CAPÍTULO 8
Se levantó y miró por la ventana. No había descansado nada. Su mente y su cuerpo anhelaban algo que le estaba prohibido mientras que el miedo le atenazaba las entrañas. Se lavó, se peinó y se visitó. Inmediatamente entró una doncella para ayudarla y al entrar se quedó quieta al darse cuenta de que su trabajo ya se había realizado.
Laia la miró con una sonrisa, después volvió sus ojos al paisaje que se podía ver a través de los ventanales.
–Dile a tu señor, si preguntan por mí, que he ido a dar un paseo.
–¿Sola, mi señora?
–Sola.
La muchacha hizo una reverencia y la dejó pasar. Laia salió del castillo como el día da paso a la noche, en silencio, con tranquilidad, sin que nadie notase sus pasos en el frío suelo y la luz del sol le acarició la cara con dulzura. Respiró profundamente y bajó los escalones que separaban la puerta principal del patio de armas. Continuó caminando mirando con curiosidad todo lo que la rodeaba. Los soldados afanados en preparar sus armas y a ellos mismos. Las mujeres que subían y bajaban cargadas con cestos de comida o ropa. Los niños que corrían riendo y jugando... salió del primer muro que daba acceso a la aldea donde el bullicio era mayor, así que callejeó con la intención de encontrarse con pocas personas y poder salir cuanto antes del recinto donde vivían. Quería caminar por el campo, por las montañas que se alzaban orgullosas, por sus colinas.
El elfo salió al balcón y miró a su alrededor.
–No la veo. –Informó a todos los que estaban en la habitación de Laia.
A la hora del desayuno al no verla llegar, todas las alarmas saltaron. Marlock seguido por todos los demás, se acercaron a paso rápido hasta los aposentos de la mujer. Llamó dos veces. No hubo respuesta, por lo que los nervios se aceleraron.
–No está, mi señor. –Le dijo una jovencita que pasaba por allí con un cubo de agua.
–¿Y dónde está esa endemoniada muchacha? –Preguntó enfadado.
La criada se encogió debido al tono que había utilizado el hombre. Eridion puso los ojos en blanco y se acercó despacio hasta la mujer y con su mejor sonrisa preguntó.
–¿Sabes dónde está?
Ella alzó el rostro, ruborizada por la atención de un ser tan hermoso como lo era el elfo.
–Sí, mi señor. Dijo que iba a dar un paseo.
–¿Un paseo? –Preguntó estupefacto Brand– ¿Cómo si no la persiguieran dos ejércitos para llevarla ante su padre, o lo que es peor, ante Druso? Sin duda esa muchacha carece del buen juicio, que os lo digo yo.
Marlock hizo un gesto de disgusto y abrió la puerta del dormitorio, fue hasta la ventana y se asomó.
–Desde aquí no veo nada más que el frente.
Por lo que el elfo, con su visión muy superior a la de cualquier humano, salió al balcón para tener mejor ángulo.
Se subió a la barandilla y de un salto al tejado, dejando boquiabiertos a todos los que le miraban, que no estaban acostumbrados a la agilidad de movimientos de los elfos.
Eridion caminó por el tejado, girando sobre sí mismo, hasta que la divisó en la distancia. Bajó con la misma elegancia, cayendo al suelo con la ligereza de un felino.
–Ya sé dónde está. Sigue el camino de la montaña.
–Iré a buscarla –Anunció Eliseo.
–No, mejor voy yo. –Contestó Eridion– Puedo seguirla sin que ella se dé cuenta. La vigilaré y la cuidaré. Creo que necesita estar sola... y no la sentaría nada bien saber que la estamos siguiendo.
–Me temo que tienes razón. Ve –Anunció Marlock.
Eliseo frunció el ceño, pero no dijo nada.
Sin decir nada más, Eridion pasó frente a sus compañeros y salió del castillo, siguiendo los pasos de Laia. Su primera intención había sido la de seguirla sin que ella fuera consciente, pero en cuanto la vio cambió de opinión. Avanzó con rapidez y cuando la tuvo lo bastante cerca la llamó.
Ella se giró sorprendida. Habían tardado muy poco en darse cuenta de su ausencia.
–¿Qué haces aquí?
–Todos estábamos preocupados por ti. –Le contestó cuando estuvo a su lado.
–Le dije a la doncella que iba a dar un paseo.
–Aun así –dijo él mientras se acercaba.
Se detuvo a tan solo un paso de tocarla y la observó. Quería grabar a fuego en su mente cada uno de los rasgos femeninos, cada tono de su cabello al ser tocado por la luz del sol, cada lunar en su cuerpo, el brillo de sus ojos...
Llevaba el pelo suelto y un mechón rebelde, movido por el viento, la dio en la cara. Él no pudo evitarlo y lo sostuvo entre sus dedos, disfrutando del tacto, y luego se lo colocó detrás de la oreja, rozando suavemente su rostro al hacerlo.
Laia dejó de respirar y su corazón se aceleró ante el contacto. No era capaz de controlar sus emociones junto al elfo, y no sabía si todo lo que sentía era real o un artificio provocado por la magia de Eridion. Sus miradas se cruzaron durante unos segundos y ella pudo comprobar como los ojos cambiaban de su azul casi transparente a uno más oscuro, casi añil. Volvió a tocar con la punta de sus dedos la cara de la chica. Una corriente eléctrica lo atravesó entero. El suave tacto de la delicada piel femenina lo fascinaba. Se acercó el paso que los separaba. Ella no se movió, no podía, no quería. Cerró los ojos para absorber y memorizar el delicado roce en su piel. Othar le había prevenido. Ese sentimiento estaba prohibido, pero no era capaz, por más que lo intentaba, de luchar contra él. Laia suspiró y el elfo sonrió. Ella no le era indiferente. Se acercó aún más y le susurró al oído.
–Ven conmigo.
Le ofreció la mano y sin pensarlo, la aceptó. ¿Cómo negarse? No podía. Ni aunque Eridion le informara de que la llevaba a una trampa mortal, se hubiese resistido. Cogida de su mano abandonaron el sendero y se adentraron en la espesura. El elfo iba delante, eligiendo el mejor camino, protegiéndola con su cuerpo de los posibles golpes con las ramas y demás follaje. Caminaron en silencio un buen rato, roto por los sonidos habituales del bosque y los pasos torpes y ruidosos de la mujer.
Eridion apartó unos arbustos y la adentró en un pequeño claro. Se detuvo en el centro y la miró.
–Soy un elfo del bosque, este es mi hogar –le dijo mientras con los brazos abarcaba todo lo que los rodeaba, se acercó a ella y la rozó los labios con un dedo– Yo jamás te regalaré ramos de flores, ni piedras preciosas, ni joyas. Yo amo lo que está vivo, es la condición de los de mi raza y este es mi regalo para ti.
Se agachó, puso sus manos en contacto con la tierra, cerró los ojos, se concentró y de pronto, todo a su alrededor cambió. La hierba se volvió verde, suave, espesa. Los árboles cobraron vida con sus ramas desbordadas por las verdes y frescas hojas. Flores por todas partes y un bonito rosal enredadera, crecía abrazando los troncos, inundando el lugar con su maravilloso aroma. Laida estaba extasiada viendo con sus propios ojos la transformación del pequeño lugar. El elfo se incorporó y la observó, disfrutando al ver los gestos que cambiaban el hermoso rostro femenino y demostraba su asombro, ella no daba crédito a lo que veía.
–Nadie, salvo tú, encontrará este lugar. Es tuyo. Ningún otro mortal pondrá sus ojos en este sitio. Es mi regalo para ti.
Laia fijó sus enormes ojos color miel inundados en lágrimas y lo abrazó con fuerza.
Los elfos son criaturas poco dadas a muestras afectuosas y menos cuando hay contacto físico. Para los humanos pueden parecer fríos, distantes, pero en su naturaleza no está el mostrar sus sentimientos y menos de una manera tan efusiva. Pero después de la sorpresa inicial, Eridion se relajó y disfrutó del abrazo, sintiendo en cada poro de su piel el calor que desprendía el cuerpo femenino que tanto lo atraía, mientras ella mojaba su túnica con lágrimas de emoción. El elfo le acarició el pelo.
–No llores mi amor.
–No puedo evitarlo. –Contestó– Es el regalo más maravilloso que jamás pensé recibir. Y significa mucho más para mí, porque viene de ti.
Él posó sus manos en el rostro de ella y limpió sus lágrimas con los dedos pulgares, acariciando sutilmente su piel. Ella se estremeció y cerró los ojos para disfrutar del contacto. Eridion, sin poder resistirlo más la besó con dulzura. Sentir los labios femeninos rozar los suyos lo elevó a lo más alto, se sintió vivo, fuerte, poderoso, sintió como cada parte de él se movía y resucitaba de una vida vacía y se llenaba de ella.
Sus manos acariciaron su cuello y lentamente fueron bajando hasta llegar a los hombros mientras sus labios se enredaban en una pelea de sensaciones.
La recostó en el suelo. Laia notó que la hierba era espesa y blanda, tan suave y cómoda como un colchón de plumas y fijó sus ojos en los del elfo, que delicadamente la observaban.
–Eres lo más hermoso que he visto jamás.
Ella sonrió nerviosa.
–Eso me informa de que has visto pocas cosas, mi señor Eridion.
Una media sonrisa adornó los hermosos labios masculinos.
–No contestaré a eso, mi señora, pues mi edad es muy avanzada y he dado varias vueltas a este continente.
Sus manos acariciaron su cuello y bajaron por la piel que dejaba descubierto el vestido, hasta llegar al principio de los senos.
La respiración se agitó y él miró excitado como los pechos subían y bajaban, pegándose a la tela fina del vestido con cada inhalación.
Sin duda, estaba perdido.
Sus labios volvieron a juntarse y ella sintió como la recostaba sobre la mullida hierba y todo el cuerpo de él reposaba tranquilamente sobre el suyo, pero no pesaba, solo la calentaba.
–En todos mis largos años de vida –le murmuró en los labios– jamás me sentí como me hacéis sentir Laia. Vuestro poder sobre mi escapa a mi entendimiento.
–Yo no poseo ningún poder Eridion.
Él no contestó, se concentró en las sensaciones que experimentaba tocando la piel desnuda de la mujer. Sus manos juguetonas bajaron hasta las piernas y se metieron bajo las faldas del vestido, acariciando, tocando, memorizando.
Laia se removió en el suelo, su cuerpo pedía algo a gritos y ella no sabía el qué, pero esa sensación crecía y crecía dentro de ella.
Lo que estaban haciendo, estaba mal, era inmoral e impropio del comportamiento de una princesa, pero no tenía fuerzas ni deseos de detenerlo.
Eridion se acomodó entre sus piernas, perdido ya el juicio y la razón, solo había cabida para los instintos más básicos, algo ajeno a la mayoría de los elfos. La besó con toda la pasión que sentía, saboreando, poseyendo, tomando todo lo que ella le ofrecía y conquistando todo lo que no.
Acarició con sus dedos el interior de los muslos, haciéndola estremecer y continuó su ascenso por esa sedosa piel hasta que una voz se hizo paso en su mente.
“Eridion, ¿se puede saber qué estás haciendo?”
El elfo dio un brinco y acabó a varios metros de ella, mirando a su alrededor, buscando el origen de aquellas palabras. Pero no había nadie alrededor. Estaban solos.
Laia tardó unos segundos en darse cuenta de que el elfo no estaba a su lado y sintió un frío inexplicable que se apoderó de todo su cuerpo. Se apoyó en sus brazos y lo miró con gesto interrogante.
“No cometas tal locura, hermano, no tendrá buen final...”
Othar estaba dentro de su cabeza. Eridion llevó las manos a sus sienes y se las frotó ansioso, como pidiendo o rogando que eso terminara.
–¿Qué... qué sucede?
Él abrió los ojos, volvían a ser de un azul claro y los clavó en el rostro sonrosado de la mujer. Ella estaba en una posición bastante comprometida, el vestido arrugado dejaba a la vista sus, bien torneadas, piernas y la mitad de los muslos y sus pechos casi al descubierto, su pelo enredado y desaliñado. Pero no podía estar más hermosa.
–Nada... –murmuró y se acercó despacio hasta ella– tal vez sea que he recobrado el buen juicio.
–¿El buen juicio? ¿Eso qué significa?
–Significa, mi señora, que mis sentimientos hacia ti no cambian, no puedo dejar de sentir de la noche a la mañana, pero soy consciente de que no os merezco. Nuestra relación es imposible, todo está en nuestra contra y no debo, ni quiero, mancillar mis sentimientos aprovechándome de ti, no me parece justo. No puedo darte lo que deseas...
Los ojos de ella se llenaron de lágrimas que intentó no derramar. ¿La estaba rechazando cuando ella se había entregado entera? No entendía nada.
Él se acercó hasta ella, se arrodilló a su lado, le colocó el vestido, de modo que sus piernas no volvieran a enloquecerlo, y después la miró.
–No deseo vuestro sufrimiento, no deseo vuestro mal, pero no debo tomar aquello que no me corresponde, por mucho que os desee, por mucho que mi mente y mi corazón os pertenezcan, amada mía, nuestras razas no pueden juntarse, está prohibido.
–¿Prohibido? ¿Por quién?
Ella se había dado cuenta de que cuando él quería mantener las distancias, la trataba con el protocolo que correspondía a su rango de princesa.
–Las leyes de mi pueblo impiden que los elfos se mezclen con los humanos, si a pesar de todo, rehusamos seguir esa ley, la condena es el destierro.
–¿El destierro? ¿No podrías volver a los bosques?
El negó con la cabeza.
–Jamás...
–Eso es muy triste... –Atinó a decir.
–Lo es, pero lo peor no es eso, porque yo rehusaría gustoso a mi privilegio de vivir en los bosques con mis hermanos y lo cambiaría por una vida contigo, pero mi vida es larga, mucho más larga que la tuya en todo caso, no sería el primer elfo que vaga por el mundo, solo y triste, mientras busca el consuelo de una muerte que no llega para soportar el dolor de la pérdida de su ser amado.
Los ojos de Laia se abrieron desmesuradamente.
–¿Cuántos años vive un elfo?
–Depende, pero se llegan a contar por miles...
–¿Y tus hermanos no perdonan en nombre del amor? ¿No les dejan volver después de pagar con tanto dolor?
–No.
–Eso es cruel.
–La vida también lo es... yo no deseo ese peso en mi conciencia. Sé que tal vez me arrepienta, pero es más fácil olvidar lo que nunca se tuvo que aquello que fue parte de ti. ¿Me comprendes?
Ella comprendía, aunque su corazón se encogió de dolor y sintió un extraño vacío que ocupó parte de su interior. Algo se estaba muriendo, algo que creyó grande, algo que pensó podría salvarla de su miserable vida, algo tan raro y a la vez tan común como lo era el amor. Sin embargo no podía pedir más a Eridion, sabía que eso supondría años, no, siglos de caminar por el mundo en la más absoluta soledad.
Ella no podría soportar causarle tanto dolor. Ni aunque su sola presencia la sumiera en un estado de alteración tal, que pensaba que en cualquier momento el corazón se le saldría del pecho. Estaban condenados, desde el principio...
Entonces Eridion alzó el rostro en busca de un sonido.
–¿Qué sucede ahora?
Los ojos del elfo se clavaron en los de ella.
–Te buscan... hemos tardado mucho en regresar...
Ella se puso en pie y suspiró.
–Bien, pues vamos...
Él sonrió. Se acercó y comenzó a colocar su pelo alborotado lo mejor posible, intentando dar un aire de tranquilidad que no sentía. Cuando estuvo conforme con el resultado se apartó un paso.
–Me duele, Laia, no sabes cuánto, pero creo que es lo mejor para ambos. Cuando salgamos de este claro seremos dos extraños. Procuraré con todas mis fuerzas mantenerme alejado de ti y controlar todos mis impulsos. –Miró a su alrededor distraído– Este lugar permanecerá así mientras tú estés con vida, por lo que podrás venir siempre que lo desees.
Ella intentó sonreír.
–Te lo agradezco, a pesar de todo. Es un bonito regalo.
Se acercó el paso que los separaba y rozó el rostro femenino con las yemas de los dedos. Ella cerró los ojos y disfrutó con el efímero contacto.
–Lo que aquí ha sucedido permanecerá en mi memoria por siempre. –Le prometió.
Ella abrió los ojos y le miró.
–Pues si nuestro destino es estar separados, bien harías en intentar olvidarlo.
–Sé que no podré, ¿acaso podrías tú?
–No, pero mi vida es un suspiro en comparación con la tuya, supongo que mi sufrimiento durará menos...
Él la besó con dulzura una última vez.
–Prefiero recordarte, eres la razón de que me sienta vivo y durante unos minutos he creído ser feliz... venga vamos, Marlock ya empieza a desesperar...
La cogió por el brazo y con dulzura la acompañó a través de la espesura hasta dar con el sendero. Cada paso que se alejaban del claro era un puñal en sus corazones, ese era su fin y sin embargo no podían evitar sentir que se amarían por siempre.
Aparecieron en el sendero justo al tiempo en el que Marlock giraba en la curva y los encontraba de frente.
–¿Dónde estabais? –Preguntó airado.
–Dando un paseo, Marlock. Nadie me dijo que lo tenía prohibido. –Contestó Laia rápidamente.
–Y nadie te lo ha prohibido, solo que hay noticias y tenemos que reunirnos.
–¿Noticias? ¿Buenas o malas? –Preguntó ella interesada.
–Eso depende, pero vamos Laia. Todas tus preguntas tendrán pronto respuesta.