Fin
—¿Se pondrá bien papá?
—Espero que sí —dijo Aggie llorando—. Espero que sí, cariño.
Se habían llevado a Nathan al hospital en ambulancia, Jessie iría también al hospital, pero con su madre, que le rodeaba los hombros con el brazo. Cruzaron juntas la calle. Había un viejo coche azul marino junto a la otra acera. Iría en aquel.
Jessica se sentía rara. Se sentía aturdida y ausente. Le dolía el estómago y tenía los pies fríos y con hormigueo. No le gustaba ir al hospital. Quería ir a casa a dormir.
—¿Estará el doctor Saperstein en el hospital? —preguntó.
—Sí —respondió su madre, enjugándose las lágrimas.
—Nunca me da caramelos.
Aggie tuvo que reír a pesar del llanto.
—Ya te compraré yo caramelos después, cariño. Prometido.
Y mientras avanzaban hacia el coche, Jessica vio que un agente se encaminaba también hacia el coche azul marino. Abrió la puerta y salió una chica. Era una chica muy bonita. Tenía cara de princesa. Pero llevaba el pelo sucio. Y llevaba uno de los viejos vestidos de su madre, el estampado con flores de color púrpura. No le sentaba muy bien: era demasiado alta y delgada. Así por lo menos la veía Jessie.
El agente la cogió del brazo. Fue con ella hacia uno de los coches patrulla. La ayudó a acomodarse en el asiento trasero. Cerró la puerta. Luego el agente pasó a la parte delantera y se sentó frente al volante.
La chica que iba en el asiento trasero ladeó la cabeza y miró a través de la ventanilla. Observó fijamente a la madre de Jessica. Levantó la mano hacia la ventanilla y la apoyó en el cristal.
Agatha se detuvo. Alzó la mano y la saludó. Entonces, antes de que el coche arrancase, aquella preciosa joven miró también a Jessica. Le dirigió una extrañísima mirada. Era una mirada triste y, a la vez, tierna. Una mirada parecida a la que le dirigía Jessica a la casita de muñecas de Gabrielle, o a la gatita Lauren… como hacia algo que deseaba mucho pero que no podía tener.
Luego, mientras la joven seguía contemplándola, el coche de la policía arrancó marcha atrás. Viró y fue luego calle adelante hasta la esquina. Dobló la esquina y la hermosa joven desapareció.
—¿Quién es, mamá? —preguntó Jessica.
—Una niña…, un poco mayor que tú. Una de las pacientes de papá —contestó Aggie, meneando la cabeza. Jessica sabía cosas de los pacientes de su padre.
—¿Y está triste?
—Sí. Sí, sí que lo está.
—¿Y papá la ayudará?
—No lo sé. Sí. Lo intentará.
Jessica se quedó pensando. Siguieron caminando hacia el coche.
—Papá se peleó con aquel hombre malo —dijo al fin Jessica.
—Ya sé —dijo su madre con una voz que sonó extraña, otra vez llorosa.
—Era un gigante —dijo Jessie.
—Ya lo creo. Casi un gigante.
—Y papá lo ha matado, ¿verdad?
—Sí, cariño.
—Porque tenía que hacerlo.
—Sí.
Llegaron al coche. La madre de Jessica se detuvo y miró alrededor.
—¿A que papá es el hombre más fuerte del mundo, mamá? —preguntó Jessie.
—No lo sé —rio Agatha, con un ademán que lo preguntaba a su vez—. Probablemente —añadió riendo y asintiendo con la cabeza, limpiándose la nariz con el dorso de la mano.
Allí junto a su madre, Jessie miró también alrededor. Muchos de los coches que había en la calle arrancaban ya, se dirigían hacia la esquina, girando y perdiéndose de vista. Varios —algunos coches patrulla— seguían aún con el faro destellante de luz roja girando.
—¿Por qué no nos vamos ya? —preguntó Jessica.
—Tenemos que esperar al detective —dijo su madre, señalándolo—. Nos lleva él.
—¿Ese gordo?
—Chiss, cariño. Sí.
Jessica miró al gordo detective. Se inclinaba en aquel momento junto a un coche de la policía. Entonces se enderezó. Fue hacia ellas. Miró a la niña.
—Eh, tú —le dijo.
Jessica se arrimó más a la pierna de su madre. El gordo detective sonrió. Con aquella cara tan seria su sonrisa no cuadraba. Miró a Agatha.
—Bueno… —dijo.
—Gracias —empezó a decir Agatha, aunque no pudo terminar de decirlo. Bajó la cabeza y se echó a llorar.
La franca sonrisa del gordo se ensanchó.
—Bueno, ¿qué le ha parecido, eh? —dijo—. ¿Qué le ha parecido?
El coche patrulla contiguo arrancaba en aquel momento hacia atrás. Giró. Y en la maniobra se detuvo justo enfrente de Jessica. Jessica abrió unos ojos como platos.
—¡Mamá! —exclamó.
Se aferró a la pierna de su madre. Miró hacia la ventanilla del coche de la policía. La ventanilla iba abierta y allí, observándola fijamente, estaba aquel malvado llamado Sport. La miraba directamente a los ojos a través de la ventanilla.
—¿Qué? —dijo la madre de Jessica.
—Mira, mamá —susurró Jessica—. Es el hombre malo.
—Ah… —dijo su madre, estrechándola más fuerte con su brazo—. No pasa nada. Ahora se lo llevan a la cárcel. Ya no puede hacerte daño. Vamos.
Tiró de Jessica hacia el coche azul marino. Pero Jessica se quedaba atrás. Alzó los ojos hacia el serio rostro del gordo.
—Es el que les decía a todos lo que tenían que hacer —explicó Jessie.
El gordo inclinó la cabeza, la ladeó y dirigió una amplia sonrisa al facineroso.
—Bien, bien. Eso es muy interesante —le espetó—. Tú y yo vamos a tener una larga, larguísima, charla, ¿eh?
—Eso —dijo Jessica dubitativa.
—Vamos, cariño —le repitió su madre—. Métete en el coche, que vamos a ver a papá.
Agatha se volvió para abrir la puerta del coche pero, de nuevo, por un instante, Jessie se quedó rezagada. Se quedó allí muy quieta, mirando a aquel hombre llamado Sport directamente a los ojos.
El hombre llamado Sport le devolvió la mirada. Arrugó el labio superior y resopló con rabia.
La pequeña meneó la cabeza afligida.
—Se lo dije —casi le gritó—. Le dije que vendría.