El mango de la escoba

—Papápapápapápapáaaaaaaaaah… —El largo e ininteligible lamento irrumpió en la tiniebla que envolvía a Conrad.

¿Jessie…?

El lamento parecía inextinguible, interminable, pero sofocado. Conrad no acertaba a percibir si procedía del mundo exterior o de su interior. Se levantó del suelo. Miró a través de un pequeño ángulo de visión que se abría en su oscuridad.

Jessie…

Vio aquella mole, aquella especie de oso que empezaba a arrodillarse en el suelo junto a su hija. Vio a su hija…

Oh… oh… oh… mi Jessie…

La niña estaba con la espalda arrimada a la pared, allí pegada y absolutamente inmóvil. Tenía la cara roja como un tomate. Tenía la boca abierta, farfullando de una manera ininteligible…

Conrad parpadeó tratando de disipar las nubes rojas y la negra niebla que reducía su visión casi a cero. Y, por un instante, vio el mango de la escoba.

Estaba en el suelo. Una delgada y oscura forma alargada. Estaba sobre una alfombra de fragmentos de vidrio, no muy lejos de él. Podía llegar hasta allí, podía alcanzarla.

—¡Cállate! ¡Cállate cabrona! —le oyó gritar a Maxwell.

Conrad empezó a arrastrarse por el suelo.

Se impulsaba con las manos. Trataba de hacerlo también con las piernas. El agudo dolor de su rodilla le penetraba, como una descarga eléctrica, por el muslo, hasta los genitales. Su mente se despejó de puro dolor, y conforme fue recuperando el sentido, se percató de que tenía la mandíbula rota; sentía el lacerante dolor golpeando en el interior de su cabeza. Era como si tuviese toda la cabeza en carne viva. Se percató también de pronto de que sangraba por la boca, de que la sangre corría por su mentón. De los cortes que los cristales le habían hecho en el estómago. De que la herida de su costado se había vuelto abrir y sangraba. Fue arrastrándose y alargó el brazo…

Y lo cogió. Su mano asió la áspera y astillada madera.

Tengo que levantarme… tengo que…

—¡Ven aquí! —gritaba Maxwell, furioso. Seguía sujetando la pierna de Jessica. Oprimía con fuerza su tobillo. La arrastró hacia sí.

—¡Nooooooo! —gritó ella.

Conrad se levantó.

Con un dolorosísimo movimiento se impulso hacia adelante apoyándose en la rodilla buena. Cayó sobre Maxwell, asiendo firmemente el mango de la escoba.

Maxwell tenía el cuerpo ladeado. Vio el movimiento de Conrad de reojo. Soltó a Jessica y giró en redondo. Se levantó rápido como un rayo, como un auténtico demonio que hubiese surgido de las entrañas de la tierra. Antes de que Conrad pudiese atacarlo, aquella mole cargaba ya contra él como una furia. El mango de la escoba saltó de las manos de Conrad. Cayó al suelo y fue a parar a un rincón del fondo. El propio Conrad salió despedido hacia atrás y cayó violentamente al suelo. Cayó al suelo como un fardo. Maxwell se echó entonces encima de él, pegándole, mientras los desesperados gritos de su hija se le metían dentro. No oía más que sus gritos y los rugidos de auténtico animal de Maxwell, ni notaba otra cosa más que sus puños…

Conrad recibió un puñetazo en el estómago. Se dobló hacia adelante y dio una arcada que le llenó la boca de vómito, mezclándosele con la sangre caliente. Otro puñetazo impactó en sus testículos. Quedó hecho un ovillo. Luego recibió dos puñetazos en la cara. Quedó tendido boca arriba, cuan largo era.

Los gemidos de Jessica no cesaban.

Maxwell rugía como una fiera. Se levantó, balanceando el puño amenazadoramente, y con el otro golpeándose frenéticamente el pecho. Su boca estaba desfigurada por la cólera, echaba espumarajos que rebosaban de sus labios. Tenía la mirada extraviada, una mirada de loco. Rugía como una furia como si tratase de sofocar el inextinguible lamento de Jessica.

—¡Cabrón! ¡Más que cabrón!

Empezó a darle patadas a Conrad en el costado, El cuerpo del psiquiatra se levantó un poco, se deslizó un poco por el suelo. Pero Conrad no sentía los golpes. No oía los rugidos. Yacía tendido boca arriba envuelto en una cálida tiniebla, en un profundo vacío.

—¡Calla, mala puta! —gritó Maxwell mientras se acercaba de nuevo a la niña.

—¡No! ¡Por favor! ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Por favor! —gritaba Jessica.

Conrad seguía allí tendido, inmóvil, boca arriba, con las piernas separadas y los brazos abiertos.

—Noooooo…

Jessie…