CAPÍTULO 7
Avanzaban despacio por el bosque. Sentían las miradas fijas en ellos, pero estaban tranquilos. Nada les sucedería en el dominio de los elfos. El silencio se instaló entre ellos como la niebla entre los árboles una mañana de otoño. Cada uno iba sumido en sus pensamientos. Laia miraba por el rabillo del ojo a Eridion, pero este permanecía casi estático en su montura. No sabía lo que había pasado, pero entre ellos se había impuesto un muro casi infranqueable que la alejaba de él a la misma velocidad que se alejaban del hogar del elfo. Durante la noche, acudía a su mente los sentimientos despertados en su cuerpo y en su corazón. No podía evitarlo. Anhelaba sus besos, su calor, sus caricias. Sin embargo, él mantenía las distancias y ella no hacía nada por acercarse, salvo mirarle fijamente cuando creía que no la veía. Pero el elfo estaba al tanto de todo. Sus sentidos alerta, notaba cada mirada, oía cada respiración, cada suspiro. Pero nada podía hacer. Si alimentaba esos sentimientos llegaría un momento en el que el dolor por el abandono sería más terrible que la indiferencia actual. Era mejor intentar olvidarlo.
El viaje por el bosque fue tranquilo, pero llegado el momento de abandonarlo, todos sus sentidos se pusieron alerta. Los caminos no eran muy seguros y en cualquier momento podrían tener complicaciones. Aun así, avanzaron por las tierras del rey de Méridion sin mayores problemas.
–¿Conoces al Rey? –Preguntó Laia a Marlock cuando el silencio y el aburrimiento se hicieron insoportables.
–Conozco a todos los reyes, Laia. Mi vida viajera me ha permitido ciertos lujos.
–¿Es buena persona?
–Tan buena como puede serlo.
–¿Qué clase de respuesta es esa? –La preguntó enfadada.
–La única que obtendrás. –Le respondió como si tal cosa.
Los bosques dieron paso a los valles y a las montañas y los caballos avanzaban fácilmente por los caminos casi desiertos.
Brand era el único que de vez en cuando hablaba y contaba batallas pasadas, haciendo que el tiempo pasara más rápido.
Eridion persistía en mantener en silencio mientras agudizaba sus sentidos al máximo y se mantenía alerta. Ahora ya no estaban seguros y en cualquier recodo del camino podían abalanzarse cualquier bandido.
Laia se sentía triste, pues notaba como cada día que pasaba, el elfo se separaba más y más de ella. ¿Acaso lo vivido no había significado nada para él? ¿Qué había sido, un entretenimiento, un experimento? Él le había asegurado que jamás había sentido nada parecido, sin embargo se comportaba como si entre ellos no hubiera pasado nada y eso le rompía el corazón. Aunque pensándolo bien, ¿acaso podría ella pensar alguna vez conquistar el corazón de un ser tan puro y tan magnífico como un elfo? Ni es sus más ridículos y fantasiosos sueños. Pero el caso es que no podía dejar de ansiar ser besada por esos maravillosos besos y tocada por esos largos, finos y suaves dedos. Sus pensamientos no eran nada puritanos, es más, si alguien pudiera entrar en su cabeza y descubrir que cosas le rondaban, seguro que se escandalizaría hasta extremos insospechados.
Los días pasaban largos y extenuantes, mientras que las noches eran frías y aburridas. Seguían manteniendo la misma rutina, los mismos horarios para hacer las guardias y para dormir, y por mucho que ansiara que Eridion repitiera su visita en su turno, jamás volvió a aparecer.
***
El castillo del señor de Méridion asomaba grandioso en la cima de la colina. El pueblo estaba amurallado y las puertas se mantenían abiertas por lo que entrar en el recinto no fue difícil. Las gentes del lugar se afanaban en sus trabajos y tareas. Todas las atenciones las recibía el elfo, pues un ser así no era fácil de ver en el mundo de los hombres y su visita conllevaba mucha curiosidad. Eridion, consciente de los cientos de ojos puestos en su persona, avanzaba como si nada fuera con él, mientras que Brand no paraba de hablar y de contar sus entretenidas historias de guerras pasadas.
Atravesaron el pueblo sin impedimento alguno y dejaron sus caballos en las caballerizas, al cuidado de un mozo de cuadra no mayor de 14 años. Después, sin mediar palabra, subieron las escaleras que los llevarían hasta el castillo.
Dos guardias estaban apostados a cada lado del portón, sin embargo ninguno hizo amago de impedirles el paso. Los cuatro avanzaron con paso firme. Marlock conocía el lugar y a los que moraban allí. Brand era feliz en cualquier sitio y Eridion era consciente de ser alguien especial al que nadie echaría de su casa. Por otro lado, Laia avanzaba asustada.
El contraste entre este y el castillo en el que había vivido toda su vida era inmenso. Mientras que el castillo de su padre era una fortaleza construida para ser defendida, este castillo había sido trasformado en un hogar.
Los techos y las paredes lucían dibujos y pinturas espectaculares. Los muebles eran de la mejor calidad y los diseños trabajados, con motivos de caza y guerra. Los suelos de mármol tan brillante que ella podía verse reflejada en el suelo, y casi se muere del susto. Jamás había tenido tan mal aspecto.
Sus ropas estaban sucias, los pantalones, la camisa... y esas botas embarradas... el pelo enmarañado había intentado mantenerlo bien sujeto en una trenza, pero los rizos rebeldes se escapaban y la hacía parecer más desaliñada.
No era la mejor manera de presentarse ante un rey.
Avanzaron por un pasillo y al final una puertas de madera inmensas abiertas de par en par daban acceso al salón del trono. El Rey estaba sentado en su trono, con aire ausente y aburrido mientras que al rededor círculos de personas bellamente vestidas y peinadas, hablaban entre ellos.
El silencio se hizo en cuanto atravesaron las puertas.
Todos los ojos fijos en ellos, y Laia se encogió un poco más, retrasándose y escondiéndose tras la fornida espalda de Brand que caminaba tan seguro de sí mismo como los otros dos.
Una vez cerca del monarca, todos, excepto el elfo, se inclinaron en señal de respeto. El rey alegre y feliz bajó los escalones que lo alejaban de Marlock y se acercó hasta él. Puso las manos en sus hombros y lo obligó a levantarse.
–Oh mi querido amigo, cuanto tiempo sin verte, ¿cuándo fue la última vez? ¿Hace diez años?
–Más o menos, mi señor.
–Me alegra ver que gozas de buena salud. ¿Qué nuevas te traen hasta mí?
–Mi señor, nos dirigimos al norte, para estar listo para la batalla contra los hombres de las tierras de los nevados.
El monarca frunció el ceño.
–Sí, malos tiempos corren para los hombres. Las guerras nunca son buenas. ¿Y vas a luchar, dices? ¿En nombre de quién?
–Del mío mismo, no sirvo a nadie, ya lo sabéis.
El rey soltó una carcajada y le dio un puñetazo cariñoso en el hombro.
–Bien que lo sé, amigo. –Puso sus ojos en los acompañantes y le preguntó– ¿Y quiénes son tus compañeros de armas?
–Al elfo Eridion ya lo conocéis.
–Sí. –Afirmó y asintió con la cabeza en señal de saludo, que el elfo imitó.
–Este de aquí es mi buen amigo Brand, fuerte como un toro y valiente como nadie.
–No lo dudo. –Contestó el rey con una sonrisa.
–Y esta es Laia, la hija del rey de Pantilion. Nos acompaña por razones personales.
–¿La hija de Robert?
–Sí, mi señor.
La preocupación apareció en los ojos del monarca mientras los clavaba en el rostro sucio de la muchacha.
–Quién lo diría... –Murmuró.– Corren las noticias, Marlock. Su padre la está buscando. Ofrece una buena cantidad de dinero para recuperarla...
Ella abrió mucho los ojos y miró asustada a Marlock.
–La princesa Laia se ha escapado. Busca un destino distinto al que le ha buscado su padre. Nosotros la protegemos hasta que encuentre el lugar adecuado.
–Si Robert se entera, te matará.
–No, no lo hará. No se atrevería.
–¿Cuál es el destino del que huye?
–Su padre ha firmado su compromiso con Druso, mi señor.
Un grito ahogado salió de los labios de una hermosa mujer que se acercaba rápidamente, la reina. Se paró ante Marlock y lo miró a los ojos.
–¿Qué clase de padre haría algo así? He oído cosas terribles de ese hombre demente.
–Apuesto a que la mayoría son ciertas, mi señora. –Dijo Marlock mientras le besaba en la mano.– Por eso la muchacha huye. Veo que la vida la trata bien, cada día está más hermosa.
Ella rio tontamente.
–Oh mi buen amigo, que zalamero eres. Los años pasan igual para todos, incluso para mí. Pero es de agradecer el cumplido.
Volvió sus ojos hacía la chica.
–¿Qué piensas hacer con ella? Todo aquél que la proteja estará en el punto de mira de Robert y seguro que se vengará.
–Le buscaremos un lugar seguro donde pueda quedarse y rehacer su vida.
–¿Crees que lo conseguirá? –Dijo, dirigiendo su mirada ahora la hombre.
Él sonrió, con una media sonrisa que hacía que los corazones de las damas palpitasen emocionados.
–Estoy seguro, mi señora.
La reina se quedó conforme y los miró a todos.
–Estaréis hambrientos y cansados. Os proporcionaré un lugar donde asearos y descansar. Aquí libraros de las preocupaciones, estáis en un lugar seguro, ¿no es cierto, mi rey?
–Cierto es, mi reina. –Le contestó el monarca sonriendo a su esposa.
Laia se sintió rara. La forma en la que ambos se miraban era especial, era una mirada de complicidad, de cariño, podría decir que hasta de amor. Estaba segura de que su matrimonio no había sido concertado, ambos sentían gran aprecio el uno por el otro. Jamás había visto a su madre mirar de ese modo a su esposo, ni viceversa. Su corazón se encogió de dolor. Su madre sí había amado, ella era el resultado de su amor, pero ¿cómo vivir después de haber conocido el más maravilloso de los sentimientos y conformarse con algo tan nimio como la compañía de una persona que no deseas? Su madre debió de haber sufrido mucho. Ahora entendía sus ojos tristes, su mira ausente, sus suspiros melancólicos.
Sintió mucha pena. No quería eso para ella. Lucharía con todas su fuerzas. Por nada del mundo tendría una vida tan triste y miserable como la de su madre.
Estaba tan sumida en sus pensamientos que no se dio cuenta de que otras personas se acercaban hasta ellos, si no fuera por el alboroto de los presentes en la sala.
Alzó el rostro y vio la mira orgullosa de unos padres. Se giró y observó como unos soldados, acompañados por una bella mujer, caminaban por la sala. La mayoría se quedaron a unos metros de distancia, pegados a la pared, pero la mujer y uno de ellos se postró ante los reyes.
–¿Habéis tenido buen viaje, hijos? –Preguntó el rey.
Los dos se alzaron y el hombre, vestido con una armadura labrada y la espada a la cintura, mientras que el escudo lo llevaba colgando a la espalda, habló.
–Sí, padre. No hubo ningún inconveniente, ha sido tranquilo. Lo esperado.
La mujer se movió con elegancia y se acercó hasta la reina con los brazos alzados y la reina cogió las manos que le ofrecía.
–Oh, madre. Ha sido maravilloso. Las montañas son espectaculares en esta época del año. He disfrutado mucho del viaje.
–Espero que no desee repetirlo muy a menudo –amenazó el soldado–, no pienso ser la niñera de nadie más por un capricho tan vano.
La muchacha frunció el ceño.
–No te preocupes, Eliseo, eres una compañía muy aburrida, no volveré a repetirlo.
–Y a los dioses gracias por tan sabias palabras. –Repuso el soldado.
Los reyes rieron.
–Marlock, sí que recuerdas a mis hijos, Eliseo, capitán de mi ejército y Alina, la belleza que ilumina nuestras vidas.
–Recuerdo a una dulce muchacha con trenzas en el pelo que correteaba por todas partes y a un brillante espadachín.
–Pues como puedes ver, la niña ahora es una mujer.
–Muy bella, si se me permite el atrevimiento.
La muchacha se sonrojó hasta la punta del cabello.
–Y mi hijo, el futuro de mi reino. Le sobra valor y coraje. –Dijo mientras golpeaba la espalda del muchacho y éste miraba a los visitantes intrigado.
Su sagaz mirada se detuvo en Laia durante varios segundos. Ella bajó los ojos y se movió, para quedar oculta tras Brand.
–Hijos, tenemos el honor de contar hoy con la presencia de hombres tan nobles, Marlock, de los reinos del sur, junto con Eridion del reino del bosque de los elfos, y Brand un formidable guerrero, sin olvidar a la princesa Laia.
Los ojos de Eliseo se entrecerraron mientras que la mirada de Alina quedaba fija en el rostro del elfo.
Laia la entendía bien, la belleza de los elfos nublaba toda razón femenina. Pero lo que la perturbaba era la manera en la que le miraba el hijo del rey.
Tenía el pelo largo hasta pasados los hombros, rubio y rizado. Sus espaldas eran anchas y sus manos fuertes, pero lo que más la intranquilizaba era su mirada, de grandes ojos color chocolate, fijos en ella.
Todos hablaban animadamente, menos Eliseo, Eridion y ella.
–Bueno, creo que nuestros invitados estará agotados, dejémosles descansar hasta la hora de la cena. Alina, muéstrales sus aposentos y dispón de todo lo necesario para que se sientan cómodos.
–Si madre –Respondió ella contenta, sin quitar los ojos de encima al elfo–. Seguidme. –Les dijo.
Y ellos obedecieron, mientras Brand hablaba animadamente. Laia caminó despacio, sintiendo la mirada fija del hijo del rey clavada en su espalda.
Alina fue repartiendo cuartos, uno por uno, hasta que llegó a quedarse a solas con Laia.
–¿Así que eres princesa?
–Sí, como vos.
La muchacha sonrió.
–No como yo, vistes como un hombre y vas acompañada por tres de ellos. Llevas armas en casi todas las partes de tu cuerpo y estás muy lejos de tu casa.
–Mis circunstancias son muy distintas a las vuestras.
–¿Y cuáles son esas? Si puedo preguntar.
Laia se lo pensó unos segundos. No le gustaba ir aireando su vida, pero Marlock ya había contado la verdad a los reyes, por lo que su hija se enteraría le gustara o no, así que decidió ser ella misma la que le informara.
–Huyo de mi hogar porque mi padre ha firmado un compromiso de matrimonio que no pienso cumplir.
La princesa de detuvo y la miró.
–¿Con quién? ¿O es que vos amáis a otro y no deseáis casaros si no es con ese hombre?
–No... nada de eso. Mi padre me ofreció a Druso.
Los ojos de Alina se abrieron desmesuradamente.
–¡Por todos los dioses! He oído cosas terribles de él.
–Pues supongo que no ha oído ni la mitad, y yo no estoy dispuesta a ser su tercera esposa. Estoy segura de que no sería la última, pues me moriré si me obligan a contraer matrimonio con él.
–Os entiendo bien. –Le cogió las manos– Aquí estáis segura, os lo prometo. Descansad y nos veremos en la cena.
La soltó y abrió una puerta.
–Este será vuestro cuarto, lo he elegido porque está muy cerca de sus compañeros, para que se sienta más segura.
–Gracias.
–Espero que sea de su agrado.
Le dijo y esperó hasta que entró para cerrar la puerta tras ella.
Era de su agrado, no podía ser de otra forma. La cama era inmensa y ocupaba gran parte del cuarto. Estaba decorada con pieles hermosas. Los muebles eran muy femeninos y tenían decoraciones florares. Se sintió bien.
Se quitó las espadas de la espalda y el carcaj. Dejó todo junto con el arco al lado de la cama. Después se sentó en un sillón que estaba al lado de un enorme ventanal y se relajó mirando al horizonte.
A los pocos minutos sonaron unos golpes en la puerta.
–Adelante.
Unos criados entraron portando una bañera bastante grande y calderos de agua caliente para preparar un baño. Laia sintió que no se podía ser más feliz. Una mujer de mediana edad depositó sobre la cama un vestido con un par de zapatos y todo lo necesario para estar presentable durante la cena.
–Agradezca todo esto de mi parte a su señor. –Dijo ella.
La mujer afirmó con la cabeza y salieron todos del cuarto.
Laia se desnudó despacio, cansada de llevar durante tanto tiempo la misma ropa. Deseaba más que nada darse un buen baño y cuando su cuerpo se sumergió en el agua pensó que no podía haber en el mundo nada mejor.
–Pero madre, ¡está prometida con Druso!
–Sí hija, ya lo sé, es horrible ¿verdad?
–¿Druso el terrible? –preguntó interesado Eliseo.
–Sí, no entiendo como un padre puede ser tan cruel. –comentó la reina.
–Querida, no debéis olvidar que sus tierras lindan. Si lo miras por el lado práctico sería un buen matrimonio. Uniría sus dos reinos.
–No creo que una muchacha sobreviva mucho tiempo a un matrimonio con ese demonio. He oído que es muy violento con las mujeres.
–Debe serlo, sus dos esposas han muerto, y eran muy jóvenes, por lo que no sería por salud. –Afirmó el rey.
–Me dijeron que la última se quitó la vida. Pobrecita...
–Bueno, dejemos ese tema, es terrible, y no podemos hacer nada, salvo darle cobijo mientras esté bajo nuestro techo.
Eliseo no dijo ni una sola palabra, pero algo en él le impedía aceptar que esa pobre muchacha acabara casada con un hombre de la calaña de Druso.
La familia real estaba ya en el salón comedor, hablando mientras esperaban a sus invitados. Marlock fue el primero en llegar, seguido por Brand y por Eridion. Se acercaron a ellos y comenzaron a comentar los problemas que estaba causando la posible guerra.
Entró en el salón Laia y todos se giraron para mirarla. Enmudecieron. No podían creer que la persona sucia, vestida con ropas de hombre, que habían visto llegar fuera la hermosa mujer que ahora entraba por la puerta.
A Eridion se le aceleró el corazón y no pudo evitar sentir orgullo al mirarla.
Eliseo se quedó asombrado, mirando a la mujer de arriba abajo sin ningún complejo, intentando averiguar si lo que veían sus ojos era real o un hechizo de magia. Laia era un delicada criatura, hermosa y espectacular.
Su pelo castaño lucía suelto y largo, brillante, con unos rizos alborotados que le conferían un aire travieso. Su cuerpo, antes escondido entre ropa ancha y de hombre, ahora embutido en un precioso vestido blanco con bordados de plata, resaltaba todos sus encantos. Sus enormes ojos color miel, lo miraban todo con curiosidad, su porte era altivo, como correspondía a una princesa.
Eridion se acercó hasta ella y le ofreció el brazo. Ella lo aceptó y el contacto entre ambos fue electrizante. Aunque no podían dar muestras de sus sentimientos, el elfo era consciente en todo momento del tacto de la mano de la mujer en su brazo, del calor que desprendía, de la suavidad de su piel y del dulce sabor de sus labios. La acercó hasta la mesa y cada uno ocupó su lugar. Ella quedó entre Eridion y Eliseo, frente a Alina y Marlock. Brand, como siempre, amenizó la velada con historias, que ella ya dudaba de su veracidad, tan fantásticas y divertidas que la cena se hizo corta y los nervios iniciales desaparecieron como por arte de magia.
–Así que sois princesa... –murmuró Eliseo.
–Así es. –Contestó ella.
–Sois muy valiente. No todas las mujeres tendrían el coraje de abandonar su vida, todo lo conocido y empezar de nuevo, sabiendo que a sus espaldas siempre la perseguirían.
–Bueno... –comenzó ella– espero que llegue el día en que pueda vivir sin sentir a mis espaldas la persecución de mi padre.
–Y yo os lo deseo.
Ella le sonrió. El hombre parecía sincero. Se fijó en lo atractivo que era, con esos ojos tan oscuros mirando todo con evidente curiosidad, su pelo largo hasta los hombros, y unos jugosos labios que asomaban a través de una barba corta.
Eliseo correspondió a su sonrisa con otra y los rasgos del hombre cambiaron por completo, tornándose más dulces, más hermosos.
El corazón se le aceleró.
¿Cómo era posible? ¿No tenía ya bastantes problemas? Miró al hombre con otros ojos, con los ojos de una mujer y le agradó lo que vio. La belleza masculina era abrumadora, muy distinta de la hermosura dulce y elegante del Eridion. Por un momento se sintió confusa. Ambos hombres la atraían, y los dos eran totalmente opuestos. Mientras que la elegancia refinada de los movimientos del elfo contrastaba con los fuertes y masculinos de Eliseo, ella permaneció quieta, sumida en sus pensamientos, intentando controlar su alborotado corazón sabiendo que Eridion era capaz de notar cualquier cambio que ella experimentase, hasta un sutil latido. Terminó de cenar, agradecida por los intentos de Brand de que participara en la conversación, alejándola de la pesadumbre que la atormentaba.