CAPÍTULO 4
Se levantaron al amanecer. Montada en su caballo y al lado de Eridion, Laia se sintió más feliz de lo que lo había sido en años.
–No tardaremos en llegar a los bosques Eridion, haremos noche allí si tus familiares nos lo permiten.
Laia abrió mucho los ojos.
–¿Iremos a los bosques de los elfos?
–Sí, los atravesaremos y así atajamos camino. Rodearlos nos llevaría semanas y no queremos perder tiempo.
El corazón de Laia empezó a golpear con fuerza. ¡Los bosques de los elfos! Ningún hombre se atrevía a cruzarlos. Los elfos protegían ferozmente su territorio, si alguno osaba entrar no saldría con vida…
Al comienzo del bosque, Eridion bajó de su montura, los demás lo imitaron.
–Tendremos que avanzar con cuidado, deben vernos y reconocerme.
–¿Cómo te pondrás en contacto con ellos? –preguntó Laia.
–Cuando mis hermanos lo deseen se dejarán ver.
Con suma calma atravesaron la línea imaginaria que separaba el mundo de los hombres del lugar mágico en el que vivían los elfos.
Una tranquilidad sobrenatural se apoderó de los guerreros. Entrar en aquel lugar era como viajar a otro mundo. Los árboles eran altos y frondosos, animales de lo más extraño, peculiares y hermosos aparecían de vez en cuando y se dejaban ver. Incluso un pájaro grande y lleno de colores se apoyó en el hombro de Eridion, este sonriendo le susurró algo lenguaje élfico y el pájaro de lo más contento salió volando.
Llevaban dos horas andando. Marlock contaba historias sobre batallas vividas intentando entretenerlos cuando un grupo de elfos se detuvo justo en frente. Laia al verlos dio un brinco del susto. Habían salido de la nada y sin hacer el menor ruido.
–Eridion… tus hermanos te saludan. –Dijo un elfo vestido completamente de verde. Llevaba su larga melena rubia casi blanca, suelta y sus ojos brillaban de un color rojo intenso. Laia no pudo dejar de mirarle, era de lo más peculiar. Los otros elfos que estaban unos pasos por detrás de él vestían con ropas menos coloridas, la mayoría, blancas o beige. Todos tenían el pelo largo y del mismo tono.
Eridion inclinó la cabeza y puso la mano en el corazón.
–Hermano… mis compañeros de viaje y yo te saludamos.
El elfo vestido de verde miró a los hombres y la mujer con ojos duros y fríos, dio un paso más al frente y apoyó la mano en el hombro de Eridion.
–Mucho tiempo ha pasado desde tu última visita Eridion. Veo que te encuentras bien.
Eridion sonrió y el corazón de Laia latió rápidamente en respuesta.
–Mucho tiempo Sylaon, tengo muchas cosas que contarte. –y apoyó su mano en el hombro de Sylaon.
–Estaréis cansados, seguidme.
Y sin una palabra más todos desaparecieron de la misma forma en la que llegaron, sin el más mínimo ruido.
Cruzaron el bosque detrás de esa legión de elfos armados con espadas brillantes y hermosos arcos. Durante todo el trayecto nadie habló. Eridion se colocó al lado de Laia y le susurró al oído.
–Ahora verás lo que muy pocos hombres han visto, el reino de los elfos.
Laia sintió un inmenso gozo.
Iluminado por los rayos del sol, Laia vio con sus propios ojos la belleza del reino de los elfos, un lugar mágico, lleno de dulces y maravillosas casas blancas con hermosas balaustradas, balcones y ventanas, talladas en madera con intricados dibujos extraños e inmensos arcos con esos mismos dibujos. Rodeados por montañas, y en el centro del bosque, el lugar parecía pertenecer a otro mundo, uno muy lejano, tranquilo y mágico.
Eridion observaba con deleite el rostro de Laia. Pudo adivinar cuanto le gustaba aquel lugar por el brillo intenso que se apoderó de sus preciosos ojos. Sintió un intenso calor en el pecho y su corazón latió con intensidad.
–Ven, tendremos que presentarnos.
Laia dejó que Eridion la cogiera por el brazo y la llevara hasta una de las casas más grandes. Al entrar se encontró con un salón inmenso, rodeado de columnas altas, blancas como la luz brillante de la luna. En el centro una mesa redonda con sillones hermosamente tallados, al parecer a los elfos les gustaba la belleza. Iban acompañados por Sylaon, que les dejó frente a un elfo que parecía mayor, no porque tuviera arrugas o su cuerpo mostrara el paso del tiempo, parecía un anciano por sus ojos, verdes esmeralda, pero cubiertos con el brillo de la experiencia de aquellos que han visto y vivido más de lo que les corresponde. Su presencia hizo que Laia se sintiera inquieta, nerviosa. Aquél elfo desprendía un aura de poder por cada poro de su blanca piel. Sylaon se retiró con una pequeña reverencia, dejándolos solos.
–Hermano Eridion, tu presencia aquí nos es muy grata.
–Muchas gracias hermano Othar, mis amigos y yo te damos las gracias.
–No debes darlas Eridion, venid, sentaos y contadme las nuevas que traéis del mundo de los hombres.
Todos tomaron asiento y amistosamente iniciaron una conversación mientras hermosas mujeres elfas llenaban la mesa de manjares exquisitos.
Terminada la cena y recogidas todas las bandejas se quedaron otra vez los cinco solos. Laia quedaba situada en el centro frente a Othar, a su derecha Marlock y a su izquierda Eridion y a continuación Brand. Se sentía segura y protegida pero estaba nerviosa. La presencia de Eridion tan cercana a ella le perturbaba, sentía su calor y su olor, un olor tan especial…
–Eridion, debes saber que os persiguen.
Laia pegó un brinco en su asiento y miró sorprendida a los hombres, pero sus expresiones eran idénticas a las que tenían minutos antes, no había ni rastro de preocupación. Ninguno habló. Othar les miró fijamente y continuó.
–He vislumbrado vuestro futuro. Imágenes inundan mi mente, nada claro. Os persigue un Rey de los hombres furioso, pero no habrá guerra ni sangre, lo que busca está aquí, ¿no es cierto? La busca a ella, a la mujer.
Othar la señaló con el dedo y Laia sintió como si un cuchillo se le hubiera clavado en el corazón.
Eridion asintió lentamente, pero su rostro seguía igual de impasible y frío.
–¿Quieres saber algo que aún no sepas Othar?
–No, sé todo lo que deseo y lo que no, lo veo.
–¿Y qué ves? –preguntó Marlock con un deje de interés.
–Veo dolor y traición, veo un castigo injusto y un amor imposible.
Eridion se movió incómodo. Fue un gesto ligero y diminuto pero Laia lo notó.
–No hermano, no hay nada imposible. –Le respondió a su vez.
–¿Deseas una guerra Eridion? Sabes que no permitiremos que penetren en nuestro territorio, pero eso se llevará vidas, dime hermano, ¿merece la pena tal sacrificio?
–Nos iremos entonces. Agradecemos tu hospitalidad pero no seremos los causantes de ningún mal en este lugar sagrado –afirmó Eridion poniéndose en pie.
Othar le miró fijamente durante unos minutos, con una mirada tan penetrante e intensa que Laia estaba segura de que podía verle el alma. Acto seguido la miró a ella de la misma manera, pero mientras Eridion permaneció quieto e imperturbable, Laia se sonrojó y bajó la mirada no pudiendo sostenérsela al elfo durante mucho tiempo.
–Tal vez si… –suspiró recostándose en su asiento –No es necesario que os vayáis Eridion, eres de los nuestros y nosotros defendemos lo que es nuestro con la vida. Tal vez no haya derramamiento de sangre. Los hombres no se adentrarán en el bosque, este asunto se resolverá con palabras, y si estas no funcionan entonces con las armas.