CAPÍTULO 31

 

Laia salió del castillo con Alina. Como siempre iban a practicar al claro del bosque. Para que nadie sospechara, habían dicho que les gustaba salir a pasear por las mañanas. El soldado las esperaba en el lugar, preparando las armas.

Alina había aprendido mucho mientras ella estuvo con Eliseo en las montañas. Su agilidad con la espada y su fuerza, habían aumentado considerablemente. Estaba muy emocionada y tenía muchas ganas de continuar con su entrenamiento. Laia, viendo el brillo de los ojos de la muchacha, había inventado la excusa perfecta para que nadie sospechara. Pero las cosas volvían a cambiar. En pocos días se volvería a ir, pero esta vez su viaje sería muy peligroso y no sabía si podría regresar.

Las guerras, como bien había dicho Eliseo, eran inciertas y peligrosas, pero ella no ser dejaría aterrorizar por sus palabras. Había tomado una decisión y seguiría hasta el final, con todas las consecuencias.

La mañana era fresca, el viento soplaba y las nubes cubrían gran parte del cielo. Pero eso no era suficiente para que las mujeres se quedaran dentro de los muros del castillo.

Como todos los días, Laia y Bob, interpretaban el papel de villanos y Alina luchaba contra ellos, con armas y cuerpo a cuerpo. Sus avances eran sorprendentes, al igual que las miradas que se echaban entre ellos. Esta pequeña travesura, estaba uniendo al soldado y a la princesa, más de lo que era recomendable. Pero ellos siguieron actuando como si no pasaba nada, pero Laia no era una mujer tonta y se dio cuenta de los sentimientos de ambos, en cuanto se miraron en el claro.

El corazón solía jugar malas pasadas…

Se pusieron manos a la obra y comenzaron con el entrenamiento de ese día.

Después de dos horas de luchar sin parar, decidieron que era mejor dejarlo por ese día. Alina respiraba con dificultad, estaba roja como un tomate y apenas tenía fuerza para sujetar la espada.

–Id vosotros –les dijo Laia–, yo ahora os alcanzo, voy a recoger todo esto.

–¿No quieres que te ayudemos? –Preguntó Alina, deseosa de ayudar, pero más emocionada por la posibilidad de estar a solas con Bob.

–No, no tardaré, podéis ir paseando, a la salida del bosque ya estaré con vosotros.

La princesa sonrió contenta y salió del claro, seguida por Bob, que se despidió de Laia con un guiño.

Comenzó recogiendo las espadas, ya no eran de madera, así que las envolvió con cuidado en un trozo de tela y las escondió en el hueco de un tronco, hizo lo mismo con el arco y las flechas. Cuando estuvo todo listo, miró a su alrededor, se sacudió las faldas y se dispuso a partir, pensando que ya les había dejado solos durante un tiempo suficiente.

Salió del claro, sumida en sus pensamientos, con paso lento pero firme.

Estaba distraída, tuvo que ser eso. No se dio cuenta de que la vigilaban, hasta que un hombre apareció ante ella.

Se quedó quieta, mirando al extraño, intentando averiguar si era un enemigo o no.

El hombre sonrió y mostró los pocos dientes que le quedaban, negros y sucios.

Sin tiempo para pensar, echó a correr hacia el claro, el único lugar donde tenía armas, pues como iba de paseo, no había traído nada con lo que defenderse para no levantar sospechas.

–No corras… te pillaré igualmente. –Soltó el extraño, con una carcajada.

Ella corrió sin pausa, pensando en la mejor forma de poder escapar de ese hombre. Entró en el claro y se paró en el acto.

No estaba sola.

Los hombres la rodearon haciendo un círculo.

Laia tuvo un solo pensamiento, pues sabía que estaba perdida, sin armas y rodeada por tantos hombres. Eliseo la encontraría.

***

–¿Por qué tarda tanto?

–No lo sé, tal vez se haya entretenido con algo. –Contestó Bob.

–Pero dijo que no tardaría…

–No os preocupéis, voy a buscarla.

–Espera, no quiero quedarme aquí sola, voy contigo.

Los dos volvieron sobre sus pasos hasta el claro. No había ninguna señal de Laia hasta que se detuvieron junto al árbol hueco.

Laia había sido atacada en aquél lugar.

Los ojos de Alina se abrieron y se clavaron en el rostro de Bob. Ambos estaban asustados, pero tenían que avisar.

–Vamos, ven, debemos avisar.

Corrieron hasta que los pulmones amenazaban con explotar.

Alina no pudo evitar ponerse a lloran en cuanto cruzaron el portón.

–¡Eliseo! –Gritó desesperada– ¡Eliseo!

No podía dar ni un paso más, así que se quedó en medio del patio, sujetándose el estómago, llorando y gritando el nombre de su hermano.

Eliseo llegó corriendo.

–¡Qué, qué sucede!

Ella se aferró a sus brazos y lo miró a los ojos. Estaba asustado, ella lo sabía y le dolía tener que darle esa noticia.

–Se la han llevado…

El hombre frunció el ceño y la cogió por los hombros.

–¿Qué dices?

Eridion, estaba en lo alto del muro, saltó y fue a caer justo al lado de los hermanos, de una manera tan silenciosa como las hojas de los árboles en otoño.

Marlock y Brand, que estaban afilando sus armas en la armería, salieron al escuchar el alboroto.

–A Laia…

–¿A Laia? Pero, ¿quién?

–No lo sé, solo sé que no está en el claro.

–Puede haber ido a dar una vuelta, ya sabes cómo es. –Le dijo él, intentando serenarse.

–No… no… –Atinó a decir ella.

–No, mi señor. –Le informó Bob, que ahora estaba a la espalda de Alina, por lo que los ojos de Eliseo, dejaron de mirar a su hermana y se clavaron en los del soldado. –Había rastro de lucha.

–¿Dónde?

–En el claro del norte, mi señor.

Eridion echó una rápida mirada a Marlock y sin decir nada, echó a correr, seguido por Eliseo y un montón de hombres.

Alina avanzó con la intención de seguir a su hermano. Bob la cogió por el brazo.

–Es mejor que esperéis aquí.

–No, tenemos que ir. Debemos explicarle lo que sabemos.