedaría grabado a fuego en su mente y en su cuerpo, pero tendría que quedar relegado al recuerdo, pues lo que la esperaba no le daba muchas esperanzas.

Sabía que Druso la perseguiría y su “padre” también. No podría descansar tranquila y la única alternativa que le quedaba era volver a huir.

El corazón le dolió solo de pensarlo.

Miró al frente, a la espalda de Eliseo que cabalgaba delante te ella y su mundo se tambaleó. No podía dejarlo, no podía olvidarlo… pero tampoco podía quedarse a su lado.

Unas lágrimas traicioneras, brotaron de sus ojos y recorrieron su rostro frío y pálido. No había cabalgado ni un par de kilómetros y su mundo ya había cambiado.

El peso de la realidad la aplastó como una losa de piedra.

***

Marlock cabalgaba al lado de los hombres del continente, los planes estaban pensados y hablados, ahora solo faltaba ponerlos en práctica.

Él no era un hombre violento, pero tampoco se negaba a pelear, había nacido para eso, así que estaba eufórico, listo y preparado para lo que tuviera que pasar.

Tendrían que hablar con todos los reyes y planear mejor las cosas, pero ya habían esbozado los primero trazos de la caída de Druso el terrible, una amenaza para todos.

Miró a su alrededor, el día despuntaba brillante, aunque las temperaturas comenzaban a bajar. Brand, a su lado, hablaba sin parar con un soldado, mientras que Eridion continuaba sumido en sus pensamientos. Lo notaba raro, más del o habitual. Su permanente silencio, su mirada ausente, sus idas y venidas solo por el bosque… algo perturbaba a su amigo, pero aunque le preguntase, bien sabía que no obtendría respuesta. Los elfos eran extremadamente reservados. Sin embargo no podía evitar estar preocupado.

Avanzaron a buen paso y antes de lo pensado, estaban en el reino de Méridion. El rey, se alegró de verlos y los hizo pasar rápidamente para que le contaran las nuevas.

Satisfecho con el resultado final, y contento porque sus hombres volvían a estar todos en casa, decidió que lo quería celebrar, y eso haría, en cuanto su hijo volviera a casa.

Mientras Marlock hablaba con el rey, Eridion, comido por el dolor y la culpabilidad, se marchó, caminando entre pasillos y túneles, en busca de la mujer que le robaba el sueño. Pero ella no estaba, por ningún lado.

Entró en el salón del trono justo cuando Marlock preguntaba:

–¿Y dónde está Eliseo?

–Druso estuvo aquí.

El pánico se apoderó de Marlock, Brand y Eridion, que se acercó a toda velocidad hasta el rey.

–¿Laia?

Los elfos jamás demostraban sus sentimientos, sin embargo Eridion no pudo esconder todo lo que le pasaba por la cabeza. El rey se impresionó al notar la furia en la pregunta del elfo.

–Ella está bien.

–¿Dónde está?

–Calma, muchacho. –Le pidió el rey– No debes preocuparte, cuando averiguamos que Druso tenía planeado visitar todos los reinos, con la única intención de encontrar a su prometida, y que se dirigía inevitablemente hasta aquí, ordené a mi hijo que se la llevara lejos, a un lugar seguro y que permaneciera allí todo el tiempo que fuera necesario. Por suerte Druso solo estuvo aquí unas horas. Sí que preguntó e investigó por su cuenta, a pesar de que el informé que no habíamos visto a la muchacha, pero nadie le dijo nada. Supongo que no tardarán en llegar.

La furia creció dentro del pecho de Eridion. No se veía capaz de controlarla, así que sin decir nada, salió del salón y se marchó al único lugar que le podía dar consuelo. El bosque.

Las personas que quedaron en el salón del trono, se miraron unas a otras, estupefactos por la reacción de Eridion.

Marlock por fin entendió lo que preocupaba a su amigo. Laia.